NO HEMOS PERDIDO NI LA DIGNIDAD NI EL HUMOR

Discurso pronunciado por Héctor Valencia, secretario general de MOIR, el 1º. de agosto de 2004, en el Cementerio Central de Bogotá, en el acto de conmemoración al cumplirse una década de su muerte

Héctor Valencia H., secretario general del MOIR

Expresamos fraternales agradecimientos a quienes en estos días, motivados por su hones­tidad intelectual o política, han manifestado palabras elogiosas sobre Francisco Mosquera o han celebrado actos en su recordación.

Hoy, al conmemorar los diez años de la muerte del camarada Mosquera, los militantes del MOIR no nos congregamos para un rito luctuoso. Simplemente, damos alegre testimonio de que la perseverancia en tenerlo como paradigma de nuestro Partido y nuestra clase y en guiarnos por su obra en nuestras tareas políticas, nos ha permitido conservar el rumbo revolucionario.

Francisco Mosquera no estuvo de acuerdo a ninguna hora de su existencia con las situaciones económicas, sociales y políticas prevalecientes. Abominar de ellas, encarnando el sentir de las grandes masas de trabajadores y oprimidos, fue el principio de su formidable saber, la base desde la cual formuló la crítica política más enjun­diosa que se ha realizado en nuestra nación. Sin vana soberbia, y aplicado, se guió por las universales enseñanzas de esclarecidos maestros del proletariado como Marx, Lenin y Mao Tsetung para investigar y estudiar, hasta desvelarlas, las particularidades en Colombia de la gran lucha de clases que se libra a escala internacional y en medio de la cual avanza la humanidad.

Como se sabe, no existen cualidades, sino hombres con cualidades. Y las que atesoraba Mosquera le imprimieron una cimera dimensión humana. La mayor, quizás, era el valor para que su crítica, rigurosamente científica, fuese altamente subversiva de las ideas y costumbres predominantes, y para que, en armonía con ella, su práctica política abriese brechas y erigiese hitos para la radical y definitiva transformación de la sociedad.

Advertidos por el marxismo de que una cosa son las frases y figuraciones de los partidos, lo que ellos se imaginan ser, y otra lo que en realidad son, con prudencia no exenta de firmeza enunciemos algunos rasgos y hechos actuales del MOIR.

Como Mosquera recomendaba, no hemos perdido la dignidad, es decir, la lealtad con los principios y la seriedad en su aplicación; ni el humor, es decir, el optimismo revolucionario en medio de los ardores de la intrincada lucha.

El MOIR no les teme a las contradicciones internas, reconoce que su presencia objetiva aviva un organismo político como el nuestro y las utiliza para compactar su organización y acrisolar su política. Y cuando alguna de esas contradicciones se torna antagónica porque uno de sus aspectos representa una tendencia oportunista, de derecha o de «izquierda», hemos librado con decisión, como lo hicimos antes bajo la dirección de Mosquera, la indispensable lucha interna.

En la historia es frecuente que al morir los jefes revolucionarios se invoque su nombre y el de su partido para proceder a sacar sus conceptos, sin renegar abiertamente de ellos, del contexto histórico y político en que son realmente aplicables, con la intención de acomodarlos a desviaciones o impasibles abandonos de la revolución. Ante tales astucias, es necesario que los cuadros y militantes entren a la liza, interna o externa, pertrechados con las posiciones e ideas de su fallecido líder.

Para enfrentar la política neoliberal y de recolonización del país por parte de Estados Unidos, Mosquera propuso la resistencia civil. Hoy a esta, cuando precisamente esa política se intensifica, dos tendencias la socavan. Por un lado, la apocada renuencia a presentar batalla, la manía a concertar y reconciliarse con los enemigos de manera tanto disimulada como abierta. El hecho es que la intervención imperialista norteamericana y el absolutismo dictatorial de Uribe presentan un desafío ante el cual surge a diario el dilema entre luchar o entregarse sin hacerlo. Optar por la movilización y la lucha, como lo prueban las diversas batallas obreras y populares que se han venido dando, posee, más allá de los reveses, detrimentos y golpes que se puedan recibir, la importancia fundamental de infundir moral a los trabajadores y a las capas populares. Una clase trabajadora y un pueblo desmoralizados ofrecen al imperialismo y la reacción la condición ideal para aplicar a rajatabla el neoliberalismo y consumar la recolo­ni­zación del país. De allí que, a falta de ánimo en las masas, lo primordial de toda táctica política sea lo dirigido a despertarlas. Y nada más estimulante y aleccionador que la misma lucha. Adquiere entonces un inmenso significado cada uno de los actos de oposición y resistencia que han venido librando diversos sectores populares y sus organizaciones en avanzada: tomas, mítines, bloqueos, manifestaciones, huelgas y paros.

Por otro lado, aparece la lucha equivocada que, sin tomar en cuenta las condiciones económicas y políticas del país, no distingue bien entre amigos y enemigos en la actual etapa histórica en la que el blanco principal es el imperialismo de los Estados Unidos, cuya aliada principal es la oligarquía financiera colombiana. Al hecho de saltarse esta etapa, que tiene como meta la conquista de la soberanía y una democracia de nuevo tipo, se suma la carencia de una línea de masas. Ya hace más de un siglo, como señalaba Engels, pasó la época de los ataques lanzados por pequeñas minorías a la cabeza de las masas inconscientes. Lo por resolver es que las masas, si se trata de la revolución, participen directamente en la lucha y, luego de un largo aprendizaje, comprendan por sí mismas por qué dan su sangre y su vida. Para rematar la equivocación, se recurre a métodos no admitidos por las masas, ni por la revolución, en ninguna parte del mundo. Sobre todos estos asuntos la crítica de Mosquera no dejó piedra sobre piedra.

Para desarrollar la consigna de despliegue de la resistencia civil, la última que formuló Mosquera y que sigue vigente, pues continuamos en el período histórico de imposición del neoliberalismo y de la llamada globalización norteamericana, hemos centrado esfuerzos en afinar nuestra táctica de unidad y combate. La actividad práctica que a ella corresponde, distingue hoy a los moiristas del resto de fuerzas políticas. Esa distinción crea al mismo tiempo las condiciones de claridad y seriedad requeridas para emprender la formación del frente único antiimperialista.

A resistir hemos llamado a todas las clases y sectores de clase que precisan de la soberanía como condición sine qua non para el desarrollo del trabajo y la producción nacionales, es decir, de las fuerzas productivas en Colombia. Con tal fin, hemos buscado alianzas y acuerdos con las organizaciones, partidos y movimientos de la pequeña burguesía y la burguesía nacional de la ciudad y el campo. Partimos de que las contradicciones entre las clases y sectores de clase que ellos representan y el proletariado no son antagónicas. Y al encontrar las oscilaciones de muchas de ellos entre la resistencia civil y la pasividad o el recurso a métodos de lucha erróneos, hacemos las concesiones necesarias a aquellos que en los hechos revelan predisposición a la resistencia y combatimos a quienes se inclinan a desecharla o anarquizarla. En fin, buscamos entre ellos al aliado de masas aunque este, como decía Lenin, sea temporal, vacilante, inestable, poco seguro, condicional. Parafraseándolo, quien no entienda la táctica aquí envuelta no entiende nada de marxismo, ni lo que es la línea política del MOIR cuyos fundamentos instauró Mosquera.

Como parte integral de la resistencia, hemos convertido nuestra participación en las justas electorales en campañas para llamar directamente a los diversos sectores de masas a ponerse en pie y sumarse a la lucha antiimperialista. Cuando, como fruto de esas campañas, logramos algún escaño en el Congreso, como el conquistado por el compañero Jorge Enrique Robledo luego de que erradicáramos el cretinismo parlamentario que asomó en nuestras filas, lo utilizamos para debatir, denunciar y educar sobre los problemas nacionales y de las masas. En especial, la labor del compañero Robledo durante los últimos dos años, dentro y fuera del Senado, ha esclarecido a un ingente número de colombianos las razones y fines de la resistencia civil, ha ganado amplia ascendencia entre ellos y constituye, en sí misma, una formidable lección sobre cómo deben librar la lucha parlamentaria los adalides de los intereses nacionales y populares.

Hemos buscado acuerdos con las organizaciones democráticas y patriotas de América Latina para que mediante actos y movilizaciones conjuntos contra la intervención norteamericana y la punta de lanza de su política neoliberal, el ALCA y los Tratados de Libre Comercio, se aligere el paso en la larga marcha de sus pueblos hacia la conquista de la soberanía.

Hemos salido al frente de los obreros, campesinos y gentes laboriosas en contra de la cascada de medidas antiobreras, antipopulares, antidemocráticas y antinacio­nales del gobierno absolutista de Uribe.

Camaradas: múltiples y complejas son las tareas que nos destinó Francisco Mosque­ra para servir al pueblo. Con su sabia visión de que se cumplieran, armó ideológica y políticamente al MOIR con principios proletarios. Al asumirlas, sus militantes y cuadros continuamos la forja de la histórica causa que alentó su vida.

¡Memoria perdurable a nuestro fundador y líder ideológico, camarada Francisco Mosquera!