El 31 de agosto, el presidente de la República realizó una corta y accidentada visita a la ciudad de Manizales. Su sola presencia bastó como acicate para que afloraran en la capital del viejo Caldas múltiples problemas y reclamaciones de las masas.
Los habitantes del barrio Malabares reclamaron, con sus pancartas, una reducción en las cuotas de amortización al Instituto de Crédito Territorial; los universitarios denunciaron los atropellos del “mandato de hambre”; los sectores populares protestaron por el costo de la vida y exigieron servicios públicos y los estudiantes de secundaria, uniformados, en la Plaza de Bolívar, rompieron filas, se encaramaron a los postes, bajaron las pancartas de saludo de Manizales repudiaba la demagogia.
Más tarde, López aludió al problema del costo de la vida diciendo que todo radicaba en dotar con máquinas de coser a un buen numero de amas de casa. Así se combatiría el desempleo y aumentarían los ingresos familiares.
Provocación Lopista
Dos días después de la turbulenta visita, el gobierno destituyó al rector de la Universidad de Caldas, haciendo eco a la solicitud de los sectores más reaccionarios del departamento, expresada en editorial de La Patria. Como nuevo rector, en abierta provocación, fue nombrado uno de los personajes más odiados por los estamentos universitarios.
En señal de rechazo, los estudiantes decidieron realizar una manifestación pacífica. Cuando se preparaban para partir, la fuerza publica allanó las universidades de Caldas y nacional.
Vandalismo
La tropa irrumpió disparando a mansalva, violentando puertas, destrozando pupitres y laboratorios y destruyendo todo lo que encontraba a su paso. Saquearon las oficinas llevándose dinero de los empleados e instrumentos que podían ocultar entre sus ropas.
Rigoberto Escudero creyó inútil correr. Un oficial del ejército lo derribó y le disparó a quemarropa. La barbarie continuó en las calles de la ciudad. A Jorge Echeverry, de 14 años, y a Reynel Arturo Betancourt, de 12, la policía les atravesó las piernas con disparos de revólver. Durante la noche de ese viernes 3 de septiembre se escucharon detonaciones por toda la ciudad. Muchos de los heridos debieron esperar hasta el domingo para poder salir en busca de atención medica.
Cae Carlos Fernando Henao
El lunes, los estudiantes de secundaria se sumaron a la protesta. Al anochecer, la policía volvió a abrir fuego. En el parque de Caldas, Francisco Reinaldo Castaño fue gravemente herido.
Dos policías de guardia en el Banco de la República, descargaron los proveedores de sus fusiles contra un grupo de 500 manifestantes. Carlos Fernando Henao, estudiante de 5º de Bachillerato, cayó de bruces sobre las gradas de la catedral. El corresponsal de El Tiempo en Manizales, testigo presencial, relató cómo un empleado de Telecom cargó a Carlos Fernando y gritó a la policía que se movilizaba en volquetas: “Llévenlo que está herido”, “pero los agentes lo levantaron y volvieron a arrojarlo en el cemento”. En medio de los disparos, la gente abría sus puertas para albergar a los estudiantes.
En las calles se conquistó la victoria
El salvajismo desatado desde los cuarteles no intimidó a las masas. Las balas y la sangre solamente habían logrado sellar más estrechamente la unión del pueblo. El miércoles 8 de septiembre las manifestaciones recorrían incontenibles las calles de Manizales. Esa noche, más de 5.000 personas se congregaron en la Plaza de Bolívar, mientras representantes de todos los sectores en lucha ingresaban a la gobernación. La gente ignoró el toque de queda y permaneció allí hasta que sus representantes salieron para anunciar la victoria.