EL PROLETARIADO PETROLERO: 55 AÑOS DE LUCHA ANTIIMPERIALISTA

El proletariado petrolero colombiano nació en 1921, cuando tras irregularidades maniobras, la Tropical Oil Company obtuvo la concesión de los yacimientos de la ciudad de Barrancabermeja. Al pie del pozo “Infantas Nº 1”, centenares de obreros iniciaron entonces una historia de formidables episodios de lucha contra el yugo imperialista que pesa sobre nuestro pueblo. Nunca serán suficientemente exaltadas las jornadas de 1924, 1927, 1938, 1957 y 1971, pero sobre todas ellas, el combate de 1948, cuando tras vencer en una aguerrida batalla por la nacionalización del petróleo, los obreros, a la cabeza de las masas, se tomaron el poder local y constituyeron un gobierno popular que es símbolo y antorcha de los combates revolucionarios.

Actualmente, desde el Putumayo hasta la Guajira, miles de obreros del petróleo laboran en El Centro, Casabe, Cantagallo, Cicuco, Orito, Mamonal, Salgar, El Guamo, Aipe, Coveñas, Tibú y otros lugares, extrayendo la inmensa riqueza del subsuelo en cantidad superior a los 100.000 barriles por día: cavan los pozos bajo el sol ardiente, los limpian, mantienen el ritmo infatigable de los “Chin-machones”, o bien reparan la maquinaria en los talleres industriales mientras las cuadrillas domeñan selvas, desafían abismos y caudalosos ríos para tender los oleoductos de crudos y blancos. Otros más, en medio del calor atafagante de los complejos de refinación y petroquímica, entregan su capacidad y su energía, para el funcionamiento de las plantas de alquilación, craking, parafinas, turbo-expander, energía, tanques de almacenamiento, bombeo y tantas más.

Una riqueza enajenada

Cómo sucede con todos los recursos naturales, el caso del petróleo refleja de manera nítida la ilimitada voracidad con que los norteamericanos ejercen el pillaje en nuestro país. Este producto ha constituido la base de la industria mundial durante el siglo XX, pues del trabajo de los obreros surgen no solamente las gasolinas de aviación, blanca y de motor, el Fuel-Oil y el ACPM, sino también grasas, aceites, disolventes, alifáticos, ácidos, parafinas y cientos de derivados, fundamentalmente orientados hacia cuatro renglones.

Pero nuestro país, que extrae y refina crudo desde hace 55 años, jamas ha disfrutado de sus beneficios, dado que a lo largo de la historia la oligarquía gobernante ha mantenido una inmodificable actitud de entrega frente al imperialismo yanqui, cuya gigantesca asociación de monopolios, conformada por las compañías Standard Oil, Socony-Mobil, Texas Petroleum, Gulf y Shell, controla el 90% de la producción y comercio mundial.

Mientras esto sucede, ancianos, mujeres y niños humildes tienen que madrugar y formar largas colas ante las estaciones de gasolina, portando frascos y tarros vacíos en espera infructuosa del combustible para sus rudimentarias estufas.

A tal punto llegan los abusos de las compañías extranjeras, que tal y como lo anunció hace unos meses el gobierno, el país importará este año entre 20 y 30 mil barriles diarios, mientras la Texas, exporta, nada más que a Venezuela, 40.000 barriles de crudo colombiano por día. En el momento en que López anunciaba que no había petróleo, un buque extranjero lleno de éste se hunda frente a Tumaco.

Las primeras batallas proletarias

La entrega de nuestros hidrocarburos se remonta en 1905, cuando el dictador Rafael Reyes urdió una serie de maniobras y pisoteó la propia legalidad burguesa para otorgar a su protegido Roberto De Mares la concesión de los yacimientos de Barrancabermeja, que se extienden entre las desembocaduras de los ríos Carare y Sogamoso en el Magdalena.

El logrero De Mares burló a su vez todos los plazos que iniciación de trabajos, hasta que en 1919 ferió sus derechos a la Tropical Oil Company, filial de la International Petroleum, que era uno de los nombres de la Standard Oil, el pulpo con el cual John D. Rockefeller llegó a controlar a fines de siglo pasado, tras inenarrables filibusterías, el 95% de la capacidad de refinación de los Estado Unidos. La compañía recibió la concesión por un término de treinta años, cumplidos los cuales revertirían gratuitamente al Estado los equipos, maquinas, instalaciones, medios e instrumentos de producción.

La Tropical inició su explotación petrolera en agosto de 1921, imponiendo a los obreros el afrentoso régimen de exacción que ha caracterizado al imperialismo desde los tiempos del “Gran Garrote” hasta los del “Nuevo Diálogo”. Pero los centenares de trabajadores supieron oponer desde el mismo comienzo una beligerante resistencia a la opresión. Un anciano que vivió aquellas primeras luchas nos lo recuerda: “Por allá por 1922 empezamos a reunirnos en la casa con Raúl Eduardo Mahecha para ver cómo nos defendíamos; publicamos la ‘Vanguardia Obrera’, con la cual ganamos gente para fundar nuestro sindicato clandestino, que desde entonces se llama Unión Sindical Obrera. A los dos años ya estábamos peleando para que lo legalizaran y por un mejor pago del trabajo; porque claro que se ganaba más que en el campo, pero de todos modos no alcanzaba para vivir”. Ese movimiento significó la consolidación de la USO y su vinculación con los sindicatos de las riberas del Río Magdalena y la zona bananera.

Para el año 27, indóciles a los abusos sin cuenta de la Tropical, los trabajadores declararon una huelga que fue apoyada por los obreros de la Andian, los braceros de Neiva, Girardot, La Dorada y Puerto Berrío, y los ferrocarrileros de Barranquilla. Ante la magnitud del conflicto, el gobierno de Abadía Méndez, que un año más tarde ordenaría a sangre fría la masacre de las bananeras, hizo disparar sobre Barranca sus cañoneras de río y encarceló a los dirigentes populares.

La férula liberal de los años treinta

Tras una larga ausencia, el Partido Liberal volvió al Poder en la persona de Enrique Olaya Herrera, utilizando demagógicamente los anhelos de autonomía nacional y libertades democráticas del pueblo colombiano. Pero bien pronto mostró su verdadera cara: la “salvación nacional” que pregona Olaya consistió en el mayor sometimiento del país a los Estados Unidos, como quedó claro con la entrega de la Concesión Barco a la Colpet y con la legislación petrolera que expidió para darle carácter institucional al saqueo de los potentados foráneos.

El continuador de esa política fue Alfonso López Pumarejo, quien desparpajadamente apoyaba la tesis de Olaya, según la cual los colombianos estamos destinados a ser dependientes “por ley natural”.
Sin embargo durante su gobierno el combate de las masas le impuso el derecho de asociación sindical, y en 1928 la USO presentó un pliego de perdiciones que revela el grado de opresión a que la Tropical, llamada “Troco” por los trabajadores, sometía a sus obreros: éstos tuvieron que luchar no solamente por la jornada de ocho horas, sino incluso por el derecho de leer cualquier periódico. Pese a ello el pliego fue rechazado por la compañía, y el 8 de abril se declaró la huelga.

Cuatro días después, mientras los obreros realizaban una concentración en la Plaza de Bolívar de Barranca, ocurrieron los hechos que relata un trabajador jubilado: “Estábamos con las mujeres y los niños, cuando por las cuatro esquinas nos rodeó la tropa y sin más ni más comenzó a ametrallar. Yo vi caer a mucha gente. No supe cómo salí de ese infierno. Al otro día no quedaron sino las manchas de sangre, porque esa noche tiraron los cadáveres al río”. A partir de entonces, la ciudad fue escenario de los crímenes que cometían las bandas de esquiroles de la Troco.

“Colombia sí, Troco no!”

La Concesión De Mares debía revertir a la nación en agosto de 1951, de acuerdo con el contrato firmado por la Tropical. Pero los monopolios no suelen abandonar fácilmente sus rentables explotaciones, y desde cuatro años antes la compañía solicitó al gobierno de Mariano Ospina Pérez una prórroga de sus privilegios.

La Troco sobornó a ingenieros y funcionarios oficiales, con lo que obtuvo un informe al gobierno según el cual, durante el lapso de disfrute de la concesión que le restaba, no alcanzaba a recuperar sus inversiones en taladros, instalaciones, tubería, torres, talleres, transporte, cocinas y plantas de gas.

Pero la Tropical cometió un grave error; no contaba con la conciencia patriótica de la clase obrera colombiana, totalmente opuesta a la de los lacayos con los que trataba en las altas esferas.
El 7 de enero de 1948, a las 12 del día, la Unión Sindical Obrera declaró una inolvidable huelga cuyos protagonistas relatan con orgullo.

En efecto, el gobierno intentó quebrar el movimiento ordenado al ejercito que realizara el cargue y descargue en el puerto de Galán. Pero la respuesta popular fue masiva; petroleros, braceros y pescadores se interpusieron con sus mujeres y niños entre la carga y los buques, defendiendo una huelga en la que no estaba de por medio una sola reivindicación económica para los obreros. El proletariado libraba la heroica batalla por la nacionalización del petróleo en representación de toda Colombia. La USO, que diez años atrás parecía más unida y combativa que nunca.

Durante los 57 días que duró la batalla, por todo el país se desplegó la solidaridad popular. Un combatiente de entonces cuenta que “El concejo de Barranca nos tuvo que apoyar. Y todos los días llegaban proclamas a favor de la huelga; las leíamos en los mítines y después salíamos en manifestación gritando: ¡Colombia sí, Troco no!”.

De nada valieron al gobierno las amenazas, ni las golpizas, ni los allanamientos, ni la detención de los dirigentes. La causa patriótica de los obreros se extendió por todo el país, y el prolongado arbitramento que se convocó, falló a favor de la nacionalización. La clase obrera entregaba al pueblo una resonante victoria sobre la Troco y sus agentes criollos, como resultado de la cual se fundó hace veinticinco años la Empresa Colombiana de Petróleos Ecopetrol, de propiedad del Estado.

El primer Poder obrero de nuestra historia.

Antes de que hubiera transcurrido dos semanas de levantada la huelga, el 9 de abril, la oligarquía asesinó en Bogotá a Jorge Eliécer Gaitán, lo que provocó insurrecciones espontaneas por todo el territorio nacional. El pueblo de Barrancabermeja, curtido en muchas batallas y a cuya cabeza esta un proletariado rico en experiencias y de incomparable audacia, se lanzó al combate.

Hoy en día, en cada cuadra hay por lo menos una persona que vivió aquellas jornadas y puede narrarlas emocionadamente: “No se sabía de dónde salían tantas armas, pero lo cierto fue que en horas barranca era del pueblo”, dice un antiguo trabajador petrolero. Las masas eligieron democráticamente un “Comité Provisional Revolucionario Primer organismo de Poder dirigido por la clase obrera en la historia de Colombia, que de inmediato conformó milicias populares y proclamó la toma del Poder, exigiendo la entrega del gobierno nacional. Los humildes desbarataron el orden de los explotadores: tomaron control de la ciudad y enviaron batallones obreros para ocupar la radio, los teléfonos, correos y telégrafos; bloquearon con grandes barriles la pista del aeropuerto, coparon el paso por el Magdalena y se posesionaron de la refinería y el Centro de producción.

Los obreros fabricaron en la refinería tres cañones accionados a la manera de las antiguas escopetas con los cuales desfilaron victoriosas las milicias del pueblo por las calles.

Sin embargo, las condiciones políticas del país no estaban aun maduras para que la revolución triunfara nacionalmente. La rebelión se aplaco en las demás ciudades, y Barranca tuvo que entregar el Poder.
Las formidables jornadas de 1948 en Barrancabermeja constituyen un valioso legado proletario, porque los obreros y las gentes humildes se atrevieron a violar el privilegio de gobierno de sus explotadores y superaron las dificultades, lucharon decididamente, pusieron todo su empeño en demostrar que el futuro les pertenece.

La oligarquía vuelve a hincar su rodilla

El gobierno bipartidista que se conformó a raíz del 9 de abril, extendió como una plaga por todo el país la represión: creó la “Guardia Rural” y la Policía Militar, instauró la censura de prensa, y lanzó una ola de consejos de guerra para condenar sumariamente a sus opositores, entre ellos varios combatientes de la USO, muchos de los cuales tuvieron que pasar a la resistencia guerrillera para enfrentar a los asesinos a sueldo que los perseguían.

Entre tanto, la Troco socavaba la nacionalización del petróleo. En 1951, no entregó la refinería ampliada, como estaba estipulado, ni devolvió la flota con la que operaba en el Magdalena.

La oligarquía, que desplegó todas sus fuerzas en contra de las clases populares, hincó una vez más su rodilla ante los monopolios. Les arrendó la planta de envase por cien pesos al año, les otorgó los derechos de recuperación secundaria de varios yacimientos, y les anexó los equipos, carreteras, plantas de energía, vapor y gas, los talleres, bodegas, comisariatos, restaurantes, escuelas y casas de habitación, además de un hospital y la cantidad de cuatro y medio millones de dólares.

Como si ello fuera poco, Ecopetrol fue obligada a comprar petróleo colombiano a los extranjeros pagando en dólares el 40%, porcentaje que actualmente sube hasta el 75%. En 1957, los obreros dieron la batalla contra el contrato que bajo esas condiciones existía con la Forest, pero el gobierno indemnizó a la compañía con 10 millones de dólares que cargó a la empresa estatal.

El frente nacional y la desnacionalización

La alianza burgués–terrateniente que se ha alternado en el poder durante los últimos 18 años, incrementó la desnacionalización de Ecopetrol mediante onerosos “contratos de asociación” con los monopolios, entre los cuales se destaca la Texas, ahora usufructuaría también del gas de la Guajira. En tales contratos se beneficia a los pulpos con todas las prerrogativas imaginables: exención de impuestos en virtud de la “Cláusula de deducción por agotamiento”, regalías, exención de inspección y registro de sus diversas en el exterior, pago en dólares por parte de la empresa estatal colombiana del petróleo que extraen, alzas mensuales en el precio interno de la gasolina y nombramiento de sus ex funcionarios y beneficiados como directivos de Ecopetrol, empresa a la que los pulpos niegan el derecho de explotar y el de comercializar la gasolina, dejándole únicamente la función de realizar una parte de la refinación.

Ultimamente, los imperialistas vienen utilizando la crisis energética para especular acaparando el suministro del crudo y aumentar sus descomunales ganancias. Dentro de esa estrategia presionan las alzas en el precio del petróleo, alegando que “se desliza” hacia Venezuela y el Ecuador, mientras que de hecho sabotean los equipos de Ecopetrol, como lo denuncia un dirigente de la USO: “En 1963, nosotros fuimos a la huelga porque los agentes de las compañías extranjeras incrustados en las actividades de la empresa dañaban o se robaban los equipos, y después ellos mismos le vendían los repuestos. Duramos peleando 42 días y logramos la destitución de algunos, pero los reemplazaron con otros iguales o peores. Fíjese que en Casabe, por ejemplo, mantienen funcionando pozos casi agotados, mientras que han sellado 600 de buen rendimiento.

Los obreros petroleros libraron su más reciente batalla en 1971, cuando en la Colpet se fueron a la huelga por la nacionalización de las concesiones Barco y Cicuco – Violo, ganándose el apoyo de la población de Tibú y de Cúcuta, que los respaldó con paros cívicos llenos de combatividad, mientras que en Barrancabermeja un cese de actividades contra las violaciones a la convención colectiva y la corrupción administrativa era reprimido a sangre y fuego, en la contienda en que entregó su vida el compañero Fermín Amaya, encarnando con su sacrificio el heroísmo de las luchas del proletariado petrolero.

Un arsenal para las batallas del futuro

López Michelsen demostró una vez más que es títere del poder extranjero, al comprar las instalaciones de la Colpet cuando apenas faltaba un mes para que revirtieran gratuitamente al Estado, y cargar de paso a Ecopetrol con los 650 millones de pesos que el monopolio adeudaba a sus trabajadores, cuyos derechos, arduamente conquistados, quiere ahora desconocer.

Pero el proletariado petrolero de nuestro país ha demostrado desde su nacimiento por qué la clase obrera dirige el proceso de liberación nacional del yugo del imperialismo norteamericano. Sus combates, librados en las más diversas regiones del territorio nacional, han conquistado victorias llenas de invaluables enseñanzas para todos los patriotas. Su experiencia constituye un arsenal poderoso para las batallas futuras de la revolución colombiana, y la sangre que han derramado sus combatientes caídos fecunda constantemente todas y cada una de las luchas que a diario libran las masas populares de nuestro país. Los revolucionarios tendremos siempre presente esta brillante historia, a cuyos protagonistas saludamos emocionadamente, y hombre a hombro marcharemos con ellos hacia la conquista de esa Colombia distinta a la de los explotadores, por la cual se han librado ya tantas contiendas.