El 1° de octubre de 1949 el pueblo chino, luego de desplegar una prolongada y ardua lucha armada, puso fin a milenios de subyugación y explotación tomándose el poder y comenzó a forjar su propio destino emprendiendo la revolución y construcción socialista de su patria. Ha venido realizando así, desde hace medio siglo y bajo la dirección de su líder Mao Tsetung, lo que constituye, como heredero de la revolución leninista de Octubre, el acontecimiento de mayor transcendencia en nuestra época: su larga marcha de transformación, profunda y persistente, de la sociedad y la naturaleza. Haciendo revolución y apoyando al que la hace, este pueblo, laborioso y militante, ha llegado a convertir en un hábito darle repetidos empujones a la rueda de la historia.
CONQUISTAR LA DIGNIDAD
China era antes de su liberación un país pobre y atrasado bajo la coyunda de las potencias imperialistas. Su pueblo, que durante siglos había vivido en abominables condiciones de miseria y opresión, como si estuviese condenado a un eterno lloro y crujir de dientes, aparecía ante los ojos siempre miopes de la reacción como un pueblo enfermizo e ignorante, incapaz y medroso, merecedor, si mucho, de ser sometido a la “justa, progresista y civilizadora” dominación del imperialismo, si a sangre y fuego, mejor. Pero tal soberbia y tales pretensiones tenían su contra. Y cuando “de la nación no quedaba más que la verguenza; y de la tierra, el hambre”, los humildes, por millones, comenzaron a cerrar en puño sus callosas manos y a levantarse en prodigiosa rebeldía. Para ello contaban ahora con un factor determinante: habían surgido ya revolucionarios de nueva textura que comían y vestían igual que los millones de integrantes de la pobrecía, que adaptando sus ideas a la realidad china, esa realidad de “árboles desnudos como la gente que se ve obligada a comérselos”, se dedicaron a precisarle y aclararle a las masas lo que éstas tenían confuso, que, en fin, se empeñaron en convencer y educar a miles y miles, recurriendo tenaz y pacientemente a la persuación y sólo a la persuación, sobre la justeza y el ineludible triunfo de su causa. Estos revolucionarios que únicamente así pudieron asumir la dirección política y que llegaron a la lucha en los primeros años de la década de 1920, eran patriótas iniciando su asimilación del marxismo y el leninismo, y la construcción del partido del proletariado. Ellos encabezados por Mao Tsetung organizaron la gran revuelta que habían emprendido las masas chinas y luego ya no hubo fuerza sobre la tierra que contuviera a unos y otros.
Alrededor del supremo objetivo de conquistar su dignidad, independencia y soberanía se fue formando el amplio frente de patriótas y el rojo ejército de obreros y campesinos que garantizaron el despliegue y el triunfo de la guerra popular librada contra el imperialismo y los reaccionarios chinos.
LA REVOLUCIÓN PROLONGADA
Pero aunque heroica y grandiosa, la conquista de la liberación era “tan sólo el primer paso en una larga marcha de 5.000 kilómetros”. La revolución no puede estancarse en ninguna de sus etapas, ni cesa con la llegada del partido revolucionario al poder. Al contrario, se inicia precisamente allí un proceso de consolidación y construcción plagado de dificultades y con problemas más complejos que en la etapa anterior: la revolución socialista. Y si bien los revolucionarios chinos habían dejado en 1949 una estela de experiencias, cantera de enseñanzas para todo pueblo oprimido, y habían señalado con sus luchas las claves, que son guías y no calcadores, para toda revolución nacional y democrática, la batalla que desde entonces iniciaron iba a revelar algo de mayor alcance histórico y que constituye la esencia de la revolución socialista: la necesidad, una vez tomado el poder, de continuar la revolución con base en el fortalecimiento de la dictadura de clase del proletariado.
LAS MASAS HACIENDO HISTORIA
China representa la permanencia de la revolución. Todos los intentos por paralizarla o desviarla han fracasado: fracasó el bloqueo y los actos de agresión con que el imperialismo yanqui quiso cortarla en flor, fracasó el matrero golpe lanzado por el socialimperialismo soviético contra su economía y su defensa nacional, y fracasaron los designios de uno y otro imperialismo para asaltarla desde adentro y hacerla regresar al capitalismo utilizando reaccionarios y revisionistas incrustados en el gobierno y el Partido Comunista. Para tales resultados, y esto tiene una enseñanza fundamental para la derrota de la contrarrevolución no sólo en China sino en todos los demás países, el camarada Mao Tsetung ha formulado políticas de masas (apoyarse en los propios esfuerzos, el gran salto adelante, la revolución cultural, etc) es decir, políticas cuya realización depende de la participación amplia y activa de las masas.
Son, pues, las masas quienes, respondiendo al llamado de su líder de que la rebelión se justifica, se han movilizado repetidamente contra lo que, con la “autoridad” de lo establecido, acostumbrado, tradicional, estatuido, sagrado o respetable, impida su avance hacia la meta de eliminación de las clases y la instauración de la sociedad comunista, contra lo que, por tanto, sólo merece ser destruído. Y en el impulso a estas movilizaciones aparece Mao Tsetung recogiendo y sintetizando las experiancias, el estado de ánimo y los intereses de las masas (hasta adquirir la calidad de genio que hoy le reconocen no sólo los marxistas y revolucionarios sino también las personas honestas y sensatas de todo el mundo) y atreviéndose a soltar amarras para que la gente sencilla, en espiral revolucionaria, critique y combata, una y otra vez, a sus enemigos. Así, contra la “autoridad” del poderío nuclear imperialista, las masas opusieron su irresistible decisión de lucha; contra la “autoridad” del poderío económico y el bloqueo de las superpotencias avanzaron confiando en sus propias fuerzas; contra la “autoridad” de las costumbres, hábitos y normas tradicionales, promovieron las nuevas relaciones socialistas, y contra la “autoridad” de los sabihondos antiguos como el feudal Confucio y de los nuevos “genios” como los revisionistas Lui Shao-chi y Lin Piao, lanzaron la implacable crítica de la revolución cultural proletaria.
ATENIÉNDOSE A LA LUCHA DE CLASES
Los reaccionarios, y más de un lelo revisionista, han cifrado sus inconfesables esperanzas en que los sacudimientos políticos en China, naturales y necesarios en todo proceso verdaderamente revolucionario, desembocaran en el caos y en el quebrajamiento del sistema económico socialista. Vana ilusión. La revolución no paraliza sino que promueve la producción, y la lucha de clases del proletariado que acompaña la revolución socialista no es freno sino la propulsora del desarrollo de las fuerzas productivas. Basta observar el avance económico durante los últimos diez años, desde los albores de la revolución cultural hasta nuestros días, para comprobar la existencia y el vigor del socialismo vivo, creador, que en China basa su progreso material en la revolucionarización constante de la principal fuerza productiva: las masas trabajadoras; en la revolucionarización incesante de las relaciones sociales.
REVOLUCION MAS PRODUCCION
Lo anterior explica por qué la China lleva trece años de buenas cosechas agrícolas en medio de una gran confrontación de ideas; por qué el área cultivada mediante máquinas aumentó en el doble durante los agitados años de la revolución cultural; por qué en 1974 se multiplica por 2.95 la producción industrial de 1964, y por qué en los últimos diez años, años de aguda y compleja lucha política, el acero aumentó en 120%, el carbón 92%, el petróleo 660%, la energía eléctrica 200%, los fertilizantes químicos 350% y los tractores en 540%. Fue pues, en este período de intensa lucha de clases, estudio, lucha, crítica, discusión y transformaciones, que la producción alcanzó un verdadero auge. Esta construcción socialista sometida audazmente por Mao Tsetung a las leyes objetivas de la lucha de clases como su motor histórico, ha llevado a que la nación china no tenga deudas externas ni internas, los precios se mantengan estables, mejore día a día la vida del pueblo y, rompiendo el bloqueo imperialista, haya establecido relaciones económicas, comerciales y culturales con más de 150 países.
LA VERDAD REVOLUCIONARIA SE ABRE PASO
Aunque en los últimos 26 años ha pasado de país pobre y atrasado a ser socialista y tener una prosperidad inicial, China sigue siendo un país en vías de desarrollo que enfrenta problemas similares a los de los países del tercer mundo y, en consecuencia mantiene con ellos una identidad de intereses en la lucha contra las dos superpotencias. Esta conjunción entre el pueblo chino y los pueblos de Asia, Africa y América Latina ha provocado, naturalmente, la santa ira tanto de los imperialistas yanquis y sus lacayos como de los socialimperialistas soviéticos y sus alquiladizos, quienes torpemente siguen agotando palabrotas en sus calumnias contra China y su líder. Pero esas son cicaterías y las de China son verdades como puños.
INDEPENDENCIA Y NEUTRALIDAD: POSICIÓN ANTIIMPERIALISTA
Rompiendo el cerco que los imperialistas le habían tendido desde el alba de su liberación, China ha establecido relaciones diplomáticas con un centenar de países. Pero lo remarcable en esta lucha por su reconocimiento y la ampliación de sus relaciones es la manera como ha venido configurando una política internacional cuyo contenido tiene validez universal. Tal es la política de independencia y autosostenimiento, paz y neutralidad, que se expresa en los cinco principios que deben regir las relaciones entre los Estados: respeto mutuo a la soberanía y la integridad territorial, no agresión recíproca, no intervención en los asuntos internos de un país por parte de otro, igualdad y beneficio recíproco y coexistencia pacífica.
Estos criterios responden a la causa de la liberación de los pueblos, y de su aplicación consecuente depende el desenmascaramiento y la derrota de los dos imperialismos, el yanqui y el soviético, que hoy compiten encarnizadamente por adueñarse del mundo.
De allí que sea evidente que con la formulación, divulgación y puesta en práctica de dicha política, China continúa haciendo su aporte de vanguardia a la revolución mundial.