«LOS PUNTOS PROGRAMÁTICOS DE SALVACIÓN AGROPECUARIA, MÁS VIVOS HOY QUE NUNCA»

El paro agropecuario en Antioquia

Taponadas principales arterias del suroeste

«Soy un enamorado de estas tierras, pero el banco sigue empeñado en que me saca», dice Esteban Restrepo, joven caficultor de Andes, de la vereda Guaymaral, cuya finca es una de las casi 300 que están para remate en ese solo municipio. La suya es una tierra de ladera trabajada empeñosamente por tres generaciones. Aun cuando el avalúo en catastro pasa de 120 millones de pesos, el juzgado la está feriando al 40% del valor. Ya Restrepo ha tenido que ir vendiendo la maquinaria del beneficiadero para empezar a amortizar la enorme deuda con el banco –62 millones de pesos. En una breve frase resume su tragedia: «Esta finca, mi abuelo la fundó, mi papá la consolidó y yo la estoy perdiendo».

El viernes 27 de julio, durante las jornadas preparatorias en las que Salvación Agropecuaria se lanzó a promover el paro, la Unidad Cafetera Nacional y el Grupo Candela* llamaron a la desobediencia civil para impedir los desalojos y remates que arrancaban esa mañana. Centenares de campesinos se plantaron frente a las puertas del juzgado y coronaron su objetivo.

La victoria infundió más ánimos a los miles de productores, ya resueltos a salir al combate. De las 75 veredas de Andes, estuvieron presentes en el paro delegaciones de cincuenta.

Misa de despedida

Desde esta misma población emprendieron camino el lunes por la noche 45 buses de escalera —cuyo alquiler costó en total trece millones—, con dos mil campesinos provenientes de siete municipios. Monseñor Jorge Álvarez, párroco de Andes, les celebró una misa hacia las nueve y, antes de despedirlos, les impartió la bendición.

Otras diez escaleras, llenas a reventar, trasladaron a la gente de Pácora y Aguadas, Titiribí, Santa Bárbara y Abejorral. Los unos y los otros fueron distribuidos en tres cruces, La Pintada, Puente Iglesia y Bolombolo, taponando los puentes que atraviesan el río Cauca.

El bloqueo entrañaba complejidades de logística, mucho más intrincadas por la severa crisis que afecta a la región. Buscando resolverlas, un grupo de activistas de Salvación Agropecuaria recorrió las veredas durante dos semanas en colecta de víveres. La USO, Adida, el movimiento sindical y la Cooperativa Cafetera Municipal de Andes, la mayor de su clase en el país, le brindaron al paro un fuerte apoyo financiero. Salvo contadas excepciones, los alcaldes del suroeste también prestaron su valioso concurso.

En el transporte y ayuda solidaria sobresalió el Grupo Candela, con Luis Norberto Restrepo a la cabeza. Seis de sus líderes, propietarios de fincas, le donaron al comité preparatorio quince reses y cinco cerdos.

El comité estuvo integrado, en representación de Unidad Cafetera, por Eugenio Ramírez, su presidente en el departamento, y Jorge Gómez, coordinador. Por Andes, Luis Norberto Restrepo, Jorge Escobar y Gabriel Gaviria. Por Támesis, Bernardo Restrepo y Javier Jaramillo. Por Pueblorrico, Noé Velásquez y Silvio Foronda. Por Tarso, Edith Nora Arcila y Emiro Valle. Por Betania, Pablo Álvarez y Johann Sánchez. Por Jardín, Nabor Giraldo y Gustavo Araque, y por Aguadas, Caldas, Aurelio Ramírez.

Al frente de los cuatrocientos indígenas embera-chamíes estuvieron el gobernador del Resguardo de Cristianía, Amado Carupia, y los dirigentes Rosa Elena Yagarí y Albeiro Tascón.

Arremete la policía

El paro en La Pintada se inició a medianoche, el martes 31. Todo ese día se mantuvo el bloqueo, pese al continuo hostigamiento.

Durante la segunda madrugada, la fuerza pública lanzó una operación envolvente con tres tanquetas y doscientos antimotines. La tensión siguió en alza hasta las seis y media de la mañana. A esa hora, el coronel amenazó por el micrófono: «Les damos diez minutos para desalojar». Transcurrido este plazo, volvió a oírse su voz por el parlante: «¿Qué respuesta me tienen?» En las carpas, allí delante, se escuchó un grito unánime: «Nos quedamos aquí». La policía, de inmediato, cargó contra la gente, saturando de gases la calzada y arrasando cambuches y fogones. Allí quedaron detenidos Jorge Gómez, la indígena embera Emilse Panchí, Javier Gaviria, Antonio Noreña, Mónica Franco y Viviana Restrepo.

La arremetida sembró algún desconcierto en los momentos iniciales, pero la multitud tornó a agruparse y taponó otra vez la carretera. Desalojados de un trayecto, los campesinos volvían a instalarse a pocas cuadras.

El jueves 2 de agosto, hacia la una de la tarde, irrumpieron de nuevo las tanquetas, lo que obligó a la gente a retirarse a unos potreros aledaños. El paro agrario en La Pintada logró llevar su resistencia hasta el viernes 3 de agosto a las dos de la tarde.

En Bolombolo, el martes, la policía entró a patadas y a bolillo, apoyada por las tanquetas, y alcanzó a despejar la carretera, aunque los dos millares de personas permanecieron agrupados coreando consignas y exigiendo negociación. Después de larga puja se llegó a un primer acuerdo con el coronel Galvis, que mandaba el operativo: cinco minutos cada hora, sería abierto el paso.

El miércoles, temprano, se apareció el coronel Arias y ordenó destruir fogones y cambuches. Gabriel Gaviria y algunos otros líderes se acercaron a protestar por el incumplimiento del acuerdo, y entonces Arias les gritó:

—Traigo una orden presidencial y me importan un c… los negocios que hayan hecho con Galvis.

—No es sólo Galvis, coronel –le replicó Gaviria—. Los alcaldes son los garantes del acuerdo. Vamos a hablar con ellos.

—¡Ja! Los alcaldes valen huevo.

Dos concejales de Andes, Manuel Felipe Suárez y Jaime Henao, intentaron reunir a la gente un kilómetro más allá, sobre la ye que sale hacia Concordia, pero la policía lo impidió.

El alcalde de Andes, Jaime Arbeláez, llegó poco después con las volquetas del municipio a trasladar a los labriegos de regreso a sus casas.

Buen balance

El séptimo aniversario de la muerte de Francisco Mosquera, el jefe del MOIR, se conmemoró frente al puente de La Pintada la noche del miércoles 1º de agosto. Ante los más de mil agricultores que ocupaban la vía, Jorge Gómez, el secretario regional, se trepó encima de un vehículo y desde allí explicó quién era el dirigente fallecido y por qué se exaltaba su memoria. Como cierre del acto resonó por el río Cauca la hermosa música de La Internacional, himno desconocido para la mayoría de la gente.

Dirigentes de Unidad Cafetera y otras agremiaciones hicieron un balance del paro. «Avanzamos en combatividad, conciencia y organización», expresa Rigoberto Hernández, de Unidad Cafetera de Andes. «Para todos nosotros fue una experiencia diría que invaluable —anota Héctor Darío Rendón, secretario de la Liga de Usuarios del mismo municipio—. Aprendimos muchísimo, entre otras cosas, a distinguir al enemigo».

«Quedó muy arraigada entre la gente la convicción de que el único método correcto es el de la lucha de masas —dice Gabriel Gaviria—. Para el próximo paro, lo que nos proponemos es atraer mucho mayor fuerza».

Un trovero profesional, Gustavo Zapata, que animó la jornada en Bolombolo desde la medianoche del martes, evoca emocionado: «Fue muy bella esa convivencia y enorme el espíritu de solidaridad que uno veía en los fogones».

Marino Zapata, dirigente de Asocomunal de Andes, que reúne 74 juntas, recuerda que al principio se creó cierta confusión. «Cuando la policía cargó contra nosotros, los ánimos fluctuaban entre el asombro y el temor, pues nadie imaginó que fuera a ser tan agresiva. Pero después la gente logró sobreponerse y continuar la resistencia. Hombre, y resulta que ahora a todo el mundo como que se le abrieron las ganas de seguir reclamando los derechos».

Luis Norberto Restrepo comenta: «Es la primera vez que tomo parte en un paro agropecuario de estas magnitudes, y me causó sorpresa e indignación el modo tan salvaje como el gobierno atropelló a los campesinos, congregados de manera pacífica. El desorden lo puso fue el gobierno. La policía se robó la comida, nos averió los carros y nos quemó los maletines donde traíamos la ropa. Eso fue un acto de barbarie».

También Jaime Arbeláez, el alcalde conservador de Andes, censuró lo excesivo del ataque y apoyó como justos los principales puntos de Salvación Agropecuaria.

«¿Cuándo vamos p´al otro?, es lo que a uno le preguntan en el campo», resume Luis Norberto Restrepo.

* Cafeteros de Andes, hoy Grupo de Apoyo Cafetero del Suroeste.


La crisis tocó fondo entre los productores de Andes. Cunde la desocupación. Los bancos de la plaza permanecen vacíos, cierran cada semana decenas de negocios y, en los medios rurales –salvo en cosecha cafetera–, tan sólo una persona de cada cuatro goza de algún empleo, así sea por dos o por tres días a la semana. Tan grave es lo que ocurre, que multitud de jornaleros cumplen las ocho horas sólo por la comida.

Se ha perdido la dieta básica o, en más crudas palabras, el campesino está aguantando física hambre. Por lo costoso del transporte, el campesino casi no usa ya las escaleras para bajar al pueblo. No pocas veces, una sola persona, en mula o a pie, hace el mercado para varias familias.

El trueque es habitual, como en la Antigüedad. El campesino cambia su pancoger por azúcar y aceite, legumbres y revuelto.

Cada fin de semana, los carniceros hacen lo que ya se conoce como la polla de la carne. A cincuenta, cien y doscientos pesos la boleta, según la calidad, se rifan unos kilos entre los centenares de familias.

33 bloqueos en todo el país durante el paro agropecuario

«Cuando el departamento de Boyacá, la cuna de la libertad, sale a la lucha es porque algo profundo está ocurriendo», manifestó Tarcicio Cuervo, líder de los pequeños y medianos papicultores que lograron paralizar por ocho días la carretera Bogotá-Tunja-Bucaramanga, en cercanías de Ventaquemada.

Hubo también bloqueos en Moniquirá, Togüí, Belén, Saboyá y San José de Pare, en Boyacá; Barbosa, Cite, Puente Nacional, Oiba y San Gil, en Santander; Sincerín, corregimiento de Arjona, en Bolívar; El Palo, en Caldas, con participación de trece municipios; Timbío, en Cauca, con delegados de ocho poblaciones, dirigidos por Agropemca, que reúne a los pequeños y medianos agricultores; La Virginia, en Risaralda, con labriegos de dieciocho localidades y la presencia del Consejo Regional Campesino, las comunidades indígenas y el Comité de Ganaderos; La Ye, Puente El Patá, El Tejar, Timaná y Puerto Seco, en Huila, donde más de diez mil agricultores mantuvieron el paro durante dieciocho días; Chachagüí y El Pilón, en Nariño; Calarcá, Quindío, sobre la vía que sube hacia La Línea; Lérida, Fresno, Cajamarca y Saldaña, en Tolima, este último hasta el viernes al mediodía; Villeta, Villapinzón y Sibaté, en Cundinamarca, y La Pintada, Puente Iglesia y Bolombolo, en Antioquia.

Con diez tractores y buen número de vehículos, los maiceros de Córdoba organizaron una marcha en Cereté. También con sus desmotadoras y tractores desfilaron por la capital del Cesar los arruinados algodoneros, quienes mostraron la dramática bancarrota de la producción, que cayó de 70 mil hectáreas a sólo 1.200 este año. Los agricultores del departamento del Magdalena organizaron resonantes marchas en Aracataca, Fundación, Ciénaga y Santa Marta.

En el Valle del Cauca, se hicieron mítines sobre la vía a Palmira y en la doble calzada que conduce a La Paila.


El 1o. de septiembre, en Ibagué, sesionó la junta directiva de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria, con la presencia de 146 delegados en representación de 34 organizaciones. Los asistentes convinieron en centrar sus esfuerzos en las tareas de crecimiento, con el fin de ir paso a paso consolidando la propia fuerza. Aprobaron por unanimidad dar vía libre al Congreso de Fundación de la Unidad Nacional de Papicultores, que tendrá lugar en el departamento de Boyacá, en el mes de noviembre. Y, como aspecto cardinal de las conclusiones, acordaron por unanimidad convocar el Congreso Nacional Agropecuario, que será el más amplio y unitario de que se tenga noticia en la historia de Colombia.

Instaló la junta nacional el presidente de Salvación Agropecuaria, Ángel María Caballero, quien a lo largo de su discurso declaró:

«Los puntos programáticos que enarbolamos durante el Paro Nacional Agropecuario siguen más vivos hoy que nunca».

«Se han perdido en el campo un millón de empleos y se ha dejado marchitar la producción nacional, al irla remplazando por alimentos extranjeros. No están creciendo ni el café, ni el arroz, ni las exportaciones de banano. Entonces ¿cuál reactivación?»

«A países como Colombia, la Organización Mundial del Comercio los obligó a eliminarle al campo los subsidios, pero la misma OMC permite que los productores de Estados Unidos y otras naciones ricas sigan disfrutando de ellos».

Al rematar su enérgica denuncia con un rechazo al Plan Colombia, Caballero llamó a emprender por todo el país una jornada de protesta contra el ALCA, el acuerdo de libre comercio impulsado por Estados Unidos y que le dará el puntillazo a la producción nacional.

El paro en Villeta, Cundinamarca

36 horas de altiva resistencia

Disparadas a ras y a lo más denso del gentío, las cuatro latas salieron a presión y anegaron el sitio con humo lacrimógeno. Los mil perplejos campesinos, que por primera vez sentían su escozor, se replegaron hacia arriba, doblados de la asfixia. Tras quedarse al acecho unos minutos, la gran tanqueta negra embistió recia contra la barricada, quitando con la pala los gigantescos bloques de concreto, y enfiló hacia el rellano, seguida de no menos de cien antimotines. Eran las cuatro y once de la tarde. Agrupándose en torno a los cambuches, la multitud se quedó inmóvil, todo el mundo a la expectativa.

Desde dentro de la tanqueta, el coronel dio dos minutos por el altoparlante. Nadie pareció oírlo, y el robusto aparato, en viva arremetida, se metió entonces dando giros a destruir las enramadas y a tirar por el suelo los fogones, donde en indios inmensos humeaba el almuerzo.

Las filas de camiones calentaron motores y empezaron a circular en ambas direcciones. Justo en aquel instante, un tropel de muchachos se volcó a hostilizar a los choferes, ocupando un trayecto de la vía, y el coronel, al darse cuenta, se lanzó a perseguirlos. Un error infantil, pues al irse escudando a los camiones, atraído como una mosca por los grupos de jóvenes que se alejaban hacia el alto, el genial estratega en la tanqueta se aisló de sus líneas. Cuando advirtió su yerro, ya estaba distanciado por lo menos quinientos metros. En la parte de abajo, mientras tanto, otros piquetes de activistas, aprovechando la ocasión, obligaron a seis choferes a atravesar sus mulas. Eran las cuatro y veinticinco.

Tanqueta y coronel quedaron encerrados entre las filas de camiones y en un recodo muy estrecho. El resto de su fuerza, bastante dividida, no tuvo más remedio que desplazarse hacia el rellano.

Cuando el brioso piquete de muchachos llegó corriendo a dar el parte, se oyó un fuerte rugido de alegría. Los cientos de labriegos, que formaban ahora una herradura frente a la débil línea policial, no cabían en sí de excitación. En cosa de minutos, la derrota se les había transformado en victoria.

Don Anatolio, «berraco y con más ganas»

Por la unidad, por la denuncia, por la presencia altiva en los bloqueos de millares de mujeres y hombres, la airada protesta de Salvación Agropecuaria cumplió sus objetivos iniciales.

No fue menor el éxito de la acerada propaganda. Desde varias semanas antes, la noticia se regó como pólvora por todo el Gualivá. Se repartieron boletines, se pegaron carteles, se hicieron asambleas, se predicó en los púlpitos, se habló en las emisoras. Impulsándose al eco de los altoparlantes, que atronaba en los cerros, camionetas y yips se perdieron a veces por trochas sumergidas en caña panelera. Tan grande fue el impacto, que en varias reuniones, ya todo el vecindario en plan de broma, se empezó a hablar en clave.

—Aquí en Cocunche –preguntaba don Isaac, al hacer el listado de los participantes— ¿quiénes son los que el martes van a ir a la fiesta donde don Anatolio?

Y, en lógica chuscada, los paisanos que no habían podido ir al bloqueo lo atajaban por el camino, al sábado siguiente:

—Y qué, don Isaac —le preguntaban, socarrones—, ¿salió don Anatolio muy aplanchado de ese baile?

—No, aplanchado no –les respondía el dirigente—. Lo que salió fue muy berraco ¡y con más ganas!

***

Cristoviejo. Miércoles, 1º de agosto, dos y media de la mañana. Baja del cerro un viento frío y una lluvia ligera cae sobre las carpas. Decenas y decenas de personas se encuentran dormitando, tendidas sobre plásticos, pero algunas prefieren levantarse y se arriman a los fogones a calentar el cuerpo. En dos o tres de ellos se está sirviendo apenas la comida. Es otra vez sancocho, el plato de las huelgas, pero con buena carne, obsequio del comercio de Villeta. «Se puede repetir», anuncia a gritos la patrona.

Resguardados bajo un alero y hablando entre susurros, un puñado de hombres aquilata el qué hacer cuando despunte la mañana. Y en vívido contraste, a unos metros, Chucho ajusta dos horas ensartando sin pausa chistes verdes, todos algo subidos y aclamados con gritos exultantes y explosiones de risa.

Guitarra en mano y afinando las voces, se preparan Arcadio y don Vicente.


La provincia panelera del Gualivá madrugó el martes 31 de julio a la importante cita en Cristoviejo, una explanada que da a la carretera Bogotá-Medellín, dos kilómetros arriba de Villeta.

Útica estuvo encabezada por John Ávila, presidente del Concejo. Villeta, por Guillermo Gaitán. Quebradanegra, por Jesús Romero y el concejal Jairo Hernández. La Vega, por Carlos Cruz. San Francisco, por el párroco Luis Eduardo Orjuela, quien llegó a la cabeza de dos buses. Nocaima, por el ex alcalde Hernando Gaitán y los dirigentes Noralba Gaitán, Isaac Pinzón y Elvira Urrea. Vergara, por Alcira Velásquez. Nimaima, por Hernando García, y La Peña, por José Miguel Garzón y Luis Hernández, presidente del Concejo.

La resistencia se prolongó hasta el miércoles 1º de agosto, a la dos de la tarde, cuando los cientos de labriegos fueron desalojados por policía antimotines e infantería del ejército, apoyadas por la tanqueta lanzagases y por un tanque cascabel con ametralladora punto 50. En los desmanes policiales del martes resultaron heridos Libardo Martínez, de Villeta, y Luis Ángel Muñoz, de Quebradanegra