Jorge Gómez, secretario regional del MOIR en Antioquia, durante el sepelio de Elkin Darío Machado, dirigente de la Juventud Patriótica, el 26 de enero de 2001, en Envigado)
Hoy, cuando debiéramos estar diciendo adiós a un camarada con lágrimas en los ojos, estamos pronunciando un sonoro hasta siempre, para quien inundó el mundo que lo rodeaba de alegría, entusiasmo y optimismo revolucionarios.
Y si somos consecuentes con lo que Elkin representó en vida, deberemos convertir nuestro dolor en fuerza para recoger sus banderas y llevar a cabo las tareas que la muerte, la inexorable ley que la vida lleva en su seno, le impidió continuar.
Estamos viviendo en nuestra patria pesadillas que casi nadie imaginó posibles. Ayer nada más, los medios de comunicación registraron la pavorosa noticia de que madres campesinas, compatriotas nuestras, habitantes de la zona limítrofe entre Cauca y Nariño, salen masivamente a la Vía Panamericana a mendigar y, en muchas ocasiones, prefieren regalar sus hijos a desconocidos antes que dejarlos allí condenados a la más humillante, aberrante e indignante miseria.
La dominación imperialista sobre nuestra patria, en la denominada globalización o apertura económica —que, como dijera con impresionante capacidad de síntesis el fundador del MOIR, Francisco Mosquera, no es otra cosa que la forma que adopta la política de recolonización del planeta por parte de Estados Unidos—, destruye nuestro aparato productivo y presenta indicadores económicos de espanto. En el Chocó, por ejemplo, como en las épocas de la barbarie primitiva, hay familias comiendo hierba para no perecer de inanición.
Que el país está mal, su industria en bancarrota y su agricultura en la ruina, no es una fantasía de terror inventada por el MOIR; como tampoco lo es que se pondrá mucho peor de seguir con la misma política al mando.
No es una cantaleta testaruda persistir en la idea de estimular la resistencia popular contra las odiosas secuelas de la dominación imperialista, y en la política de conformar el más amplio frente patriótico de lucha para derrocar a la pandilla minoritaria que controla el poder en su beneficio y en el de los monopolistas norteamericanos.
Por ello no fue una obsesión sin sentido la pasión con la que Elkin se dedicó a la causa de la revolución y a la construcción de nuestro Partido. Su nombre fue sinónimo de trabajo constante y sin pereza, de tesón y de persistencia ejemplares y, principalmente, de concordancia entre el pensar y el hacer, entre el dicho y el hecho, entre las ideas y su práctica. Entre la proclama de amor por los oprimidos y el trabajo para guiarlos en la lucha por salir de esa condición.
Elkin tuvo desde la infancia serios quebrantos de salud. Graves enfermedades lo acompañaron durante su breve pero fructífera existencia. Así y todo, hacía más que cuatro o cinco sanos juntos, de esos que abundan en Colombia, incluso en nuestras propias filas, quienes es más lo que dicen que lo que hacen.
Murió en su ley. Esta semana fundó en Marinilla el primer Comité por la Defensa de la Educación Pública, con maestros, estudiantes y padres de familia, y manifestó que lo hacía, entre otras cosas, para darles ejemplo a muchos dirigentes sindicales del propio magisterio.
Fue punta de lanza de la Juventud Patriótica en la Universidad de Antioquia. Allí se destacó por su brillante debate contra las posiciones oportunistas de izquierda que han predominado en el movimiento estudiantil y, consecuente con ello, fue un incansable impulsor de la organización estudiantil.
Elkin era alegría revolucionaria pura. Las tareas las acometía de verdad, y las acompañaba de un entusiasmo contagioso. Sembró una semilla, dejó una huella, marcó un camino.
Quienes le sobrevivimos tenemos la obligación de no traicionarlo, de no permitir que el paso de los años borre esa huella o que la pasividad haga que se marchite lo sembrado por él.
Laura y Teresa, Pacho e Hilda: la familia no se les disminuyó. Hoy, por el contrario, se les acrecentó con todos lo que hoy juramos no permitir jamás que lo que Elkin soñó se quede en un sueño, porque convertiremos en la contundente realidad de la revolución colombiana lo que él venía haciendo con pasión y alegría.