El maestro Germán Arciniegas: HISTORIADOR DE COLOMBIA Y DE AMERICA

Por Guillermo Alberto Arévalo

La única vez en la cual los redactores de Tribuna Roja tuvimos oportunidad de conversar durante un buen rato con Germán Arciniegas, fallecido a comienzos del pasado diciembre, en vísperas de su centenario, fue en su casa, cuando nos recibió para intercambiar opiniones sobre diversos aspectos de la vida colombiana. A todos nos sorprendió que un hombre de más de noventa años, casi sordo y casi ciego, y que por ello, nos manifestaba, había renunciado a sus dignidades académicas, hablara con tal lucidez. Dialogamos acerca de la situación del país, en contra de los neoliberales, y nos resumió algunas de sus ideas sobre la importancia de América –y de Colombia—en el decurso de la historia del mundo occidental. Nos preguntó por amigos comunes, combatientes de la resistencia afgana contra la ocupación soviética, como el poeta Abdul Yamani. Y vivaz, como siempre lo fue, nos advirtió que no se dejaría “encasillar” por el MOIR. “Lejos de nosotros semejante pretensión”, le contestamos, y lo celebró con risas. Pues en verdad, nunca dejó que nadie lo hiciera. Germán Arciniegas proclamó en todo momento su ideología liberal. Pero tampoco se dejó “encasillar” por la multitud de políticos liberales que se disputaron y siguen disputándose su nombre como bandera.

Arciniegas se conoció con nosotros a raíz de la invasión socialimperialista de la extinta URSS a Afganistán. Entonces participamos conjuntamente en conferencias y reuniones de denuncia. Tuvimos algunos otros contactos y él fue destinatario de una carta pública escrita por nuestro fundador y secretario general, Francisco Mosquera, con motivo de la rapaz destitución que el gobierno de César Gaviria le hiciera (a favor de su esposa, Ana Milena, bautizada por Arciniegas como la virreina) de la presidencia del comité que conmemorara los quinientos años del Descubrimiento de América. Y fue nuestro cordial amigo.

Vida de trabajo por América

Germán Arciniegas fue un testigo excepcional del siglo XX en Colombia. Y un ejemplar e infatigable escritor. Los más de sesenta volúmenes que componen su obra así lo testimonian. Había nacido en Bogotá, el 6 de diciembre de 1900 y, ya en 1932, en Madrid, España, vio la luz su primer libro, que tendría resonancia internacional: El estudiante de la mesa redonda. Desde 1918, cuando fue elegido secretario de la Federación de Estudiantes Colombianos, había entablado relaciones con los dirigentes que en todo el continente defendieron las ideas de la Reforma Universitaria originada en la ciudad de Córdoba, Argentina, la cual se propagó desde la Patagonia hasta la frontera norte de México, procurando la libertad de cátedra y la autonomía universitaria. Cuando se desempeñó como ministro de Educación, se mantuvo fiel a esos postulados.

En la década de los veintes fundó y dirigió la revista Universidad, que tuvo decisiva influencia sobre su generación, como innovadora de ideas, medio de actualización para la intelectualidad colombiana y vehículo de difusión de los más jóvenes valores literarios, artísticos y culturales de entonces. Aquello le despertó una pasión por las aventuras editoriales. Dirigiría entre 1940 y 1990 la Revista de Indias, la Revista de América, Cuadernos y Correo de los Andes. Ello sin contar con su participación en SUR, una de las publicaciones más influyentes del siglo XX en el ámbito hispanoamericano, desde cuyas páginas suscitó memorables controversias.

También se desempeñó el maestro como catedrático, no sólo en Colombia sino en muchos países de su querida América y Europa; incluso fue rector universitario. Y cuando le encargaron embajadas, las aprovechó con intensidad para ampliar su conocimiento del mundo. Famoso fue su fervor hacia personajes como Américo Vespucci, o por las esquivas damas que fueran símbolos del Renacimiento italiano. Pero ello jamás le impidió reflexionar acerca del presente de América. En 1952, por ejemplo, muchos gobiernos censuraron su libro Entre la libertad y el miedo, que constituía una denuncia de las tropelías de las dictaduras militares. Tal actitud le generó incontables enemistades, pero también la simpatía de los lectores, quienes impulsaron la reedición de sus libros. Unos cuantos de sus amigos y corresponsales fueron Gabriela Mistral, José Vasconcelos, Victoria Ocampo, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Eduardo Mallea, Macedonio Fernández, Ramón Gómez de la Serna, Víctor Raúl Haya de la Torre, Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges, Stefan Zweig y Miguel Otero Silva.

Personaje polémico

A propósito de la batalla de Palonegro, que culminó la Guerra de los Mil Días, Arciniegas dijo que a la pirámide de calaveras formada por los campesinos “como testimonio de la pelea” sólo le faltaba un gallinazo que se parara “sobre el cráneo del vértice, y mentalmente se ponía un letrero debajo que dijera ‘Libertad y Orden? Y quedaba retratado el escudo nacional”. A Eduardo Santos le escribió que “en Colombia se puede decir todo, menos la verdad”. El poeta mexicano Carlos Pellicer le dedicó sus versos contra Teodoro Roosevelt y contra el imperialismo gringo. El “Che” Guevara leyó y comentó y criticó su clásica Biografía del Caribe.

Arciniegas tomó posición del lado de José Antonio Galán cuando se desató el debate a propósito del bicentenario de la insurrección de los Comuneros del Socorro, pioneros de nuestra independencia, la cual él valoraba tanto o más que el Descubrimiento. Igualmente reivindicó la trascendencia histórica de Francisco de Paula Santander.

Germán Arciniegas estuvo en el centro de muchísimos debates. Trasegó por los mundos de la política, la historia y la cultura, siempre con la convicción de que Nuestra América –como la llamara José Martí— sí ha jugado un papel determinante en el decurso del desarrollo de la humanidad.