Apartes del pronunciamiento del Frente de Educadores Tribuna Magisterial, Bogotá, 2 de octubre de 2003.
Todos a una hablan de la defensa de la educación pública. Desde los más encumbrados funcionarios del régimen uribista que han tomado la determinación política de acabarla hasta aquellos que, estando llamados a defenderla consecuentemente, caen en el garlito de la política oficial y adoptan una actitud complaciente con las decisiones gubernamentales; a veces de abierta defensa de las normas expedidas, o de expositores de oficio de las disposiciones emanadas, o de sospechosa indiferencia ante sus devastadores efectos.
En el Foro Nacional veremos a los voceros del uribismo, con insistencia invitados de honor, llenos de cinismo, exponiendo la bondades de la nefasta «Revolución Educativa» en medio de los aplausos de la concurrencia, cuando lo merecido sería una descomunal rechifla. También a los reencauchados personajes de la Constituyente Educativa derrotados en 1993 por su oposición a la ley Generad de Educación, insistiendo en volverla a realizar para desarrollarla «desde la lúdica, la magia, el erotismo, la afectividad, la solidaridad humana, la creatividad, la fantasía y la alquimia cognitiva» para contrarrestar con ella «los dispositivos simbólicos que garantizan el proceso de dominación» y buscar con ahínco la ‘novísima’ receta de «la autogestión institucional», terminando en la paradoja de realizar un foro «por la defensa de la educación pública», teniendo como protagonistas a quienes se han dedicado a desvirtuar el significado de lo público y han usufructuado la privatización de la educación.
Igualmente veremos a muchos otros personajes hablando con fatal sentimiento de la inevitabilidad de la globalización pues «En el ámbito mundial la globalización requiere de una dinámica educativa que construya las bases comunes para ella y para ello se va tomando su realización a través de nuevas reformas educativas en un nuevo esfuerzo de modernización y reorganización de los sistemas educativos nacionales coherentes con una escuela y una educación más afines a los caminos que toma la globalización» y que por tanto lo que corresponde no es oponerse sino acoplarse; de la «pluriculturalidad», para negar la unidad nacional; del llamado al magisterio para que se refugie en la discusión pedagógica; de la necesidad ineludible de construir un modelo educativo alternativo que sea adoptado en concertación con los verdugos; de la obsolescencia de los sindicatos y de lo arcaico que aparece el método de la lucha, el paro y la movilización.
Escucharemos los exordios a que, en las actuales circunstancias, la labor del Movimiento Pedagógico sea rescatar el viejo espíritu de conciliación con el que surgió en el año 1982, argumento con el cual pretenden introducir al magisterio en los desvaríos pedagogicistas como un mecanismo de escape para justificar la actitud de claudicación; cuando en verdad, si el movimiento pedagógico quiere cumplir un papel acorde con la necesidad de afrontar toda la arremetida del neoliberalismo y el imperialismo contra la educación y los maestros, no tiene camino distinto al de someter a profunda crítica a todas estas teorías pedagógicas y a reivindicar al lado de los sindicatos el derecho a una educación nacional, científica y que sirva a los intereses de las amplias masas.
Y veremos a la actual dirección mayoritaria de Fecode, proclamando la defensa de la educación pública, a pesar de que desde mucho antes de ser elegida en octubre de 2002, había decidido hacer de la conciliación y la claudicación ante el gobierno su razón de ser en el movimiento sindical. Esta determinación terminaría colocándolos en la defensa y justificación del nuevo asalto a las pensiones contenido en la ley 797 de 2003; en la celebración, cual gran victoria, del Plan de Desarrollo de Uribe Vélez, y en la pasada de agache ante la expedición de cada uno de los decretos reglamentarios de la nefasta ley 715, que, uno tras otro, golpean de manera sistemática los derechos históricos del magisterio y de la educación pública. Jamás, en la historia de la organización sindical el magisterio había estado tan confundido y desorientado, tan falto de dirección y su cúpula dirigente reducida, voluntariamente, a estado tan lamentable de marginamiento en las definiciones trascendentales que tienen que ver con la educación pública y nuestros derechos.
En estas circunstancias, un foro de tal naturaleza no tiene razón. Lo que se ha planteado como justificación del mismo no va más allá de la recolección de elementos para la confección de un supuesto pliego de la comunidad educativa y para elaborar la llamada ley estatutaria de la educación. Uno y otro objetivo son muestra fehaciente de los desvaríos de la actual dirección de Fecode. Con el primero terminan por reconocer y aceptar la vieja cantaleta del gobierno y las clases dominantes en el sentido de que Fecode no puede ser vocera legítima de la comunidad educativa y por tanto, aceptan expresa y voluntariamente su total marginamiento; con el segundo, creen que pueden, en las actuales circunstancias del Congreso, dominado por la aplanadora uribista, presentar un proyecto de ley que regule el derecho a la educación.
En nuestra opinión, desde el punto de vista de una organización sindical como Fecode, no puede haber una defensa consecuente de la educación pública, si esa intención no va acompañada de la decisión de lucha, confrontación y resistencia. Creer lo contrario, es terminar en el lamentable papel de asistir impotente e impávida al desmantelamiento sistemático de la educación pública, limitándose a expresar balbuceos insulsos sobre los desacuerdos con normas y decretos que el gobierno proyecta, expide y aplica sin consideración alguna. La única manera de frenar la ofensiva del régimen uribista es que la dirección nacional del gremio asuma el papel que le corresponde, con la convicción de preparar y llamar al magisterio y a la comunidad educativa a una gran batalla de orden nacional.