Salvación Agropecuaria asiste a reunión en Brasil
Por Aurelio Suárez Montoya
Dentro de un aparente programa masivo de difusión del ALCA, se celebró en Sao Paulo, Brasil, una reunión llamada «De los representantes gubernamentales con la sociedad civil», para abordar el Capítulo de Agricultura en este Tratado. Es la primera de varias que se realizarán sobre distintos tópicos; la próxima, en Chile, será en septiembre sobre los servicios.
Resulta extraño que después de ocho años de negociaciones y de más de siete foros empresariales, dominados por los consorcios multinacionales, cuyas propuestas se han convertido en letra sagrada del Acuerdo, se convoque con carácter de «convidados de piedra» a quienes jamás han sido escuchados y que precisamente habían sido excluidos en todo el proceso. Es claro que con estos intercambios de ideas, que en nada se atienden, se pretende subsanar formalmente el secreto y la privacidad que han regido al ALCA durante casi una década.
La asistencia de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria, ANSA, invitada para la ocasión por organizaciones sociales del Brasil, ayudó a conocer de primera mano algunos asuntos deformados aquí por los voceros oficiales o por ciertos medios interesados en confundir a la opinión. El más importante de ellos: la posición norteamericana, que entre nosotros es presentada como magnánima. En la intervención de los voceros gringos, Bob Stallman –presidente de la mayor federación de productores agrícolas de ese país–, John Hardy, de la porcicultura, y una representante de la industria estadounidense de alimentos y bebidas, no se vio evidencia alguna sobre los presumibles beneficios que recibirá América Latina, como dicen con tanta ceremonia los neoliberales.
El primero de los mencionados, al reclamar la reducción de los aranceles en los demás países del Continente, destacó que Estados Unidos no debería disminuirlos más porque ya los tenía muy bajos. Advirtió Stallman que los subsidios oficiales, de los que disfrutan él, sus asociados y las firmas exportadoras gringas, no se eliminarán en el ALCA. Notificó a los presentes que los subsidios sólo serán fruto de negociación en el seno de la OMC, e invitó al resto a acudir con su concurso a este último Foro para enfrentar a los europeos en dicha materia. Al terminar su exposición, Stallman reiteró la importancia del ALCA para los países del Sur, pues el Acuerdo de Libre Comercio les facilitará adquirir la «comida barata» producida en Norteamérica. Una extraña coincidencia con los argumentos en favor del ALCA del consejero presidencial de Colombia, Rudolf Hommes.
Míster Hardy, el segundo de los voceros gringos, conminó que el sector que representaba no cedería en el mantenimiento de los controles sanitarios y fitosanitarios para toda importación de cárnicos hacia su país. Y la representante de la agroindustria de Estados Unidos exigió perentoriamente acceso para sus productos con valor agregado. Al igual que Stallman, la dirigente gremial denunció con altanería los excesivos aranceles de los demás países y, concretamente, demandó que sean suprimidos cuanto antes los mecanismos de franjas de precios (como los aplicados por la Comunidad Andina), con lo cual también coincidió con el asesor Hommes y sus estudios de cabecera, quien califica tal instrumento como defensa de los «ineficientes» y los «pechugones». Curiosamente, la vocera de los monopolios terminó su intervención halagando a los brasileros, al insinuarles que «desearía ver el azúcar del Brasil en Estados Unidos».
Y, precisamente, el sector agropecuario brasileño estuvo dividido en torno al ALCA en la reunión de Sao Paulo. Por un lado, los movimientos campesinos, encabezados por «Los sin Tierra», que han entendido que el ALCA atenta contra la soberanía alimentaria de las naciones latinoamericanas sometidas a competencia desigual en cereales, avicultura, aceites vegetales, granos, lácteos y arroz, entre varios géneros indispensables de la dieta básica. Así lo consignaron «Los sin Tierra» en una constancia que suscribieron doce agremiaciones, entre ellas Salvación Agropecuaria de Colombia, y en la consulta social en la cual diez millones de brasileños dijeron sin ambages: ¡NO al ALCA!
Del otro lado estuvieron en Sao Paulo los representantes de los grandes productores de frutos tropicales (azúcar, café y soja). Éstos se declararon fervientes partidarios del ALCA, demandaron celeridad en las negociaciones y llamaron a olvidarse del tema de los subsidios agrícolas. «Tengo 150 mil corteros de caña y quiero 300 mil», exclamó un vocero del sector azucarero de Pernambuco. Los grandes industriales estaban representados por los ministros de Agricultura y Comercio de Lula, de quien, dicho sea de paso, la prensa brasilera registró que, como resultado de su reciente visita a Washington, se comprometió con Bush a aceptar el inicio del ALCA para 2005.
En medio de tales pugnas fue triste escuchar al delegado de los campesinos de Nicaragua anunciando que a ese país ya se le declaró «competitivo» en teja de barro y estropajo, que el ingreso mensual de los hogares rurales es de 15 dólares y que las importaciones principales son allí, ante todo, mercancías usadas, las que él llamó «basura».
El gobierno de Uribe, otra vez en contravía –como en lo de Irak– a los de la mayoría de países de América Latina, no se hizo presente. ¿Por qué razón? Quizás Uribe Vélez y su flamante asesor, Rudolf Hommes, se sintieran representados por la delegación de Estados Unidos. Al fin y al cabo, como se vio, Stallman, Hardy y la señora delegada coincidieron en todo con las tesis de Hommes, el consultor privado que ejerce como cabeza visible del equipo oficial de Colombia para el ALCA.