Cuando el pasado 16 se conoció en el mundo entero el comunicado expedido en Pekín, a nombre de los gobiernos de la República Popular China y de los Estados Unidos, por Chou En-lai, primer ministro chino, y Henry Kissinger, enviado especial del presidente Nixon, a muy pocos se les escapó la sensación de que China había ganado una victoria de primer orden en el plano de la política internacional.
«El Primer Ministro Chou En-lai y el doctor Henry Kissinger, asistente del Presidente Nixon para los asuntos de seguridad nacional, – dijo textualmente el anuncio -, sostuvieron conversaciones en Pekín del 9 al 11 de julio de 1971.
«Sabiendo del deseo expresado del Presidente Nixon de visitar la República Popular China, el Primer Ministro Chou En-lai, en nombre del Gobierno de la República Popular China, ha extendido una invitación al Presidente Nixon a visitar China en una fecha apropiada antes de mayo de 1972. El presidente Nixon ha aceptado esta invitación con placer.
«La entrevista entre los dirigentes de china y los Estados Unidos es para buscar la normalización de las relaciones entre los dos países y también para hacer el intercambio de puntos de vista sobre los problemas que interesan a ambas partes».
CONFESIÓN DE UN FRACASO
En efecto, el hecho de que Nixon pidiera viajar a Pekín y normalizar las relaciones entre China y Estados Unidos significaba ante todo admitir el fracaso de la política seguida por los yanquis desde 1949 en Asia y contra China, política planificada y ejecutada con el objetivo central de aislar y destruir la revolución triunfante encabezada y dirigida por el camarada Mao Tsetung.
Como señala acertadamente un periodista europeo » después de ese 17 de junio de 1950 en que el presidente Truman hizo desembarcar sus tropas en Taiwán y declaró que él no reconocería jamás a la China comunista, cuatro administraciones sucesivas de los Estados Unidos lo han hecho todo para hostilizar, aislar y derrocar el régimen de Mao Tsetung. Para ello han recurrido al bloqueo económico, a los chantajes diplomáticos, etc., y las intervenciones militares de los Estados Unidos en Asia – guerra de Corea, guerra de Indochina – no se pueden comprender sino dentro del marco de tal «obsesión antichina».
El hecho de que fuera Nixon el autor del viraje, el mismo Nixon que de 1949 en adelante cobraba gran notoriedad como «héroe» macartista con ataques iracundos contra quienes habían «perdido a China para los Estados Unidos» y el mismo que en su campaña electoral para la presidencia en 1960 (en la que fuera derrotado por Kennedy) vociferaba que «la menor concesión a los comunistas chinos estimularía su belicosidad y pondría en peligro la seguridad de los Estados Unidos», no venía sino a darle un toque de irónico dramatismo a la quiebra de las ilusiones de un líder del imperialismo frente a los embates implacables de las fuerzas dinámicas que imponen las realidades en la historia.
China, después de sus gigantescas conquistas en la construcción de su economía, de su cultura y de su defensa nacional y de liquidar a los traidores revisionistas infiltrados en el partido y en el gobierno, seguía avanzando en su gran ofensiva diplomática para darle mayor desarrollo a la lucha de clases a escala internacional, al abrir relaciones con todos los países del mundo dentro de los cinco principios de la coexistencia pacífica formulados por ella taxativamente en 1954 y lograr el reconocimiento y el respeto de sus derechos nacionales.
EXIGENCIAS CHINAS
Días después del comunicado, hablando el 19 con un grupo de intelectuales, «todos norteamericanos y todos característicos del núcleo creciente de intelectuales de los Estados Unidos que simpatizan poderosamente con el experimento maoísta de China», según tuvo que reconocer la revista yanqui «Time», Chou En-lai determinó las condiciones chinas previas a la normalización de las relaciones de gobierno a gobierno entre China y los Estados Unidos. Según la versión taquigráfica dada por los visitantes, el Primer Ministro Chou declaró:
Sea en los Estados Unidos o en el exterior, creemos que la mayor exigencia es para que los Estados Unidos retiren sus tropas de Vietnam y de toda indochina. Y las tropas que han seguido a los Estados Unidos a Indochina también deberán ser evacuadas.
Y por lo tanto, creemos que la cuestión que primero debe resolverse tiene que ser la de Indochina. Al proceder así, satisfaremos no sólo los intereses del pueblo indochino, sino también del pueblo norteamericano.
Agregan las fuentes noticiosas que «una vez que quede decidido lo referente a la situación de Vietnam, Laos y Camboya», Chou En-lai enumeró estos requisitos para la normalización de las relaciones entre su país y los Estados Unidos:
Primero: Debe reconocerse que el gobierno de la República Popular China es el único y legítimo gobierno del pueblo chino.
Segundo: Taiwán es una provincia china y parte inalienable de su territorio.
Tercero: La llamada teoría de que la situación de Taiwán no ha sido resuelta es absurda.
Cuarto: Nos oponemos a la política de las «dos Chinas» y a la de «una China y un Taiwán», así como a cualquier política similar. Si una situación de ese tipo se pretende imponer en las Naciones Unidas, no ingresaremos.
Quinto: Nos oponemos categóricamente el llamado «Movimiento independentista de Taiwán», debido a que el pueblo de la provincia de Taiwán es chino. Además, ese «movimiento» no es autóctono, pues está manipulado por fuerzas extranjeras.
Sexto: Los Estados Unidos deben retirar todas sus fuerzas militares de Taiwán y de los estrechos vecinos.
Chou En-lai enfatizó además que el tratado de los Estados Unidos con la camarilla de Chiang Kai-shek en Taiwán es «ilegal, nulo y vacío».
ALGUNAS REPERCUSIONES
Las implicaciones inmediatas del sensacional acontecimiento no tardaron en manifestarse. Rápidamente se dio por asegurado el ingreso de China a las Naciones Unidas, con puesto permanente y derecho de veto en el Consejo de Seguridad, y la correlativa expulsión o retiro «voluntario» del «delegado» de la camarilla de Chiang Kai-shek, sostenida en esa organización de la manera más ilegal y atrabiliaria durante más de 20 años por el gobierno yanqui y sus títeres.
La presencia de China en la ONU será un obstáculo para que esta organización siga siendo manejada al antojo de las dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética, las cuales, coludidas para el reparto y dominio del mundo, la han utilizado en sus propósitos contrarrevolucionarios. El derrocamiento del gobierno de Patricio Lumumba en el Congo debido a la intervención de las tropas de la ONU y los acuerdos tomados en el consejo de seguridad sobre el Medio Oriente que mantienen, directa e indirectamente, a Israel en los territorios usurpados a Siria, la RAU y Jordania, no son más que ejemplos sacados del siniestro historial de la colaboración yanqui – soviética en la organización mundial.
Para el ultrarreaccionario gobierno japonés de Sato el golpe fue formidable. Los pilares fundamentales de su política exterior han sido constituirse en el «aliado número uno de los Estados Unidos en el lejano oriente», colaboración intensiva con la Unión Soviética (el Japón ha realizado gigantescas inversiones de capital en la URSS para el «desarrollo conjunto» de Siberia) y oposición a China. La revista británica «The Economist» informó que el primer ministro, señor Sato, al escuchar la noticia, profirió una ruidosa interjección reservada por el japonés para ocasiones en que se ha sido colocado en graves aprietos». Todos los observadores coincidían en hacer diagnósticos pesimistas sobre la solidez de su gobierno, al tiempo que grandes empresas japonesas rompían sus contactos con Taiwán, debido a que China no acepta relaciones comerciales con nadie que tenga tratos con la camarilla de Chiang Kai-shek.
REACCIÓN MAMERTA
Entre las diversas opiniones sobre la invitación de Nixon a China, no podía faltar la pintoresca actitud asumida por los revisionistas contrarrevolucionarios del partido de Gilberto Vieira.
Para este renegado, así lo afirmó en una gran parrafada de su discurso del 18 de julio en conmemoración de los 41 años de «lucha» de su Partido Comunista revisionista, la visita de Nixon a China es una cosa sumamente mala. Al señor Vieira lo atormenta una duda terrible: «Lo que no sabemos – dijo en su discurso – es si en este nuevo episodio los dirigentes de Pekín van a abandonar su conocida oposición a la tesis yanqui de que hay dos Chinas que deben estar al mismo tiempo en la ONU». ¡Abrase visto! Ahora tiene este renegado la desfachatez de mostrarse como mejor defensor de los sagrados derechos soberanos del pueblo chino que los dirigentes chinos. Lo que vieira no puede ocultar, sin embargo, es que el pueblo chino, encabezado por su glorioso Partido Comunista y su gran dirigente, el Camarada Mao Tsetung, ha librado victoriosamente el proceso revolucionario más amplio y profundo en la historia del proletariado mundial, en tanto que él y su minúscula camarilla derechista se han atravesado como mula muerta durante más de 40 años en el camino de avance de la revolución colombiana, saboteándola, desviándola o tratando de ponerla siempre a la cola de los movimientos de oposición de la misma burguesía.
Agrega Vieira en su discurso esto, que para él constituye «contraste muy revelador»: «A la vez que se invita al representante del imperialismo agresor en el Vietnam, Laos y Camboya, el que amenaza a Cuba con otra agresión, el gobierno de Pekín ha rechazado groseramente la presencia de los parlamentarios comunistas franceses en una delegación de la Asamblea Popular Francesa que va a visitar a China».
¡Que le sirva de lección! En toda la historia de la humanidad han tenido lugar encuentros y negociaciones entre representantes de fuerzas enemigas, en tanto que nadie que se respete se ha rebajado jamás a hablar con los traidores. Está muy bien y se explica perfectamente por qué China no ha dejado entrar a los mamertos franceses.