Se porfía en la entrega

“En cuanto atañe a los pueblos del Continente, encargados de pagar los trastos rotos de la extorsión, el latrocinio y el despilfarro, no hay motivo para tontas consolaciones. Frente al desbarajuste actual, las oligarquías vendidas al imperialismo no conciben, en razón de su catadura y de los lazos que las atan a éste, ninguna opción distinta de la de porfiar en las relaciones económicas y en las caducas formas republicanas de opresión que han conducido a Colombia a la indigencia y a la indignidad. Ni siquiera a los segmentos más descontentos, de la burguesía nacional, y no obstante sus protestas cada vez más encendidas, la agudización de las contradicciones les ha ayudado a deponer sus posturas conciliatorias e intentar unas fórmulas que se compadezcan con las urgencias del país y con los anhelos libertarios de las mayorías. El proletariado es la única clase que no habrá de desfallecer, ni de desistir del cometido histórico de encauzar hacia la emancipación definitiva, las abigarradas vertientes populares, democráticas y patrióticas que agitan el ambiente político de la nación.

Se confirma de nuevo la justa teoría del MOIR de que el frente único antiimperialista ha de estar inspirado en un programa que, aunque tolere y estimule hasta cierta medida el capitalismo, elimine sus expresiones monopólicas a través de la confiscación y el control de un Estado revolucionario, y al tiempo rompa toda coyunda del extranjero. Obstinarse en forjarlo alrededor de las claudicantes postulaciones burguesas, arguyendo su máxima amplitud y su expeditiva hechura, sólo demoras y frustraciones acarrearía. El hundimiento económico, que ha puesto de relieve esta concluyente enseñanza de nuestro Partido, ha de servirnos de laboratorio para asimilar a fondo las leyes sistematizadas por Marx acerca de las perturbaciones cíclicas del modo de producción capitalista. Necesitamos comprenderlas mejor a fin de contribuir eficazmente a la instrucción de los obreros y de los campesinos, rebatir las falacias de los explotadores y del oportunismo y dotar nuestra táctica de un consistente soporte científico.

Debemos cuidarnos de dos enfermedades típicas de coyunturas como la que atravesamos: el desespero y el desánimo. Tropeles de confusas personas, que la dura situación anonada, se escudan, bien en las temerarias e infecundas proezas del anarquismo, bien en las desmoralizadoras resignaciones del abatimiento. La crisis no es el toque a generala de la revolución. Por ello conmociones tan caóticas como el crac de 1929 no redundaron en Estados Unidos, o en otras partes, en un resurgimiento efectivo de la lucha política del proletariado, y a la postre viraron hacia él arraigo de la reacción en todos los órdenes. Y en la actualidad, cuando Colombia presencia por oleadas la quiebra de sus empresas y el retroceso de sus actividades agropecuarias, cuando tiene que destinar a la cancelación de la deuda externa casi el total de los ingresos por concepto de la exportación de su principal producto, el café, y en campos y ciudades germinan como nunca antes el desempleo y la miseria de sus habitantes, cuando los dirigentes de la alianza burgués-terrateniente al mando no visualizan solución para sus falencias en lo que falta del siglo y entre ellos prima el descontrol, irrumpen los instigadores de las prácticas extremoizquierdistas a proponer el remozamiento del país por medio de la pacificación dialogada y la “apertura democrática”.

El armisticio concertado en La Uribe entre las Farc y el gobierno no insta de suyo a transformaciones sustanciales. El trato se limita a que la comisión oficial, conformada para tal fin, “da fe” de la “amplia voluntad” del Ejecutivo en cuanto a las enmiendas dirigidas a cimentar el predominio de la constitución y del derecho. Allí, a más de contemplarse la eficiencia de la justicia y del aparato administrativo, la elevación de la moral pública, la elección de los alcaldes, la función y el profesionalismo del ejército y hasta el mejoramiento de la fraternidad republicana, se persigue “una” reforma agraria y se avizoran los “constantes esfuerzos” por la salud, la vivienda, el empleo y la educación. El adefesio no está en la omisión de las reivindicaciones básicas. Este sería mayor si no se les hubiere omitido, pues significaría recabarle al Estado no que arregle su aspecto sino que se autodestruya por temor a una guerra ofrecida o por pasión a una paz obsequiada.

La insensatez de aquellas agrupaciones se expresa en que, después de haber librado una lucha armada por casi dos décadas y sin importarles la ausencia de las condiciones mínimas insurreccionales, por lo cual se vieron día y noche impelidas a forzar la beligerancia de la población y a recurrir a modalidades de financiamiento políticamente improcedentes de improviso, y con el objeto de adecuarse a los zigzagueos soviéticocubanos en América Latina, resuelven izar la enseña blanca e impetrar la amnistía, el diálogo, la tregua y el indulto, a cambio de unos miserables remiendos a la república oligárquica que en el mejor de los casos sólo tendrán el don de reencauchar el destartalado prestigio de los próceres del bipartidismo tradicional; y todo en un momento crítico en que el régimen pasa crujías socorriendo a los banqueros q industriales, autorizando los despidos masivos de trabajadores y recortando su propia nómina, para sobrevivir. Combatir veinte anárquicos y costosos años para rejuvenecer la centenaria carta de Núñez es como derribar un árbol para cazar un mirlo.

Si el oportunismo jamás tuvo en cuenta la conciencia ni el grado de preparación política y organizativa de las masas populares, ni la correlación de fuerzas con el enemigo de clase, es decir, los elementos que perfilan la táctica revolucionaria, y adujo siempre cual único argumento de sus aventuras la urgencia del cambio social, no sorprende que reduzca éste a unos cuantos retoques parlamentarios cuando decide suspender sus acciones terroristas y foquistas. No dirán: “Nos equivocamos; las circunstancias eran adversas para el levantamiento bélico”, con lo cual le ahorrarían más sangre innecesaria a la causa que aseguran defender, prestándole un gran servicio al cabo de tantos palos de ciego. Pero no. Continuarán empecinados en que la insurrección se justifica en cualquier eventualidad política y no obstante los estragos que su artificioso estallido pueda ocasionar en el seno del pueblo y en las huestes de la revolución; así como se exculpan las “aperturas” hacia los directorios liberales y conservadores, las entrevistas clandestinas con el presidente, las festivas visitas a Palacio, las afinidades reformistas con el belisarismo, en medio de la peor catástrofe económica, en la cual la burguesía restituye su cuota de ganancia a costa de los salarios y las conquistas laborales, y el empobrecimiento generalizado y la descomposición social demandan sin más dilaciones una respuesta rotunda y ajena a los burdos despliegues de la minoría opresora.

Aunque no hayamos salido del aislamiento nos corresponde llenar el vacío. Si no hubo en el pasado la tan anunciada y amedrentadora guerra popular, tampoco habrá en el futuro la paz convenida. Los secuestros, por cuya unánime condenación los Ardila Lulle les rinden tratamiento de Bolívares a los Pancho Villas colombianos, proseguirán, y proseguirán con sus connotaciones proselitistas, gracias a que el irreversible colapso de la nación proporciona el sustrato y las premisas sociales para que insurrectos errantes, valiéndose de llamativas siglas, prefieran aligerar la bolsa de los ricos a destronarlos.

Al MOIR, un partido insobornable y proscrito por sus inconfundibles detractores, forjado no sólo dentro de la ruina acuciante de Colombia sino contra la resaca ideológica de dos calamitosos decenios, que no ha torcido su rumbo ni enturbiado su estilo con las malas mañas de la delincuencia común, le sobran combatientes del temple de Luis Acevedo y Arcesio Vieda y autoridad moral para capitalizar políticamente la descapitalización del país, e ir por los fueros de las concepciones y procederes que sacarán airosa a la clase obrera. Por traumáticos que fueren, los efectos de la crisis, no lograrán desquiciarnos ni doblegarnos, puesto que no ignoramos que las bancarrotas periódicas trastornan y debilitan a la burguesía pero no la eliminan. La sociedad basada en la explotación del trabajo asalariado encuentra la forma de recuperarse de sus espasmos recesivos, y los capitalistas no sucumben por razones propiamente económicas. A éstos, para verlos en el suelo, hay que tumbarlos”.