«GRANDE POR SU HONESTIDAD INTELECTUAL, POR SU SABER POLÍTICO, POR SU GENEROSO ESPÍRITU REVOLUCIONARIO»

Así como en un principio no vacilé en marchar en las filas del anapismo revolucionario, disuelto este importante capital político del país apoyé al Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR, que sigue siendo el de mis convicciones y que me llevó en el año de 1978 a ser su candidato presidencial bajo las banderas del que allí se formó con el nombre de Frente por la Unidad del Pueblo, FUP. Desde aquí rindo mi más caluroso tributo de afecto, de agradecimiento y de admiración a todos los hombres y mujeres que me acompañaron, me estimularon, me enseñaron y de quienes aprendí a no retroceder en estas lides tremendas en que desfallece tanto corazón que se creía invencible en el encuentro con la vida. Suya es la presea que hoy me entrega el Congreso, y yo se la dedico a ellos con toda el alma. Entre ellos, hay uno, el primero, grande por su honestidad intelectual, por su saber político, por su generoso espíritu revolucionario, desaparecido tempranamente, cuando el país aún no había asimilado los grandes frutos que podría recibir de su vida fecunda: me refiero al inolvidable Francisco Mosquera.

Ninguno como él alcanza sus dimensiones de apóstol y místico, de adelantado de una causa, hombre de luz y de batalla; su jornada de conductor polémico no solamente lo residencia en la egregia categoría de los fundadores de partido, sino que lo proyecta armoniosamente sobre la vida universal, de la lucha y del pensamiento. Qué jornada tan inmarcesible, qué poder de adivinación, qué espíritu procero, que cálido corazón envuelto en llamas. Y qué esplendorosas sus dos facetas de fortaleza y de dulzura. Nuestro fascinante Rubén Darío dijo una vez sobre Antonio Machado esto que yo repito sobre Francisco Mosquera: «Fuera pastor de mil leones y de corderos a la vez, conduciría tempestades o traería un panal de miel». Así lo he concebido siempre, en ese armonioso choque espiritual.

Una gran satisfacción siento en esta hora: haber luchado por lo que amé, haberlo hecho siempre sin desmayo, no haber traicionado nunca mis convicciones y sentimientos, haber mantenido una sola línea de pensamiento y de acción, a toda costa, desafiando la discriminación, el prejuicio, el halago, la retaliación. Hoy, al final de esta jornada llena de incidencias y de encrucijadas, puedo proclamar que siempre fui fiel a mis primeras emociones, a mis primeros sueños, a mis primeros ídolos, a esos valores sagrados que enarbolé y proclamé en las ebriedades intelectuales de la primera juventud, al lado de los grandes amigos como Hernando Olano Cruz, del gran maestro Antonio García, de José Jaramillo Giraldo y de Mario Montoya Hernández, y al lado de los grandes talentos que el destino puso en mi primera senda y en compañía de los cuales encendí los primeros fuegos de mi vocación. Esta fidelidad, esta coherencia, esta consecuencia entre mis principios y mis actos es el mensaje que yo quiero rescatar con la venia de ustedes como síntesis de mi trayectoria política y de mi vida.