Camaradas y amigos:
El 1º. de agosto de cada año, desde 1994, nos hemos venido reuniendo en este sitio, la tumba del camarada Francisco Mosquera, para rendir homenaje a su memoria y reafirmar nuestra fidelidad al revolucionario marxista más importante de nuestra nación.
El Comité Ejecutivo Central del Partido me ha encomendado la tarea de llevar su vocería en este V Aniversario de su muerte.
La ocasión es propicia para reafirmar dos aspectos de la grandiosa obra del camarada Mosquera, que él desarrolló con el rigor propio de los grandes maestros del proletariado.
El primero es la construcción del MOIR, un partido marxista-leninista, que a su muerte dejó extendido a nivel nacional, dotado de una base teórica sobre los problemas de la revolución colombiana, estatutos, programa y centenares de cuadros fuertemente imbuidos de su posición que practican los métodos que él aplicó y enseñó. El segundo, es la caracterización precisa que hizo del período de recolonización que sobre los pueblos de América Latina y los países pobres del mundo adelanta en las últimas décadas del Siglo XX el imperialismo norteamericano. El análisis y síntesis de este período es el aporte más importante hecho al marxismo por un revolucionario de nuestra patria.
Construir este Partido fue la realización práctica fundamental de su vida y una obra titánica si se examinan todas las tendencias que hubo de derrotar en ese propósito. De allí que la lucha por mantener el rumbo proletario del Partido deba ser la principal preocupación de los legítimos herederos de Mosquera. Este empeño lo hemos mantenido desde su temprana muerte. Junto a la imposición de las políticas neoliberales, el imperialismo norteamericano, ha traído consigo una ofensiva en lo ideológico, que condena el marxismo, descalifica la lucha de clases y, el concepto de soberanía y autodeterminación. Además, utiliza una profusa propaganda negra que distorsiona las experiencias socialistas al meterlas en el mismo saco con las traiciones revisionistas. Todo con el fin de infundir pesimismo, desgano y resignación en los revolucionarios y patriotas.
Sin duda las deserciones que desde la muerte de Francisco Mosquera ha sufrido nuestro Partido son debidas a la influencia de estas nefastas ideas. Prueba de ello es el relajamiento respecto a los preceptos leninistas que rigen en el Partido: la violación de los estatutos y la disciplina, y el disgusto por el centralismo democrático. El mismo origen tiene el reclamo de las fracciones pidiendo que se les admita su presencia como grupos dentro del Partido o la novedosa teoría de que el centralismo no es el sometimiento de la minoría a la mayoría sino el lograr que las tareas y políticas se adelanten con base en el consenso y los acuerdos. Estas prácticas burocráticas y liberales se tornan en nicho apropiado para posiciones derechistas. La conciliación, el pesimismo ante el combate y la resignación ante la ofensiva imperialista, que hoy algunos dirigentes quieren hacer prevalecer en importantes sectores del movimiento sindical, tienen su explicación en el abandono y rechazo de los criterios leninistas.
Ponernos al frente de las distintas batallas que la población libra contra el imperialismo demanda cualificación de los cuadros y de la militancia. Como lo señalara Mosquera desde 1990 y como lo ha ratificado el actual Comité Ejecutivo Central, con el camarada Héctor Valencia a la cabeza, es perentorio rectificar el estilo de trabajo, apegarnos al funcionamiento con el centralismo democrático como eje, asimilar las tradiciones revolucionarias, en fin, observar con rigor los estatutos, el programa y la disciplina. Eso nos permitirá crecer y extender nuestra influencia para imprimirle una dirección acertada a los brotes de rebeldía de las masas, conducirlas por el sendero de la resistencia a la recolonización imperialista. Sólo así se logrará la liberación nacional y el avance de la revolución en Colombia.
En cuanto al segundo aspecto, el camarada Mosquera caracterizó magistralmente el período posterior a la caída de la Unión Soviética como el de la recolonización gringa. Sin este esclarecedor concepto que caracteriza los designios del imperio norteamericano en lo económico, político, militar e ideológico, los marxistas y revolucionarios de todo el mundo no podremos acertar en la conducción de la revolución y las batallas no sobrepasarán el marco economicista. El asunto es entender que la recolonización es la nueva forma que toma la dominación imperialista, todavía más brutal y expoliadora que las anteriores y que el problema sólo lo resuelve una revolución de nueva democracia.
En el discurso de apoyo del MOIR a la candidatura del desaparecido dirigente liberal, Durán Dussán, Mosquera señaló, refiriéndose a la apertura económica, ¿y qué pretenden los monopolios norteamericanos con la promoción de todo este desbarajuste? Evidentemente sentar los reales en Latinoamérica, su retaguardia, en cuyos límites y opulentos espacios piensan definir la supremacía del mundo, una guerra más endiablada que las de sangre y fuego. Van tras el mercado, tras los recursos básicos, pero fundamentalmente van tras la mano de obra barata, el arma secreta que decidirá esta guerra. Definió así de manera preclara la envergadura de la batalla y la responsabilidad principal de la clase obrera para librarla. Este asunto es de vital importancia, porque la corriente conciliadora en boga -buscando que el movimiento obrero y los sindicatos se desatiendan de sus deberes de clase – se desmonta por las orejas diciendo que la defensa del patrimonio estatal es deber de todos los colombianos, que la Caja Agraria la debieron salvar los usuarios, que el costo de la reforma laboral lo cargarán las organizaciones sindicales si se retiran de las mesas de concertación, que Paz del Río no lo liquidan porque los hornos se dañan si los apagan. Son sandeces, declaraciones bobaliconas y posiciones blandengues ante la política agresiva y desaforada de los Estados Unidos. La ofensiva imperialista exige de los dirigentes una postura consecuente de denuncia y confrontación que arme ideológicamente a las masas y las oriente hacia la lucha general.
Pensar que el asunto se resuelve sólo o principalmente, con memoriales, foros, firmas de parlamentarios, declaraciones de personalidades, plebiscitos, etc., es una desviación derechista. Toda conducta que desprecie o deseche las huelgas y los paros, sectoriales o generales, será un atentado contra los derechos de los trabajadores y la soberanía de la nación. Los ejemplos a seguir – que han mantenido en alto la moral de la población – son, entre otros, la huelga de Telecom de 1992 que salvaguardó temporalmente la empresa, los consecutivos paros de Fecode y la USO que han menguado la privatización de la educación pública y el petróleo, los recientes paros de los trabajadores estatales y la batalla de los productores del campo, liderada por la Asociación por la Salvación Agropecuaria.
No podemos ser ingenuos. Las imposiciones del FMI son categóricas y la docilidad de Pastrana es evidente. ¿Acaso alguien puede creer la declaración del Presidente de la República rechazando la intervención militar norteamericana, mientras en el Putumayo se rescataban los restos de los militares gringos muertos en el accidente de un moderno avión de guerra y espionaje que rondaba la región oriental del país con el visto bueno de los altos mandos civiles y militares de Colombia? Como de esa misma laya son sus declaraciones de concertación y respeto de los derechos adquiridos de los trabajadores, ¿qué razón habría para tener expectativas en los resultados de las Mesas Permanentes de Concertación? El asunto es crucial: el movimiento sindical pelea o lo arrasan. No combatir y ser golpeado traería graves repercusiones sobre la moral del resto de la sociedad para librar la batalla contra el imperialismo. Y, al contrario, la lucha erguida movilizaría inmensas fuerzas hoy dormidas en las fábricas, parcelas y barrios populares de nuestra patria.
Mosquera señaló con respecto a la calidad de la lucha a librar: Si los colombianos anhelan preservar lo suyo, sus carreteras, puertos, plantaciones, hatos, pozos petroleros, minas, factorías, medios de comunicación y de transporte, firmas constructoras y de ingeniería, todo cuanto han cimentado generación tras generación; y si en procura de un brillante porvenir, simultáneamente aspiran a ejercer el control soberano sobre su economía, han de darle mayores proyecciones a la resistencia iniciada contra las nuevas modalidades del vandalismo de la metrópoli americana, empezando por cohesionar la ciudadanía entera, o al menos a sus contingentes mayoritarios y decisorios que protestan con denuedo pero en forma todavía dispersa. Tenemos a la orden del día los pleitos más decisivos en el movimiento sindical y en el sector agropecuario, pleitos que cada vez serán de mayor intensidad, amplitud y calidad, y el Partido ha de emplearse a fondo en ellos. El comportamiento que requerimos de la militancia es de verdaderos comunistas; el liberalismo y el burocratismo y la conciliación son un impedimento para cumplir nuestras obligaciones. !Desterrémoslos de nuestras filas y pongámonos más exigentes respecto a los deberes y métodos revolucionarios propios del Partido¡
La situación está a nuestro favor. El intervencionismo de los Estados Unidos, su ofensiva económica y la descarada injerencia en los asuntos de la paz han hecho brotar la resistencia en diversos sectores sociales. Poder contar con un Partido construido y educado por Mosquera será fundamental para la ampliación, avance y triunfo de esa resistencia. Actuemos entonces en consecuencia.
Camarada Francisco Mosquera: hoy, a cinco años de tu desaparición, los moiristas nos comprometemos una vez más a no escatimar esfuerzos para continuar tu obra.