EL VALIOSO LEGADO DE LA REVOLUCIÓN CHINA

En el transcurso del siglo XX, al declinar el actual milenio, los mayores avances de la humanidad fueron jalonados por las revoluciones políticas que se realizaron bajo la dirección de la clase obrera. Ésta, la más joven y vigorosa de las clases sociales contemporáneas, dio inicio así a la histórica tarea de destruir lo antiguo y reaccionario, y desbrozar caminos para el advenimiento de una nueva sociedad sin explotación ni opresión.

Dado el carácter internacional de la clase que conforman, los asalariados han podido ligar sus gestas. Así, cuando en los albores del siglo el proletariado ruso bajo la dirección de Lenin emprendió su ruta hacia el Poder y la coronó en 1917 estableciendo el Estado socialista, siempre tuvo entre sus acervos teóricos las grandes enseñanzas arrojadas por la Comuna de París, ese «tomar por asalto al cielo» que los trabajadores no lograron consolidar en 1871. Igualmente, esa Revolución Socialista de Octubre, el esplendoroso acto inaugural de la época en que se harán realidad los postulados del socialismo y se materializará el comunismo, encontró su prolongación en la Revolución China.

Junto a su cualidad de ser en el plano internacional heredera directa de la gesta de Octubre en Rusia, la Revolución China tuvo como precursora nacional inmediata la revolución democrático-burguesa encabezada por Sun Yat-sen, que derrocó la dinastía Ching en 1911. Fue en medio del despertar antifeudal y antiimperialista como el proletariado pudo fundar en 1921 su propio partido, el Partido Comunista. Con su dirección, y con Mao Tse-tung como líder, las masas chinas recorrieron durante casi treinta años un sendero revolucionario lleno de victoriosas guerras agrarias, civiles y de resistencia contra el feudalismo, el capitalismo burocrático y el imperialismo. Fue una gran marcha revolucionaria que unificó a China, la liberó de las coyundas imperialistas, constituyó un gran impulso a la derrota mundial del fascismo, dio cumplimiento a las tareas democrático-burguesas y puso en pie al pueblo para que emprendiera la construcción socialista.

Esta revolución, la más reciente forja de un destacamento de la clase obrera mundial, atesora los mayores y más avanzados desarrollos económicos, políticos e ideológicos alcanzados hasta hoy por el proletariado.

II

La esencia de las revoluciones obreras es la toma del poder estatal y la instauración de la dictadura del proletariado, y están precedidas de un complejo proceso donde la lucha de clases adquiere agudas e impetuosas formas. Y con ese triunfo comienza otro proceso de lucha de clases más complejo e intenso aún, si se quiere, y que puede durar decenas o centenares de años, en el que se decidirá la continuación de la revolución y la afirmación del socialismo.

A partir de la fundación de la República Popular China en 1949, y durante el siguiente cuarto de siglo, el proletariado y el pueblo se dedicaron a la portentosa tarea de la revolución y la construcción socialistas. Se inició entonces el período de transición que en la cuestión económica incluía, al tiempo, la industrialización socialista y las transformaciones socialistas de la agricultura, la artesanía, el comercio y la industria capitalistas. En cuanto a la cuestión política, no sólo no se atenuó la lucha de clases en la sociedad china, con sus correspondientes manifestaciones dentro del Partido Comunista, sino que la exacerbó en alto grado, saltando rápido al escenario algunos de los dirigentes que encarnaban tendencias derechistas. Por lustros habían permanecido agazapados y se alistaron para usurpar la dirección del Partido Comunista y del Estado, y emprender la restauración burguesa.

La conjura se vio reforzada por la irrupción del revisionismo en la Unión Soviética. Allí, el pueblo soviético había realizado en un poco más de dos décadas grandes avances en la construcción socialista, lo que le permitió enfrentar el asedio de las potencias imperialistas y, bajo la formidable dirección de Stalin, librar la Gran Guerra Patria para derrotar la embestida del ejército nazi. Veinte millones de sus hijos cayeron en la contienda que le quebró la espina dorsal al imperialismo de Alemania, hazaña que constituyó el mayor aporte en la derrota del Eje fascista que había desencadenado la II Guerra Mundial. Pero simultáneamente se habían venido aflojando las tuercas de la dictadura del proletariado y se había debilitado la transformación política socialista, por lo que en la década del 50 una nueva capa burocrática burguesa pudo apoderarse del Estado soviético. A los gobiernos de Jruschov, Breznev y Gorvachev les correspondió dirigir y fomentar la degeneración política, la traición nacional y la involución hacia el capitalismo que llevó a las repúblicas que conformaban la URSS al actual derrumbe, crisis y postración ante el imperialismo.

Todos estos hechos corroboran el dilema que siempre se le ha presentado al proletariado: si su partido conserva o no su rumbo revolucionario; si mantiene o no su fidelidad a los intereses obreros. Una vez en el poder, este dilema, que el revisionismo hace evidente, toma la forma de si los cuadros y dirigentes del partido, que por lo regular ocupan los más importantes cargos en instituciones del Estado, persisten en la revolución y construcción socialistas o emprenden un camino de retorno al capitalismo.

III

La tendencia predominante en el movimiento comunista internacional al iniciarse la década de los sesenta estaba representada por el revisionismo. Tenía como centro al Partido Comunista de la Unión Soviética y amenazaba con enseñorearse de China para echar por tierra todas las conquistas de la revolución. Con la intrepidez propia de los comunistas, Mao Tse-tung levantó la crítica contra esa tendencia contrarrevolucionaria y desató una polémica que llegó a todos los destacamentos obreros y revolucionarios del planeta. En el frente interno de la nación china lanzó la Gran Revolución Cultural Proletaria, con el objetivo de impedir la restauración del régimen capitalista que venían tramando dirigentes incrustados en el poder gubernamental y partidario.

Ante las tergiversaciones que por todo el mundo ha diseminado el imperialismo sobre la Revolución Cultural, es necesario aclarar que ésta fue, primero que todo, una revolución política. Que haya cubierto ámbitos culturales como los de la literatura y el arte, y que en algunas etapas de su despliegue haya puesto énfasis en la lucha ideológica, no puede ocultar el hecho de que estaba en juego el poder político y que, en consecuencia, adoptara las abigarradas y recias formas de la lucha de clases.

IV

La desviación revisionista tiene una naturaleza que no se circunscribe a los partidos comunistas de los países en donde se había instaurado el socialismo. La desviación cundió por todo el orbe, degeneró a numerosos partidos de los trabajadores y ejerció nefastas influencias en organizaciones y movimientos de la pequeña burguesía revolucionaria. Y aún cunde. El imperialismo y la reacción han presentado las crisis económicas y el caos social que ella ha producido como si fuesen fruto de la aplicación del marxismo por parte de los revolucionarios proletarios. Hechos como el derrumbe de la Unión Soviética y su adopción del sistema capitalista, junto al resto de países de Europa Oriental, se lo atribuyen a la adhesión a los principios del socialismo y el comunismo y no al abandono y traición a esa concepción de los trabajadores. Semejante argucia, difundida con machaconería durante años a través de todos los medios de comunicación, tiene el propósito de desmoralizar las filas revolucionarias, por lo que no es raro que sus miembros más débiles se confundan y caigan en la defección.

Estarán también expuestos al nihilismo y al escepticismo quienes tienen reservas sobre esa traición pero no alcanzan a ser materialistas consecuentes para comprender, con Lenin, que «imaginar el curso de la historia como parejo y siempre hacia adelante, sin ocasionales saltos gigantescos hacia atrás, sería no dialéctico, no científico y teóricamente falso».

V

Al analizar el abandono de lo proletario y socialista y la regresión a lo burgués y capitalista, Francisco Mosquera, consciente de que ese fenómeno tiene impactos en las filas de los partidos de los trabajadores y genera en ellos tendencias reformistas, señaló algo que los revolucionarios deben tener presente: que la traición a los intereses obreros por parte de dirigentes burocratizados que en los Estados socialistas se han convertido en «zánganos con aguijón», tiene un carácter similar a las traiciones políticas que se dan a nivel individual y partidario, y que como tal se deben combatir. En China, Mao batalló contra las desviaciones y traiciones que se presentaban en el Partido Comunista tanto mediante campañas de rectificación y educación como con la más rigurosa crítica y la cabal aplicación del centralismo democrático. Mosquera desarrolla su criterio expresando que a nivel del Estado no basta con la crítica, «se requiere desafiarlos con otra fuerza equiparable, la única al alcance de los rebeldes perseguidos: la revolución». Y concluye calificando de imbatible, la Revolución Cultural Proletaria impulsada por Mao.

Aunque en sus fundamentos la propuesta política de Mao apunta primeramente a que bajo la dictadura del proletariado se continúe y profundice la revolución y se consolide el socialismo, única manera de prevenir la restauración capitalista, también ella le sirve de guía a las organizaciones obreras para persistir en la lucha antiimperialista y conservar el rumbo revolucionario que las lleve junto a las masas a la toma del poder.

Esta teoría sistematizada por Mao es un valioso legado de la Revolución China. Cuestión evidente cuando se constata que la realización de la revolución cultural dentro de la revolución socialista guarda armonía con la estrategia formulada por Carlos Marx en 1850, de hondo contenido y enorme dimensión histórica, y que podría llamarse el programa máximo de la clase obrera:

«Este socialismo es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de esas relaciones sociales».