Primera guerra civil
Tras la Guerra del Opio, desatada en 1840 por la reina Victoria, de Inglaterra, para imponerle a China la apertura, el Imperio Celeste fue convertido en zona franca y semicolonia. Símbolo vergonzoso de esa entrega fue el puerto de Hongkong, que sólo retornó a la soberanía china 158 años más tarde.
Un par de hechos de trascendencia histórica despertaron a los más de quinientos millones de habitantes: la revolución nacional y democrática de 1911, encabezada por Sun Yatsen contra la dinastía feudal de los manchúes, y la Revolución de Octubre en Rusia, que dio impulso, en 1919, a la explosión estudiantil conocida como Movimiento del Cuatro de Mayo y, el 23 de julio de 1921, a la fundación del Partido Comunista de China. Las huelgas del movimiento obrero y las insurrecciones campesinas, espontáneas en su gran mayoría, cobraron desde entonces más definida proyección.
El PCCh estableció en 1924 el frente único revolucionario con el Partido Nacionalista o Kuomintang, de Sun Yatsen, que estaba adelantando sus «Tres Grandes Políticas»: alianza con Rusia, alianza con el Partido Comunista y ayuda a los campesinos y obreros. Por esta misma época el gobierno lanzó la Expedición al Norte para aplastar al fuerte bando de los caudillos militares, respaldados por los imperios coloniales —en especial la Entente anglo-francesa, japoneses y norteamericanos—, cuyas tropas de intervención bombardearon a Nankín, el 24 de marzo de 1927.
Fue justo al mes siguiente cuando el jefe kuomintanista, Chiang Kai-shek (Jiang Jieshi), dio su brutal golpe de Estado. Decenas de millares de comunistas fueron pasados por las armas, en otra Noche de San Bartolomé. Según Edgar Snow, 500 mil fueron ejecutados entre 1927 y 1936.
La vil matanza prendió por todas partes la primera de las guerras civiles. En el recién creado Partido, sin embargo, la jefatura oportunista de Chen Tu-siu dio al traste con la lucha. Chen y demás secuaces, dijo Mao, «renunciaron voluntariamente a la dirección de las masas campesinas, de la pequeña burguesía urbana y la burguesía media y, en particular, de las fuerzas armadas, causando así la derrota de la revolución».
Segunda guerra civil
Tras el levantamiento de Nanchang —propiciado en agosto del 27 por una logia de oficiales kuomintanistas, respaldados por tropas al mando de Chu Te y Chou En-lai—, el Comité Central del Partido convocó un importante pleno, que derrotó la línea derechista, proclive a la traición. Reagrupándose al sudeste del enorme país, Mao y sus hombres lograron encauzar a los labriegos de Junán y Chiangsí y a los trabajadores de las minas de Anyuán, que lanzaron el mismo año –1927— el histórico Levantamiento de la Cosecha de Otoño, en el cual se creó el Ejército de Obreros y Campesinos, conocido como Ejército Rojo.
Haciendo flamear sus banderas en las abruptas y estratégicas montañas Chingkang, los comunistas se dieron a crear bases rurales. En diez de ellas, el Ejército Rojo llegó a tener más de trescientas mil unidades. Pudo así rechazar las cuatro sucesivas campañas de cerco y aniquilamiento desplegadas por Chiang Kai-shek.
Dentro del Comité Central, al mismo tiempo, Mao les salió al paso a las facciones izquierdistas de Chu Chiu-pai y Li Li-san, a las que consiguió dispersar. Pero fue puesto en minoría, desde 1931 hasta 1935, por el ultraizquierdista Wang Ming, que ocasionó al Partido daños extremadamente severos.
El Ejército Rojo perdió en este período el 90 por ciento de sus efectivos. Acosado por la quinta campaña de cerco y aniquilamiento, en octubre del 34 debió emprender la retirada, la célebre Gran Marcha, que culminó en Shensí un año después. El 25 de diciembre, en Wayaopao, el Buró del Partido liquidó para siempre la línea oportunista de Wang Ming.
Guerra contra el Japón
Desde 1931 el Japón había establecido en Manchuria una administración pelele, reponiendo en el trono al depuesto monarca de la última dinastía, Pu Yi. Desde aquel mismo día, el PCCh le urgió al gobierno de Nankín ponerle término a la guerra civil y allanar el camino para un frente común. Ciega de contumacia, la camarilla derechista siguió empeñada en su política de lucha activa contra el Partido Comunista y resistencia pasiva al Japón.
En los círculos oficiales lo que primaba era la teoría de la subyugación nacional, punto de vista compartido por Chiang Kai-shek y Wang Ching-wei, cabecillas del Kuomintang. Consolidada la ofensiva nipona, en el año 1935, fue muy poco al principio lo que varió la situación. Es un hecho innegable que el gobierno de Chiang sólo empezó a luchar contra el imperio después del Incidente de Sian (Xi’an): el mandatario fue arrestado por su misma oficialidad para obligarlo a resistir. Wang Ching-wei, el segundo de los caudillos, se convirtió en lacayo de las tropas de ocupación –como Petain, en Francia, frente a los alemanes.
Oponiéndose a ambas tendencias, y al ambiente de pesimismo que campeaba entre burgueses y letrados, Mao llamó a «movilizar audazmente a las masas y robustecer las fuerzas populares a fin de que, bajo la dirección de nuestro Partido, derroten a los agresores y construyan una nueva China». Al momento de la proclama, el Octavo y el Cuarto Ejércitos, únicos bajo el mando del Partido, contaban cuando mucho con una escasa fuerza de 40 mil hombres, todos mal equipados, frente a un ejército moderno de 500 mil efectivos, apoyados por cazas, artillería y tanques. Por su enorme debilidad, agregó Mao, el pueblo chino tendrá que hacer esfuerzos sobrehumanos. Y, en consecuencia, la guerra prolongada pasará por tres fases: defensiva, equilibrio y contraofensiva.
La férrea resistencia de los sectores avanzados del pueblo y el ejército señaló el punto de partida de la guerra contra el Japón, que había de durar ocho años, e hizo posible el frente único entre el gobierno nacional, presidido por Chiang Kai-shek, y el Partido Comunista de China.
Erigiéndose en bastión principal, el Ejército Rojo llegó a tener 1.300.000 soldados y 2.200.000 milicianos. En 125 mil combates, aniquiló a casi dos millones de agresores y creó 19 bases, con una población de 160 millones de habitantes.
En agosto de 1945, el orgulloso imperio del Sol Naciente capituló sin condiciones.
Tercera guerra civil
Sin haberse esfumado aún las nubes de la pólvora, Chiang Kai-shek y sus amos, Marshall y Nimitz, pretendieron quedarse con los frutos de la victoria. En la búsqueda de una excusa para iniciar hostilidades, vetaron la ordenanza firmada por Chu Te, quien había dispuesto, siguiendo los acuerdos de Postdam, que fueran ocupados de inmediato las ciudades y aldeas, cuarteles y depósitos, trenes y vías, abandonados por Japón en las áreas bajo control comunista. En rápidos avances, las fuerzas del Partido no tardaron en dominar 175 ciudades importantes. Chiang Kai-shek, días antes, le había enviado al Alto Mando de Yenán un insolente telegrama en el que lo intimaba a dejar quietos sus ejércitos, prohibiéndole en forma terminante, además, que desarmara al enemigo. Mao desestimó la imposición. «Su orden es errónea», fue el telegrama de respuesta.
Mítin en Yenán en 1937, en apoyo a la lucha de la República española contra el fascismo. La leyenda dice: «¡Salutamos les puebles bravissimos de la España!»
Tal fue el pretexto que alegó Chiang Kai-shek para iniciar acciones de hostigamiento contra las extendidas zonas rojas, mientras adelantaba en Chungkín negociaciones con el Partido Comunista en torno a la propuesta de un gobierno de coalición. Mao hizo conocer su política: primero, «responder medida por medida»; segundo, no entregar ni un fusil, y, tercero, hacer concesiones positivas, desalojando incluso territorios, sobre todo los aledaños a Nankín, la sede del gobierno, en aras de la paz y la democracia.
El 26 de junio de 1946, Chiang Kai-shek y sus amos lanzaron un ataque devastador sobre las zonas liberadas por el Partido Comunista. Emplearon en la campaña 193 divisiones, con un total de 1.600.000 soldados. Ya no eran los aviones nipones, sino los norteamericanos, tripulados por chinos, los que bombardeaban las ciudades. Miles de millones de dólares fueron volcados a la guerra.
Después de aniquilar 66 divisiones en casi un año de batallas, con un total superior a las 710 mil bajas en el bando enemigo, el Ejército Popular de Liberación detuvo la ofensiva y pasó a la contraofensiva. Entre 1947 y 1948 causó en las filas del gobierno más de un millón y medio de víctimas y lanzó a sus legiones al asalto final. En abril de 1949, tras emitir su famosa orden «Avanzar en todo el país», Mao cruzó el río Yang Tze con casi dos millones de hombres y liberó Nankín, la capital, dejándole a la camarilla derechista el camino expedito hacia Taiwan.
El 1º de octubre de 1949, a las tres de la tarde, hablando a la nación desde la gran tribuna de Tienanmen, en Pekín, Mao Tsetung proclamó solemnemente, en medio de las lágrimas, el nacimiento de la República Popular China: «El pueblo chino, que representa la cuarta parte de la población mundial, se ha puesto de pie», fueron sus conmovidas palabras.