El 15 de diciembre de 1978, el presidente del Comité Central del Partido Comunista de China, Jua Kuo-feng, y el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, anunciaron simultáneamente el establecimiento de relaciones diplomáticas entre sus dos naciones, a partir del 1° de enero del presente año. La noticia constituye una decisiva victoria de la política internacional del Partido Comunista Chino, elaborada por Mao Tsetung, quien desde el triunfo de la revolución, en 1949, batalló sin desmayo por romper el cerco de las potencias imperialistas, y en los últimos tiempos del socialimperialismo soviético, que pretenden aislar al país socialista que alberga una quinta parte de la humanidad. El comunicado conjunto dado a conocer en diciembre señala que, “el gobierno de los Estados Unidos de América reconoce la posición de China de que sólo hay una China y que Taiwán forma parte de China”, y notifica al régimen taiwanés que sus relaciones con Estados Unidos han terminado.
Derrota del bloqueo
Desde el 1° de octubre de 1949, cuando Mao Tsetung proclamó en Pekín la República Popular China, centenares de millones de obreros y campesinos la acogieron con alborozo y empezaron a trabajar en todos los terrenos por la construcción del socialismo. Entre tanto, el cabecilla de las derrotadas fuerzas reaccionarias, Chiang Kai-shek se refugiaba con sus últimos reductos fieles en la isla de Formosa, actualmente conocida como Taiwán. Protegido de tiempo atrás por los Estados Unidos, Chiang conformó a su sombra una republiqueta que, por mandato de los norteamericanos, fue reconocida por todos sus satélites. A su turno, la República Popular sentó desde entonces el claro principio de que Taiwán forma parte del territorio y de la nación chinos.
A partir de 1955, hubo repetidos contactos entre los gobiernos de Washington y Pekín, tendientes a la normalización de relaciones, que fracasaron por la tozuda posición estadounidense frente a la isla. Por entonces, Mao Tsetung dijo: “El problema de Taiwán ha de ser resuelto; podemos esperar diez, veinte e incluso cien años”. Con todo, la República Popular adquirió rápidamente un inmenso prestigio en todo el globo y, uno tras otro, decenas de países establecieron relaciones diplomáticas en pie de igualdad con ella, desconociendo al gobierno insular. Ello permitió que en octubre de 1971, las Naciones Unidas aceptaran el ingreso de China a dicho organismo y a su Consejo de Seguridad; los taiwaneses debieron abandonar el puesto que habían usurpado por más de dos décadas.
Este hecho obligó a los Estado Unidos a iniciar una nueva política frente a China y, a comienzos de 1972, el presidente Richard Nixon realizó una visita oficial a China, donde se entrevistó con Mao Tsetung y Chou En-lai. Entonces se firmó el Comunicado Conjunto de Shanghai, documento que sentó las bases para la futura formalización de las relaciones.
Condena al hegemonismo
Las conversaciones entre los dos gobiernos siguieron desarrollándose por espacio de seis años, hasta cuando el pasado 15 de diciembre se produjo el anuncio simultáneo de establecimiento de relaciones diplomáticas. El comunicado emitido al respecto, además de consignar el reconocimiento norteamericano del Estado de la República Popular China como “el único gobierno leal de China”, ratifica los principios del documento de 1972, al anotar: “Ninguna de las dos partes debe buscar la hegemonía en la región de Asia y del Pacífico o en cualquier otra región del mundo y cada parte se opone a los esfuerzos de cualquier otro grupo de países por establecer tal hegemonía”.
De inmediato, en los cinco continentes, los pueblos, gobernantes y personalidades, acogieron con beneplácito esta determinación. No obstante, también se dejaron oír los gemidos desaprobatorios de los dirigentes soviéticos y de uno que otro de sus acólitos; el gobierno búlgaro, por ejemplo, acusó a China de “expansionista” y Fidel Castro calificó el hecho de “gran traición”. Pero ello no sorprendió a nadie. El mundo entero sabe que desde hace más de diez años el Partido Comunista Chino ha denunciado y condenado las aventuras imperialistas de la Unión Soviética, sus agresiones a diversos países y su intervensionismo, llevados a cabo esgrimiendo falsamente la bandera del internacionalismo proletario. Precisamente, lo que más urtica a los soviéticos es la cláusula anti-hegemonista del comunicado conjunto chino-estadinense, porque afecta sus ambiciones expansionistas.
Como lo anotara el presidente Jua Kuo-feng al referirse a las acusaciones del socialimperialismo, la normalización de las relaciones entre China y los Estados Unidos, así como el tratado de amistad chino-japonés firmado el año pasado, constituyen algo “beneficioso para el desarrollo de las relaciones entre los países de la región de Asia y del Pacífico y para la paz y estabilidad de esta región e incluso del mundo entero. Por supuesto, esto, sin duda alguna, también es favorable a la lucha anti-hegemonista de los pueblos del mundo. (…) nos oponemos al hegemonismo tanto global como regional. Esto favorecerá la paz del mundo entero”.