LOS TRABAJADORES DEL ORO SÓLO POSEEN SU MISERIA

Hace 400 años el conquistador español Jorge Robledo, perdido con sus menguadas tropas en la insalubre maraña selvática, encontró a 200 kilómetros de donde luego se levantaría Medellín, lo más parecido a la leyenda de “El Dorado”, que deslumbraba a los aventureros de la época. Repartió entonces baratijas entre los primitivos pobladores, y nombres de su patria a dos localidades que lo volvieron famoso y rico. Zaragoza y Segovia, donde estaban los yacimientos que harían de la Nueva Granda el mayor productor de oro en el mundo durante el siglo XVII. De estas tierras cuyos indígenas son universalmente conocidos por su prodigiosa orfebrería, el imperio español se llevó entre 1.530 y 1.810 la astronómica cantidad de 1000 toneladas del codiciado metal.

El oro se extrae actualmente en nuestro país en un promedio de 300 mil onzas refinadas por año, que valen aproximadamente 100 millones de dólares. Todavía Antioquia aporta el 75% de la producción nacional. Pero ayer, por la opresión colonial española, y hoy, por la dominación del imperialismo norteamericano y la entrega que la gran burguesía y los grandes terratenientes en el Poder hacen de nuestros recursos naturales a los consorcios internacionales, el pueblo colombiano jamás ha disfrutado de esa fortuna.

Saqueo de siglos
Las 2 mil familias de esclavos africanos que los españoles arrearon como animales hasta Zaragoza para explotar el lecho del Río Henchí, empezaron a sacar el mineral con tan buenos resultados que muy pronto fue preciso fundar una Casa Real de Fundición que, no obstante el inhóspito clima, se constituyó en sede de los gobernadores coloniales de la provincia durante muchos lustros. Poco después, en Remedios y Segovia, el trabajo de los negros forzados que abrían cortes en la montaña hasta donde el agua subterránea dejaba, reveló que en esos parajes estaba el filón más rico de las Indias Occidentales.

Hacia 1.650, el país producía el 39% del oro del mundo y 100 años después aportaba la cuarta parte. Poco a poco, las técnicas rudimentarias fueron cediendo el paso a la voladura, las bombas extractoras de agua y los molinos de energía hidráulica, uno de cuyos modelos fue inventado en Remedios y se conoció universalmente como “Molino Antioquia”. Vinieron luego los taladros, los socavones se profundizaron, y durante la primera mitad del siglo XIX, el oro colombiano todavía llegaba al 20% del total mundial. Cuando en 1848 se descubrieron las minas de California, Australia, Alaska y Suráfrica, ese porcentaje se redujo al 1%, pero aún así, en 1885 exportábamos principalmente oro, y hoy continuamos siendo los primeros productores de América Latina.

Empero toda esta riqueza está en manos de monopolios norteamericanos, en particular de la International Mining Corporation, saqueadora de Colombia desde 1.864 que controla casi el 60% de las empresas mieras del país y extrae más de la mitad del oro, la plata y el platino. Hasta ahora, este pulpo ha obtenido ganancias superiores a los 3.000 millones de dólares en sus concesiones de Nariño, Chocó, Antioquia y otras regiones del país.

La dura vida del barequeo
Pese a que la obtención de oro mediante bateas de palo es el método más atrasado que existe, el 90% de los 30 mil pequeños mineros que hay en nuestra tierra lo utiliza. Por todo el nordeste de Antioquia, mazamorreros y barequeros pasan sus días hincados sobre la precaria herramienta en cuyo fondo aparecen de vez en cuando, tras la paciente eliminación de la a”jagua”, o residuo, tres o cuatro diminutas pintas de oro. Junto con los medianos mineros que tienen su “entable” o motor de gasolina, los mazamorreros viven perseguidos, acosados, victimas de confiscaciones. A demás de tener que trabajar clandestinamente, se están arruinando por el encarecimiento del combustible y el agotamiento de veneros. Los más pobres, hambrientos y desesperados, se cuelgan un costal lleno de piedras para poder sumergirse en los ríos y arañar su asiento con una batea, arriesgando su integridad.

Según el testimonio muchos humildes barequeros, cuando ellos descubren una veta aurífera y comienzan a trabajar en ella, el ejército los detienen, los sigue, los tortura, les confisca la mina y la militariza para entregársela a la empresa. Miles de estos mineros artesanales no miden la producción en onzas “troy” o refinadas, sino con las arcaicas referencias de la colonia española; el grano (lo que pesa un fósforo), el real (6 granos), el tomín (2 reales), el castellano (8 tomines) y la libra (100 castellanos).

Como contraste, las dragas de los monopolios, en medio de su estridente chirriar, procesan cada una más de 4 y medio millones de metros cúbicos de barro y piedra al año. Sus cucharas escalonadas penetran hasta 20 metros en la base del río. El material que sustraen es lavado por un gigantesco rodillo que conserva oro y desecha los cantos gruesos y residuos, expulsándolos sobre la orilla, donde se van formando grandes montículos de piedras conocidos como “cargueros”.

En 1.909, la primera draga de vapor que recorrió el Nechí asombró y llenó de expectativas a las gentes de Zaragoza. Unos años después al Pato Gold Mines puso a navegar sus excavadoras eléctricas, una de las cuales, la número 4, estableció hace tres décadas, según la compañía, el record de producción de oro en un año. Pero como dice un ingeniero australiano que trabajó media vida en el Pato, “en cualquier país del mundo, menos en Colombia, a una empresa que destroce todo a su paso como lo ha hecho ésta, ya le habrían cortado la cabeza”. Porque el trust, en su afán de rapiña, usó explosivos que acabaron con la pesca (hoy vale más un pescado en El Bagre que en Medellín) y anegó por completo las cálidas y húmedas vegas donde antes se cultivaba maíz, yuca, legumbres, caña y banano, de los que centenares de familiar derivaban el sustento.

Un antiguo campesino de Palizada, ahora barequero, declara: “Primero la compañía empantanó 80 hectáreas de siembras, después se llevó los ranchos a zarpazos y nos obligó a venir al bagre y fundar este barrio de Las Delicias en medio del “carguero”. Tres veces nos lo ha tumbado el ejército, pero otras tres lo hemos vuelto a levantar”. Tan firmemente reclamaron los campesinos, que hasta el Inderena conceptuó que debían ser indemnizados en 840 millones de pesos. Pero el monopolio, reescaladado por la tropa, hizo caso omiso de este concepto y, con la complicidad de funcionarios oficiales a su servicio, escondió el informe. Dicho documento, ahora descubierto y dado a la luz pública por el concejal moirista Gustavo Saldarriaga, revela con lujo de detalles los brutales daños ocasionados por la Pato y fabulosas utilidades que le representan, mientras el gobierno se apresura a rebajarle aún más los impuestos t a reintegrarle divisas por concepto del CAT, con lo cual resulta que de los millones de dólares que vale el oro extraído de Colombia cada año, la Nación escasamente percibe un magro 0.64%.

“Se vive humillado por la empresa”, concluye con rabia un habitante de Puerto Claver, pueblo carcomido y lleno de “cargueros”, con pozos de aguas estancadas que engendran mil enfermedades. “Hasta el cementerio se lo arrastraron”, cuenta su esposa, y él agrega: “Dijeron que iban a hacer un nuevo, con todo y carro mortuorio, pero ni los huesos juntaron. Por eso le digo que Claver puede que parezca muerto, pero cualquier día revienta contra el abuso”.

Creadores de la profundidad
Bajo Segovia y Remedios se ramifican hacia todos los lados interminables túneles. Estos pueblos son los campamentos donde vive el proletariado minero al servicio de la Frontino Gold Mines Limited, filial del gigantesco consorcio de la International. La empresa es dueña de las dos terceras partes del municipio segoviano, en donde la mayoría de sus 20 mil habitantes tienen que ver con la extracción de oro, plata, platino, zinc y plomo en cantidades que bastarían para las necesidades industriales del país, pero que son salteadas por el pulpo extranjero.

La Frontino posee más de 16 mil hectáreas, con 373 minas adjudicadas y redimidas a perpetuidad, cuyo núcleo principal, conocido como Ñeme-Ñeme o Bolivia, fue adquirido a precio irrisorio por los británicos en 1846 sobre una alinderación original de 1.825, según la cual sus dominios de exacción se extienden por “las minas de oro corrido y vetas metálicas, y sus aguas altas y bajas, comprendidas desde el Salto de Santa Teresa, pasando por sus valles, hasta sus cumbres, con sus vertientes”.

Precisamente allí se ubica la mina El Silencio, con 60 kilómetros de túneles. Su bocamina se halla a 275 metros de altura, mientras que su piso 44, el más profundo (hasta el cual se gasta una hora en el carro mecánico o “marrana”), llega a más de 100 metros bajo el nivel del mar.

Entre la tierra, los proletarios del socavón, auténticos productores de toda esta riqueza, sudan y endurecen entre “machines” o taladros de compresor, palas y azadones mecánicos, que manejan con destreza incomparable. Sus recios cuerpos se enferman rápidamente con la tuberculosis y los males derivados del monóxido y el dióxido de carbono, el sulfuro de hidrogeno y el nitrógeno, gases por los que no se preocupa la empresa, afanada principalmente en someter a sus trabajadores a humillantes requisas que sólo la lucha decidida pudo hacer menos minuciosas y degradantes.

“Dentro de la mina no se sabe si de día o de noche. Únicamente la fatiga de los músculos mide el tiempo”, explica un corpulento obrero de la Frontino, que sale de su turno y cierra los ojos a la luz que los hiere. Pero ni el cansancio ni tampoco la intimidación de los patronos y el gobierno han podido jamás atenuar la audacia de los mineros, característica especialmente preciada por estos creadores de la profundidad. Entre ellos, el prestigio personal tiene como fundamento la capacidad de trabajo, desde la época de los pioneros cateadores de cuarzo y los perforadores de zapapica. Manejan la dinamita con precisión, conocen como a sus manos cada zapa, cada tambor, cada pozo y cada guía de los socavones. Por ello, y porque siempre han sido abanderados de la unidad de la clase obrera contra la explotación y por la soberanía nacional, la imagen de estos trabajadores se yergue a lo largo de la historia colombiana como símbolo de la infinita creatividad y fortaleza de nuestro pueblo.

Todo ello lo testimonian los pobladores de Segovia que, acorralados por la miseria, acuden a la mina Cogote, ya desmantelada por la Frontino, y raspan los residuos auríferos de las paredes. Cerca de un millar de hombres, mujeres, ancianos y niños van allá día tras día. “Antes se podía entrar por la bocamina”, narra un anciano ligado desde la infancia al trabajo minero, “pero ahora el alcalde y sus gamonales llevaron al ejército, cercaron la entrada y cobran 50 pesos por el derecho a trabajar en Cogote”. Quienes no pueden pagar, o no quieren someterse al abusivo impuesto, tienen que atreverse a descender por un precario túnel vertical de 60 metros, del ancho de un torso, abierto a pulso. Y se hunden en las negruras de la tierra sin casco ni protección alguna, con un cavo de vela, una piedra para desmenuzar la arena y un talego donde acumularla.

La “colonización” del pillaje
Un humilde “johnsero”, nombre de quienes manejan las pequeñas lanchas que son el único medio de transporte en la región de Zaragoza, El Bagre, Pato, Dos Bocas, Puerto Claver, Vijagual, Cuturú y Amacerí, dice señalando el horizonte: “Todo lo que se ve a la redonda es de la empresa”.

En una vasta zona fluvial de “placeres” o yacimientos de aluvión, el Pato Consolidated Gold Dredging Limited empezó a operar en Colombia desde comienzos del presente siglo, y sin embargo la mitad de las 110 minas que le adjudicaron y de las 75 que tomó un arriendo sobre un área de más de 80 mil hectáreas, está sin explotar todavía. Todas se hallan entre Dos Bocas, donde se unen los ríos Porce y Nechí, y la desembocadura de este último en el Cauca.

El monopolio norteamericano ha sido amo y señor económico, político y militar de la región. Sus gerentes nombran y destituyen a los alcaldes, funcionarios, inspectores y policías, y todos los cuales viven y comen en sus instalaciones reservadas.
También acantonan en sus dominios a la fuerza pública, la transportan y hasta ordenan su movilización a los comandantes de tropa. Esto lo confirman mineros, campesinos y dirigentes populares. Por otro lado, la empresa financia las campañas electorales de sus gamonales, compra funcionarios, evade impuestos, declara una décima parte de lo que efectivamente extrae, incumple sus obligaciones legales con el municipio, mientras los agentes del gobierno le acolitan a cambio de las migajas que ella les arroja.

Pero el odio del pueblo por este pillaje se ha manifestado en mil formas. Y los mandaderos del capital extranjero fraguaron la patraña de la “colombianización” del oro. Los grupos financieros, Bogotá, Grancolombiano y Suramericana, ansiosos por defender los intereses de sus amos, fundaron Mineros Colombianos S.A., que compró parcialmente a la International dos de sus filiales, la Choco Pacifico y La Pato. La nueva empresa, viendo que las luchas del pueblo de Condoto no dejaron que las dragas se comieran sus casas, requisito para evitar una catástrofe económica “colombianizo” la opresión y luego trasladó la quiebra a lo obreros, cambiándoles los supuestos mil millones de activos (en verdad su achatarrada maquinaria apenas valdrá 80), por los 500 millones que en prestaciones les debía.

La Frontino teje una estafa similar, y por lo que hace a los veneros auríferos de Zaragoza, Mineros Colombianos contra 945.000 acciones de la compañía Mineros de Antioquia, que reemplazó a la Pato, donde figurones de la burguesía intermediaria del capital yanqui, como Luis Prieto Ocampo, Jorge Mejía Salazar y Jaime Michelsen Uribe, manejan paquetes personales de 13.700 acciones, fundamentalmente puestas al servicio del imperialismo.

Rebelión contra el vandalismo
Desde 1938, Zaragoza dejó de ser el centro de la religión, pese a conservar su calidad de cabecera municipal. En ese año, la empresa inauguró un campamento que bautizó con su nombre; Pato. En las barracas de su “ciudad colombiana” se hacinaban los obreros, rodeados de cercas metálicas y sometidos a permanente vigilancia. Las mujeres debían solicitar permisos para entrar por un máximo de 12 horas semanales. Entretanto, sobre la parte alta se erigió la “ciudad inglesa”, de elegantes “bungalows”, ostentosas piscinas y un aeropuerto desde el cual salían todos los días, rumbo al extranjero, aviones cargados de arrobas de oro refinado.

Allí se forjaron leyendas de fortuna y despilfarro que hicieron palidecer al mito de “El Dorado”. Pero hoy, la misma población es un miserable rancherío. Un amanecer de 1952, la compañía decidió desplazar su sede río abajo, y en un acto de vandalismo se dedicó a destruir el pueblo. Con un buldózer echó al suelo los campamentos, se llevó por delante la iglesia, derrumbo la escuela, desmanteló el campo aéreo, llenó de huecos la carreteras. Sólo quedaron las planchas de cemento.

Cuando los obreros protestaron, agentes del consorcio quemaron varios ranchos de los alrededores, y un anciano que defendía su pobre techo fue incinerado. Como justa respuesta una violenta rebelión popular se extendió hasta Zaragoza. A piedra, y aun a bala y con dinamita, las gentes dieron libre curso a su repudio contra los imperialistas y sus guardianes.

Las instalaciones de la minera se transportaron entonces a El Bagre, donde habitan 15 mil personas, entre ellas los trabajadores que ocupan los campamentos de Mineros de Antioquia y laboran continuamente en jornadas que denominan “blanca”, “morena” y “negra”, según correspondan a la mañana, la tarde o la noche, respectivamente. Operan los “winches”o los rodillos de las dragas, o bien trabajan en los molinos de oro, cuando no entre los gigantescos tornos, cepillos, complejos de soldadura y prensas de los talleres mecánicos y eléctricos. Mineros de Antioquia, pretextando razones de seguridad, convierte su lugar de trabajo en un trampa mortal, instalando en sus excavadoras cables de 450 voltios que ya electrocutaron a dos obreros.

Rodeados por la riqueza de su patria, los trabajadores son obligados a vivir “como chinches”, conforme a la expresión de uno de ellos. A sus barracones no llega agua; sus hijos mueren a diario por gastroenteritis; los que sobreviven, que apenas pueden educarse hasta el 2° año de primaria, crecen con hambre y enfermos ante la angustia impotente de sus madres. Además, dado que la destartalada carretera de Medellín a Segovia se recorre en 10 horas, y que de ahí a Zaragoza hay apenas una trocha de penetración al cabo de la cual es obligado movilizarse en lancha, la ropa, la comida, las drogas y los servicios cuestan varias veces más que en la capital del departamento.

Los obreros, únicos verdaderos generadores de riqueza, sólo tienen su hambre, su miseria, su carencia de educación y de vivienda, y las cadenas de la explotación que los asfixian desde la infancia. A tiempo que un puñado de sanguijuelas extranjeras y sus testaferros, convertidos en despóticas autoridades, repiten el pasaje de Shakespeare: “¡Oro!, ¡oro maravilloso, brillante, precioso! Un poco de el puede volverlo blanco, negro; lo feo, hermoso; lo falso, verdadero; lo bajo, lo noble; lo viejo, lo joven; lo cobarde, lo valiente.
Este amarillo esclavo va a atar y desatar lazos sagrados, bendecir a los malditos, hacer adorable la lepra blanca, dar plaza a los ladrones y hacerlos sentar entre los senadores, con títulos, genuflexiones y alabanzas”.

Valerosa tradición de insurgencia
Esa codicia rapaz de los filibusteros imperialistas siempre ha sido acompañada por la salvaje represión que busca impedir el levantamiento popular contra el saqueo. Un día, los niños que madrugan a la escuela de Zaragoza regresaron corriendo a sus casas, con los ojos desmesuradamente abiertos. A la entrada del centro escolar colgaban los cuerpos de tres mineros salvajemente asesinados, cuyo delito era haber pertenecido hacía años a la Unión Sindical Obrera, USO, de Barrancabermeja. Muy cerca de Segovia, en el puesto militar Otú, cada bus es requisado. En El Bagre hay un soldado por cada 15 habitantes y están prohibidas las representaciones teatrales, la venta de periódicos distintos a los de la oligarquía y la distribución de boletines sindicales. En la población de Nechí, el régimen posee un campo de concentración en donde los presos son mantenidos con agua a la cintura por varios días. Cuando se iba a inaugurar el matadero de Zaragoza, que costó 300 mil pesos pagados por el pueblo para solucionar un grave problema higiénico, el ejército traslado a él su cuartel y allí se quedó. En 1977, la soldadesca mató en Segovia a dos dirigentes sindicales de La Frontino.

Tanto en las orillas del Nechí como en Remedios y Segovia, cada potrero es un campamento militar “Les da tanto miedo la rebeldía campesina, que hay épocas en que para comprar cualquier libra de sal uno tiene que anotar a donde la conduce pedir permiso para viajar con comida y aguantar requisas. Muchas veces, la poca remesa que se llevan la botan al agua porque va un plátano de más”. El campesino que denuncia estos abusos ha soportado por ello más hambre que la de costumbre. Y agrega: “Cuando van buscando a alguien, yo les señalo el lado opuesto, y si puedo, ayudo y escondo al perseguido”.

Al igual que todo el pueblo colombiano, el proletariado minero de oro ha protagonizado erguidos combates buscando liberarse de las garras del imperialismo norteamericano y la minoría vendepatria.

En Segovia se rememora la huelga de 1919, duro y significativo triunfo obrero. Fue allá donde, en 1925, la luchadora popular María Cano pronuncio su primer discurso, para animar un cese de actividades. En El Bagre, un paro obrero realizado en 1963, y que se rememora como “la guerra del 63”, se sostuvo durante 101 días de pelea, sin importar que la Pato despidiera un huelguista por cada 24 horas que durante el conflicto. Los 101 trabajadores lanzados contaron con amplia solidaridad del pueblo. Y al alborear el presente año, ante las ridículas ofertas de los patronos, que en 1978 vendieron 48 mil onzas de oro, los 600 obreros al servicio de Mineros de Antioquia, pararon una vez más. La empresa cerró entonces la escuela donde estudia la población infantil de El Bagre y suspendió los pagos a los pensionados, pero el generoso apoyo de pobladores y campesinos de la región permitió al sindicato mantener su actitud combativa.

Por todo el nordeste antioqueño, las masas populares señalan con claridad que los culpables de todos sus males son “la empresa y el gobierno”. Y pese a la intimidación, circulan boletines, son vendidos periódicos del pueblo, se libran las contiendas necesarias. Zaragoza recuerda con orgullo haber sido escenario de la primera insurrección de esclavos de la Nueva Granada, en 1958, cuando por espacio de un año los negros mantuvieron en jaque a las tropas de la corona española, y ha sido parte activa en mil batallas, antes, durante y después de la Independencia. En estas regiones, que “se han tenido siempre por asiento de borrascas”, cobrarán fuerza los vigoroso huracanes llamados a barrer de nuestro país la tiranía extranjera, la explotación y la miseria, e instaurar la anhelada nueva Colombia por la cual cada día más y más patriotas se suman a las columnas de combate que encabezan los obreros y campesinos.