El departamento de Córdoba es una zona rica en donde el régimen terrateniente, con todas sus secuelas de atraso y miseria, domina a su arbitrio la vida de centenares de miles de colombianos. Un puñado de grandes señores posee casi todos los terrenos laborales, en los que practica la ganadería extensiva, manipula el mercado y monopoliza el crédito oficial.
Por otra parte, detenta el Poder a nivel regional y cuenta con representantes genuinos en el alto gobierno, como Germán Bula Hoyos, actual Ministro de Agricultura.
Contra esta aristocracia despótica se han venido levantando con renovados bríos los labriegos cordobeses. Enarbolando la consigna “la tierra para el que la trabaja”, surgen continuamente combativas ligas de campesinos pobres que invaden los latifundios ociosos, hostigan a sus ancestrales hambreadotes y amplían día tras día su influencia entre las masas trabajadoras del campo.
Panorama desolador
Córdoba es una región típica de ganadería extensiva, en donde el 68.6% (1.251.986 hectáreas) de las tierras explotadas está cultivado en pasto mientras apenas el 15.2% (278.214 hectáreas) se dedica, en su gran mayoría, a una agricultura atrasada, sin ninguna técnica y sin crédito. Sólo unos cuantos empresarios agrícolas, medianos y pequeños, hacen esfuerzos por modernizar la producción. La concentración de la propiedad en pocas manos y la falta de tierra para la mayoría abrumadora de la población del campo configuran el problema más sentido del departamento. Mientras el 70% de las fincas es menos de 10 hectáreas y ocupa solo el 3% de la superficie laborable, el 1% de los predios es mayor de 500 hectáreas y acapara más del 40%.
Por otra parte, hombres, mujeres y niños, tienen que salir a “ganarse el día” jornaleando en agotadores faenas por salarios irrisorios que oscilan entre los 30 y los 60 pesos diarios sin alimentación. Se da el caso aberrante de que algunos trabajan sólo a cambio de comida.
Otros, los arrendatarios o parceleros, recurren al alquiles de pequeños “cuarterones” (1/4 de hectárea), que las más de las veces apenas dan para el plato de arroz, alimento básico y casi único de los pobres del campo. En el Bajo Sinú, durante los meses de lluvias intensas, los campesinos pasan la mayor parte del tiempo sembrando el grano, hundíos en los innumerables pantanos que se forman en esta zona “Nuestros hijos ya están sin sangre de puro comer arroz”, comenta amargado un minifundista de El Dividí, un caserío de 50 viviendas perteneciente al municipio de Sahagún.
Tal será la miseria reinante que incluso numerosas familias tienen que someterse a “raicillar” en las plantaciones de arroz, o sea, recoger a mano las pocas espigas que no alcanzan a alzar las maquinas recolectoras. Como algunos dueños de tierra les arrebatan la mitad de lo que así consiguen, muchos, aguijoneados por el hambre, se han rebelado contra este sistema de “ir a medias”.
Las inconmensurables haciendas ganaderas han sido desbrozadas con el sudor de miles de aparceros, quienes, a cambio de limpiar un trozo de tierra de la finca y poder sembrar un “pancoger” durante una cosecha, se obligan a dejar el terreno convertido en pastizales para el ganado del señor. Poco a poco, los grandes terratenientes han ido ampliando sus ya gigantescas propiedades, sin respetar extensiones baldías o caseríos, como ocurrió en Paloquemao, Sahagún, que fue arrasado e incluido en los dominios de uno de los poderosos. “Eso lo volvieron pura yerba y la gente que vivía ahí tuvo que irse a morir a otra parte”, denuncia un poblador de la región. “los terratenientes – concluye- nos quitaron la tierra y nos dejaron el hambre”.
Incora y Caja Agraria, los otros enemigos
Donde quiera que el Incora desarrolle actividades, lo hace con el fin de proteger los intereses de los terratenientes y aumentar la miseria y la explotación de las masas campesinas. Así como en el resto del país, el Incora emprendió su tarea en Córdoba en las zonas en las que los agricultores habían invadido con éxito enormes latifundios, particularmente en el Bajo y Medio Sinú. El mecanismo consistió en comprarles a magníficos precios las tierras en disputa a los hacendados (incluidos terrenos baldíos que éstos habían usurpado), para luego vendérselas a los labriegos que las reclamaban. El instituto aplicó entonces su política de “meter más gente en menos tierra”, adjudicando parcelas insignificantes y caras a la mayor parte de los campesinos, o apretujando varias familias en las llamadas “empresas comunitarias”. Hoy en día se cuentan por docenas los parceleros del Incora que han tenido que abandonar la región por no poder cumplir con las deudas contraídas a través de préstamos ruinosos. Últimamente, con los créditos tipo DRI (Desarrollo Rural Integrado) que impone la Caja Agraria, los campesinos se comprometen a que si los intereses pactados inicialmente son incrementados más tarde por el gobierno, “el deudor capta y se obliga a pagar la diferencia que resulte a su cargo por dicho concepto”. Es así como numerosos parceleros y minifundistas son arruinados y despojados de sus tierras.
Se dio el caso de que el Incora, además de pagarles con largueza las propiedades a los latifundistas se las arrendaba después de “expropiadas” a tiempo que miles de labriegos carecen de un simple “pancoger”. Un campesino del proyecto Córdoba N° 1, en Lorica, señala con razón: “Al principio el Incora hizo mucha bulla; pero a la larga nos hemos dado Ceuta de que no se sabe quien es peor si el instituto o los terratenientes, porque ambos le chupan la sangre a uno”.
En cada pelea, una liga
Desde algunos años atrás, el campesinado del Bajo y Medio Sinú han emprendido el camino de la organización independiente para enfrentar a los latifundistas y el gobierno oligárquico. A diario se suceden invasiones, batallas de aparceros por el derecho a poseer la tierra que han trabajado a través de generaciones y combates de parceleros del Incora por sacudirse el yugo que se les pretende imponer. En cada una de estas peleas se han conformado ligas de minifundistas y arrendatarios.
A este auge del movimiento campesino los señores feudales han respondido con la más salvaje represión, para lo cual disponen de policías, carabineros y agentes del DAS Rural.
No obstante, la perseverancia, el valor y el ingenio de las masas están dando al traste con todas y cada una de las medidas de sus opresores. Desde hace varios meses todos los días de la semana, los invasores y sus familias “entran a la tierra” en decenas de latifundios, limpian unas cuantas hectáreas y siembran maíz, yuca y plátano. Al día siguiente, mientras las gavillas de los terratenientes destruyen los cultivos de la víspera, los invasores repiten el proceso en otro lugar. Y así viene sucediendo semana tras semana; los campesinos insisten en la lucha sin desmayo y con tesón: “Lo malo es dejar quieto al terrateniente – afirma un joven de Sahagún -. Hay que atacarlos todos los días y por todos los lados hasta arrancarles la tierra”. Otras veces, los campesinos cultivan la invasión durante la noche o al amanecer, burlando la vigilancia de los uniformados.
En Laguneta, Sahagún, la Asociación de Arrendatarios decidió no pagar más por el derecho a trabajar unas parcelas “que desde nuestros padres estamos sembrando”, y conquisto la propiedad sobre las mismas, venciendo la represión y las maniobras del latifundista y más tarde del Incora. En el 35, la liga de aparceros derrotó los intentos de propietario por desalojarla y también logró establecer numerosas familias en esas tierras.
Los lugares en los que han triunfado las luchas campesinas “ya no son ni la sombra de los que eran antes”. Un directivo de una liga explica: “Por aquí se comía muy mal anteriormente. Pero desde que nosotros ganamos la pelea estamos trabajando estos lotes y ya se ve la producción, se ver la comida., hay mercado. Antes tampoco había caminos para estas tierras; ahora tenemos hasta carretera y los carros vienen todos los día desde el pueblo”.
Varias ligas han creado cooperativas de mercadeo y de consumo entre sus afiliados. En Los Plátanos, Lorica, la organización posee una parcela comunitaria en la que todos jornalean semanalmente; el producto de la cosecha se destina a un fondo colectivo. Periódicamente se reúnen a estudiar y a discutir los problemas de la región y del país. “Es que no podemos quedarnos pensando sólo en la tierra”, apunta un campesino de Cienaga de Oro. “No podemos quitarle la tierra al latifundista y después ir a votar por él o por cualquier otro oligarca. Hay que combatirlos también políticamente. En la liga ya nadie apoya a los partidos tradicionales”.
Dentro de estos nuevos bastiones de campesinado, los miembros más avanzados y conscientes comienzan a criticar las posiciones egoístas de quienes, una vez conquistada la tierra y logradas ciertas mejorías, pretenden aislar a la organización en si misma, apartándola del resto de sus hermanos que siguen sin tierra y en la miseria. Sin dejar de atender a las faenas propias de la producción, las ligas se van constituyendo en bases de apoyo y en focos desde los cuales se impulsa la lucha de clases en el campo.
Todas las decisiones atinentes a la lucha y a la táctica a seguir son tomadas democráticamente en las asambleas. Asimismo la liga recolecta los fondos necesarios y provee la solidaridad para los invasores y la alimentación para los compañeros detenidos en los combates, basándose en los propios esfuerzos y en las masas.
Las ligas también se han convertido en un semillero de auténticos dirigentes campesinos y realizan regularmente un fructífero acercamiento con la clase obrera, invitando a dirigentes y proletarios de las ciudades a dictar cursos y a que conozcan la realidad.
Es por todo lo expuesto que las gentes respetan y apoyan cada vez más a las ligas y estás crecen continuamente. Por la misma razón, sus enemigos las miran con una mezcla de temor y de odio porque saben muy bien que, como lo asevera un parcelero de Cereté, “algún día les vamos a quitar a los terratenientes no sólo un pedazo de tierra sino el Poder entero, y entonces les vamos a decir: “Tomen esta rula y váyanse a trabajar para ganarse la vida como lo hemos hecho nosotros siempre”.
Contra esta marejada de lucha de los oprimidos se estrellará impotente el régimen oligárquico. El presidente de una liga lo expresa con claridad: “mientras nos consolidamos nos podrán seguir destruyendo los sembrados y persiguiéndonos. Pero cuando seamos más fuertes y haya ligas en todas partes, vamos a parar ranchos en las invasiones y de ahí no nos va a sacar nadie. Y si nosotros morimos defendiendo lo que nos pertenece, ahí están nuestros hijos para que sigan nuestro ejemplo y echen pa’lante el movimiento”.