La rivalidad entre Estados Unidos y la unión Soviética por el reparto del mundo se ha concentrado en los últimos meses en una zona trascendental importancia, tanto por su ubicación estratégica como por su formidable riqueza en recursos naturales. Abarca el Medio Oriente (hasta el Golfo Pérsico y la Península Arábiga), el Cuerno de África y parte de Asia Central. Se trata nada menos que de 22 países, 9.5 millones de kilómetros cuadrados, 300 millones de habitantes, rutas comerciales y militares claves y la producción y las reservas petroleras más grandes del Orbe. Antaño una región sometida omnímodamente a control yanqui, hoy es escenario de fuertes tensiones provocadas por la Unión Soviética que ansía echarle su zara y los Estados Unidos que no desean abandonarla.
Estados Unidos pierde Irán
“La situación de Irán es una tragedia para Occidente”. Con esta lacónica frase caracterizaba no hace mucho el ex secretario de Estado, Henry Kissinger, el mayúsculo descalabró que para Washington significó la caída de su fiel testaferro, el Shah Mohamed Reza Pahlevi. Desde su asenso al poder, en 1953, mediante un golpe orquestado por la CIA, el monarca iranio instauró un régimen despótico y corrompido que se mantenía gracias al soporte económico y militar de los Estados Unidos, quienes sólo entre 1972 y 1978 le entregaron 14.000 millones de dólares en materiales bélicos.
Para el imperialismo norteamericano y sus aliados Irán constituye una pérdida de extraordinaria valía; con sus enormes yacimientos petrolíferos (hasta hace poco el segundo exportador mundial del crudo) proveía el 40% del petróleo que consume Europa Occidental, el 90% de Suráfrica, el 70% de Israel y el 10% de Estados Unidos; desempeñaba el papel de “gendarme del Golfo Pérsico”, región que produce en conjunto el 71% de los hidrocarburos necesitados por los europeos del oeste, y, con sus 1.800 kilómetros de frontera con la URSS, era considerado el más firme obstáculo a la expansión soviética hacia el Medio Oriente. El socialimperialismo, reviviendo las viejas aspiraciones de los zares sobre este país en busca de una salida al Océano Indico, comenzó a penetrar en Orán aún antes del derrumbamiento del Shah, era su tercer proveedor de armas, le compraba 10.000 millones de metro cúbicos de gas diarios (para luego revenderlo más caro a Europa) y había financiado 124 proyectos económicos gubernamentales.
Después de un año de continuas y masivas movilizaciones y huelgas en contra suya, el Shah abandonó el país el 16 de enero de 1979, a tiempo que los 40.000 residentes norteamericanos eran prácticamente expulsados. Cabe anotar que en medio de la crisis, en noviembre de 1978, Brezhnev notifico perentoriamente a Washington que cualquier intervención estadinense en Irán sería considerada como “un asunto que afecta la seguridad de la URSS”. Las emisoras rusas comenzaron a atacar la Shah y respaldaron a los religiosos musulmanes que encabezaron la revuelta y que hasta hacia poco el Kremlin tachaba de contrarrevolucionarios. Mientras tanto, a la administración Carter observaba entre impasible y sorprendida los sucesos que culminarían con el mayor revés para los yanquis desde la guerra Indochina. Los acontecimientos de los últimos meses forman para de la compleja y prolongada revolución democrático-nacional emprendida por el pueblo iraní contra sus ancestrales opresores internos y foráneos.
El nuevo gobierno que asumió el Poder el 11 de febrero, orientado por el Ayatollah Khomeini, tomó una serie de medidas desfavorables para el bloque de Occidente; nacionalizó la comercialización del petróleo (antes en manos extranjeras), aumentó su precio y redujo su producción; rompió relaciones diplomáticas con Sudáfrica e Israel y reconoció a la organización para la Liberación de Palestina (OLP); procedió al retiro de Irán de la CENTO (Organización del Tratado Central, integrada por EEUU, Inglaterra, Turquía, Irán y Pakistán), emprendió la revisión de todos los convenios económicos y militares con Estados Unidos. Asimismo, Teherán retiró sus tropas de las fuerzas de la ONU en la frontera entre Líbano e Israel e hizo regresar los soldados iraníes estacionados en Omán, aduciendo que ya no estaba dispuesto a jugar el papel de “policía del Golfo Pérsico”. Irán se sumó a los países árabes que condenaron a comienzos de abril los acuerdos de paz egipcio-israelíes, promovidos por Washington.
Recientemente, el régimen revolucionario decretó la confiscación de todos los capitales extranjeros, y nacionalizó las compañías de seguros, incluyendo una de propiedad soviética, y los bancos, aspa como gran parte de la industria.
Voceros del gobierno recién instaurado han insistido en que su nación será “independiente, no alineada” y “sin influencia de cualquier superpotencia”, Khomeini señaló que “todavía no se han arrancado de cuajo los imperialismos norteamericano, soviético y británico, así como el sionismo”, y llamó a su pueblo a estar vigilante contra cualquier interferencia extranjera. No obstante, los expansionistas moscovitas, ante la retirada estadounidense de Irán, aprovechan toda oportunidad que les permita entrometerse en los asuntos iraníes y colocar dicho Estado bajo su dominio.
El Kremlin ha venido interviniendo en los conflictos desatados por los sectores autonomistas kurdos, turcomanos y baluchis que habitan amplias regiones de Irán, Irak y Turquía, con el propósito de ampliar su influencia en dichos países y, si es el caso, desmembrarlos.
A partir de febrero, en Irán no ha habido un solo día de calma. Conflictos de muy diverso orden que van desde las protestas de sectores descontentos hasta las rebeliones de grupos separatistas, pasando por divisiones dentro del gobierno y asesinatos políticos, han impedido la estabilización de la república islámica.
Algunos de los problemas que afronta la dirigencia musulmana, provienen además de la injerencia soviética, de la aplicación de códigos de justicia arcaicos, de medidas discriminatorias y opresivas contra las mujeres y del fanatismo religiosos con el que se han querido manejar algunas de las cuestiones esenciales de la sociedad iraní, lo cual ha creado antagonismos y ha despertado insubordinaciones entre las masas.
La URSS en Afganistán
El 27 de abril de 1978 se produjo en Kabul, capital de Afganistán, un golpe de Estado que elevó al Poder un gobierno pro soviético. A partir de entonces, esta nación centroasiática país a convertirse en una neocolonia de Moscú. Actualmente hay allí más de 5.000 ciudadanos soviéticos, la mayoría consejeros militares. El 60% de la deuda externa es para con la URSS, que al mismo tiempo compra el gas natural afgano 30% más barato que en el mercado mundial. Los nuevos zares rusos han firmado 29 acuerdos de “ayuda” a cambio de tener mano libre para saquear recursos tales como el petróleo, el cobre, el uranio y la fluorita. Expertos soviéticos supervisan los textos escolares, actúan en todos los ministerios y mandan las tropas. Para reforzar su coyunda, el Kremlin suscribió en diciembre último un tratado de “amistad, buena vecindad y cooperación” por veinte años con el Primer Ministro afgano Mohamed Taraki, documento que establece una alianza militar bilateral.
En marzo, durante acciones confusas, resulto muerto el embajador de Estados Unidos en Kabul; Washington consideró que la policía secreta rusa (la KGB) desempeñó un activo papel en el crimen, y envió una nota de protesta a la URSS.
A partir del mes de abril estallaron violentas sublevaciones populares contra el régimen de Taraki. Los consejeros militares rusos fueron el principal blanco de ataque y desde entonces varios centenares de ellos han resultado muertos durante los combates. Las fuerzas de Kabul y los agentes soviéticos han sido confinados a unas pocas ciudades mientras la mayor parte de las zonas rurales está bajo control de los insurrectos.
A comienzos de agosto, los rebeldes, agrupados en el Frente Islámico, lanzaron violentos ataques contra la capital, y el 18 del mismo mes, comenzaron a formar gobiernos populares en la zonas liberadas. La URSS, siguiendo los pasos de toda potencia imperialista, se encuentra empantanada en esta guerra de liberación de un país del Tercer Mundo.
Camp David, la respuesta yanqui
La perdida de Irán y el continuo avance de Moscú han tenido hondas repercusiones en el Medio Oriente. Al otro lado del Golfo Pérsico. Arabia Saudita, el primer exportador mundial de petróleo y el segundo pilar de Estados Unidos en la región después de Irán, está rodeada por Estados de la órbita soviética o que se inclinan hacia ella. En el flanco meridional se encuentra un Yemen del Sur que alberga 3.000 rusos y cubanos, sostienen una base naval en Adén a disposición de los socialimperialista y se inmiscuye en los problemas internos de Omán. Recientemente agredió a Yemen del Norte, en vista de lo cual la Casa Blanca reaccionó enviando a este último 100 consejeros militares, 400 millones de dólares en armas, y desplazando al Mar de Arabia unos cuantos navíos de guerra.
Cerrando la entrada al Mar Rojo, arteria vital para Europa, está Etiopía, donde un régimen títere del Kremlin, apoyado por 17.000 mercenarios cubanos, masacra al pueblo de Eritrea con el fin de asegurar para Moscú un punto de apoyo en la ribera africana de la estratégica vía marítima. En el flanco septentrional, los hegemonistas soviéticos aprovechándose del viejo conflicto árabe-israelí, han venido metiendo baza en Siria e Irak.
De otra parte, Turquía, pieza clase del flanco oriental de la OTAN, atraviesa por una de las peores crisis políticas y económicas de su historia. En junio, el gobierno supedito la presencia de aviones de espionaje estadinenses en ala frontera ruso-turca al visto bueno de la Unión Soviética.
El Kremlin viene gestionando hace meses un empréstito de 8.000 millones de dólares para Ankara, así como ala venta de una planta nuclear y varios proyectos eléctricos.
Es debido a todo lo anterior que Washington organizó afanosamente la conclusión de una paz separada entre dos antiguos rivales. Israel y Egipto, tratando de salirle al paso a sus contendores de la URSS, que también se entrometen en los problemas de las naciones del Oriente Medio para sacar partido. Después de muchas idas y venidas, Carter, Sadat y Begin firmaron en septiembre de 1978 los acuerdos de Camp David y, el 26 de marzo de este año, el tratado de paz.
Los compromisos establecen en resumen, lo siguiente; paz entre Egipto e Israel; devolución paulatina (en tres años) de la península del Sinaí a Egipto, ocupada por Tel Aviv desde 1967, y retirada de las tropas, bases aéreas asentamientos judíos de aquella, concesión de la autonomía a la población de la franja de Gaza y de la margen occidental del río Jordán (Cisjordania), conquistadas por Israel desde 1967 y donde habitan dos millones de palestinos; al cabo de cinco años, las partes interesadas precisarán el status definitivo de las dos zonas mencionadas; Israel mantendrá durante un lustro fuerzas militares en Gaza y Cisjordania. De otra parte, Egipto dará paso libre a los buques israelitas por el Canal de Suez y venderá el petróleo del Sinaí preferencialmente al país judío. Los Estados Unidos se comprometieron a respaldar los acuerdos concediendo a Israel 3.000 millones de dólares en ayuda bélica y a Egipto 2.000, sin embargo, se habla de muchos millones más.
En vísperas de la firma del tratado de paz de Washington, los sionistas declararon arrogantemente por boca de Begin que Israel jamás regresaría a las fronteras de 1967, nunca devolvería el sector árabe de Jerusalén, se opondría siempre a la creación de un Estado Soberano para los palestinos y que la autonomía de Gaza y Cisjordania será simplemente administrativa. Cuando aún estaba fresca la tinta de los acuerdos, el gobierno judío anunció la fundación de nuevas colonias israelitas en Cisjordania, con lo que busca desplazar al pueblo árabe de los territorios que legítimamente le pertenecen. Sin embargo, mientras no se reconozcan los derechos nacionales palestinos de tener un Estado libre jamás podrá haber paz duradera en el Medio Oriente; mientras Israel se empecine en conservar a la fuerza las tierras conquistadas en 1967, no habrá tranquilidad en la zona.
Los acuerdos fueron repudiados unánimemente por un buen número de gobierno árabes y la OLP, incluyendo varios aliados de Norteamérica, no obstante los esfuerzos del Departamento de Estado por conseguir el visto bueno a su manipulación de los destinos de la región. Iracundo por haber sido marginado de las negociaciones de paz, Brezhnev saltó a defender sus prerrogativas imperialistas, declarando que se oponía a cualquier arreglo que no tenga en cuenta al Kremlin ya que ello supuestamente constituye “un abuso de los derechos e intereses del Estado Soviético”. Los socialimperialistas han venido especulando con el descontento generado por los acuerdos e intrigan en el seno del “frente de rechazo”, conformado por 18 países árabes que se oponen a la táctica yanqui y que el 2 de abril decidieron romper con Egipto.
Como resultado de la injerencia de las dos superpotencias, el Medio Oriente se está convirtiendo en un foco de guerra. Estados Unidos ha resuelto últimamente apuntalar su presencia militar en puntos clave del subcontinente, mientras Moscú, desde hace años a la ofensiva, trata por todos los medios de ganar esta partida, ya que de ser así tendrá a merced suya los abastecimientos del Mercado Común Europeo, la presa más apetecida para el oso polar ruso.
Poco después de la caída del Shah, el presidente Carter afirmó que “en el Medio Oriente, en el Sudeste asiático y en cualquier otra parte del mundo, estaremos al lado de nuestros amigos; cumpliremos nuestros compromisos vitales de los Estados Unidos”. Con ese propósito, Norteamérica está organizando una fuerza de 110.000 hombres para librar “guerras limitadas”, especialmente en el Cercano Oriente. Como puntos de apoyo de dicha fuerza. Estados Unidos cuenta con bases militares y navales en la isla de Diego García, en el Índico; en el emirato de Bahrain, en el Golfo Pérsico, y está gestionando su establecimiento en la isla de Masirah, en el Mar Arábigo, y en la península del Sinaí.
La complicada situación por la que atraviesan los pueblos del Oriente Medio sólo podrá ser superada en la medida en que se observen los principios de coexistencia pacifica, o sea, el respeto a la soberanía y la integridad territorial de cada país, la no intervención en los asuntos internos y la no agresión, política que los revolucionarios de todo el mundo apoyamos incondicionalmente, a tiempo que nos solidarizamos con la heroica lucha del pueblo palestino por su autodeterminación nacional.
El 16 de septiembre, en medio de oscuras circunstancias, fue depuesto el mandatario afgano.
Sin embargo, según las últimas informaciones, el nuevo presidente, Hafizullah Amín, mantendrá con el Kremlin las mismas relaciones de alianza que su antecesor.