LUCHA DECIDIDA CONTRA EL ALCA

Instalación del Congreso Nacional Agropecuario a cargo de Ángel María Caballero, presidente de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria. Evento realizado en el auditorio Lorenzo Botero Jaramillo en Bogotá, con participación de más de 600 delegados de todo el agro colombiano.

«Lo más caro para un país es lo que no es capaz de producir»

Saludo a los congresistas de la República que nos acompañan, al señor gobernador del departamento del Tolima, a la Junta Directiva de Salvación Agropecuaria, a todos los productores, agricultores, campesinos, comunidades indígenas, agremiaciones del agro colombiano, los representantes de los usuarios de los distritos de riego y a los medios de comunicación que nos han acompañado siempre, y muy especialmente en las jornadas de Salvación Agropecuaria.

Quiero que hagamos unas reflexiones acerca del Paro que se inició el 31 de julio, sus causas, efectos y resultados, la validez hoy más que nunca de nuestros postulados, la respuesta del gobierno y el crecimiento de nuestra organización en todo el país, buscando siempre compartir con ustedes todas la enseñanzas que hemos aprendido en los escasos tres años que llevamos de existencia.

En el transcurso del Paro, los siete puntos de Salvación Agropecuaria no fueron negociados con el gobierno nacional, ni éste nos llamó a hablar de ellos. De parte del gobierno y de sus lacayos, como la Sociedad de Agricultores de Colombia, SAC, sigla que los compañeros de la Asociación Agropecuaria del Huila transformaron correctamente en «Sociedad de Arrodillados de Colombia”. La SAC llenó de improperios a los dirigentes de Salvación Agropecuaria, diciéndonos en el periódico El Tiempo de hoy (18 de octubre de 2001), que no somos dignos de reunirnos con ellos porque bloqueamos las carreteras. Al contrario, creemos que si actuamos así es porque el agro está en crisis y uno de los grandes culpables es precisamente la SAC, porque en lugar de estar organizando y movilizando a los agricultores para reclamar sus derechos, ha venido participando y colaborando en todos los escenarios donde se fijan las políticas y se toman las decisiones gubernamentales de los últimos 10 años; y, además, ha permitido que de gobierno en gobierno se vaya deprimiendo cada vez más el agro colombiano, siendo cómplice silencioso de las multinacionales que producen y comercializan insumos y cosechas a precios ruinosos para nuestros agricultores, lo mismo que de las importaciones masivas de alimentos que extinguieron el agro en la última década. Hoy lo decimos públicamente, porque nos sentimos ofendidos y nos da dolor de patria, con el comunicado publicado por el periódico El Tiempo, en donde el presidente de la SAC hace una división entre campesinos y productores de primera y segunda categoría, anotando que los nuestros están al margen de la ley: si el gobierno nacional se reúne con los grupos alzados en armas ¿por qué no dialoga con Salvación Agropecuaria? No estamos al margen de la ley, somos agricultores que sentimos atropellados nuestros derechos y luchamos por reivindicarlos en la lucha social.

Una semana antes del paro fuimos llamados al Ministerio de Agricultura a plantear nuestros problemas, y la respuesta fue mandarnos a «rezar» por los cafeteros, y ofrecernos “diálogos” interminables en las ya tristemente célebres mesas temáticas, con el claro propósito de disolver el paro sin dar soluciones, cuando los puntos programáticos de Salvación Agropecuaria los conoce el gobierno nacional desde el 9 de abril de 1999. Lo que sucede es que ellos no los comparten, por eso no hacen una negociación seria, porque para el gobierno es imposible negociar las importaciones de alimentos, que tanto han deprimido al agro colombiano; es imposible favorecer la producción nacional y hacer un control a los costos de los insumos; es imposible hacer la condonación de las deudas de los cafeteros y de los campesinos en general que no pueden pagarlas. Ahí están nuestros puntos sobre la mesa; pero estamos llenos de acuerdos con los paperos, los arroceros, los paneleros, con la Asociación Agropecuaria del Huila, con las comunidades indígenas y con otras organizaciones regionales que firmaron pactos o acuerdos con el gobierno, pero que no se han cumplido. Hoy me decía jocosamente Orlando Fernández, el presidente de la Asociación Agropecuaria del Huila, que lo único que se cumplió del pacto firmado entre ellos y el gobierno en el Paro de agosto fue el último punto, que dice: «En vista de haber acordado todos los puntos anteriores, el paro se levanta por parte de la Asociación Agropecuaria del Huila».

Sin embargo, el Paro ha tenido efectos importantes para nosotros. Uno de los mayores logros es que Salvación Agropecuaria es hoy un movimiento nacional reconocido y respetado por amplios sectores rurales de productores, indígenas y comunidades desfavorecidas; es como le dijimos al ministro de Agricultura: “lo único que sigue creciendo en Colombia es nuestra organización”. No hay un solo cultivo que en los últimos 10 años presente una bonanza duradera. Al contrario, desde que arrancó la apertura económica en 1990, no hay sino desasosiego y desesperanza en el agro colombiano.

Para nosotros es un magnífico balance estar hoy aquí con este gran número de auténticos líderes venidos hasta de los más apartados rincones del país; estar con esta gran comunidad agrícola e indígena, reunidos para fijar nuevas tareas y para ratificarle el Norte a nuestra organización. Y también para analizar qué se ha solucionado en las comunidades después del paro; porque en la reunión, el gobierno dijo que sin paro sí atendían los reclamos, entonces queremos saber qué le han solucionado a los agricultores y a sus comunidades en estos 75 días. Cuando entrábamos a este gran auditorio, lo que escuchamos es que no se ha solucionado nada.

Por eso podemos estar seguros que ya tenemos el principio de una nueva movilización de los campesinos y de los indígenas de Colombia, porque parece que el gobierno no oye sino en las carreteras, pues no han rectificado ninguna de las políticas que han sumido en la ruina nuestra producción agraria: sigue la entrada de arroz importado por el Ecuador y de contrabando por Urabá, cultivo del cual hacemos una mención especial, porque gracias a la lucha gremial y a la resistencia civil en la que han participado los Distritos de Riego, Agameta, Unidad Cafetera, Unidad Panelera, los cultivadores de papa, y demás agremiaciones de Salvación Agropecuaria, hemos logrado el control a las importaciones de arroz, el decreto de los genéricos, los incentivos al almacenamiento para el arroz del Meta, y salvaguardias arroceras, lo que nos ha permitido sobrevivir en esta arrolladora avalancha neoliberal. Con la colaboración de Federriego evitamos el IVA para los insumos en la reforma tributaria del año 2000, lo mismo que un proyecto de Ley para rebajar el costo de la energía en los Distritos de Riego; también sacamos a la luz pública como un grave problema del agro colombiano el incremento desmedido en los costos de los insumos, que aumentan las utilidades de las multinacionales que los producen.

En la jornada del 31 de julio, el gobierno ofreció suspender las importaciones de arroz y de papa hasta finales de diciembre y crearles la cadena a los cultivadores de la papa; lo anterior son pañitos de agua tibia para disolver la protesta de los paperos, sin ninguna otra solución para los problemas de este cultivo que se encuentra agobiado por el mercadeo, por los altos costos de los insumos y el bajo precio del tubérculo. Cabe anotar que los insumos que inciden en la canasta agrícola de nuestras cosechas, llevan incrementos de 16% en lo que va corrido del año, y falta el alza de diciembre que tradicionalmente es de 8% a 10%; es lamentable el silencio del gobierno y de las Federaciones en materia tan delicada. También persisten las importaciones de panela por Pacto Andino, que tanto afectan a los productores nacionales, y la respuesta del gobierno para ellos es que sean competitivos y se asocien a las cadenas productivas.

De la crisis cafetera ni se diga; los 30 mil pesos por carga que dio el gobierno nacional y que mucho de ello fue por la protesta social de Salvación Agropecuaria y Unidad Cafetera, se perdieron con el actual precio del café, porque los productores están vendiendo en los pueblos a menos de 250 mil pesos la carga y los comerciantes e intermediarios se están quedando con buena parte de esa bonificación. Comentan los cafeteros, que los llevan al cementerio como «entierro de pobre», dicho popular que tienen los campesinos en las zonas cafeteras. El gobierno nacional, para desestimular las protestas, como la del 31 de julio, aprueba refinanciaciones a las deudas y subsidios al precio por 300 mil millones de pesos; lo cual mimetiza el problema y da un pequeño alivio, pero no es la solución para la crisis cafetera, ya que los productores se encuentran ahogados por los bajos precios internacionales del café, y como solución, la Federación ordena destruir la mitad de los cafetales en Colombia; por tanto, dicha refinanciación se volverá una agonía lenta para nuestros campesinos, porque con rentabilidad negativa ninguna refinanciación funciona. «La fiebre no se encuentra en las sábanas»; con cafés vietnamitas a 20 y 30 centavos de dólar la libra, esto no es solución; ellos seguirán extendiendo sus áreas por la extrema pobreza en que viven, y los nuestros tendrán que apretarse el cinturón y aprender a aguantar hambre; hoy por hoy, es el problema más grave del campo colombiano, pues allí están los más pobres de los pobres, y las multinacionales del café seguirán expandiendo sus tentáculos por todo el mundo.

En el país nadie hablaba de la problemática del café, esta crisis se destapó por los análisis de Jorge Enrique Robledo y la protesta social de Unidad Cafetera encabezada por él, e impulsada por Salvación Agropecuaria: son 550 mil familias de productores colombianos (80% son de menos de cinco hectáreas). El gobierno no plantea solución real para ellos; porque nosotros no aceptamos que sea respuesta definitiva a la crisis un subsidio al precio; la verdadera solución es que el gobierno nacional responda por un precio interno rentable y que intervenga ante los países desarrollados, de donde son las grandes multinacionales, para que se le de un precio digno al café y no se sigan arruinando nuestros campesinos; además, si se quiere una sustitución del 50% del cultivo, el gobierno debería presentar otras alternativas que sean rentables y no profundizar más la crisis de los minifundistas cafeteros.

Porque no es como dijo Alfonso López Michelsen: «el causante de la crisis del café es Vietnam, porque ellos están haciendo dumping». Sería para risa si la crisis no fuera causa de tanto dolor; ¡Por Dios! ¿qué dumping pueden hacer los vietnamitas con salarios de un dólar al día? Ellos no pueden vender a precios menores que sus costos de producción, que es lo que configura un dumping. En nuestro país, los dirigentes, el gobierno y las federaciones hacen todo lo posible por no tocar a las multinacionales que mercadean las cosechas en el mundo, lo mismo que a las que venden los insumos; eso es pecado mortal, de eso no se puede hablar. Los vietnamitas no son los culpables de la crisis del café. Los países desarrollados, los más ricos del orbe, les dieron 10 mil millones de dólares sin intereses y con 10 años de plazo para que les produjeran café a 20 centavos de dólar la libra, para ellos venderlo a ocho dólares en los supermercados de Estados Unidos y Europa; ese es el verdadero problema, no son los cultivadores vietnamitas, porque ellos mueren de hambre, como se van a morir nuestros agricultores en Colombia, al no solucionarse esta crisis.

Queremos ser muy claros. Para Salvación Agropecuaria el punto de las importaciones de alimentos no es negociable, porque es la seguridad alimentaria representada en los cultivos transitorios o de corto plazo, es el derecho que tienen todos los pueblos a producir sus propios alimentos, es la soberanía nacional, es el alma nuestra y es el sentimiento de quienes cultivamos la tierra en Colombia. La única negociación posible entre el gobierno y Salvación Agropecuaria sobre este asunto, es la suspensión de las importaciones anuales de siete millones de toneladas de alimentos que perfectamente se pueden producir en Colombia, lo mismo que la recuperación de un millón de hectareas perdidas por la apertura económica de cultivos transitorios y permanentes en la década pasada.

Nos gustaría negociar que vuelva a haber trigo, cebada, soya, algodón y ajonjolí, que haya precios de sustentación remunerativos, estables y garantizados por el Estado para los productos del campo, lo mismo que créditos suficientes, oportunos y baratos; que haya un arancel real y equivalente a los subsidios que les dan a los agricultores en aquellos países que exportan sus alimentos a Colombia, que no se importen anualmente más de dos millones de toneladas de maíz y más de un millón de trigo, que no se importe papa ni arroz, ni panela ni frutas, ni hortalizas ni cebada; que haya un verdadero control por parte del Estado en los costos de los insumos y que se condonen las deudas impagables de los campesinos; esto sí lo negociaríamos en Salvación Agropecuaria. En los paros, los acuerdos que se dan son los que les toca firmar a los líderes regionales para presentarles a sus comunidades. Saben que las exigencias fundamentales son las de Salvación Agropecuaria, apoyan a Salvación Agropecuaria, pero creen que tienen que entregarles algún papel firmado a los que protestan en las carreteras, porque ellos se encuentran desesperados ya que les van a rematar las tierras, están embargados y no tienen con qué recolectar las cosechas, y necesitan que se les ofrezca una esperanza. Es que a eso los acostumbró la clase política en Colombia: ¿Qué me dan? ¿Y yo qué les doy? Tienen que hacer firmar algo para poder levantar los paros, pues cualquiera sabe que estos no pueden ser eternos.

Los puntos programáticos de Salvación Agropecuaria son la filosofía del agro colombiano, y son la enseñanza de cómo funciona el campo en todos los países del mundo, donde hay agricultura próspera y fecunda. En estos países funciona muy bien el agro, y desde el principio del siglo pasado ya producían combinadas para recolectar sus cosechas, tractores a carbón, luego tractores de gasolina, después tractores diesel, y ya tenían maquinaría pesada; nosotros un siglo después no somos capaces de producir un tractor, tenemos un atraso tecnológico de un siglo en maquinaria; los países industrializados gastan hasta dos puntos de su Producto Interno Bruto en investigación, ciencia y tecnología, mientras que el Ministerio de Agricultura de Colombia tiene un presupuesto miserable de sólo 0,01% del Producto Interno Bruto. ¡Y nos piden que seamos competitivos!

En Colombia acabaron el Idema y la Caja Agraria; pretenden eliminar el INAT, el Incora y el INPA (una de sus funciones es repoblar de peces los ríos), y todo lo que tenga que ver con el agro lo quieren desaparecer sin ninguna contraprestación para los campesinos, únicamente nos dan demagogia barata, porque según ellos no somos sino el 30% de la población colombiana, y para el Ministerio de Agricultura seguridad alimentaria es tenerle alimentos importados baratos a los habitantes de la ciudad; los artículos 64 y 65 de la Constitución Nacional los interpretan a su amaño y en contra de nuestros agricultores, como si la guerra no se hubiera generado en el campo, como si la paz no tuviera que renacer en el campo; damos todo y no nos dan absolutamente nada; lo único que nos queda son los desplazados, los golpeados, los muertos en las carreteras por la fuerza pública en los paros que hacemos, y papeles y más papeles firmados; porque eso sí, a las multinacionales es imposible tocarlas. Los mismos medios de comunicación gobiernistas (Portafolio 14 de junio de 2001), traen estadísticas que nos dicen que uno de los mayores problemas del agro en Colombia son los insumos: pues son el 60% de los costos de producción en papa, 30% en arroz, 40% en algodón, 42% en frijol, 25% en maíz, y lo más doloroso de esta historia, es que son producidos o ensamblados por multinacionales en Cartagena y los venden a mitad de precio en los países vecinos del Pacto Andino; en encuestas entre los agricultores, el problema de los insumos le ganó al de la seguridad en el campo; pero de esto no se puede hablar, a las multinacionales es pecado mortal controlarlas ¿Qué diría G. Bush? ¿Qué diría el Fondo Monetario Internacional? ¿Qué diría el Banco Mundial?

Los insumos incrementan sus precios a razón de 20% a 30% anual, factor que con la apertura económica es la principal causa de la desaparición de los cultivos transitorios, y no hay agricultura que aguante esto; es un problema grave que nos debe unir a todos los campesinos y productores, porque estamos agobiados con su carga, pero el gobierno no lo soluciona. Con el paro agrario de 1999 logramos arrancar el decreto 459 de los genéricos, que todavía se está reglamentando; las drogas humanas todas tienen genéricos, pero las multinacionales pelean para que sus patentes sean prolongadas a través del tiempo y tengamos que comprar productos de marca con precios muy superiores. Los genéricos permitirían un alivio importante en los costos del agro colombiano.

En Estados Unidos y Canadá se impuso el control del precio de la medicina que controla el ántrax o carbunco, cuyo nombre de marca en el mercado es Cipro (producto patentado de Bayer): se vendía en el mercado a cinco dólares la unidad y se obligó a la multinacional a venderla en Estados Unidos a 80 centavos de dólar y en Canadá a US$1.20 la unidad ¡Los campeones de la globalización le dan ejemplo al mundo, pero sólo para su población, y cuando tienen tragedias! Mientras tanto superexplotan al resto del mundo. En Colombia llevamos dos años en esta pelea de los genéricos, pero cuando no se interpone el Ministerio de Agricultura, es el de Salud, o el de Comercio Exterior, en beneficio de las multinacionales amparadas por el gobierno. A nosotros se nos exige producir comida barata con inflación de 8% y costos de producción incrementados en 25%; los precios de venta de nuestras cosechas no pueden subir más de 8% y en la mayoría de los casos decrece, pero los costos de producción si se elevan en 25% o más: un desfase anual de 17% que acaba y marchita cualquier cultivo.

Salvación Agropecuaria vela por la defensa del productor colombiano y por la defensa de los derechos de las comunidades indígenas; en el departamento del Tolima en el Paro Nacional Agropecuario participaron, además de los productores y campesinos, las comunidades indígenas del Tolima, entre ellas, el CRIT y la ACIT, quienes firmaron un acuerdo con el gobierno nacional, el cual les han cumplido parcialmente. Los indígenas protestan por las necesidades básicas insatisfechas, como el agua, la luz, la educación, sus resguardos, sus tradiciones, su mitología, los buenos precios para sus cosechas y el derecho a la vida de sus comunidades. Salvación Agropecuaria tiene un punto muy especial para ellos, esperamos oírlos hoy con su ponencia en este Congreso.

¿Por qué dicen que los productores y campesinos colombianos no somos competitivos en el agro? Que nuestro campesino es perezoso, que no es ingenioso y que bota la plata. Y la cháchara oficial multiplica la propaganda sobre la agricultura y los agricultores extranjeros, su eficiencia, su gran capacidad de producción, la calidad con que lo hacen, etc. ¡Pero nada de eso es cierto! Vamos a analizar la certificación de los subsidios que dan a los cultivadores en los países que exportan sus alimentos a Colombia. Analicemos las siguientes cifras (Luis Roberto Sanint, en la publicación del FLAR, Foro Arrocero Latinoamericano, Vol. 7 No. 1, mayo de 2001): las pérdidas económicas globales por el proteccionismo agrícola pueden llegar a los 150 mil millones de dólares, según las estimaciones de la ONU, y de ese total, unos 20 mil millones corresponden a exportaciones perdidas por los países en desarrollo, (Koffi Annan, ONU, agosto 28 de 2000). Para el año 2000, los subsidios directos al agro en los 29 países de la OCDE, que son los más poderosos de la tierra, fueron de 370 mil millones de dólares; aquí está “la competitividad” amigos, ese es el desfase que tenemos, esto es lo que hay que pelear en las carreteras: ¡Que a la hora de la verdad nosotros somos demasiado competitivos! Porque para nuestro trabajo no tenemos ninguna clase de subsidios. Estos US$370.000 millones, incluyen un alza de 10% desde 1994, cuando se firmó la Ronda de Uruguay del GATT, donde se prometió que iban a desmontar los subsidios para hacer la apertura económica y la globalización de la economía. Lo que hicieron ellos fue aumentarlos en 10%.

Y vamos a organizar los productores de leche y de carne en Salvación Agropecuaria. Pues en lo referente a la leche, ésta se llevó 50 mil millones de dólares en subsidios directos, y fue seguida por el arroz y la carne con 32 mil millones de dólares cada uno. En 1995, los subsidios en otros sectores de la economía, en esos mismos países, fueron de 80 mil millones de dólares para la energía. Mientras tanto, en Colombia a nuestros amigos de los distritos de riego les subieron la energía de 80 a 200 pesos el kilovatio, lo cual afecta gravemente los costos de funcionamiento de estas empresas. En los países industrializados les dan subsidios por US$50.000 millones para la leche, de US$100.000 a US$200.000 millones para transporte; el agua tiene un subsidio de 50% de su costo, en California los arroceros pagan una tasa de agua que equivale al 10% del costo de ese insumo. Y hay otra gran cantidad de subsidios indirectos adicionales para el agro. La FAO reporta que entre 1990 y 1998, las importaciones de alimentos de los países en desarrollo crecieron 46%: pasaron de US$62.000 millones a US$98.000 millones. Esa es la famosa apertura económica, y el por qué de su imposición, para desarrollar ellos sus economías, y por ello imponen toda clase de acuerdos internacionales, como el famoso tratado del ALCA.

El ALCA debe comenzar a regir dentro de tres años, y será muy grave para los países latinoamericanos en vía de desarrollo como el nuestro, porque allí estarán Estados Unidos, Canadá, Argentina y Brasil. Los subsidios de la leche y la carne en Canadá son del 200%, y el arroz en Estados Unidos tiene subsidios de US$165 en tonelada para el arroz paddy; les pagan para que siembren y les pagan para que exporten (subsidios fijos y variables); es el arroz que nos está entrando de contrabando por Urabá y también triangulado por el Ecuador. Eso será el ALCA, tratado de libre comercio en 34 países de América (800 millones de habitantes), una aldea continental de esclavos manejados por multinacionales, haciéndonos creer que vamos a inundar el mundo con productos de exportación «Made in Colombia», de bienes intermedios que generan muy poco valor agregado y un empleo mediocre, entregando nuestro precario mercado interno con el embeleco del «modelo exportador», sin reactivación de la demanda interna, lo cual únicamente favorecerá a los pocos productos no tradicionales de exportación, pero sobre todo a los grandes industriales, y a cambio de ello perderemos nuestra seguridad alimentaria e industrial, y el trabajo de miles de campesinos, jornaleros y pequeños industriales.

Voy a leerles ligeramente un reporte sobre otro de los acuerdos firmados con Estados, Canadá y México, el tratado del libre comercio del Nafta. Una experiencia que debemos analizar porque se dice que con ese tratado México creció 7% el año pasado y que ya este país es una de las economías más prosperas de América. Pero ¿qué creció? Crecieron el sector financiero, las multinacionales y el desempleo en el campo. El informe se titula: «Malestar agrario irrita a México y desafía al nuevo Presidente». Es un artículo que se publicó en la página de internet de The New York Times, el 22 de julio de 2001. Entre sus apartes dice: «cinco mil cultivadores de caña de azúcar convergieron en la capital de México y bloquearon el acceso a las oficinas gubernamentales, demandando 420 millones de dólares de los 60 ingenios azucareros de la nación. Las protestas se tornaron furiosas cuando funcionarios del gobierno anunciaron que investigarían cargos de corrupción contra uno de los más poderosos fabricantes de azúcar del país». «Todo el campo mexicano está convertido en un desastre», dijo Carmelo Balderas (líder agrario), mientras desyerbaba su joven plantación de caña azucarera en los dos acres de tierra que posee cerca del ingenio de San Miguelito en Amatlán, en el estado de Veracruz. «No queda casi ningún lugar en el país donde el pequeño agricultor pueda vivir dignamente». «Y el problema de México, añadió, es que cuando los campesinos dejan de comer, todos dejan de comer». Balderas cuenta que en los años recientes dos de sus cuatro hijos han emigrado a los Estados Unidos. Al preguntársele la razón, apunta en dirección al ingenio de San Miguelito, que se inclina en una ladera desde donde se divisa el poblado. Los propietarios del ingenio aún le adeudan tres mil dólares por la caña que éste les suministró en la pasada zafra. Sus hijos, como muchos otros jóvenes del poblado, se cansaron de confiar en los cada vez menores e inseguros ingresos provenientes de esta actividad. Una sardónica sonrisa se aparece por el bronceado rostro de Balderas al comparar el desmoronamiento del ingenio con una pirámide azteca: pronto, dijo, «las ruinas del ingenio serán la única evidencia de que alguna vez nosotros existimos». Es el mismo recuerdo que les quedó a los cultivadores de trigo, con las combinadas y con los molinos de trigo en la sábana cundiboyacense; igual que con la cebada, la historia se repite con el algodón y el maíz, «porque el que no tiene memoria para recordar el pasado, estará siempre condenado a padecerlo».

«Una de las más intensas protestas tuvo lugar al comienzo de este mes en el estado de Sinaloa. Cultivadores de maíz bloquearon el acceso a los depósitos de gas para exigirle al gobierno imponer mayores tarifas arancelarias al maíz importado de los Estados Unidos. En total, en México hay 3.5 millones de cultivadores de maíz, todos igualmente abrumados por la caída de 45% en los precios del cereal durante los últimos tres años. Los agricultores de Sinaloa aducen que las importaciones de maíz de los Estados Unidos les han impedido vender dos millones 400 mil toneladas. Dichas importaciones se han incrementado en 14% o más al año desde que arrancó en 1994 el Tratado de Libre Comercio, TLC, el famoso acuerdo del Nafta; entonces ¿qué nos espera con el ALCA? Que no solamente nos rija la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional, sino también, el Acuerdo del Libre Comercio de las Américas.

Con el ALCA no será raro que nos entre café brasilero robusta, que se cultiva en tierras planas y mecanizadas, y que en el mundo se mercadea entre 30 y 40 centavos de dólar la libra; mientras el nuestro, en su mayoría se cultiva con escopeta en las empinadas faldas de las tres cordilleras, lo cual incrementa todos los costos de producción reduciendo nuestra competitividad. También pueden traer cafés centroamericanos para terminar de envilecer el precio de nuestros cultivadores. Igualmente nos pueden llegar arroz, papa, azúcar, maíz, soya y algodón americanos, cereales argentinos y brasileros, panela ecuatoriana, leche canadiense, ajos chinos o peruanos, cebolla, tomates y toda clase de hortalizas. La triangulación de productos de terceros países estará al orden del día. Ya los agricultores mexicanos están padeciendo el Nafta. De allí que uno de los propósitos de Salvación Agropecuaria sea iniciar una lucha decidida y firme contra el ALCA. Si no logramos defender la producción nacional y desarrollar la agricultura colombiana de la mano del Estado, menos vamos a poder competir con el ALCA. Si están desapareciendo todos los apoyos al agro y si ni siquiera podemos competir con el acuerdo del Pacto Andino firmado en contra del agro colombiano con el Ecuador y con los países vecinos, menos vamos a poder resolver los problemas que nos presente el ALCA. Los unos nos arruinan con tecnología y subsidios y los otros nos arruinan con los bajos salarios de seis mil y dos mil pesos como sucede con el Ecuador y Vietnam, respectivamente. Tenemos un dicho: «Si los campesinos colombianos andan en alpargatas, en adelante tendrán que andar descalzos para poder ser competitivos».

Son tratados de libre comercio que no consultan las proyecciones macroeconómicas de los países, ni la tasa de cambio. Y no les consultan a ustedes. El gobierno nos manipula en tal forma que nos llena de arroz ecuatoriano que deprime el precio nacional a cambio de las exportaciones de azúcar de los grandes industriales del Valle del Cauca. Y únicamente argumentan que la globalización traerá desarrollo y progreso para estos países subdesarrollados; por ello, el Plan Colombia nos exige que reemplacemos los cultivos transitorios (maíz, papa, arroz, sorgo, algodón y otros) por cultivos tropicales (marañón, palma africana, caucho, borojó, pitaya, carambolo) lo cual acabaría la poca seguridad alimentaria que nos queda.

Supuestamente el gobierno consulta a la SAC y a las Federaciones, pero no las tienen en cuenta a la hora de firmar los mal llamados acuerdos internacionales, que han traído la ruina a la agricultura colombiana, y los halagan con «buenos puestos» en el país y en el exterior. Y mientras tanto, la SAC vive de las Federaciones, y las Federaciones viven de los agricultores. “No es lo mismo vivir de la agricultura, que vivir de los agricultores». Como si fuera poco, parece que los que van a “negociar” el ALCA son los mismos que negociaron en 1990 la apertura económica. Ahí si que quedamos llevados señores agricultores y senadores. Pedimos que el Congreso de la República intervenga y participe con diligencia en esta negociación, pues sabemos que este tratado es una orden del gran Imperio y las palabras de Salvación Agropecuaria encontrarán oídos sordos en el gobierno y sus amigos extranjeros.

No podemos entregar al libre mercado la papa, el arroz, el café, la leche y lo poco que queda del agro colombiano y de la seguridad alimentaria de nuestro país. ¡A nosotros que no nos inviten a esa fiesta! Parece que ya el Ministerio de Comercio Exterior adjudicó $2.500 millones de pesos para los “sabios” que van a llevar a cabo esta negociación en silencio y a espaldas de los campesinos colombianos. Porque ya están negociando, y éste es el nuevo problema que se aproxima. Por eso debemos estar listos y parados de frente en la resistencia civil, porque no se puede negociar la soberanía nacional y no podemos dejar que se vaya a introducir este cáncer en Colombia y nos suceda lo mismo que a los agricultores mexicanos con el Nafta.

Pero no solamente tenemos problemas con subsidios, también los tenemos y supremamente graves en ciencia y tecnología. El año pasado tuve la oportunidad de visitar en Arkansas, Estados Unidos, un laboratorio de ingeniería genética, donde están sacando el genoma del arroz. Iba con mi hijo y nos encontramos con un aviso en el laboratorio: «Dale Bompers». Le pregunté irónicamente si era la marca de un carro, y me contestó: “Es el nombre del senador por Arkansas; Bill Clinton le obsequió a este señor once millones de dólares para montar un laboratorio con 17 ingenieros genéticos que están trabajando en citología, biología, fisiología y anatomía molecular y desciframiento del genoma del arroz; además, van a sacar arroces de olores, arroces de sabores y resistentes a enfermedades”. El gobierno norteamericano, además, les da un millón de dólares al año para el sostenimiento de ese laboratorio.

En Estados Unidos, 40% del área agrícola está cultivada en transgénicos. Ustedes pensarán que los gringos están llenos de problemas con el arroz, con plagas y enfermedades. No, allá no tienen esas dificultades, porque el arroz lo rotan con soya, luego con maíz y con trigo, y solo en la cuarta cosecha vuelven a sembrar arroz, que si quieren, pueden sacarlo para semilla, sin plagas y sin enfermedades, porque además de eso, el invierno, con el cambio de estaciones, rompe el ciclo biológico de esos males. Pero tienen alta investigación, ciencia y tecnología, porque invierten en ella hasta dos puntos del Producto Interno Bruto; como contraste con lo anterior, nuestro Premio Nobel, Manuel Elkin Patarrollo y su laboratorio agonizan por falta de presupuesto para la investigación, y sus gastos de funcionamiento los van a tener que costear empresas españolas.

Lo trágico de lo anteriormente mencionado, es que en Colombia, en general, todavía no se sabe qué es ingeniería genética en el agro. Aquí, una buena parte de los recursos se gastan en corruptela disfrazada de auxilios para las comunidades, y los dilapida y regala el gobierno nacional, en buena medida para que algunos congresistas corruptos le aprueben todos sus proyectos de Ley, que golpean a los sectores populares y le entregan cada vez más la nación y sus riquezas al imperio del Norte. El dinero corre, pero no le llega a los campesinos más pobres de Colombia. Es muy doloroso ver nuestros campos en la miseria en que se encuentran; porque además de la ingeniería genética en el arroz, ya están sacando la soya Bt, Monsanto montó la investigación y le introdujeron el gen del herbicida para obtener la llamada soya glifosato, a la que sólo se le aplica roundup y luego la recolectan; y tienen el algodón Bt, en el cual el gusano o plaga se muere si come la hoja. También están trabajando la papa transgénica, «y nosotros que somos tan buenas papas, como dice Tarcicio Cuervo (nuestro líder papero en Boyacá)».

Purtzay, un científico que realizó una investigación en Suecia, hizo un experimento con ratones; utilizando papas que habían hecho mutación genética contra el gusano blanco, y a unos ratones les dieron a comer papa con mutación genética y a otros el tubérculo normal; a los primeros se les destruyó el sistema inmunológico y murieron; el científico hizo la denuncia y lo echaron del laboratorio. Pero esa papa ya existe y viene en el mercado y llegará acá, indudablemente, como llegó la soya glifosato al Bienestar Familiar. Según la investigación que hizo Aurelio Suárez, hay multinacionales asociadas con los “patriotas” colombianos que compran esos productos y viven de la sangre de los agricultores, y les dan a los niños soya transgénica, sin saber qué efectos tiene sobre la salud humana.

No nos oponemos a la ciencia indudablemente, lo malo es no tenerla; pero sí nos oponemos a que se reciban y distribuyan alimentos transgénicos, sin que exista siquiera un laboratorio de investigación del ICA o Corpoica para analizar científicamente qué efectos pueden tener estos productos sobre nuestra población. En Estados Unidos llevan quince años investigando la ingeniería genética y nosotros no hacemos sino consumir el maíz Bt, como fue denunciado por Green Peace en Santa Marta, en un barco que estaban descargando de nacionalidad americana a principios del año pasado con el visto bueno de todos los Ministerios, sin saber los posibles efectos sobre la salud. Ese es otro problema que tendremos con el ALCA; nos van a llegar todos los productos transgénicos; y sobre esto sí que sería bueno que se legislara y se investigara. ¿Por qué los niños colombianos tienen que comer soya transgénica? ¿Qué efectos van a producir sobre la salud de los niños y del pueblo colombiano la soya y el maíz transgénicos? Si no hay una protección por parte del gobierno para nuestros cultivos convencionales, esta nueva tecnología que llega en las importaciones de alimentos arrasará con lo que queda de nuestra agricultura.

Sin solucionar ninguno de los problemas básicos que tenemos y con los productores nacionales sometidos a la más despiadada apertura económica, el gran programa gubernamental para el agro es el de las cadenas productivas del Ministerio de Agricultura. En el departamento del Tolima nos ha tocado padecer la famosa cadena del arroz. Una cadena es una serie de eslabones que se unen para hacer algo supremamente fuerte; creíamos que no era para asfixiar a los agricultores. La cadena funcionó bien en todas las reuniones, pero en ninguna de ellas se solucionó el problema del mercadeo ni el de los insumos, y siempre los funcionarios del gobierno estimulaban de palabra a que la gente participara en las cadenas del algodón, del maíz, y decían que la solución para todos los cultivos consistía en la conformación de las cadenas y todo parecía perfecto; pero cuando llegaba la época de recolección de cosechas, les decían a los productores: ¡Amigos, aquí está Diagonal para negociar el algodón con ustedes; aquí están Purina y Finca para comprarles el maíz y la soya! Y los representantes de estas compañías sacaban las cotizaciones del mercado internacional, seleccionaban las más baratas y decían: ¡Él precio del producto es éste! Los funcionarios del Ministerio de Agricultura entraban a actuar: ¡Pero negocien! ¡Negocien amigos agricultores, que ellos son los que le compran a ustedes las cosechas!.

En las cadenas, el Ministerio de Agricultura se convierte es en promotor de las grandes compañías, desamparando al productor nacional, el cual tiene que protestar para ser escuchado. En la cadena del arroz, ante la desaparición del Idema, el mercadeo nacional quedó en manos de la empresa privada, la cual ejerce su posición dominante de acuerdo con sus intereses, que van amarrados a la oferta y demanda del mercado, y cuando se va a romper la cadena, ante los reclamos de los agricultores Minagricultura responde haciendo las veces de bombero para apagar el incendio; debido a ello, el arroz en Colombia es una especie en vía de extinción, el cual escasamente se sostiene con precios ruinosos para los cultivadores.

Retomando el tema de la cadena del algodón, ésta deja de funcionar también por factores climáticos; podemos mencionar el caso del departamento del Tolima, donde dejó de llover cuando el algodón tenía 60 días, lo que originó la pérdida de la cosecha, e igual sucedió con la cadena del maíz; pero en los cultivos donde hubo riego y se logró llegar a la recolección, cuando el algodón tenía 90 días y empezó a abrir sus cápsulas, falló el crédito del Banco Agrario. Hoy es más fácil para el pequeño campesino ganarse la lotería que conseguir un crédito en el Banco Agrario. Cuando los campesinos van al Ministerio de Agricultura a solicitar apoyo, les dicen: «Vayan al Banco Agrario, y les preguntan: ¿qué pasa con las asociaciones productivas, asóciense que con ellas este gobierno está haciendo crecer el agro al 5%?”. Los agricultores se cansaron de hacer cola en el Banco Agrario y no les prestaron un solo peso. Una de las características del gobierno de Andrés Pastrana es «que el pequeño campesino dejó de ser sujeto de crédito en Colombia».

En la mitad del paro del 31 de julio tuvimos que mediar entre las cooperativas que compran el algodón a los cultivadores de El Espinal y el Ministerio de Agricultura, porque Diagonal no quería fijarle un precio a las 500 toneladas de fibra que dichas cooperativas tenían almacenadas, pues el precio había bajado en el mercado internacional. El oficio sacado en la reunión se lo envié al ministro de Agricultura, comentándole que todos los algodoneros del Espinal iban a entrar en paro si no atendían su petición. Inmediatamente los llamaron y les dieron una fórmula de solución. Eso es este gobierno, sólo las presiones lo conmueven. Ahí están los agricultores de la Costa Atlántica con algodones de 60 días y sin un solo peso; el doctor Andrés Pastrana, pomposamente, cuando estaban preparando las tierras, fue a estimularlos para que sembraran cincuenta mil hectareas de algodón, porque éste y el café son los cultivos que más empleo generan en Colombia; pero en la actualidad la cosecha de algodón está en riesgo de perderse porque el Banco Agrario no les ha prestado un solo peso para atender sus gastos de cultivo. ¿Cuál es la razón? Que el algodón bajó de 60 a 30 centavos de dólar la libra y todos los comerciantes, amparados por el gobierno, se están escondiendo para no comprar la cosecha ¿Es este el plan de apoyo para el agro colombiano?

Para el gobierno, la producción agraria sigue creciendo al 5% anual, pero nunca hemos entendido esas cifras: la producción de café pasó de 16 millones a 10.5 millones de sacos; el arroz cayó 4%, lo mismo que el banano, y estos son los cultivos más grandes; el desempleo aumentó en el campo más de 30%; el transporte de carga bajó 28%; las ventas de los insumos cayeron 25% según Andreas Lorenz, presidente de Aventis (Portafolio, pág.5, octubre 5 de 2001). La propaganda oficial dice que el agro colombiano sigue creciendo porque «las hortalizas crecieron al 55%». Nosotros lo hemos dicho, y lo repetimos: se pueden contar los carros, las casas y el consumo de energía, pero ¿quién cuenta las hortalizas? Sin embargo, el Ministerio de Agricultura las hizo crecer al 55%. Qué facilidad la del gobierno para manipular las cifras y poner a crecer lo que no crece y se está marchitando. Con el Ministerio de Agricultura los problemas se han vuelto recurrentes, porque es lamentable que se esté repitiendo el problema de las cadenas en la Costa Atlántica con el cultivo del algodón, es lamentable que estén en problemas los cultivadores de papa, de café, de arroz, de soya y de maíz. ¿Será que no les bastó el paro del 31 de julio? ¿Será que quieren otro paro?

Pero, además, todos los problemas de la economía los quieren también solucionar a costa de los trabajadores colombianos. Nosotros apoyamos la lucha de los sindicatos, de las Centrales Obreras en Colombia, porque no estamos de acuerdo con que se les sigan reduciendo sus conquistas laborales y sus derechos adquiridos. Pueden regalar el jornal y la economía no se reactivará, porque es una economía en la que no hay demanda, porque no se estimula la producción nacional, por ello, van siete reformas tributarias en la última década, y dos en lo que va corrido de la administración Pastrana, cada una con peor resultado que la anterior, reduciendo la capacidad de compra, y bajando la demanda de bienes y servicios del pueblo colombiano. Una economía en la que no han podido reactivar la demanda interna ni el empleo, y los recursos grandes de la nación únicamente se destinan al servicio de la deuda pública, brillando por su ausencia los gastos de inversión, lo mismo que a reactivar el sector financiero que es el sector parásito de la economía, el cual recicla estos recursos prestándolos a las altas tasas de interés que arruinan el agro, la pequeña, mediana e incluso la gran industria, con tasas de intermediación mayores a 15%, las más altas del mundo, y el desempleo ya bordea el 20%.

Mientras en Colombia los bancos prestan a 2.5% mensual, en Estados Unidos lo hacen a 3% anual ¡Qué diferencia! La nuestra es una economía en la que se acaba con el campo, con la salud y con la educación; una economía que no va a crecer; es un país que agoniza y que va a quedar con una deuda pública (interna+externa) de 40 mil millones de dólares al terminar este gobierno, lo que en buen romance significa, ni más ni menos, que a partir del próximo año cada niño colombiano que nazca heredará una deuda de mil dólares.

Los últimos gobiernos han encaminado todos los esfuerzos de la economía a reducir el déficit fiscal y a bajar la inflación, entutelados por el Fondo Monetario Internacional, castigando en materia grave la producción nacional y a los trabajadores, sin lograr reactivar la demanda interna ni el empleo; por el contrario, estamos siguiendo los pasos de Argentina, y en ese rumbo, tarde que temprano llegaremos también a solicitar la moratoria de la impagable deuda pública. De todo lo anterior se concluye que nos encontramos en un país en que todas las cifras macroeconómicas son negativas, en donde se quiere sostener la inflación sobre la espalda de los campesinos y los obreros colombianos. Si el gobierno no rectifica el modelo económico neoliberal, cada vez le resultará más difícil recuperar la paz, el progreso y el empleo.

Todas las economías prósperas de los países industrializados han tenido auge gracias al desarrollo del campo; ello ha propiciado la expansión de los sectores metalmecánico, petroquímico y agroquímico, el empleo y toda la producción industrial, además el comercio y el sector financiero mismo. Únicamente en Colombia marchitan el agro y la industria, y pretenden reactivar la economía con subempleo y jornales a destajo para los trabajadores. Por eso los invitamos a seguir luchando, a que cada agremiación en su terruño siga protestando contra las malas políticas del gobierno.

Salvación Agropecuaria apoya todas las expresiones de protesta de los productores, indígenas, trabajadores y campesinos en las carreteras de Colombia y los invitamos a que se haga una gran resistencia civil, para defender lo que queda del sudor de nuestros campesinos y trabajadores. No podemos desfallecer y seguir esperando que las soluciones nos caigan como maná del cielo.

Esperamos que después de leer juiciosamente esta cartilla, el buen lector pueda analizar y cuantificar el tamaño y calibre de la gran lucha social que se avecina y que debemos emprender con decisión, para que todos unidos podamos derrotar estas políticas que destruyen la viabilidad económica y social de nuestra nación, en beneficio de intereses foráneos y en contra del pueblo colombiano y de la soberanía y el progreso de nuestra patria.

Muchas gracias,