Tras el estrepitoso derrumbe hace algo más de una década de ese gigante con pies de barro en que llegó a convertirse el socialimperialismo soviético, pareció darse el toque de rebato para que el imperialismo norteamericano iniciara con renovado brío el proceso de recolonización sobre América Latina y los demás países del Tercer Mundo.
Con el remoquete de apertura económica se ha conocido en Colombia la forma que adquirió en nuestro país el neoliberalismo, impuesto por Estados Unidos dentro de su política de globalización. Con base en la «Iniciativa para las Américas» del ex presidente Bush, el ‘Plan Brady’ y el denominado ‘Consenso de Washington’, coaccionó a Colombia y los demás países periféricos a instaurar medidas destinadas a derrumbar las barreras arancelarias y liberalizar el comercio; reformar las constituciones a fin de adecuar la superestructura del Estado al llamado ‘nuevo orden’; suprimir los subsidios económicos o tributarios del gobierno a los sectores productivos; y desmontar la presencia del Estado en el sector productivo y de servicios. Simultáneamente, los forzó a emprender una ola de privatizaciones que, en medio de una orgía de corruptas subastas, enajenaron la riqueza pública en favor de particulares. Las distintas naciones quedaron arrinconadas, respondiendo al precio que fuera por los servicios y amortizaciones de la agobiante deuda.
Los resultados de tal política no podían ser más desastrosos, tanto que el desolador panorama hace que algunos de sus acérrimos propulsores le huyan a su responsabilidad declarando que el neoliberalismo no existe, mientras otros se afanan en prometer que lo sepultarán. A causa de la ruina creciente del aparato productivo nacional, se ha presentado el cierre de más de 25 mil fábricas en la última década y la agricultura ha caído en profunda depresión con la disminución de más de 800 mil hectáreas de tierra sembrada. Como consecuencia, la tasa de desempleo se ha duplicado en la última década y la población que está en la pobreza ya suma más de veintiséis millones. El país se encuentra pues en una encrucijada de la que sólo podrán sacarlo sus propias masas poniéndose en pie de resistencia.
Si enumero estos males y hago estas consideraciones, es sólo para reasaltar que a usted, compañero Jorge Robledo, le cabe el mérito histórico de haber esclarecido y combatido sin cuartel todos estos desafueros a lo largo de la última década, no sólo desde la academia y la pluma, sino, lo que es más importante, desde los actos de masas. En ellos usted ha estado siempre presente y al frente; y no sólo eso, los ha alentado tesoneramente, al lado de los demás compañeros de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria, y en especial de su presidente, el doctor Ángel María Caballero, como una vigorosa expresión de lo que hemos llamado la «Resistencia Civil».
La barrida neoliberal que ha removido todos los cimientos de nuestra sociedad con tan deplorables resultados, no podía dejar de estar presente en nuestro sector de la educación. De hecho nos ha tocado lidiar contra una contrarreforma educativa absolutamente regresiva y reaccionaria, que borra de un plumazo los avances logrados en la educación pública a principios de la última década, y contra la andanada de la agenda legislativa del gobierno, que, entre otras medidas, pretende imponer a todos los trabajadores tanto una retardataria reforma pensional, que en la práctica significa la abolición de este derecho, como una reforma laboral que abarate hasta el límite los costos de los salarios y, con ello, envilezca aun más la existencia de millones de colombianos.
El régimen pastranista, bajo los dictámenes del Fondo Monetario Internacional, decidió echar mano de las transferencias territoriales para tratar de paliar la crisis fiscal provocada por el modelo neoliberal. Para ello reformaron la constitución mediante el Acto Legislativo número 01 de 2001 y tramitan ahora el proyecto de ley 120 para reglamentarlo, buscando municipalizar y plantelizar la educación y despedazar el sistema educativo nacional, tal como lo hicieron ya desde hace seis años con la salud; exonerar a la Nación de sus obligaciones financieras con el sector educativo; privatizar por completo la prestación del servicio educativo, pretender introducir en la administración y organización de escuelas y colegios los principios que rigen el funcionamiento de las fábricas; transformar a los rectores en gerentes; abolir las supervisiones educativas para transmutarlas por auditorías privadas externas y arrasar con los históricos derechos laborales del magisterio suprimiendo la estabilidad laboral, derogando el Estatuto Docente, congelando el escalafón y entronizando la informalidad absoluta en el sector educativo, lo que, en conjunto, se convierte en el más vergonzoso atentado contra la calidad de la educación.
Contra toda esta política nos levantamos los maestros y la comunidad educativa a mediados del presente año, al igual que poco después lo hicieron los campesinos y los productores rurales. Nos cabe el mérito, a la Federación Colombiana de Educadores (FECODE) y a la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria conducida por nuestro amigo Ángel María Caballero, de haber encabezado las dos más importantes luchas de masas contra el actual gobierno: el paro nacional indefinido del magisterio colombiano de mayo y junio y el paro nacional agropecuario del 31 de julio. En ambas movilizaciones se vio claro, de un lado, la decisión de las masas para enfilar su lucha contra las medidas neoliberales y exigir pronta y cumplidamente un replanteamiento a fondo de toda esta dañina política y, de otro, la contumacia del gobierno cipayo para cumplir las imposiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de los poderes imperiales, así para ello tenga que arrasar la nación entera. Y en ambas luchas, usted estuvo inmerso, compañero Robledo, alentándolas sin desmayo e iluminando con su claridad y sapiencia el quehacer cotidiano para el éxito de las mismas.
Esto lo hacíamos a pesar del pesimismo y la desmoralización que se quiso hacer cundir en amplios sectores de los trabajadores colombianos, por parte de algunos dirigentes sindicales cuya conducta no ha estado a la altura de las exigencias de la hora. Dedicados a participar en cuanta farsa de concertación monta el gobierno, quieren convertir las convocatorias a los paros en meras declaraciones formales que desdeñan el espíritu combativo de las bases sindicales. Lo grave es que tal conducta conduce a la entrega de las conquistas convencionales, como en el reciente caso del sindicato de los Seguros Sociales y de Cajanal. Mas los trabajadores no se crearán ilusiones en que se puede saciar la voracidad del imperialismo y de la pandilla vendepatria, festinando en las mesas de concertación sus escasos derechos.
Compañero Jorge Robledo: me ha correspondido el honor de llevar la palabra en este acto a nombre de un importante sector del movimiento sindical colombiano para expresarle nuestro incondicional apoyo, para alentarlo en su tesonera lucha, para resaltarlo como ejemplo del intelectual y dirigente de masas que mantiene intacta su rebeldía crítica frente a los poderes de turno y para enaltecerlo por su ósea espina dorsal contraria a las consistencias gelatinosas de las de tantos que han sucumbido ante los cantos de sirena del modelo neoliberal.
Compañero Robledo: queremos decirle que lo apoyaremos con nuestro trabajo y con nuestros votos. Y si en este 9 de noviembre estamos proclamando su candidatura al Senado de la República, lo hacemos convencidos de la necesidad de alcanzar una tribuna en el parlamento para continuar luchando desde allí por la defensa de la soberanía de Colombia, los intereses de los trabajadores de la ciudad y el campo, y el desarrollo de la producción nacional en la que se empeñan empresarios urbanos y rurales. La suya será, en fin de cuentas, una labor por la salvación de la patria, por lo que usted será allí nuestro paladín.
Muchas gracias