Amigos de la Unidad Cívica y Agraria,
Amigos del MOIR,
Compañeros militantes:
Dice un proverbio oriental que en la pelea se conocen los amigos. Hoy tenemos la alegría de contar en este acto con amigos que representan con su gallardía solidaria a los miles que en el país estiman a nuestro Partido y confían en él, empezando por quienes se aglutinan en la Unidad Cívica y Agraria. Nos acompaña en la mesa directiva Ángel María Caballero, con quien nos encontramos recientemente en el Tolima, en medio de las contiendas de los empresarios y trabajadores rurales contra la política agraria que aplica el gobierno. Pronto reconocimos en él al genuino y templado conductor de las luchas por recuperar la producción y el bienestar de las gentes del campo colombiano.
Los tiempos que vivimos son extraordinarios. Auguran períodos decisivos de la lucha antagónica que se desarrolla desde hace mucho más de un siglo entre los trabajadores y los pueblos, por un lado, y el imperialismo, por el otro. A ese pulso histórico no sólo no es ajena nuestra nación sino que lo vive a su medida de manera intensa. Pues si bien dentro de su plan de instaurar en el planeta un colonialismo de novísimo tipo, el gobierno de Washington no cesa en sus intentos para que aquí rijan plenamente sus políticas neoliberales, menos ha cesado la resistencia que vastos sectores de nuestro pueblo han opuesto a tales designios.
La cuestión es que en esta época y bajo el nombre de globalización, Estados Unidos –tratando de escapar al declive de su imperialismo y expuesto a ingentes vulnerabilidades- arrecia sus acciones directas para dominar sobre todas las naciones. En lo que corresponde a Colombia, ha quebrantado nuestra soberanía recurriendo a disímiles expedientes. Proclamó la lucha contra el narcotráfico, esa hidra cuyas cabezas sólo amaga cortar ya que, de hacerlo, estropearía instrumentos para su intervencionismo. Además, aunque cuenta con que estas renacerían desde la misma entraña de su sistema económico -como lo demuestran los abundantes cultivos de marihuana y la acrecentada producción de estupefacientes en su propio territorio-, dejaría de lucrarse con un jugoso puñado de dólares. Ahora, a raíz del execrable atentado contra las torres del World Trade Center y el Pentágono, ha emprendido una cruzada mundial contra el terrorismo que utiliza como pretexto para intensificar sus políticas de subyugación. También en este caso se quiere convertir a Colombia en partícipe de una guerra en la que se le destina a ser una de sus víctimas.
Respecto al terrorismo, fenómeno ligado a la situación de violencia que atraviesa el país, es pertinente reiterar los criterios que ya hemos formulado públicamente. Manifestamos que «sólo mediante la movilización y lucha de las masas se podrán conseguir las grandes transformaciones que Colombia necesita». De allí que, luego de establecer que está por una solución política del conflicto armado mediante acuerdos que preserven tanto la soberanía e integridad de la nación como los derechos democráticos e intereses de toda la población, el MOIR haya declarado que «rechaza el terrorismo, el secuestro, el atentado personal, la extorsión, las desapariciones forzadas, la coerción y el genocidio como herramientas de lucha, cualesquiera sean los actores en conflicto que las utilicen».
Esta posición armoniza con la necesidad que tiene nuestro pueblo de alcanzar unas condiciones que le permitan avanzar en sus conquistas democráticas y consolidar su autodeterminación. Y es por esta misma y potísima razón que, junto a abominar las atrocidades que se perpetran en el suelo patrio, repudia con mayor vigor que el gobierno norteamericano, escudándose en la «guerra contra el terrorismo», quiera someter el país a políticas de globalización y neoliberalismo aún más devastadoras. Sabe que éstas, al arrasar con su producción, recursos, trabajo y servicios públicos, exterminan hora por hora la vida de centenares de compatriotas.
Por esta razón despierta gran alarma escuchar hoy que la globalización «es una premisa insalvable» a la que «no tiene sentido alguno buscarle vías circunvalares ni salidas insulares» y que a renglón seguido se afirme que se va a «sepultar el neoliberalismo». Se revela en estas aseveraciones una estupidez perdurable o una malicia infinita, pues la globalización es una política inherente a la implantación en todo el mundo de los criterios neoliberales que precisa el capitalismo del imperio en su presente fase. Y si ella se acepta como una política no sólo ineludible sino irresistible ¿cómo pretender suprimir el neoliberalismo que ella envuelve y apuntala? ¿cómo eliminar la yema sin romper la cáscara que la recubre y preserva durante todo su proceso de formación? Las condiciones económicas determinan la política, pero para cambiarlas debe cambiarse primero la política. Lo que ladinamente se pasa aquí por alto es que, dada su naturaleza imperialista, ninguna de las medidas neoliberales escapa al contexto de la globalización puesta en marcha por los Estados Unidos.
Ignorar este quid de la cuestión es venero de inconsecuencias con los intereses de la nación, que irremediablemente conducen al reformismo y al colaboracionismo. Quienes, sin referirse a la política norteamericana, se desatan en marchitas críticas al neoliberalismo, pueden todavía escapar a la censura pública general sólo en razón de que la actual etapa de conocimiento de este fenómeno es incipiente en algunos sectores de la población. Pero como sus nefastos resultados cunden por todo el país, la actitud de dedicarse a maldecir la fiebre y a bendecir los paños de agua tibia, sin ocuparse de la enfermedad que la produce, será algo que por su carácter antinacional todos los millones de colombianos terminarán condenando. Dentro de semejante contexto no es insólito escuchar ahora reparos al neoliberalismo por parte de algunos que bajo el gobierno de Gaviria fueron propulsores de la apertura económica y artífices de la adecuación de las instituciones para su aplicación, plasmada en la Constitución de 1991; oír censuras de otros que durante la administración Samper sólo refunfuñaron para disimular su sumisión ante los dictados de Washington, y observar a otros más que en su plan de candidatos a ejercer la presidencia refinan su pantomima de opositores de las políticas en curso. Si Pastrana no se ha sumado a estas astucias, se debe simplemente a que su servilismo es tan absoluto que no le caben tales socarronerías.
La crisis generalizada que azota al país no la pueden disfrazar ni siquiera las cifras amañadas que divulgan el gobierno y los institutos de investigación adictos al neoliberalismo. Tampoco pueden ocultar que Colombia no es una isla en medio de una América Latina en donde mucho más de 200 millones de seres viven en la pobreza y la mitad de ellos en la miseria. Porque antes que esas cifras, y a salvo de su permanente manipulación, está la realidad que todo observador sensato puede testimoniar: millones de desempleados en campos y ciudades, muchos de ellos paliando esa situación con empleos informales; los sectores medios cayendo en la pobreza y los pobres cayendo en la miseria; empresas industriales cerradas y otras funcionando a media marcha en camino hacia la bancarrota; campos desolados y tierras con su agostada producción erizada de dificultades, en donde los propietarios medianos y pequeños, y aún los ricos, saltan matones para no caer en la ruina.
Todo esto evidencia que las fuerzas productivas no sólo se han estancado, sino que el escaso desarrollo que han alcanzado está en franco retroceso. Una prueba más de que la capa alta de la sociedad, que durante más de un siglo ha tenido bajo su dominio el Estado, fracasó en defender los intereses nacionales ante los embates subyugadores de Estados Unidos y, en consecuencia, ha desgraciado el progreso económico y social de nuestra patria.
Nada tiene de extraño, entonces, que organizaciones en avanzada asuman los intereses de sectores apabullados en lo económico y discriminados en lo social, y se pongan a su servicio; ni que personas lúcidas y con suficiente enjundia comiencen a brotar de fábricas, campos y oficinas como líderes en pie de lucha. Los paros obreros y agrarios, que contando con esta germinación han venido proliferando a lo largo y ancho del país, son valiosas muestras de que cada día un mayor número de compatriotas, empezando por las laboriosas gentes de la ciudad y el agro, comprenden que las movilizaciones forjadas con base en sus propios esfuerzos son el arma más eficaz para sacudirse la situación que los abruma.
Amigos y compañeros: debemos tener la certidumbre de que semejante conjunción de voluntades en postura de resistencia es el más confiable y seguro ariete para la salvación nacional. Máxime en esta hora, cuando la dependencia política y la imposición económica que entraña la globalización se intensificarán luego que Bush aprovechó el ataque perpetrado en Nueva York y Washington para convertir su «guerra contra el terrorismo» en patente de corso para intervenir a discreción. Mientras hoy se bombardea de manera salvaje a la indomable nación afgana, masacrando seres tan indefensos e inocentes como los que murieron el 11 de septiembre, el gobierno norteamericano ataca en el resto del mundo utilizando el arma del comercio. En aras de combatir el terrorismo impulsa la aplicación de su recetario económico, con lo cual su maniquea exhortación de «están con nosotros o están con el terrorismo», equivale a «están con nuestras imposiciones neoliberales o están con el terrorismo». Tal es el marco que se le ha puesto tanto al evento que la Organización Mundial del Comercio inició hoy en Doha, Quatar, como a la próxima reunión del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), en la que se le piensa dar un empujón definitivo al proceso de toma de los mercados nacionales de América Latina mediante medidas arancelarias que arruinarán del todo la producción agropecuaria y agostarán al máximo la producción industrial.
Así como la «guerra contra el narcotráfico» es el pretexto que le ha permitido a Estados Unidos determinar el manejo de las riendas políticas, económicas y sociales del Estado colombiano, la actual «guerra contra el terrorismo» pretende incrementar esa intervención a fin de reforzar su proceso de recolonización del país. Ante esta meta anunciada a través de declaraciones y hechos por el gobierno de Bush, los más encumbrados miembros de la clase dirigente, así como los más exaltados candidatos presidenciales, no sólo se muestran condescendientes sino que pugnan por convertirse en socios activos para su logro. Aceptan pues coadyuvar a que la caja de Pandora que Estados Unidos destapó en Colombia plagándola de males permanezca abierta hasta que también se escape la esperanza.
Pero la nación no se avendrá a tan tenebroso destino. Al fin y al cabo no son las ínfimas clases dominantes ni el puñado de imperialistas, sino los pueblos los que hacen la historia, y el nuestro no es la excepción. Una vez que forjó su independencia, ha librado toda suerte de combates por conservar su autonomía. Y hoy, ante los peligros que lo acechan, en especial los que se han venido acumulando durante la última década, ha demostrado que cuenta con suficientes arrestos para resistir y prevalecer. No otra cosa significan los mencionados paros, movilizaciones y protestas de trabajadores, campesinos, empresarios rurales y diversos sectores de la población ciudadana.
En particular, los recurrentes paros cívicos comandados por obreros y empleados constituyen auténticos hitos del combate contra la negación de derechos y la supresión de conquistas laborales que adelanta el gobierno pastranista siguiendo los dictados del Fondo Monetario Internacional. Puesto que la embestida con tales propósitos arrecia, se impone infundirle a las aleccionadoras movilizaciones que se vienen realizando mayor dinámica, organización y amplitud. Razón por la cual es apenas justo alertar aquí que esto no ha de lograrse sin aislar al manojo de dirigentes que siempre están en plan de amortiguar furtivamente las protestas y luchas mientras ofician de maestros concertadores para la entrega de los intereses de la clase trabajadora al gobierno y a los potentados. Esta alerta es más perentoria cuando, como acaba de suceder, la dirigencia del sindicato de los Seguros Sociales avaló lo que no es sino un contrato de entendimiento que lesiona gravemente derechos laborales y conquistas adquiridas. El hecho de que Pastrana, junto a los ministros Santos y Garzón, se haya afanado a presentar esta traición como un ejemplo de mesura y patriotismo, exige que los dirigentes de las centrales obreras respondan creando las reales condiciones para que se desplieguen las justas e imprescindibles audacias proletarias. Sólo una conducta de esta naturaleza corresponderá a la batalla que deben librar los trabajadores para echar atrás los atentados, exigidos por el Fondo Monetario y montados por el gobierno, para esquilmarles sus pensiones y reducirles los años de debido reposo a que tienen derecho luego de su agobiante vida laboral.
No menos importancia tiene el hecho de que gentes entregadas a la producción en el campo realizaran a mediados de año un paro cuyo contenido y dimensiones no tiene precedentes. Millares de campesinos y un buen número de empresarios arrinconados por el exterminio productivo a que ha sido sometido el campo, irrumpieron en plazas y calles y se apostaron en las carreteras para exigir sus derechos. La gran envergadura de sus manifestaciones guarda proporción con la magnitud de la tragedia económica y social de la nación. Un buen termómetro para percibir los extremos que ésta adquiere lo proporciona el hecho de que en regiones en otros tiempos relativamente prósperas, las feraces tierras cafeteras del Viejo Caldas, trabajadores caídos en la miseria estén ofreciendo realizar trabajos a cambio de que se les deje un fogón en donde calentar su fría y escasa ración de alimento. El relato de episodios que viven las gentes del campo, y los similares que atraviesan grandes sectores de la población, tiene similitudes con las más sombrías crónicas. Sin embargo deben divulgarse. No como materia prima para la quejumbre y la desmoralización sino como vigorosa denuncia que apuntale la apremiante tarea de buscar nuevas, más sólidas y más amplias formas de organización de la resistencia civil. Por fortuna ésta ya tiene un sólido eje, la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria. En esencia, nuestro compromiso es contribuir al fortalecimiento de esta organización cuyo nombre es también una consigna de unidad y combate.
Compañeros y amigos: los aires del tercer milenio ya traen las primeras notas de la oda a la alegría que con su lucha componen los pueblos. Para poder captarlas, los militantes del MOIR se sitúan entre obreros y campesinos, entre sectores de la población en barrios y veredas, junto a personas demócratas y patriotas, y hombro a hombro con ellos ingresan en la palestra donde se resiste contra las políticas que acogotan a la nación. En el constante devenir de nuestras actividades políticas, y para «no perder la marea alta», como se nos instruyó, tan pronto salimos de unas tareas ya estamos emprendiendo otras. La que concentrará todos nuestros esfuerzos en los meses venideros tiene carácter electoral: nos proponemos desarrollar una campaña cuyo contenido es señalar las causas de los males que hoy azotan a Colombia -el neoliberalismo y la globalización-, denunciar a quienes los imponen – el imperialismo norteamericano y el Estado colombiano que hoy preside Pastrana- y llamar a la resistencia civil contra ellos. El objetivo es alcanzar una votación que permita abrir un espacio para nuestra política en el Senado de la República, y hemos determinado que Jorge Robledo es el compañero más indicado para encabezar ese propósito.
Jorge Robledo posee las tres cualidades que solían mencionarse en tiempos pasados como atributos de los adalides, cualidades conocidas como las tres c por empezar con esta letra las palabras que las simbolizan. Ellas son: corazón, al preocuparse por los males que gravitan sobre sus compatriotas, por lo que desde su juventud se sumó a la brega por los necesarios cambios sociales; cabeza, al integrar su estudio de la teoría revolucionaria, la economía política y otras ramas del conocimiento científico, con la práctica política, hasta alcanzar una comprensión meridiana del mundo y la sociedad; y, por último, despojando a la palabra del antiguo sentido soez, tiene cojones, es decir, valor, ese atributo que según nuestro desaparecido mentor ideológico y político, Francisco Mosquera, «es hálito vital de toda empresa desbrozadora del progreso del hombre». Valor para pensar con seriedad los fenómenos ateniéndose a las leyes materiales y sociales del mundo que queremos transformar, valor para no apocarse ante las tareas difíciles, y valor para persistir durante toda la vida en una posición patriótica y revolucionaria. La jornada de cuatro meses que a partir de hoy tenemos por delante consiste en persuadir a la mayor cantidad de gentes de bien de que, al poseer todas estas condiciones, Jorge Robledo es el candidato al Senado que garantiza la mejor defensa de sus intereses y los de la nación.
Amigos y compañeros: no cabe duda de que culminaremos bien esta tarea, ya que es otra jornada de la resistencia civil.
Muchas gracias.