ENTRE LO SUPERFLUO Y ACCESORIO SACAR LO PRINCIPAL

Durante lo que hemos dado en denominar el período post-electoral descuellan las contradicciones tocantes con la interpretación del gobierno de Alfonso López Michelsen: la campaña de la Unión Nacional de Oposición se distinguió por haber concentrado el ataque contra los candidatos presidenciales del liberalismo y el conservatismo, pero después de que uno de estos dos candidatos asumió el poder con la estrecha colaboración del otro, no fue factible mantener la identificación en concebir una lucha que sería la prolongación de la pelea por la cual nos aliamos. De nuestra parte podemos afirmar que tales desavenencias las procuramos debatir en las reuniones bilaterales o en el seno de la UNO; sin embargo, ustedes madrugaron a publicar su traducción antimoirista de las mismas. He aquí un compendio, a manera de abrebocas, de dichas versiones del Partido Comunista:

“Arrancando algunas líneas de documentos del PCC, separándolas de su texto y presentándolas como prueba flagrante del ‘gobiernismo’ del PC, sindican a éste de ‘posiciones poco firmes contra López’. Para esto se agarran de la diferenciación que hemos hecho de ciertos sectores del gobierno. ¡Curiosos maoísta estos del MOIR! Olvidan que el propio Mao, al que santifican, les enseñó que hay que diferenciar los matices del gobierno enemigo”.[46]

Lo curioso no es que el MOIR, en gracia de discusión, llegue a cometer errores al asimilar y aplicar el pensamiento de Mao Tsetung, el más grande marxista-leninista, porque al fin y al cabo no somos infalibles y tenemos siempre presente una de las recomendaciones olvidadas de los jefes inmortales del proletariado: el que sirve al pueblo de todo corazón no teme equivocarse y le sobra valor para reconocer las deficiencias y corregirlas en bien de su justa causa. Lo curioso es que, con tal de encubrir sus desatinos, el hirsuto antimaoísmo del Partido Comunista no le impida referirse a la dialéctica materialista demoledora de Mao Tsetung, que salió triunfante de cuatro guerras y tres revoluciones y transformó a la China milenaria de Confucio en la China socialista moderna, todo ello en el lapso de cincuenta años, es decir, en un cuarto de siglo menos de lo que llevan los revolucionarios de Colombia batallando contra el imperialismo norteamericano, desde los tiempos remotos de la separación Panamá. Algún día, ojalá no lejano, tengamos el privilegio de describirle a fondo a nuestro pueblo cómo ha sido de destructora y constructora a la vez la portentosa lucha del Partido Comunista de China y de su máximo y más querido dirigente, no sólo para labrar un porvenir venturoso de trabajo y progreso a los 800 millones de seres del pueblo chino, sino para apoyar a los pueblos hermanos que combaten como éste contra el imperialismo y el hegemonismo y a favor de la revolución y de la paz mundial. Hoy el deber nos impone la excluyente labor de examinar cuán dialécticos y materialistas han sido los combatientes colombianos al otro lado del globo.

El MOIR les concede atención a las interpretaciones y explicaciones que sus aliados hacen del régimen de López Michelsen, porque éstas influyen determinantemente en la posición y la lucha que despliegue la UNO frente a la coalición oligárquica proimperialista gobernante. Atrás quedó analizado el comportamiento oportunista que en tal sentido tuvieron tres de los cuatro parlamentarios del Movimiento Amplio Colombiano. Las discrepancias con los tres congresistas del MAC arrancan del momento mismo en que Hernando Echeverri acuñó como suya y en calidad de personero destacado de la UNO, la consigna prestada a la ANAPO de que la oposición atacaría las medidas “negativas” y aplaudiría las “positivas” de la nueva administración. Aunque en un principio se tildó nuestra crítica de rebuscada, no fue necesario esperar demasiado para observar cómo la divisa de apoyar lo”bueno” y denunciar lo “malo” del gobierno, y las otras consignas gemelas de que la UNO haría una “oposición científica”, una “oposición racional”, una “oposición persuasiva”, no eran más que el preludio del ulterior deslizamiento hacia la madriguera de los vencedores de la víspera. Anotábamos en algunas de esas discusiones internas que aceptar la hipótesis de que al nuevo régimen lopista, entre la escoria de sus proyectos antipopulares y antinacionales, podría escurrírsele uno que otro decreto en beneficio del pueblo, sería hacerle el juego a la contracorriente derechista de moda que proclama: con el advenimiento del liberalismo al Poder “los mejores días están por llegar”.

Hace un año que López Michelsen recibió el mando y, a pesar de que ya ensayó cuanto “experimento” se le haya ocurrido lesivo para las masas populares y el país, lo mismo en el campo de la soberanía, como en los terrenos económico, militar y cultural, todavía resuena en el ambiente el eco de la vocinglería laudatoria con que los exponentes de los más variados movimientos celebraron el ascenso al trono del mesías prometido. Ni la UNO se salvó de participar en el multitudinario cortejo de aduladores que llevó en andas hasta el solio de Bolívar al escogido entre veinticuatro millones de colombianos. Ahí, con el tropel de manzanillos, en primera fila, estaban batiendo palmas Echeverri y sus dos escuderos. Era como si nadie recordara la historia del país y todos hubieran olvidado los cien discursos del presidente electo durante la reciente campaña electoral, con los cuales, de distinto modo expuso que él no encarnaba siquiera al compañero jefe del Movimiento Revolucionario Liberal, sino a uno de los delfines que la oligarquía liberal-conservadora había designado para continuar la obra inconclusa del Frente Nacional. Pero, al contrario del cuento de García Márquez, ninguno le creería este “presagio”. A él, que pasará a la historia cual vulgar continuador, se le presentaba, lo mismo que a su padre cuarenta años antes, que nada inauguró tampoco, como el forjador de una nueva época.

Las doce familias liberales y las doce familias conservadoras más ricas de Colombia, de que hablara Gaitán, no cabían en sí de gozo. Si no habían inaugurado una nueva época, por lo manos habían descubierto un método que aparentemente no fallaba para apacentar el rebaño: confiar sus intereses a personajes obsequiosos y con veleidades “izquierdistas” en el pasado, y llamar a calificar servicios a los “jefes naturales” reconocidos y quemados ante el pueblo a consecuencia de su tétrico historial. Desde luego que no todo siguió siendo exactamente igual. El lenguaje oficialista tuvo un cambio notable: en lugar de dependencia extranjera se dirá “interdependencia” de Colombia y los Estados Unidos; no habrá desarrollismo a secas, habrá “desarrollismo con justicia social”; quedaron proscritos los delitos de opinión, sólo tendremos “delitos de información”; se acabó el estado de sitio para perseguir a los enemigos del gobierno, se establecerá para sancionar “los delitos comunes”; los campesinos proseguirán sin tierras no por falta de reforma agraria, sino porque estábamos “mal informados”, en Colombia “no existen” terratenientes; a los obreros se les “protegerá su poder adquisitivo” impidiendo el alza de salarios; los estudiantes no tendrán “rectores policías”, únicamente serán reprimidos en nombre de “experimentos marxistas”, y la alianza liberal-conservadora dejará de ser reaccionaria y de derecha, en adelante se le reconocerá como mandato de “centro-izquierda”. A ese estilo refinado, sibilino y farisaico para acicalar las políticas más oscurantistas y retrógradas de la oligarquía proimperialista, se le atribuyen los tres millones de votos obtenidos por el Partido Liberal el 21 de abril. No nos debiera extrañar entonces que el nuevo lenguaje oficial se propagase como la peste contagiosa. Hasta el mismísimo Ospina Pérez, dando el ejemplo, sorprendió a propios y extraños autocalificándose conservador de “izquierda”.

Contra toda esta tendencia de adornar con retórica barata las oscuras intenciones de las clases dominantes, llamaba el MOIR a la UNO a ponerse en guardia. Ni a las personas ni a los partidos los podemos juzgar solamente por lo que dicen. Si el arte de la política reaccionaria es, entre otras cosas, embaucar al pueblo, el arte de los política revolucionaria debe consistir preferencialmente en desenmascarar los verdaderos propósitos que se esconden tras las palabras melifluas de los adversarios de clase. Así las masas populares lograrán prepararse, armarse y vencer en la lucha contra los enemigos más tramposos y más ladinos. En el debate electoral la Unión Nacional de Oposición explicó hasta la saciedad que cualquiera de los dos candidatos de los partidos tradicionales que resultare escogido por la oligarquía vendepatria, en últimas resultaría una tragedia semejante. Los portavoces de la UNO solían decir en sus discursos agitacionales que López y Gómez eran “la misma perra con distinta guasca”. A los campesinos avanzados de la Costa Atlántica les escuchamos también con sus propias metáforas que los dos candidatos oligárquicos eran “cucarachos del mismo calabazo”, y lo celebrábamos como la comprensión plena de la jugada que estaba poniendo en práctica la Gran Coalición burgués-terrateniente proimperialista.

A algún historiador de pacotilla se le podrá ocurrir en el futuro que tan tajante afirmación dejaba por fuera del análisis las diferencias que median entre el hijo de Laureano Gómez Castro y el hijo de Alfonso López Pumarejo. La política revolucionaria, aprovechando los aspectos secundarios y la apariencia de las cosas, hace énfasis en el aspecto principal y en la esencia de éstas. Al contrario, la reacción busca que el pueblo se enrede en los fenómenos externos, en la forma como se presentan los problemas, para que no pueda jamás desentrañar las leyes y contradicciones internas que rigen y determinan el curso de los acontecimientos. De esta manera engañan y confunden a las masas explotadas y subyugadas. La misión educadora de un partido proletario revolucionario radica en sacar entre lo superfluo y accesorio, la raíz y el meollo de las contradicciones de clase, y con base en ello elabora una estrategia y una táctica acertadas. Así opera la dialéctica revolucionaria.

Por eso el MOIR alertaba en su tiempo que las candidaturas de Gómez y López, no obstante sus diferencias formales, estaban en loo esencial identificadas. Afirmábamos:

“Cierto es que a pesar del entendimiento hay diferencias entre los candidatos de los partidos tradicionales. Pero éstas son secundarias. Se refieren más a la manera de cómo preservar mejor, no sólo los privilegios del imperialismo, sino de las clases explotadoras colombianas que se benefician del ignominioso sistema que mantiene esquilmado al país y sometido al pueblo. Las diferencias entre ellos son transitorias, mientras el entendimiento es necesario y permanente. (…) El uno dice: primero ‘desarrollo’ y luego ‘distribución’; el otro refuta; ‘desarrollo’ con ‘justicia social’. ¿Pero cuál es el medio que proponen López y Gómez para realizar sus propuestas? Es uno solo, la necesidad y urgencia del capital extranjero”. [47]

La prueba irrecusable de que los dos herederos en línea directa del liberalismo y el conservatismo estaban predestinados a prorrogar la vieja coalición de sus progenitores, fue analizada cuando vimos los alcances de la reforma constitucional de 1968, que prolonga por otros medios y con otro nombre el dominio bipartidista típico del Frente Nacional. Acuerdo que los dos candidatos oficiales habían jurado respetar en las respectivas convenciones de sus partidos. Las elecciones de 1974 no fueron más que la puja de los delfines, una inmensa farsa para averiguar quién de los dos hacía las veces de anfitrión de su oponente en el Palacio de San Carlos. Los visos singulares de sus programas no podían ocultar una realidad tan gigantesca como era la de que ambos proponían el “desarrollo nacional” con base en la dominación del imperialismo norteamericano sobre nuestra patria. El fundamento económico seguiría siendo el mismo, empuñara el timón del Estado el señor Gómez o el señor López. Los planes y proyectos continuarían dependiendo en absoluto de las “recomendaciones” de los monopolios imperialistas. Hasta para abrir una letrina habrá que pedirles el visto bueno a las agencias prestamistas especializadas extranjeras. Y este fundamento económico les imprime su marca de hierro candente a todas y cada una de las medidas del régimen, sea cual fuere el ave que trine en la casa presidencial. Así concluye el materialista revolucionario cuando enfoca la política y las declaraciones de buena voluntad de los agentes del imperialismo. Por eso teníamos toda la razón al sostener durante la campaña electoral que entre el “desarrollismo” de Álvaro Gómez y la política de “ingresos y salarios” de Alfonso López Michelsen no mediaba una diferencia sustancial. Gómez Hurtado pedía abiertamente que se permitiera la injerencia del capital extranjero como vía de “desarrollo”, López, como genuino liberal, matizaba esta recomendación pero no se apartaba de ella. Un año de práctica del nuevo gobierno ha clarificado plenamente todo, confirmando las tesis expuestas por nosotros. El señor López resultó un continuador ejemplar: ha aumentado los impuestos y las tarifas al pueblo para cumplir los compromisos estatales de endeudamiento; abrió las esclusas de los precios y produjo la mayor espiral alcista de la historia del país; ha tolerado quintuplicada la inmoralidad administrativa; colmó de privilegios a los grandes banqueros y a los pulpos urbanizadores; ha consolidado las aberrantes garantías de los latifundistas y de la burguesía intermediaria, e implantó el estado de sitio, los consejos verbales de guerra y demás disposiciones represivas para privar de las libertades públicas y de los derechos democráticos a las masas populares. Todo ello con el aplauso de su socio conservador, al margen de las cordiales discordancias. Y quienes abrigaron ciertas ilusiones sobre el mandato liberal de “centro-izquierda”, ante la evidencia abrumadora de los hechos, salen clamando escandalizados: “El gobierno viró a la derecha!”. Pero no hay tal; no es que el gobierno haya cambiado, sus obras son hijas legítimas de su naturaleza profundamente reaccionaria y antinacional. Lo que pasa es que algunas personas no saben descubrir a tiempo “tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo”.