Héctor Valencia, Secretario General del MOIR, Editorial Tribuna Roja Nº 105, Bogotá, octubre 8 de 2007
Tras la ardua campaña electoral a la que hoy dedica sus mayores empeños, el Polo Democrático Alternativo consolidará en las elecciones del próximo 28 de octubre su condición de primera fuerza de oposición política al gobierno de Uribe Vélez. Así lo indica su ascendiente en vastos sectores de la población que han apreciado cómo, “sin sectarismos y sin ambigüedades”, su conducta ha sido tan traslúcida como consecuente su posición frente a los ingentes males que agobian a Colombia.
Esa contextura de oposición que se ha labrado le exige al POLO acendrar sin pausa su carácter de izquierda, tarea esta no exenta de complejidades. Mas, en desarrollo de las sustantivas bases teóricas, políticas y organizativas consignadas en su programa y en sus estatutos, sin duda todas ellas se superarán y el Partido podrá convertirse en la fuerza capaz de conducir la nación hacia una nueva y verdadera democracia.
Condición indispensable para su cimera causa será conservar el rumbo de oposición a las políticas que hoy desde el Estado impone Uribe Vélez y, a fundamento del proceso de lucha consecuente que en ese sentido libre, cimentar su unidad. El carácter complejo de ambos propósitos radica en que, debido a las diferentes concepciones ideológicas, políticas y organizativas –peculiares de las abigarradas fuerzas que confluyeron en la creación del nuevo partido–, surgen contradicciones cuya solución sólo puede lograrse a través de un permanente proceso de debates internos, algunos de ellos procelosos. Acordados ya el programático Ideario de Unidad y los estatutos, las discusiones se centran en torno a la fiel aplicación del uno y el esmerado cumplimiento de los otros. Se trata pues de la táctica, alma de la política. Y es sobre ella que se precisa un alto grado de identidad. El reto es grande: unidad respecto a posiciones y enfoques políticos, unidad en cuanto a la programación y concreción de las tareas, y unidad en el acatamiento a las decisiones de los organismos de dirección en sus diversos niveles.
De allí que deba considerarse como natural, y en últimas bienvenida, la reciente discusión que se generó en el Comité Ejecutivo Nacional del POLO, cuya declaración resultante no pudo ser más auspiciosa: se reitera la plena vigencia de su Ideario, la regencia organizativa de sus estatutos y el antagonismo con la política del gobierno de Uribe. Además, en concordancia con estos puntos de principios que definen la naturaleza política del POLO, se corroboraron allí las posiciones de condena a las funestas y repudiables modalidades que exhibe la violencia que azota al país, de crítica al recurso a las armas y de categórico rechazo a algunas de las últimas aberraciones perpetradas en el conflicto armado.
Es de esperar que transcurrida la actual campaña electoral arrecie la embestida uribista contra el PDA y sus más connotados dirigentes, amén de la que puedan emprender otras fuerzas políticas. A fin de enfrentarla, son oportunas algunas anotaciones sobre la posición de izquierda y la democracia, que contribuyan a afilar las armas de nuestra crítica.
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Una primera línea de confrontación es la que se origina en la sarta de calumnias que contra dirigentes del POLO lanzan tanto Uribe como sus ministros y asesores desde el cuartel general en que han convertido el Palacio de Nariño. Las mismas que expanden, con su cuota de emulación, los sustitutos políticos e ideológicos del uribismo situados al frente de los grandes medios de comunicación.
Resulta sintomático que para sus difamaciones contra el POLO –sus políticas, métodos y dirigentes– Uribe y sus devotos funcionarios y comentadores recurran a un lenguaje propio de la propaganda negra que durante diversos períodos, dentro la llamada guerra fría, y valiéndose de los organismos dedicados al espionaje y al montaje de conspiraciones tipo CIA, desataron los gobiernos de Estados Unidos y las grandes potencias europeas contra los abigarrados procesos y las particulares experiencias y desenlaces que tuvieron las luchas de liberación o de revolución y construcción socialistas. Cual si fueran comodines sacados de esa baraja propagandística, acuden a suspicaces y equívocas alusiones a categorías y tópicos tales como la lucha de clases, el centralismo democrático, la utilización y combinación de formas de lucha, la libertad de opinión, el estalinismo, los sesgos ideológicos y el terrorismo para descalificar con su usual ordinariez las concepciones y métodos democráticos que caracterizan al POLO y arrojar dudas sobre la honestidad de su pacífica actividad política.
Una de las invectivas más frecuente, recubierta con insinuaciones sobre connivencia o simpatía con grupos alzados en armas, es la acusación de radicalismo. Evocando a Joe McCarthy, quien en su cacería de presuntos conspiradores empezaba por endilgarles a demócratas y progresistas en Estados Unidos el apelativo de “rojos”, hoy se recurre aquí a calificar de radicales a firmes y combativos dirigentes del POLO. Frente a tan torvo propósito de sembrar cizaña en nuestras filas y estigmatizar a sus destacados dirigentes, es necesario dilucidar el sentido genuino y cabal del término.
La posición radical, como atributo de la izquierda, no se refiere en absoluto al desaforado desprecio de la realidad política y social que conduce a la adopción de criterios irracionales o actitudes fanáticas, ni tampoco a desmadres contrapuestos a los mayores grados de civilización social, alcanzados precisamente como fruto de las luchas que en su correspondiente momento histórico libraron las clases de avanzada, estampando así su impronta ética. Su real significado atañe a que los implacables y prolongados males deben extirparse de raíz, a fin de que puedan producirse las transformaciones económicas y políticas que la sociedad requiere. Atañe a refutar que los indispensables cambios puedan surgir de aplicarle paños de agua tibia a la aberrante situación o ser producto de deleznables reformas al régimen de desigualdad y opresión que impera en la nación. Una posición radical es la que sostiene que no es coherente con la izquierda, cualesquiera sean los subterfugios teóricos a los que se recurra, proponerles a “los condenados de la tierra” en Colombia que la política que los liberará se limite a enmiendas menores y criticas blandas a las políticas que, hasta desembocar en la uribista, por décadas y décadas los han agobiado.
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Es notorio que el sambenito de radicales que maliciosamente se les cuelga tanto al carácter político de distintos dirigentes del POLO como a la posición que han asumido, se utiliza como descrédito para proponer que se desechen ambos y se proceda a imprimirle un sello de “centro” al Partido. A la par con la evidente invitación a dividirlo que envuelve tal designio, se revela la pretensión de desviarlo del rumbo que democráticamente se señaló en sus documentos constitutivos.
Ante los consejos y consejas de algunos comentaristas políticos que en la prensa y demás medios de comunicación se toman libertades para inmiscuirse en el destino y los aspectos internos del POLO, expresamos hace un tiempo en estas páginas editoriales: “Las organizaciones y dirigentes que desde una expresa posición de izquierda tienen ascendiente entre abigarrados estamentos de la población, no necesitan desplazarse de su avanzada postura política para acrecentar su influencia… Por el contrario, arraigados en la izquierda es como esa labor puede ser más amplia y eficaz. No existe pues razón alguna para, por ejemplo, desplazarse hacia el centro, ya que esto implicaría un tránsito hacia el extremo contrario, en este caso hacia la derecha”.
Aquí lo por tomar en cuenta es que específicamente de derecha, no obstante sus enmascaramientos, han sido las políticas impuestas por las clases dominantes que vienen precipitando la nación a una prolongada crisis, cual si se tratara del ejercicio ya centenario de un delito político continuado. Y de derecha, de la más pura cepa, es la naturaleza del gobierno que bajo Uribe hoy la lleva a caóticos extremos. Entonces no se justificaría permanecer sordos ante las sutiles armonías que se presentan entre los cantos de sirena de los mencionados comentadores que inducen a inclinarse hacia el “centro” y el “ni izquierda, ni derecha, democracia” que vocea Uribe en un esfuerzo por sacudirse esa justa definición. Y sería sumirse en una tosca incoherencia política si, aun aceptando ambos términos, se dieran pasos alternativos a uno y otro lado, cual hacía el personaje de Charles Chaplin al caminar a lo largo de una línea fronteriza.
En cuanto a la definición, es de anotarse el falso pudor con que asesores y exégetas de la política uribista rechazan que también se la califique como poseedora de evidentes rasgos fascistas. Mas en consideración al alienante impacto que la manipulación del gobierno ha tenido en el juicio de un buen número de compatriotas, sería prudente definirla simplemente como carente de contenidos democráticos y proceder a persuadirlos de esta afirmación diseccionando los hechos que la sustentan.
Para desarrollar el lema de construir democracia es indispensable concentrar la lucha contra la antidemocracia que desde el Poder y en todos los órdenes de la vida nacional expande Uribe. En esencia, la lucha por la nueva democracia se desarrolla contra el régimen en cabeza de Uribe hoy, y en cualquiera de sus sustitutos políticos e ideológicos, mañana. Esta precisión se torna sustancial si se observa cómo Uribe, ilusionado en que plantear el debate político en términos de democracia le permitiría escaparse del señalamiento de derechista, no tuvo empacho en reafirmar hace unos días, en Nueva York, que en Colombia “tenemos una democracia antigua, respetable, todos los días más profunda”.
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Semejante aseveración, expresada ante la ONU por Uribe con la misma especie de “cinismo funcional” que despliega aquí, constituye la gran mentira que imposibilita todo real desarrollo económico, político y cultural de la nación. La misma que refuta el periódico de talante conservador El Nuevo Siglo, al describir que: “la democracia colombiana está enferma y la infección amenaza con propagarse de manera endémica”.
La gran mentira que hace caso omiso de las cifras constatadas por el líder empresarial Nicanor Restrepo: “Colombia tiene 21 millones 500 mil pobres; cinco millones 500 mil indigentes; diez millones de personas viven con dos dólares al día y otros tres millones y medio sobreviven con un dólar al día”.
La gran mentira de Uribe que hace dos meses llevó a la Corte Suprema a rechazar declaraciones del Gobierno Nacional por constituir “una injerencia indebida e inaceptable en la actividad judicial” con la pretensión de imponerles a los jueces “un determinado criterio para el pronunciamiento de sus decisiones”.
La que oculta la revelación del fiscal general, Mario Iguarán, tras observar las investigaciones sobre los nexos de congresistas y funcionarios con las AUC: “Los paramilitares fueron reclutados por políticos y no al revés”.
En fin, la misma mentira que Uribe agranda cuando expresa que en el actual “certamen electoral presidido por este Gobierno es más evidente la transparencia y la eficacia de las garantías a todos los contendores”, al tiempo que, en contrario, el estudio de la Misión de Observación Electoral revela que “567 municipios del país tienen algún riesgo electoral por violencia, y que “en 328 hay riesgo de anomalías e irregularidades electorales”.
Como se trasluce de las anteriores consideraciones, el debate de la izquierda que representa el POLO sobre su orientación y conducta, al igual que el referente a la derecha y la democracia, está regido por la lucha contra el gobierno de Uribe y sus políticas, estipulada en su Ideario. Sin duda sus discusiones internas al respecto, bajo la consecuente guía de su presidente, Carlos Gaviria, tendrán como resultado que no caiga la sombra entre la idea y la realidad, entre la propuesta y la acción, a la que alude el poema de T.S.Eliot.