Héctor Valencia, Editorial Tribuna Roja Nº 104, Bogotá, Noviembre 20 de 2006
Al examinar las experiencias de las fuerzas de izquierda y oposición frente a los acontecimientos políticos que han desembocado en la crisis que hoy atraviesa Colombia, se pone en evidencia el gran significado de la unidad que han alcanzado al confluir orgánicamente en el Polo Democrático Alternativo (PDA). Pero es ante la implacable profundización de la crisis que tal hecho adquiere mayor trascendencia, pues en la situación política nacional el PDA se perfila como la fuerza llamada a asumir el liderazgo de la población con miras a superarla. Igualmente cierto, empero, es que tan indispensable y urgente cometido no lo podrá cumplir si primero no consolida su organización, define con la mayor nitidez la estrategia y táctica de su lucha y dispone de la manera más eficaz sus recursos humanos y materiales, condiciones sine qua non para convertirse en un acerado destacamento político. De allí que sea tan auspicioso el salto de calidad que en ese sentido se apresta a dar con la celebración en estos días de su Primer Congreso Nacional.
Desde su mismo surgimiento, el PDA se perfiló como una organización de izquierda democrática. Y este carácter se acendró cuando tanto en la consulta interna para escoger su candidato presidencial, como en las lides electorales de sus candidatos a las corporaciones públicas de carácter nacional y, como gran remate, en la justa presidencial capitaneada por Carlos Gaviria, millones de colombianos que participaron en ellas aprobaron con su voto el Ideario de Unidad que se les presentó como programa ideológico y político. Esos millones ratificaron así el definido rumbo de la nueva organización y, a la vez, marcaron una pauta que relegaba a un plano desechable los desvaríos sobre corridas hacia una “izquierda” encogida, moderada, conciliadora, neutral o inclinada a un hipotético “centro” que, de concretarse, sería un laberinto.
En realidad, los dos millones seiscientos mil compatriotas que votaron por el Polo en su última contienda eleccionaria, simple y claramente respaldaron una propuesta de izquierda neta, carente de ambiguos ripios que la desdibujaran, lo cual constituye un virtuoso logro si se tienen en cuenta las anteriores dificultades para elaborar una formulación política en donde se señalaran con nitidez los males que aquejan a la nación, se denunciara sus causantes internos y externos y se llamara de manera vigorosa y combativa a oponerles resistencia. Existe un consenso generalizado en denominar a esta izquierda como democrática –aun a riesgo de caer en un pleonasmo, puesto que toda izquierda auténtica es democrática por naturaleza– en razón de que se considera necesario y apropiado significar así paladinamente que se le concede considerable importancia a aprovechar los recortados márgenes de democracia que aún restan bajo el régimen imperante en Colombia y, también, que es ajena a toda actitud o práctica que no tenga en cuenta las objetivas condiciones políticas y sociales prevalecientes en la nación, ni considere los intereses y la voluntad de las mayorías.
A partir de las anteriores definiciones políticas –corroboradas por un avanzado y ya numeroso sector de población como la más consecuentes tanto frente la subyugación a que Estados Unidos somete el país como frente a las tropelías económicas y políticas del gobierno de Uribe Vélez–, la actual dirección del PDA tuvo el gran acierto de darle prioridad al fortalecimiento de la unidad, empeñando en ello el esfuerzo de todos sus integrantes. Como hacia la culminación de ese propósito se dirige la celebración del Congreso del PDI, no deja de ser oportuno expresar algunos criterios en torno a su agenda.
A- Al ser el PDA una organización en donde se lograron amalgamar casi todas las agrupaciones que conforman el espectro político de izquierda, es natural que en su seno coexistan diversas tendencias que poseen mayores o menores, a veces incipientes, grados de organización. Sus puntos de vista ideológicos, sus posiciones políticas y los objetivos que se trazan obedecen, junto a los determinantes intereses propios de la clase o estamento social que predomina en ellas, a una gama de factores históricos, sociales y culturales. Tan heterogénea índole, lejos de constituir un obstáculo para el necesario avance del PDA, posibilita la generación de iniciativas para su desarrollo. Todo bajo unas condiciones indispensables: que la organización respectiva no asuma ni desarrolle ninguna posición contrapuesta al programático Ideario de Unidad, que acate las formulaciones tácticas que emitan sus organismos de dirección y que cumpla de manera disciplinada con las normas de funcionamiento consignadas en sus estatutos. No pueden ser ruedas sueltas en el engranaje del PDA, ni arietes para su dispersión orgánica o su anarquía política.
Por lo demás, es un hecho objetivo que en toda organización social, y en especial en las políticas, existan tendencias. Y si estas conllevan formas de organización, por exiguas que sean, es vano y forzado intentar suprimirlas decretando su disolución. La mejor opción es sumar sus actividades a los estipulados propósitos comunes del PDA, con miras a garantizar su compactación. Intermitentemente y sin éxito, a lo largo de las últimas décadas, prácticamente todas las distintas organizaciones que integran el PDA se han propuesto la unificación de las fuerzas de izquierda. Ahora que se logró crearle una base firme a tal anhelo, es indudable que dicha opción consecuente conduce a acrisolarla.
B- Sin formas de organización y funcionamiento sólidas y eficaces, las entidades políticas no sólo no alcanzan las metas que persiguen sino que quedan sometidas a sufrir un continuo desgaste. Y ya se sabe que la fragilidad en política es una condición insostenible, pues implica un riesgo constante de parálisis o de franca disolución. En primera instancia, el PDA, que predica la instauración de una nueva y verdadera democracia en Colombia, debe crearse un ejemplar y gratificante ambiente democrático interno, que permita al conjunto de sus miembros desplegar su iniciativa y capacidad en el cumplimiento de sus actividades políticas; un ambiente que posibilite la captación hacia sus huestes de miles y miles de colombianos de bien, que soportan ora la pesadilla del despojo y la superexplotación que los sume en la pobreza y miseria, ora la siega de su espíritu industrioso, ora el marchitamiento de todo empeño empresarial nativo.
Pero aun mayor importancia tiene que las iniciativas y propuestas que esa participación democrática arroje, tengan como resultante que se las involucre en las orientaciones y decisiones de los organismos de dirección. Es evidente que, para que no queden al garete, las opiniones y proposiciones del mayor número de personas se deben centralizar a fin de que incidan en el rumbo y las tareas de la organización. Como se ve, aquí la democracia es un medio necesario para una centralización necesaria. Proceder en contrario, aduciendo de manera demagógica y populista una democracia a ultranza, toda una necedad, equivale a la anarquía, a burlar la voluntad de las gentes y a abrirle espacios al ejercicio burocrático y autoritario de los dirigentes.
Entre paréntesis se podría decir que la democracia amplia y deliberativa, tiene una proyección horizontal. La centralización, que ella determina y alimenta imprimiéndole su calificado sello democrático, tiene un ámbito más restringido en razón de su función ejecutiva y se proyecta de modo vertical.
Además, las reuniones del PDA en sus diversos niveles deben contar con la más nutrida y dinámica participación de sus miembros, pero estas, sin normas precisas sobre su composición y funcionamiento –quiénes tienen derecho a asistir y quiénes presiden, el quórum, los requisitos y la competencia y ámbito de sus decisiones– se convertirán en eventos que, a guisa de ser “abiertos y participativos”, carecerán de la valoración orgánica necesaria para que su incidencia política sea real.
C– La solidez en el funcionamiento del PDA no es un asunto referido únicamente a su estructuración y dinámica internas. Tiene que ver principalmente con que –cual destacamento político que en la actual situación crítica del país, plagada de agudas contradicciones, predica y practica oposición, denuncia y movilización– se enfrenta a enemigos poderosos. Primero, el imperialismo de Estados Unidos que, nómbresele o no, está siempre ahí, a la ofensiva con su carga de políticas de recolonización. Y, segundo, el gobierno absolutista que a nombre de las elites oligárquicas ejerce Uribe Vélez; un gobierno cuya naturaleza política no admite equívocos, ni sutilezas diplomáticas, puesto que el poder de los plutócratas unido al del Estado, como se revela en las iniciativas y medidas económicas y sociales del uribismo, constituye el fascismo según la autorizada definición de Mussolini.
Sería iluso proponerse derrotarlos con una organización endeble, en donde a sus organismos de dirección, una vez revestidos de la autoridad que les confiere el haber sido designados democráticamente, se les estorbe la toma de decisiones oportunas, muchas veces expeditas, que exige la previsible lucha política. Y no hay que olvidar que las gentes son comprensivas y tolerantes con determinados errores, pero no seguirán ni confiarán en una dirección política ingenua o “ida” de la realidad social que se vive.
D– Los criterios que informan el desarrollo del Congreso son indicativos de que sus actuales dirigentes tienen una meridiana comprensión del momento político que atraviesa el PDA. En el ejercicio democrático al que se entregarán, sus centenares de delegados se cuidarán de preservar el espíritu y los acuerdos unitarios que las diversas organizaciones que lo integran han erigido como piedra fundamental.
El reto que tienen planteado es compactar aún más sus fuerzas, eligiendo en campo abierto y franco sus organismos de dirección nacional y dotándose de unas normas que presidan su funcionamiento y regulen la toma de decisiones propias de su vida política.
Atrás debe quedar definitivamente –pues no tiene nada de gracioso y si mucho de malicioso– adoptar ante la cuestión de “ser o no ser” miembro del PDA, la cómoda condición de “ser y no ser”. Tras semejante actitud se pretende reclamar y disfrutar de todos los derechos mientras se rehúsa todo deber, una aberración que, de cundir, llevaría al caos político y a la degeneración organizativa. De allí que en los estatutos, además de los derechos, se deben establecer de manera rigurosa y clara los deberes, que van desde la observancia de una actitud consecuente con el Ideario de Unidad hasta el cumplimiento de las actividades y tareas políticas decididas por los organismos directivos pertinentes.
E– Dentro del PDA debe impulsarse una política especial que acerque a sus filas en gran número a los profesantes de las diversas ramas de la cultura y la ciencia. En la empresa de recuperación de los valores culturales nacionales, ellos, que siempre han constituido en el país un sector descollante, muchos con un alto grado de universalidad, no pueden ser considerados un adorno en la forja transformadora que se ha emprendido, ni su actividad catalogarse como un mero divertimiento. Aquellos intelectuales que desde tiempo atrás se acercaron o se sumaron a actividades de las organizaciones progresistas o de izquierda, aquellos que participaron en las recientes campañas y tareas electorales y de masas de esta nueva fuerza política, y aquellos, la mayoría, que tienen expectativas sobre el papel que ella puede desplegar en la salvación y progreso de la nación, deben constituir un sector de avanzada tanto en la construcción del PDA como en la gran tarea de atraer hacia su proyecto político a vastos sectores de la población.
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Cuando los centenares de delegados elegidos al Congreso del PDA se dispongan a atravesar el umbral del recinto de sesiones, bien podrían tener en mente con un unitario sentido político las palabras del Dante: Déjese aquí cuanto sea recelo; mátese aquí cuanto sea vileza, pues armonizan con el lema de Carlos Gaviria llamando a que la política de izquierda se haga sin sectarismo y sin ambigüedades.