Editorial: LA IZQUIERDA PREVALECERÁ

Por Héctor Valencia, secretario general del MOIR

Conscientes de la profunda crisis nacional y convencidos de que la vía para la transformación de las estructuras económicas, sociales y políticas de Colombia sólo la encontraremos con el ejercicio pleno de la soberanía nacional y con la ampliación y profundización de la democracia, hoy cada vez más restringida, el Polo Democrático Independiente y las fuerzas que componen la coalición Alternativa Democrática (Frente Social y Político, MOIR, Unidad Democrática, Movimiento Ciudadano y Opción Siete) nos comprometemos a avanzar en el proceso de unidad de nuestras fuerzas sobre la base de este Ideario de Unidad que les presentamos a los colombianos y colombianas (Párrafo introductorio del programa político del Polo Democrático Alternativo, PDA.).

No obstante que algunos árboles de las actuales campañas electorales para Congreso y Presidencia pueden haber dificultado la vista panorámica del bosque político, el hecho con mayores perspectivas de desarrollo en la situación nacional es la unidad que lograron concretar la casi totalidad de las organizaciones políticas de izquierda. Así lo indica la atracción y esperanza que este fenómeno despierta entre diversos y amplios estamentos sociales –amén de personalidades progresistas y demócratas– cuyos intereses económicos y políticos, incluso ideológicos, se contraponen al régimen que prima en Colombia. Y es obvio que la importancia que se le atribuye a dicha unidad desecha de entrada que por el hecho de haberse acordado de cara a los actuales comicios ella circunscriba su alcance a tal coyuntura electoral.

Si se tiene en cuenta el abigarrado conjunto de tendencias políticas que confluyeron al proceso unitario, se explica que las discusiones respecto al ajuste organizativo y a la concreción de un programa demandaran meses de ardua labor. En medio de una lucha franca y abierta se fueron amalgamando criterios hasta perfilar la nueva organización, dotándola de un eje, el Ideario de Unidad, que guiará sus actividades y sustentará su consolidación orgánica. En los pasos que condujeron a este logro no se les temió a las contradicciones; se asumieron y se partió de ellas, a sabiendas de que son inherentes a todo proceso unitario destinado a perdurar. Es más, las contradicciones que se manifestaron en la discusión y el debate de los diversos enfoque políticos y concepciones ideológicas, fueron el nervio del objetivo unitario alcanzado, como seguramente lo serán otras para su preservación y desarrollo futuros.

Muestra de ello es que en las primeras semanas posteriores a la constitución del PDA no tardaron en aparecer cuestiones neurálgicas que exigían solución. Los episodios de debate sobre los primeros puestos de la lista al Senado, que al final redundaron en una acertada decisión, tuvieron aspectos aleccionadores sobre la proyección y marcha de la recién creada organización. Entre ellos: que la amplitud para acoger nuevas fuerzas y personalidades no equivale a que las suyas sean puertas giratorias por donde se ingresa y sale a voluntad y sin ningún compromiso de atenerse en sus actividades políticas al Ideario y los estatutos que lo rigen, y que, ligado al ambiente democrático en donde se ventilen las controversias, está el acatamiento riguroso a lo que democráticamente se decida.

Pero precisamente al hacer prevalecer estos lineamientos se reveló que tras la rechazada exigencia de que una persona, cuya llegada fue bienvenida, ocupara el primer lugar en la lista, se escondía una pretensión de mayor calado: modificar el rumbo del PDA que acababa de ser señalado en sus estatutos y su programa. En efecto, se arguyó que el fondo de la cuestión, nunca expuesto ni discutido, radicaba en la existencia de un proyecto político que difería del acordado por todas las organizaciones congregadas en el PDA. Luego de que la autoría tanto de la exigencia como del proyecto se le atribuyó al alcalde de Bogotá, Luis Eduardo Garzón, y su sector político, por todos los medios de comunicación se desataron editorialistas y comentadores adictos a otras ideas y banderías expresando un alud de consejos y consejas, recriminaciones y presiones, tachando de radicales a varios de sus candidatos; de inflexible la decisión democrática de la mayo¬ría; de postura intransigente la seria actitud política que caracteriza el surgimiento del PDA, y de tendencia a polarizar las manifestaciones críticas de la mayoría de sus dirigentes. Valen la pena unas cuantas acotaciones a tan abusivos afanes por de¬finirle a la izquierda su línea de conducta.

Radical por extrema, en cuanto en lugar de atenuarse se intensifica, es la situación colombiana de democracia y soberanía degradadas y una población menoscabada en sus derechos más elementales. No es de extrañar entonces el rigor y la contundencia de las posiciones críticas que frente a tal aberración social asumen tanto los integrantes de la izquierda como los no pocos demócratas que atesoran su arraigo nacional, reflejando así los anhelos de decenas de millones de compatriotas que la padecen. Simplemente es una actitud consecuente ante un estado de cosas que a los ojos de toda persona lúcida y civilizada clama que se cambie de raíz. Se explica así que quienes tienen uno u otro interés en que persistan los factores sociales y políticos que generan ese deplorable estado de cosas y, para ello, que se mantenga el predominio de los sujetos políticos que los alientan, se desboquen tratando de desvirtuar como radical toda opinión y conducta que anuncie y se dirija hacia tan esperado e indispensable cambio.

Lo que los principales voceros del anunciado proyecto político diferente expresan sin mayores especificaciones, y situándose en lo que alguien llamó el «extremo centro», es un culto a la moderación. Abogan porque propuestas y mensajes moderados presidan la actividad de una izquierda moderada. Ante semejante talante, por ahora basta decir que por definición el adjetivo moderado se le aplica en general a los partidos y personas de ideología conservadora. No hay registro histórico de un moderado que haya liderado algún avance social o que desde una posición moderada se haya aportado algo de importancia a la civilización. Y en cuanto a la lucha de clases del «marxismo gastado», es bueno aclarar que la lucha de clases no es una creación de la izquierda; la reconoce, la acepta y la libra, pero no la crea. La lucha de clases es una realidad objetiva que baña todo conjunto social. No hay período histórico de la vida en sociedad que pueda escapar a ella. Otra cosa es saber en qué interés y con cuáles métodos se libra en cada etapa o período. En esto parece que la reacción oligárquica y el imperialismo saben más que los adictos a la moderación conciliadora: la libran a diario de manera constante y abierta contra las clases populares.

Sin duda alguna, en los episodios mencionados y en las opiniones que en torno a ellos se emitieron se revela la existencia de dos tendencias: una, la de izquierda, cuyos fundamentos están contenidos en el Ideario de Unidad al que hace referencia el acápite inicial de este editorial, y otra opuesta que se autodefine como de centro. Entrañan ellas contradicciones llamadas a dirimirse con las reglas del juego democráticas prevalecientes en el escenario de unidad que ha constituido el PDA, lo que por lo demás le imprimirá a éste una necesaria y vigorosa dinámica. Arraigado por naturaleza en la izquierda, el MOIR, sin miopía que le impida apreciar la gran perspectiva, ni deslumbramiento que lo inhiba para avizorar las dificultades a superar, entrará sin prevenciones ni ambigüedades en esa liza. Allí sostendrá sus posiciones de principios con miras tanto a la indispensable resolución correcta de las diferencias como a la preservación de la gran identidad alcanzada con el resto de organizaciones.

***

En la inaugurada unión con otras fuerzas, la primera tarea, que concentra todos nuestros esfuerzos, está dirigida a elegir al compañero Jorge Enrique Robledo al Senado, a fin de que continúe su formidable labor política de convocar a los colombianos a que cojan camino hacia la resistencia civil contra todos los males que aquejan a la nación.