Senador Jorge Enrique Robledo
Intervención de Jorge Enrique Robledo el 17 de noviembre durante el acto de lanzamiento de su candidatura al Senado, el 17 de noviembre en Bogotá.
Senador Carlos Gaviria, a quien los colombianos elegiremos como presidente de la República el próximo año. Querido compañero de tantos años de lucha Héctor Valencia, jefe nacional de mí Partido, el MOIR. Padre Bernardo Hoyos; doctor Ángel María Caballero, compañero de batallas en el sector agropecuario; compañeros de las organizaciones de Alternativa Democrática, los saludo a través de Gloria Inés Ramírez, quien espero nos acompañe en el Senado de la República en el próximo cuatrienio. Compañeros del Polo Democrático Independiente; doctor Germán Navas que nos acompaña esta noche. Queridos compañeros y compañeras del MOIR. Amigos y amigas.
Hace cuatro años, cuando presenté mi candidatura al Senado, señalé que el debate electoral se desarrollaría en medio de la peor crisis de la historia de Colombia. Y hoy debo decir que la debacle sigue ahí, pero profundizándose, generando consecuencias dolorosas para cada vez más colombianos. Sin embargo, Álvaro Uribe, el primer responsable de lo que ocurre, decidió reelegirse, prevalido de su supuesta popularidad y de los tres respaldos que tiene: el de la cúspide del poder económico, el de 70% de la clase política y el de los Estados Unidos.
El proyecto reeleccionista de Uribe
Si en algo es falaz el proyecto de los uribistas es en las supuestas mejorías de la situación nacional, cuando los hechos muestran que es lo contrario. Los índices de pobreza y miseria nos avergüenzan ante el mundo. El desempleo solo disminuye en las estadísticas oficiales. Cerca de la mitad de la población sufre y hasta muere porque carece de derechos en salud, y otros padecen las deficiencias del sistema contributivo y del Sisben. Crecen el déficit habitacional y el drama de los millones que se hacinan en covachas. Son legiones los compatriotas a quienes les han cortado los servicios públicos y muchos deben quitarse el pan de la boca para pagar unas tarifas que no cesan de subir. Millones no tienen cupos en las instituciones de educación pública. Los menguados salarios y la inestabilidad laboral se convirtieron en fuente de sufrimiento nacional. Suelen ser bajas, cuando no empujan a la ruina, las utilidades de quienes se ganan el sustento por cuenta propia. E incluso no son pocos los empresarios que van hacia la quiebra, perseguidos por un entorno que les es adverso de muchas maneras.
Que no diga, entonces, Uribe Vélez que son las buenas condiciones de existencia de los colombianos las que le dan el derecho a reelegirse. Ni siquiera puede reclamar tiempo para que las cosas mejoren, porque sus políticas, lejos de dirigirse a remover las causas de las carencias, apuntan a mantenerlas o a empeorarlas, dado que obedecen a la misma lógica neoliberal que se inició en el gobierno de César Gaviria bajo los lineamientos del Consenso de Washington y las imposiciones del FMI. Se mantiene la avalancha de bienes importados que arruinan o anquilosan la producción industrial y agropecuaria. Sigue la privatización, la misma que con la Ley 100 de salud mata más colombianos que todas las violencias que sufre el país y que con la Ley 142 de servicios públicos esquilma cada vez más a las gentes. Este gobierno insiste en una estructura tributaria que les disminuye los impuestos a monopolios y transnacionales y se los aumenta al pueblo raso y a las capas medias. La llamada “revolución educativa” intenta ocultar el propósito de menoscabar la educación pública en favor de la privada y en detrimento de la calidad de la enseñanza. No tienen antecedentes las medidas contra el medio ambiente, y el envenenamiento de los propios parques naturales. Y especialmente regresiva es su decisión de perseguirles cada centavo a los asalariados, en particular los que se derivan de sus derechos de organización y contratación colectiva, como bien lo muestran las reformas laboral y de pensiones, la liquidación de Telecom y de otras empresas del Estado y la arremetida contra los trabajadores de Ecopetrol.
El TLC lleva a la recolonización de Colombia
La decisión de Uribe de firmar el TLC con Estados Unidos despeja cualquier duda sobre sus intenciones económicas, sociales y políticas. A estas alturas del debate, cuando crece la oposición a dicho Tratado, incluso entre quienes se ilusionaron con que los beneficiaría, ya se sabe que no es un proyecto de integración sino de recolonización de Colombia, en el que ganarán los imperialistas estadounidenses y perderá la nación colombiana, exceptuando al grupito de criollos que se lucra por cumplir con el deshonroso papel de presentar como conveniencias nacionales la defensa de los intereses extranjeros.
El TLC busca confirmar y hacer irreversibles las grandes pérdidas industriales y agrarias sufridas desde 1990, al igual que generar unas nuevas, porque amarra el país a las necesidades de las transnacionales estadounidenses así terminen por sobrarle, como le están sobrando, millones de compatriotas y millones de hectáreas de sus mejores tierras. Ese Tratado acentuará la tendencia a transferirle al capital extranjero la propiedad de las empresas nacionales, al igual que darle todo tipo de gabelas al parasitismo financiero internacional. Hasta un ciego puede ver que el TLC requiere que los colombianos se resignen a vivir con mayores tasas de desempleo y menores salarios que antes del neoliberalismo. Entre sus peores efectos está el objetivo gringo de aplastar la rica y hermosa cultura de los colombianos. Y es obvio que si se pierde del todo la soberanía económica, se acabará de perder también la soberanía política, lo que, a su vez, pondrá todavía más el poder del Estado al servicio de los negociantes foráneos y de sus voceros en el país.
Retórica y demagogia de la política uribista
Los resultados de la «seguridad democrática», con la que alardea tanto el uribismo, tampoco logran ocultar la realidad. El Estado se halla bien lejos de lograr el monopolio sobre las armas, y eso que tal política se adelanta procediendo sin el respeto por las normas democráticas que deben regir las actuaciones de la fuerza pública, lo que ha conducido a no pocos abusos, en general contra ciudadanos que no han cometido delito alguno, como es el caso de la arbitraria detención de nuestro compañero Jhon Castaño en Florida, Valle del Cauca. Puede comprobarse, además, que la ley de justicia y paz apenas crea una apariencia de desmovilización y que la campaña electoral del Presidente para reelegirse contará con la ventaja inaudita del respaldo de poderosas organizaciones armadas ilegales.
En el balance de sus actuaciones políticas, Uribe tampoco sale bien librado. Por ello, ya ni se atreve a hacer demagogia con su supuesta lucha «contra la politiquería y la corrupción». La descarada compraventa de los congresistas para cambiar la Constitución en su beneficio y en el de sus escuderos, destapó hasta para los más ingenuos por qué Julio César Turbay –ese rey del manzanillismo nacional y del autoritarismo, que tanto les gusta a los uribistas– terminó sus días convertido en uno de los faros que iluminaba el camino del presidente-candidato. Y la forma y el fondo autoritarios de cada una de las decisiones de Uribe desnudan su naturaleza y sirven de advertencia sobre cómo actuaría si el pueblo decidiera rebelarse, cosa que bien podría suceder durante su segundo mandato, de tener éxito su proyecto de reelegirse.
¿Puede haber mayor alarde de politiquería que el de un politiquero que se arropa con la bandera de la lucha contra los politiqueros? ¿No cumplen los consejos comunitarios el evidente propósito de engañar a las gentes del común? ¿Cómo calificar la manera para hacerse en el Congreso a los votos para aprobar la reelección? ¿No ha reclutado de uno en uno a la mayoría de los congresistas mediante su poder de ser el colombiano que más empleos da y más cheques gira en el país? ¿No es acaso cierto que en Colombia, como explicara un senador uribista, el que manda «es el partido del presupuesto»?
¿Y qué decir de quien ha llevado la sumisión de Colombia a Estados Unidos a niveles nunca vistos, utilizando la palabra patriotismo en cada frase? Lo que haga o deje de hacer la Casa Blanca resulta de importancia decisiva en la labor de presentar a Uribe como lo que no es, pues sería imposible que alguien como él aspirara a perpetuarse en el gobierno sin el beneplácito estadounidense.Que los gringos sabrán cobrarse el respaldo a las desmedidas ambiciones de su espolique, hace aún más ominoso el proyecto uribista de reelección presidencial.
La Corte legalizó la maniobra reeleccionista
Pero lo que ocurre en Colombia no puede explicarse si al país no se le hubieran bajado sus defensas contra los virus de la politiquería, la corrupción y la antidemocracia. ¿Cómo se entiende que el Presidente haya cambiado la Constitución en su beneficio personal, sin que nada ocurriera?
Este ambiente facilita hechos tan graves como que la mayoría de la Corte Constitucional, en el mismo fallo sobre la reelección en el que se arrogó el derecho de revisar los actos legislativos que aprueba el Congreso, le concedió una importancia minúscula a que el Presidente modificara la Constitución en su beneficio, a que se rompiera el principio de igualdad entre los candidatos presidenciales, a que se desbaratara la separación y el balance entre los poderes establecido en 1991 y a que 71 congresistas con familiares colocados en la administración Uribe convirtieran en una farsa el trámite de sus impedimentos para actuar en la reforma. ¿Cómo no notar que Uribe trama es una especie de golpe de Estado a posteriori, maniobra que recuerda los actos que le dieron a Rafael Núñez el inicio de una hegemonía de cuarenta años? ¿Y cómo silenciar que fue para darles el visto bueno a engendros como este que la Corte Constitucional se tomó el derecho de legislar en la ley de garantías, como evidentemente legisló, para legalizarles a los uribistas la reelección, deslizando la falacia, además, de que así igualó los derechos de los ciudadanos-candidatos con los del presidente-candidato?
A favor de que tarde o temprano los colombianos le den reversa al ambiente de descomposición del que se aprovecha Uribe, está que esto suele ocurrir en los países que sufren crisis profundas, en los que, cuando no aparecen fuerzas políticas capaces de llevarlos por un rumbo correcto, pescan en río revuelto quienes no obstante tener todo tipo de responsabilidades en el desastre se presentan como algo diferente y capaces de modificar positivamente las cosas, siempre y cuando la sociedad les tolere prácticas vitandas que en otros momentos no les toleraría por ninguna razón.
Programa y tareas de la izquierda democrática
La resistencia civil que debemos auspiciar para alcanzar la victoria, tiene hoy la ventaja de que en el continente fluye un torrente de oposición al neoliberalismo. Y esa corriente democrática, a pesar de las facilidades que la violencia le otorga al uribismo para entorpecerla, también recorre a Colombia, como lo evidencia el respaldo al Polo Democrático Independiente y a Alternativa Democrática. Lo que está en cuestión, entonces, no es si se acrecentará la rebeldía contra el orden imperante, a despecho de cuanta marrullería se le ocurra a Uribe, sino qué tan rápido crecerán las filas de la oposición, quiénes la dirigirán y al servicio de qué concepciones se pondrán estos, asuntos los tres que guardan relación con lo que haga la izquierda democrática en el debate electoral que se inicia.
Afortunadamente, desde el primer trimestre de este año las direcciones del Polo y de Alternativa coincidimos en la idea de unirnos, propósito en el que hemos avanzado bastante y que empezó por el acuerdo sobre el Ideario de Unidad, la base programática que en la Colombia actual debe caracterizar a los auténticos voceros populares. En ese documento, que debe servir de base para el programa presidencial del candidato de unidad, resaltan la lucha por una auténtica democracia y por la soberanía nacional, de donde se deduce el repudio al autoritarismo uribista y a las imposiciones neoliberales del FMI y la Casa Blanca. Además establece que somos partidarios de una solución política de los conflictos armados que desangran al país y deja sentado que no utilizamos la violencia como manera de resolver las contradicciones económicas, sociales y políticas entre los colombianos.
También hemos coincidido en que tendremos listas únicas, lo que permitirá acrecentar nuestras filas en el Congreso, y en que mediante consulta popular el 12 de marzo de 2006 escogeremos entre Antonio Navarro y Carlos Gaviria al candidato Presidencial de la organización en la que nos unifiquemos, decisión esta última que reconoce las realidades legales a las que hay que responder y que tiene como atractivo adicional buscar que la unidad sea permanente.
La lucha por la unidad nacional
Apreciados amigos y amigas, y en especial queridos compañeros del MOIR: permítanme insistir en la orientación de nuestra dirección nacional sobre la importancia de poner todo de nuestra parte para unificar a las izquierdas de Colombia, unidad que solo será posible si cada una de las personas y organizaciones dirigentes del proceso asumimos el compromiso de trabajar con quienes si bien tenemos diferencias, diferencias que en muchos aspectos no van a desaparecer, también tenemos coincidencias sobre los aspectos fundamentales que se requieren modificar para sacar al país de la encrucijada en que se encuentra. Que todos actuemos sin ambigüedades, como bien lo dice Carlos Gaviria, porque estamos orgullosos de lo que somos y de lo que buscamos, pero a la vez sin sectarismos estériles. Que nadie pueda decir que los militantes del MOIR no hicimos todas las contribuciones positivas posibles para sacar adelante la unidad por la que claman millones de colombianos.
En este proceso de lograr la unidad, uno de los mayores aportes de Alternativa Democrática es la candidatura de Carlos Gaviria Díaz, a nuestro juicio el colombiano mejor dotado para dar al traste con la reelección de Álvaro Uribe. Y es el mejor por indiscutibles razones: Carlos Gaviria siempre ha tenido en mente propiciar la transformación democrática de Colombia, a partir de una concepción en la que juega un papel fundamental su preocupación por la suerte de los más débiles. Entre las muchas virtudes de Carlos aparece el valor civil que lo caracteriza y ser capaz de no transigir con las corruptelas ni los acomodamientos oportunistas, tan característicos de la politiquería nacional. En una vida pública de tantos años, nadie puede esgrimir en contra de Carlos Gaviria ningún acto o conducta capaz de descalificarlo para aspirar a ser el jefe del Estado colombiano. Es el dirigente de la izquierda democrática que mejor puede unir en torno a él a la enorme fuerza que hay que ganar para vencer en las elecciones presidenciales del año entrante.
Por último, quiero decirles que creo haber cumplido con los dos compromisos que asumí si llegaba al Senado de la República: mantenerme fiel a la defensa de los puntos de vista que siempre hemos defendido y respaldar las luchas de los colombianos a favor del progreso nacional, cumplimiento que también me autoriza para decirles que aspiro a volver, con su generoso respaldo y el de muchos otros, a esa corporación.
Si en algo me he esforzado, espero que con algún éxito, es en darle forma política a uno de los principales aportes de Francisco Mosquera, el inolvidable fundador del MOIR, a la transformación democrática de Colombia, contribución que se refiere a que será imposible tener éxito si no constituimos el más amplio frente unitario que sea dable imaginar, en el que solo falten quienes se autoexcluyan porque han convertido en su negocio hacerle daño al país, al sacrificar los intereses nacionales ante la codicia de los monopolios extranjeros y, en especial, de Estados Unidos.
Es por ello que en la unidad por la que luchamos los moiristas pueden y deben estar la clase obrera urbana y rural, el campesinado y los indígenas, los trabajadores de la educación y la cultura, los estudiantes y los intelectuales, el artesanado y los que se ganan la vida por cuenta propia en pequeños y medianos negocios de todo tipo. Pero también sostenemos que las puertas de esta unidad deben estar abiertas para el empresariado que tenga atada o decida atar su suerte personal a la suerte de la nación, bien sea porque así responde a sus convicciones patrióticas o a sus contradicciones con el neoliberalismo.
Lo que hay que hacer, entonces, para que la izquierda democrática desarrolle la fuerza suficiente para ganar el poder no es renunciar a nuestros principios y objetivos en favor de las concepciones retardatarias, como nos lo plantean desde la derecha, pues ello constituiría una traición a nuestras propias creencias y a los intereses de la nación. Ganar así para qué, se preguntaría cualquier colombiano honrado. ¿Para cambiar no la vida de la gente sino la de los dirigentes, que así trocaríamos los intereses de los colombianos por nuestros respectivos platos de lentejas?
La cara positiva de las crisis profundas es que pueden abrirles camino a las también profundas transformaciones que requieren los países. Y en el caso de Colombia tenemos claridad suficiente para poder darles solución a los problemas de la nación, tenemos la organización capaz de dirigir las luchas que habrá que ganar para cambiar a Colombia y tenemos en Carlos Gaviria el candidato presidencial capaz de unir a todos los que hay que unificar para librar la principal batalla política del año entrante. Mi invitación final es a que cada uno de nosotros insista en aportar lo mejor que pueda en la causa de transformar a Colombia, para avanzar en la tarea de gestar la patria amable con la que sueñan casi todas las gentes de este hermoso y rico país.