Carlos Gaviria Díaz
Un saludo muy fraterno a todos los compañeros presentes. Es realmente reconfortante asistir, en una coyuntura como la que enfrenta el país, a un acto masivo de esta naturaleza. Porque no está presente sólo la militancia del MOIR, que desde luego hace presencia masiva en esta sala, sino muchas otras fuerzas políticas: el Frente Social y Político, el Polo Democrático Independiente, Opción Siete, el Movimiento Ciudadano y tantas organizaciones sociales que claman en el país por un cambio significativo en el sentido de la democracia.
Uno asiste a muchos actos motivado por diferentes razones: por cortesía, por solidaridad. Pero cómo es de amable, cómo es de agradable hacerlo por un imperativo ético. Lo que quiero decirles es que desde mi más íntima convicción me siento compelido a dar testimonio de mi profunda admiración por Jorge Enrique Robledo.
Cuando uno llega tardíamente a la vida política, como es mí caso, se encuentra con muchas circunstancias nuevas, unas no muy amables, pero otras muy gratas. Debo contarles que cuando llegué al Senado de la República y empezamos a reunirnos quienes entonces nos llamábamos congresistas independientes, yo no conocía a Jorge Enrique Robledo y, de pronto, me encontré con una figura menuda, de ceño más bien adusto, con una dialéctica contundente y una información desmesurada sobre su país; con claridad en el análisis y con una oratoria brillante y moderna. Muchas veces cuando uno dice ‘éste es el mejor’, incurre en alguna exageración, porque el juicio está muy cargado de subjetividad. Pero desde mi percepción no existe hoy en el país un orador como Robledo. Y lo digo desde el pun-to de vista de lo que es una oratoria moderna. Porque hay que confrontar su estilo y elocuencia con los de algunos de sus casi coterráneos, los llamados Leopardos, como Ramírez Moreno y Silvio Villegas, que hicieron época en Colombia, pero cuya oratoria era huera, retórica y nada más que retórica. La que lleva un mensaje, un contenido, que invita al diálogo, que no tiende a abrumar al auditorio sino que lo estimula para la reflexión, para el debate; eso es lo que yo llamo oratoria moderna, conceptual y cargada de contenido. Y les digo que no conozco un orador igual a Jorge Enrique. Una persona que no sólo tiene una gran destreza en el uso del lenguaje, sino que está lleno de ideas y de propuestas. Ellas rebosan en su discurso, junto a las audacias y las invitaciones a la controversia.
Me he honrado con la amistad y con el apoyo político que me ha brindado Jorge Enrique Robledo. Pero además de su amistad, su proximidad en el Senado me ha enriquecido profundamente. Los aquí presentes y toda una inmensa masa de personas que lo han escuchado y han asimilado su discurso tienen en él a un candidato de lujo a la Senaduría.
La admiración que desde distintos sectores de la opinión, diversos a su Partido, le expresan al senador Robledo son bien ganados, son bien merecidos. Y si a sus planteamientos claros, carentes de equivocidad y ambigüedad, se suma ahora la autoridad que tiene para hacer un llamado a la unidad de las fuerzas de izquierda democrática, creo que su candidatura no tiene par. Estamos empeñados en derrotar la propuesta perversa que el gobierno le hace al país en este momento. Y sabemos que eso no se logra sino con una unidad sólida en torno a tesis claras, en torno a un propósito constructivo de una democracia que el país no ha conocido, de una reivindicación de la dignidad nacional, que es lo que políticamente se llama soberanía. Los que estamos empeñados en esas reivindicaciones tenemos que unirnos.
Les agradezco esos aplausos y vivas tan afectuosos, pero debo decirles que si nosotros ganamos la Presidencia de la República, eso es bien poco; necesitamos un Congreso que respalde ese gobierno democrático. Y en un Congreso de esa naturaleza, no puede faltar la voz lúcida de Jorge Enrique Robledo.