Relato: LA HISTORIA DE ANTONIA POTES

Germán Patiño

Germán Patiño (Cali, 1948) es miembro de la dirección nacional de nuestro partido y responsable del regional del Vale del Cauca. Ha adelantado en distintas regiones del país labores partidarias y, en el Valle, se ha consagrado además a la investigación histórica y a la literatura.

En noviembre de 1992 publico Herr Simmonds y otras historias del Valle del Cauca, un libro de crónica histórica en que se rememoran, en un estilo narrativo ágil y ameno pero ceñido rigurosamente a las fuentes documentales, hechos y personajes de Cali y demás villas riberanas.

Merecen destacarse en la obra una serie de relatos que ambientan los inicios de la navegación en el río Cauca: “De la navegación y de la vida rivereña en el Valle colonial”; “Noticias del vapor Cauca” y “Herr Simmonds y el primer viaje del vapor Cauca”, titulo al volumen.

Presentamos a nuestros lectores una de las crónicas inéditas de Germán Patiño.

Esta crónica no debiera escribirse, aún. Tiene varios cabos sueltos y no resulta adecuado darla a la imprenta hasta haber agotado todas las posibles fuentes de información que permitan atarlos. Pero lleva varios años en el archivo y tal parece que deberá permanecer otros tantos allí si depende de quien esto escribe continuar con las pesquisas. Así que la entrego casi igual a cómo me la encontré algún día cuando estaba indagando por materias muy diferentes a lo que aquí se leerá. Tal vez espíritus más tenaces, cuando tengan las pistas en sus manos, puedan encontrar los datos que faltan y completen esta historia inconclusa. O tal vez no hallen nada y sea mejor así, pues este relato fragmentario es rico en sugerencias y en posibles explicaciones, que se perderían al dar con respuestas ciertas, debidamente documentadas.

Revisando una colección del periódico Correo del Cauca correspondiente a la década de 1900, me topé con esta narración de acontecimientos distantes en el tiempo y suficientemente escabrosos como para que atraparan la atención de un lector incauto. Sonaba a ficción, aunque ciertos detalles me hicieron pensar que podía tratarse de una historia real. Pero fue publicado sin firma responsable y no hubo fuente alguna que pudiera certificar la veracidad de los sucesos. Quedó como un misterio y no parecía haber forma de saber si correspondía a hechos verificables o se trataba de un producto de la imaginación de un cronista anónimo de principios de siglo.

Más tarde, indagando en otro archivo por los alambiques clandestinos con los que los campesinos de las vegas del Cauca surtían a los mineros del Chocó y subvertían el orden económico heredado de la Colonia, sin quererlo, me saltaron a la vista una serie de documentos que daban fe de los sucesos contados por el escritor desconocido del Correo del Cauca. Aunque no servían para confirmar toda la historia, permitían -y permiten- establecer que ella aconteció, al menos en lo que respecta a su desenlace dramático, que al comienzo es el menos creíble.

Dice nuestro NN que llegó a Nóvita un francés llamado André Bertin dispuesto a hacer fortuna en esa riquísima comarca, hoy parte del Chocó y, en aquel entonces, centro minero de la región caucana. No aclara el cronista la fecha exacta de este acontecimiento, que por algunas referencias debemos situar en 1830. Nóvita formaba parte de la geografía personal de todo aventurero europeo con deseos de enriquecerse rápidamente. Así fue en este caso, como en otros, antes y después. Al poco tiempo el arduo trabajo del francés dio sus frutos y se convirtió en un hombre rico. Por razones que no sabemos, no regresó a su país natal y más bien decidió irse a buscar mujer en esa solitaria región.

Rico, viejo, independiente e impresionable -siempre me lo he imaginado como un devoto lector del Emilio- fijó su atención en una mulata que lavaba arena en las quebradas auríferas de la zona. La llamaban Antonina -los documentos hallados en el archivo de Cali mostrarán que ése no era su nombre; en el tomo 63, en actas manuscritas de difícil lectura, se la menciona como Antonia Potes- y poseía una belleza poco común. El viejo francés decidió comprarla y pagó por ella la suma de 300 pesos oro a unos de los principales mineros del cantón de Nóvita, que era su propietario. Hasta aquí todo ha sido normal. Pero monsieur Bertin, en vez de proceder como lo acostumbraban hacer los amos blancos, entregó la mulata a Petronila Ibáñez para que se hiciera cargo de ella, la educara y le enseñara a comportarse en sociedad.

La señora Ibáñez -las averiguaciones hechas en el Archivo Nacional no permiten establecer la presencia de esta mujer en Nóvita por la época en que se sucedieron estos acontecimientos, por lo que debemos considerar que ese nombre y apellido es un invento del relator de Correo del Cauca-, alentada por el dinero del francés, trabajó fuertemente durante tres años hasta convertir a Antonina en una mujer de agradables maneras y delicado trato. El tiempo también ayudó a convertirla en una beldad estatuaria.

Monsieur Bertin se casó con Antonina en medio de gran pompa dejando estupefacto al reducido grupo de blancos residentes en el enclave minero. El matrimonio a quién, nadie auguraba buen futuro, transcurrió durante varios años en armonía y, según las palabras de nuestro cronista «en medio de los mimos y caricias de la espectacular morena para con su esposo y protector». Monsieur Bertin se había comprado una vejez tranquila y feliz.

Al cabo del tiempo Bertin testó dejando a su mujer la totalidad de los bienes, que eran considerables. Así las cosas, un día, en horas de la tarde, luego de las faenas en los álveos, se hallaba el francés junto a su esposa, rodeado de la servidumbre, en uno de los corredores de la casa, cuando una flecha envenenada se clavó en su garganta.

Según los testigos presenciales, Antonina, al tratar de extraerla, la partió, quedando la punta del proyectil en el cuerpo de monsieur Bertin, haciéndose inevitable su muerte, por envenenamiento.

Iniciadas las pesquisas, pronto se capturó a un esclavo que trabajaba en unas minas cercanas a la propiedad del francés asesinado, que declaró haber lanzado la flecha, pagado por Antonina. Ella fue apresada y a medida que avanzaban las indagatorias otras pruebas venían a culparla. Trasladado el caso a la superioridad de Popayán, el juez, doctor José Antonio Arroyo, la encontró culpable y la sentenció a muerte -Andrés Arroyo, quien fuera gobernador del actual departamento del Cauca me confirmó la existencia de su antepasado José Antonio y su calidad de juez, quedando pendiente una investigación en el fondo Causas Criminales del Archivo Histórico José María Arboleda Llorente de Popayán, para confirmar la sentencia-.

Allegar las pruebas en una región tan dilatada como la provincia del Chocó demoró varios años y mientras tanto Antonina gozó de suficiente libertad como para quedar embarazada. Al llegar la sentencia del juez, no pudo ejecutarse por el estado de la mulata. Volvió el voluminoso expediente a Popayán y se declaró que la pena sólo podía producirse después del parto.

Este fue feliz a pesar de saber Antonina la suerte que le esperaba. Sólo luego de haber tenido a su hijo -cuya suerte se desconoce; debo anotar que el apellido Bertin se encuentra en el directorio telefónico de Cali y que las personas que lo llevan al ser consultadas reconocen su parentesco con André Bertin, pero dicen no saber nada de Antonina y su hijo- trató de suicidarse. Se bañó inmediatamente después del alumbramiento; no hizo dieta sino que comió cuanto alimento pesado encontró. El resultado de todo ello no fue la enfermedad, como pensaba, sino que ganó en hermosura y robustez.

El jefe político y militar de Nóvita, que según el cronista de Correo del Cauca mantenía relaciones con la mulata y cuidaba de sus intereses económicos, el día antes de la ejecución le entregó una bolsa que contenía 100 gramos de oro y le indico que en la noche él vería que la ventana de la cárcel tuviera la aldaba mal cerrada, para que pudiera escapar. Alguien la esperaría con una canoa lista en el río, para navegar hacia el mar y de allí a Panamá. Un agente del amante de Antonina se llevó esa noche a los guardas a gozar de un currulao en las cercanías del pueblo.

En la mañana, a la hora fijada para la ejecución se presentó el jefe político y preguntó a los guardianes, que dormitaban en su puesto, si había novedad. La respuesta fue negativa. Abrióse la prisión y, al pie de la ventana, dormida y con las manos ensangrentadas, se hallaba Antonina. A oscuras, por más esfuerzos que hizo, no pudo abrir la ventana cuya aldaba permaneció cerrada, y cansada de luchar contra su infortunio quedó inconsciente en el lugar en que la encontraron para llevarla al patíbulo.