La situación actual del sector agropecuario nos permite abundar en razones para señalarle al país que la política de apertura económica no es apta para una economía mundial donde el pez grande se come al chico, las prácticas monopolistas son las que rigen el “mercado libre” y las grandes potencias imponen sus condiciones a los países bajo su férula, mientras se enfrentan por ampliar sus respectivas esferas de influencia.
Muchos creían que Colombia iba a inscribirse, como lo decía la propaganda oficial, en los mercados mundiales y a ampliar sus exportaciones. Al contrario, nos inundan con mercancías extranjeras y la producción nacional está seriamente golpeada; se corre el riesgo de perder en poco tiempo lo construido en tantos años de titánicos esfuerzos; las grandes potencias imponen la apertura de nuestros mercados pero no abren los suyos y, en esa aplicación de la ley del embudo sale maltrecha nuestra ya de por sí débil economía.
Para los productores rurales, el campesinado y los asalariados agrícolas, los últimos años han sido catastróficos. A los diferentes tipos de violencia que han debido soportar se ha sumado la extorsión económica del gobierno. Lo que deja la delincuencia común lo están empezando a recoger los bancos, con el beneplácito oficial.
Unos pocos se salvan de la crisis, pero sobre sus cabezas también está pendiente la amenaza. La gran confrontación que desde el derrumbamiento del imperio soviético se ha intensificado entre los grandes bloques económicos mundiales, arrastra con su oleaje a las pequeñas naciones. Las escaramuzas en el GATT, la «guerra de los vinos» entre Francia y Estados Unidos, los forcejeos japoneses para proteger su producción arrocera, hacen parte del enfrentamiento de los fuertes contendientes, enfrentamiento que se hará cada vez más agudo.
Como están las cosas, sólo con la erguida movilización de las fuerzas populares se conseguirá echar atrás las medidas de los intermediarios del imperialismo y rescatar el control del mercado interno para nuestros productos. Con la apertura económica, la importación de miles de toneladas de cebada, trigo, maíz, fríjol, leche, huevos y ganado para el sacrificio, y de otros de arraigada o de posible producción nacional, se ha convertido en un atentado contra el desarrollo agropecuario del país. La llegada de arroz venezolano y de carne de pollo y sorgo desde Estados Unidos, está afectando industrias que habían logrado importantes avances y que satisfacían con suficiencia las necesidades internas de consumo.
«Es mejor la cizaña de tu país que el trigo del extranjero», reza un proverbio árabe. Aunque resultara cierto que buena parte de nuestra producción agrícola sea de inferior calidad a la importada, los intereses nacionales deben prevalecer. La modernización y el mejoramiento permanente de la calidad y eficiencia de la producción es una ley histórico natural que se impondrá por encima de los obstáculos artificiales de los mandatarios. La mayor parte de los dos millones y cuarto de toneladas importadas en 1992 pueden ser perfectamente generadas en Colombia. ¿Qué razón hay para abrir nuestras fronteras a las mercaderías extranjeras altamente subsidiadas y causar la ruina de miles de agricultores colombianos?
La cuestión ha de empezar por imponer barreras arancelarias y no arancelarias que impidan la entrada de productos foráneos que perjudiquen nuestra producción, a semejanza de como lo han hecho siempre las burguesías de las diversas naciones.
Para solucionar la situación de pobreza, es decir, el nivel de vida de los treinta millones de colombianos, no existe otro camino que impulsar el desarrollo. En lugar de estar pensando en las migajas del extranjero y echando teoría, los gobernantes deberían velar por el progreso material, social y cultural de toda la población. Cuando se recortan los salarios reales de los trabajadores y se disminuyen o anulan las ganancias de los productores agrícolas e industriales, concentrando la riqueza en unos pocos privilegiados, lo que se está es impidiendo el crecimiento del consumo, causando entonces el constreñimiento del mercado interno. Debilitan la planta de cuyo jugo se alimentan.