Por Nelson Osorio Ramírez
Después de más de 30 años, y pese a incontables maniobras urdidas desde los altos poderes, la Concesión Río Zulia 837 revirtió al Estado colombiano el domingo 23 de abril a las doce de la noche.
La reversión, pactada desde 1964, se logró gracias al esfuerzo mancomunado de trabajadores, colonos de la zona e ingenieros vinculados a su explotación.
Crónica del despojo
La adjudicación inicial del terreno de casi cincuenta mil hectáreas se hizo el 17 de junio de 1958 a la Richmond Oil Company, filial de la Chevron, fundada por la familia Rockefeller. Comenzó la explotación en 1964 y alcanzó los 30 mil barriles diarios. El saqueo gringo de nuestros recursos continuó hasta 1987. A raíz de un atentado guerrillero que arrasó las instalaciones el 26 de septiembre de 1986, la multinacional alzó el vuelo y las dejó abandonadas. Hasta esa fecha, había extraído 130 millones de barriles.
Petróleos del Norte, subsidiaria del Grupo Santodomingo, asumió entonces la lucrativa explotación; en ocho años, desde el 2 de junio de 1987, cuando se llamaba Ingeser, extrajo 3.5 millones de barriles de crudo parafínico y se embolsilló más de 10 millones de dólares en esos pocos años de concesión.
Según estimativos oficiales, en otros ocho años de explotación todavía se pueden extraer 3.5 millones de barriles. Ecopetrol recibirá700 millones de pesos en ganancias mensuales, gastando únicamente 7 millones en nómina. Las regalías se treparán de 9 a 20%.
Sin embargo, el ex ministro de Minas Jorge E. Cock ridiculiza estas luchas patrióticas pues, según él, las reversiones sólo le aportan a la nación «pura chatarra».
Se prende la pelea
Según resolución ejecutiva 0221 de 1988, expedida por el Ministerio de Minas, la fecha de expiración del contrato de la concesión Zulia terminaba el 23 de abril de 1995.
Pero, de acuerdo con la historia de las reversiones en Colombia, éstas se han logrado sólo mediante prolongadas batallas. Valgan los ejemplos de Dina, en el Huila, y Sabana de Torres, en Santander, para citar sólo las más próximas en el tiempo.
Río Zulia no iba a ser la excepción. La lucha se fortalece gracias a la posición patriótica de la USO, que en sus pliegos venía exigiendo las reversiones, y a las marchas y actividades impulsadas en Cúcuta por la CGTD en marzo y en abril.
La estrategia del engaño
El gobierno instruye al Ministerio del Medio Ambiente en abril para que produzca la resolución 337 de 1995, que ordena «suspender las actividades de producción en el campo Río Zulia» pues “la presencia de los elementos descritos es altamente contaminante para el medio ambiente”, medida que debía ser “de ejecución inmediata”. Es de anotar que estos burócratas se percataron de la contaminación sólo treinta años después, preciso cuando los terrenos debían revertir, confesando que la «ecología» se utiliza en pro de los monopolios nacionales y extranjeros.
La intención gubernamental era clara como el agua. Cerrar el campo definitivamente o buscar un operador, que podría ser el mismo Grupo Santodomingo. En todo caso, nada de «chatarras». Pero la piedra en el zapato fue un fallo del Consejo de Estado que negaba la prórroga de la concesión. Y, gracias a la decisión y al coraje de un pueblo empeñado en hacer valer sus derechos, que recurrió a todas las formas de resistencia civil, el bien retornó al dominio de la nación.
Por el humo se verá la quema
Las incursiones de los helicópteros comenzaron en la tarde del 22 de abril. Allí viajaban funcionarios del gobierno, de Ecopetrol y militares, para cerrar el campo y dar al traste con la reversión. Según el testimonio de los trabajadores llegaron unos con la insignia de Helicol, y otros artillados del ejército. La estrategia popular era no dejarlos bajar. Se movilizaron todos, llamaron a los colonos de San Agustín de los Pozos y Caño Mono; los padres, los hijos, todo el mundo corrió a impedir el aterrizaje. Sobre la marcha prepararon las antorchas, removieron piedras y palos y, levantando obstáculos en los sitios abiertos, reunieron llantas viejas y les prendieron candela. Corrían en grupos a otros sitios para que no se posaran las naves.
Un helicóptero se aproximaba. De pronto, de la multitud salió Rigoberto y de un salto se trepó a la grúa. La prendió, y en segundos la lanzó a toda velocidad contra el aparato, impidiendo su aterrizaje. Entonces, el comandante de la nave prefirió virar. La grúa se detuvo y el obrero se echó sobre el timón. Una salva de vítores ahogó el ruido de las hélices que se perdió en el horizonte.
Los obreros cerraron el campo con candado y guardaron una severa vigilancia. Colocaron una alarma en la puerta para avisar a toda la comunidad en caso de peligro. Se repartieron el manejo y control de la temperatura de los equipos para mantenerlos en funcionamiento, requisito indispensable para ejecutar la reversión.
La dirección sindical
Al otro día, el domingo 23, arribó la delegación de la USO, encabezada por Rodolfo Gutiérrez, vicepresidente nacional. La tarea del momento era coronar la reversión a las doce de la noche.
Los obreros tenían que acertar en su táctica. Al ejército, que desplazó sus tanques y acampó en la escuelita rural, no se le podía dar pretexto para que ocupara las instalaciones. Ya se había logrado contar con la prensa, a través del Canal Regional y del periódico La Opinión.
Como el delegado oficial arguyera que el lugar estaba tomado por la guerrilla, Gustavo Salazar, presidente regional de la CGTD, lo increpó: – ¡Esto es un conflicto obrero y los obreros lo resolvemos!
Renuentes a recibir el campo los funcionarios del gobierno, el directivo de Petronorte les alegaba que el acta de reversión debía hacerse allí, lo que era lógico, mientras que el de Ecopetrol se empecinaba en hacerlo en Cúcuta. Finalmente, no lo recibió.
Hay personas extrañas en el campo, dijo, refiriéndose a los campesinos de la zona que realizaban labores de mantenimiento.
Tienen que retirarse, ordenó.
No se retiran, le contestó enérgicamente Rodolfo Gutiérrez, pues con ellos garantizamos que el campo revierta a la nación.
A las once y media de la noche cortan la luz en la zona. Los operarios prenden la planta eléctrica y siguen las discusiones. La tensión aumenta. Se necesita cabeza fría y los proletarios se comportan ejemplarmente. El gerente de Petróleos del Norte y el inspector de Minas deambulan por las instalaciones, siempre seguidos de cerca por los obreros, que no los despintan.
Al llegar la medianoche se entonó el himno nacional y se izó el pabellón tricolor. Vivas a la USO y a la memorable lucha que finalizaba retumbaron en el campo. Se enarboló entonces la bandera de Ecopetrol y se pintaron los tanques con el símbolo de la empresa estatal. En acto solemne, a las dos de la mañana se firmó la afiliación a la USO de los dieciocho trabajadores de Río Zulia que habían librado la batalla.
Se elaboran dos actas: la de constatación de funcionamiento del campo Río Zulia, y otra anexa, firmada entre otros por Petronorte y el Ministerio de Minas. Ecopetrol no se hace presente. Se verifican los barriles de crudo en existencia y los l6 pozos en producción. En una palabra, los bienes muebles e inmuebles vuelven a ser de propiedad de la nación. Excepto el oleoducto Río Zulia-Ayacucho, de 180 km, la estación intermedia Bellavista, un compresor de 800 millones de pesos, y las oficinas de 120 millones de Petronorte en Cúcuta, bienes que el monopolio de Julio Mario Santodomingo no ha querido entregar y busca birlarle a Colombia.
La prueba de fuego
La pelea no terminó ahí. Los obreros se quedaron solos en sus instalaciones, pues Ecopetrol no recibió el campo. Vendría a hacerlo oficialmente el 15 de mayo por la presión de los trabajadores, de la USO y de la CGTD. ¿Qué pasó en esos 22 días?
Por una decisión de la Unión Sindical Obrera, el campo siguió produciendo normalmente. Ni el hambre, ni el no pago de los salarios, ni la escasez de productos químicos lograron vencer la férrea resistencia proletaria. Decidieron aguantar hasta el final. Nadie podía salir, a menos que una urgencia familiar lo requiriera.
Una comisión pidió la solidaridad de los comerciantes de Cúcuta. Llegaron bultos de arroz, víveres y donaciones en dinero, que ayudaron a soportar las difíciles condiciones de sus familias, agobiadas por la duración del conflicto. Los sindicatos suministraron los insumos químicos y los lubricantes, sin los cuales se hubiera dado la parálisis. Así aguantaron casi un mes. Al final, habían producido 25.458 barriles de crudo y 5.613 galones de condensado, frutos de su propio esfuerzo.
Cuando se firmó el acta de entrega de la reversión de la Concesión Zulia, y retornó la soberanía nacional a un pedazo de su territorio esquilmado por décadas, se materializó también la sustitución patronal, por la cual el sindicato hubo de luchar durante largo tiempo.
Esta memorable historia que escribieran dieciocho obreros y un puñado de campesinos en las goteras de Cúcuta, enfrentados al régimen samperista y sus verdugos, puso de presente en 1995 la importancia de la indestructible alianza obrero-campesina, fuerza clave de la revolución, para defender nuestra soberanía económica. En un rincón de las breñas nortesantandereanas, parvo en la geografía y en la producción, ocurrió este episodio gigante en sus enseñanzas, que ya tiene su puesto en la gesta de la clase obrera por su emancipación definitiva.