LAS MISERIAS DEL NEOLIBERALISMO

Por Raúl Fernández

La política del neoliberalismo sólo ha causado catastróficos resultados. Ni un solo país ha logrado el desarrollo económico como consecuencia de la llamada «rebelión de las élites». Al contrario, el desempleo y la pobreza continúan en aumento, mientras se ahonda la brecha entre países pobres y países ricos.

Sin embargo, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y los Estados poderosos se aprestan a intensificar sus denominadas reformas económicas. El asalto contra las leyes laborales y contra el salario mínimo se arreciará en el futuro próximo, acompañado de una mayor retórica sobre la necesidad de mitigar la «pobreza absoluta».

Carrera hacia el abismo
Estudiemos de cerca los resultados de las políticas neoliberales. Todos los países presentan los mismos síntomas: pobreza y desigualdad crecientes, migraciones masivas, enorme desempleo, una economía informal proliferante, deterioro de los centros urbanos, destrucción del medio ambiente. La aplicación de políticas tendientes a privatizar las empresas públicas, arrasar con las leyes laborales y eliminar el gasto social en educación y salud, ha llevado además a la propagación de hambrunas y epidemias como la tuberculosis, la malaria y el cólera en varias regiones del planeta.

En América Latina, el período que comienza con la Iniciativa para las Américas de Bush se caracteriza por la agudización de las desigualdades sociales. Chile, que lleva más de veinte años practicando el modelo neoliberal, se ha convertido en una sociedad de castas, con una pobreza endémica en más de 45% de la población. Allí se observa un fenómeno común a toda la región: el incremento de los pobres, aun entre aquellos que tienen trabajo más o menos estable pero que perciben salarios inferiores a la «línea de la pobreza».

Grandes ciudades de América Latina son corroídas por la miseria, el hambre y una situación social degradada que sienta condiciones propicias para el robo y la delincuencia y también para la contrapartida salvaje de la «vigilancia privada». El mundo escucha con horror el exterminio de niños de la calle en Brasil, pero otro tanto ocurre en El Salvador, Honduras y Haití. Las raíces profundas de este problema tienen que ver con la superexplotación imperialista. Un informe reciente de la FAO identifica a nueve países del área que están al borde de una crisis alimentaria: Nicaragua, Honduras, Haití, Guatemala, El Salvador, República Dominicana, Bolivia, Ecuador y Colombia.

Mientras los propagandistas del modelo neoliberal se desgañitan con estribillos sobre la necesidad de utilizar tecnologías modernas para competir en la economía global, lo que en realidad hacen es “flexibilizar” el mercado de trabajo, es decir, bajos salarios, contratos temporales, pésimas condiciones laborales, intensificación de la jornada, carencia de derechos democráticos, debilitamiento de las organizaciones sindicales, nula protección frente a los patronos, escasísimo margen de negociación, en suma, la ley de la selva. Todo este esfuerzo se lleva a cabo a lo largo y ancho de América Latina para hacer más atractivo cada país al capital financiero, principalmente norteamericano.

Está claro entonces que el modelo neoliberal nunca ha tenido como meta el progreso de los pueblos. Como lo afirma el chileno Martin Hopenhayn, es «la consagración de la injusticia en el mundo».

México: el gobierno se raja, el pueblo se levanta
En busca de ganancias especulativas, los famosos «capitales golondrina» entraron a México durante años. En un lapso muy corto, los administradores de estos dineros, por las mismas razones de fácil lucro, los retiraron en forma masiva, provocando la peor crisis .económica en la historia de la nación azteca. En cuestión de semanas, el peso había perdido más de 70% de su valor. Se estimó que en los meses de enero y febrero de este año más de 600 mil trabajadores mexicanos perdieron sus empleos. Miles de comerciantes y productores cerraron sus puertas. A principios de julio el Instituto Nacional de Estadística anunciaba que 30% de la fuerza laboral, o sea, once millones de personas, se encontraban cesantes. El sector agrícola ha sido devastado en la competencia con la avalancha de productos importados de Estados Unidos.

La embajada norteamericana en México ha visto lo sucedido como algo positivo. En un informe reciente se refiere a las bancarrotas y al desempleo como el necesario «efecto darwiniano» del Tratado de Libre Comercio. Los gringos están felices, además, porque, como secuela de la profunda devaluación, el número de maquiladoras que utilizan la baratísima mano de obra mexicana sigue en aumento, como si unos cuantos miserables empleas en ensamblaje pudieran compensar la pérdida de cientos de miles en la producción y lo que ésta implica para el desarrollo nacional.

Los apologistas del Banco Mundial y el FMI declaran al unísono que en México los dirigentes de su política económica se equivocaron. Dirigentes que meses antes eran considerados «genios» por ambos organismos financieros, y que sólo se limitaron a aplicar al pie de la letra los dogmas emanados de Washington.

La imposición de la nueva doctrina económica se ha visto acompañada de violentas reacciones espontáneas por todo el país, que culminaron en la gigantesca manifestación del Primero de Mayo, citada por los obreros por encima de la Confederación de Trabajadores Mexicanos, cuyos máximos dirigentes, en connivencia con la política oficial, no habían convocado a la tradicional celebración.

Libre comercio o bloques en contienda
México ha comenzado a establecer tarifas que afectan a productos importados de China y de Japón, ambos contrincantes comerciales de Estados Unidos. Esta medida pone de manifiesto la otra cara del TLC: un tratado proteccionista, diseñado para utilizar a México como un arma más en la contienda entre los bloques económicos. Tras la postura librecambista se adelanta una gigantesca lucha entre los países poderosos, principalmente Estados Unidos, Japón y Alemania. A través del TLC, México se ha convertido en un «arma para pelear mejor contra el resto del mundo», en palabras de Henry Kissinger. Y se le prohibe suscribir pactos sobre metas de producción y precios estables en el mercado internacional con los demás países productores de café.

Estados Unidos se mantiene enfrascado en una lucha feroz con Japón y Europa en su esfuerzo por abrir mercados para su enorme sobreproducción. El coloso del Norte le exige al Japón porcentajes de su mercado interno para deshacerse de automóviles, chips de computación, equipo médico. Nada tiene esta conducta que ver con la operación del libre mercado a que obligan a nuestros países. ¿Es posible imaginar qué respuesta darían los gringos si a México se le ocurriera demandar un porcentaje del mercado interno le Estados Unidos para su producción cementera? ¿O a Brasil para su producción de soya? ¿O a Argentina para su carne?

Si para América Latina los potentados del Norte recomiendan a los gobiernos abandonar el fomento a la producción nacional, lo que ellos mismos practican es harina de otro costal: el gobierno de Estados Unidos gasta más de 200 mil millones de dólares al año por concepto de subsidios, menciones y promoción de productos de exportación. A través del Programa del Departamento de Agricultura, Estados Unidos le otorgó el pasado año 23 millones le dólares a Gallo Wine, gigantesco productor y distribuidor de vino de California, 75 millones de dólares al pulpo de los cítricos Sunkist, 17 millones a Dole Food, 11 millones a Pillsbury, 12 millones a Sun-Maid, y así a otros muchos conglomerados agrícolas. August Schumacher, jefe del Servicio Exterior del Departamento de Agricultura, declaraba: “¡Quién hubiera pensado hace pocos años que los japoneses estarían comiendo arroz de Estados Unidos, o que los mexicanos estarían importando nuestros tomates, o los franceses nuestro vino!”

Embestida contra los salarios
Son alarmantes las cifras del creciente desempleo mundial. La OIT estima que la tercera parte de la fuerza de trabajo del mundo se encuentra desempleada, es decir, 820 millones de personas. Los grandes magnates del capital financiero no niegan la dimensión del problema. Clinton fue más allá y convocó una reunión especial de ministros de Trabajo del G-7 para considerar la situación. La OIT vaticina que el desempleo, el subempleo y la pobreza continuarán agravándose. Algunos gobiernos admiten que las cifras serían más abultadas si no fuera por el llamado efecto amortiguador de muchos desempleados no enumerados como tales porque forman parte de ese ejército de vendedores ambulantes, recogedores de cartón, traga-candelas y limosneros que sobreviven en las grandes urbes.

Los líderes del gran capital financiero, por toda respuesta, han insistido en que sea acelerada la aplicación de las políticas que, en el fondo, son las verdaderas causantes de tan aguda situación. En un reciente informe, por ejemplo, el Banco Mundial argumentaba que los «altos salarios» son los responsables del desempleo. Y recomendaba en consecuencia eliminar el salario mínimo. La Cámara de Comercio Internacional instó al G-7, durante su reciente reunión en Canadá, a desmantelar las normas laborales que lo garantizan. Un grupo influyente de congresistas norteamericanos puso en entredicho varias leyes sobre salario mínimo puestas en vigor en la década del treinta. The Economist aconsejaba no hace mucho despreocuparse del creciente problema del trabajo infantil, ya que el solo crecimiento económico aportaría las soluciones. La Comunidad Europea ha establecido un mínimo común denominador para la legislación del trabajo, imponiendo que ningún país miembro pueda mantener condiciones laborales superiores.

Aunque la OIT rechaza que el desempleo sea el resultado de los altos salarios, nada de esto convence a les gobiernos ni a las instituciones rectoras de la economía mundial. El asalto a los salarios, que está en marcha, se ha visto acompañado de programas demagógicos, tales como el llamado Salto Social, en Colombia.

La resistencia contra el nuevo orden se manifiesta a lo largo y ancho del planeta. En los últimos cinco años, centenares de miles de personas, entre obreros belgas, alemanes y rusos, estudiantes franceses, productores agrícolas en la India, campesinos en Ghana y ciudadanos del común, han protestado con vehemencia contra la liberalización económica, los acuerdos de libre comercio y los planes de austeridad del FMI.

En Brasil, el nuevo presidente militarizó cuatro refinerías del Estado para mantenerlas operando después de una huelga. Las manifestaciones de masas se suceden una tras otra en Venezuela y Bolivia. Los obreros bananeros de Panamá y Costa Rica se han lanzado al cese de actividades en varias ocasiones. La situación sigue siendo explosiva en la provincia de Córdoba, Argentina, uno de los “milagros” neoliberales con “tan sólo” 18% de desempleo reconocido.

En la medida en que se ahonde la pobreza, surgirán por doquier los gritos de la resistencia obrera.