(Intervención del camarada Libardo Botero en el acto de homenaje a Francisco Mosquera, realizado en Medellín el 18 de abril, en la sede del Pequeño Teatro)
Camaradas y amigos:
Anonadados todavía por el terrible impacto de la prematura e irreparable desaparición de nuestro querido camarada Francisco Mosquera, venimos hoy a rendirle homenaje sincero de gratitud y respeto. Aquí, precisamente en Medellín, ciudad que de manera visionaria escogiera en 1965 como escenario para iniciar su más grande y ambicioso proyecto: la construcción de un auténtico partido marxista-leninista en Colombia. Y a fe que aquella empresa temeraria, emprendida hace treinta años, gracias a su empeño e inteligencia, sorteando escollos casi insuperables, se ha visto coronada por el éxito. Esos pequeños núcleos de proletarios avanzados de entonces, con los cuales selló Mosquera una íntima relación, se han multiplicado por toda la geografía patria hasta forjar el contingente de combatientes del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR, su Partido, nuestro Partido, la reserva más importante de la revolución colombiana.
Más de treinta años de intensa y compleja actividad política de un hombre de la talla de Francisco Mosquera no se pueden compendiar de manera fácil ni a la ligera. Trataremos apenas de esbozar algunas ideas iniciales sobre el significado de su trayectoria histórica y sobre los lineamientos esenciales de su pensamiento. Pero se habrá de requerir un análisis más concienzudo y largo y con el aporte de muchos otros camaradas, para lograr una evaluación más completa y valedera de su trascendental obra.
Hubo de desplegar Mosquera su ciclo vital en un momento especialmente difícil. Luego de más de un siglo de avance y ascenso de la revolución mundial, que vio coronar con fortuna el triunfo del proletariado en más de un tercio del planeta, a fines de los años cincuenta el entronizamiento del revisionismo en la Unión Soviética inició un período de descenso y retroceso, que ha diezmado sin contemplación las filas del movimiento comunista internacional, arrebatándole de paso el poder a la clase obrera allí donde lo había conquistado. Tan profundo ha sido el desplome, que pudiéramos decir que hoy estamos en la situación de hace una centuria, como si tuviéramos que empezar de nuevo. Con la signifitiva diferencia, claro está, de que disponemos para los combates del futuro de las inestimables experiencias y el legado teórico el decurso de la revolución en estos ciento cincuenta años nos ha dejado, desde la manera como la clase obrera conquista el hasta la manera como puede perderlo, y ende, el modo adecuado para prevenir la restauración burguesa.
La significación del aporte de Francisco Mosquera no puede desligarse de esa consideración sobre el período histórico en que vivió y luchó. De allí el trascendental valor de su batalla y el sello característico de su obra. Fue una lucha desigual y tormentosa en la cual se midió el temple de su personalidad y la reciedumbre de su carácter Mientras la enfermedad derechista ir inficionaba a partidos y dirigentes y daba al traste con bastiones viejos y nuevos del proletariado, la figura de Mosquera se mantuvo erguida e indoblegable. Aun después muerte de Mao Tsetung y del fracaso de su valeroso intento por detener la avalancha revisionista. En los últimos años Mosquera constituía el más sobresaliente, insobornable y firme dirigente marxista-leninista no solo ni de nuestro hemisferio, sino probablemente del mundo. Su pensamiento, que es primordial legado, ha entrado a ser, sin duda alguna, uno de los tesoros del marxismo-leninismo.
Sin hacerles concesiones a las contracorrientes derechistas, dirigiendo un partido pequeño y aislado, enfrentando enemigos de la envergadura del socialimperialismo soviético y su peón cubano, en un terreno fértil para el oportunismo como el de Colombia, donde, según él mismo lo expresara, «echó raíces primero el revisionismo que el marxismo-leninismo», hubo desplegar a plenitud sus excelsas dotes de combatiente enérgico e ideólogo insigne, para legarle al movimiento revolucionario imperecederas páginas. Su obra entera está labrada en esa lid y tiene esa impronta. La denuncia del carácter reaccionario y burgués de las formulaciones revisionistas, el desenmascaramiento de su táctica equivocada, la crítica certera y devastadora de sus concepciones reformistas, fuere cual fuere el ropaje de que se vistieren, constituyen no sólo una reiteración de los principios cardinales del marxismo sino una profundización que los enriquece y reverdece.
A la par Mosquera hubo de ocuparse de dotar al Partido de todas las herramientas teóricas, políticas y organizativas necesarias para constituirse en una auténtica vanguardia proletaria. Librando una lucha sin cuartel, interna y externa, contra el oportunismo de «izquierda» y de derecha, estructuró una estrategia y una táctica consecuentes, consolidó un estilo de trabajo comunista, perseveró en el centralismo democrático y precisó aún más la concepción leninista sobre el mismo, y supo preservar la unidad y la existencia del Partido en las condiciones más adversas. Sólo aferrándonos a ese patrimonio inestimable que nos aportó podemos enfrentar con éxito los duros retos del presente y del futuro.
En este punto debieran destacarse no sólo la consistencia ideológica de sus planteamientos sino la consecuencia en su defensa. Mosquera combinaba con maestría la verticalidad en la salvaguardia de los principios y la estrategia, con la necesaria flexibilidad en su aplicación y desarrollo tácticos. Con un asombroso instinto de clase, auscultando el estado de ánimo y de organización de las masas, sopesando la relación de fuerzas, oteando los constantes cambios económicos y políticos, trazaba en todo momento las orientaciones certeras que el instante exigía y que tanto el Partido como amplios sectores de trabajadores aceptábamos y cumplíamos con la seguridad y confianza que inspiraba el hecho de provenir del más experto timonel.
No sabíamos qué admirar más en él, si su solidez de roca en el debate doctrinario o su fino olfato político para saber desenvolverse con fluidez en las cambiantes y complejas circunstancias de la lucha de clases. Cuántas veces lo vimos entre asombrados e incrédulos proponer, o proponernos, las tareas más inconcebibles como el abandono del credo abstencionista y la participación en elecciones; o la epopeya de los «pies descalzos»; o las alianzas y las rupturas más insólitas, bien fuera con el Partido Comunista o con fracciones de la oligarquía liberal-conservadora; o los virajes menos pensados; o la reversa; o la concesión; o la audaz arremetida; o el debate encarnizado y abierto; en fin, todo ese cúmulo de políticas y decisiones que configuraron al Partido y le definieron su derrotero victorioso en estas tres décadas.
Pero es obvio que para evaluar con acierto su obra debemos considerar las circunstancias de tiempo y de lugar que la rodearon. De allí se derivan otros de los rasgos más descollantes de su aporte ideológico. Supo Mosquera interpretar magistralmente las condiciones de Colombia en la segunda mitad del siglo XX -un país neocolonial y atrasado del denominado Tercer Mundo, sojuzgado por el imperialismo norteamericano-, descubrirlas leyes de su desarrollo y formular la estrategia revolucionaria apropiada. Con ello dotó al Partido y al conjunto de las fuerzas revolucionarias y patrióticas de las herramientas indispensables para avanzar en la conquista de una nación soberana, libre y democrática, que se encamine luego al socialismo. No se reduce sin embargo su contribución a la mera aplicación creadora a nuestra situación concreta de postulados y principios ya desarrollados por el marxismo en esta materia.
No dudamos en afirmar que en su vasta producción teórica alrededor del problema de la revolución colombiana, hay consideraciones innovadoras de validez universal que constituyen un enriquecimiento innegable del marxismo. Desde la particular manera de enfocar la naturaleza de la sociedad colombiana, hasta el modo mismo de entender el proceso de la revolución en esta etapa, encontramos en sus escritos desarrollos vitales que tienen vigencia para países como el nuestro, aherrojados por las cadenas del neocolonialismo. Si bien los derroteros de la revolución democrático -nacional habían sido formulados por Lenin y Mao y llevados al triunfo por éste en la gloriosa Revolución China, es indiscutible que Mosquera precisó muchos de sus aspectos para las condiciones concretas de Colombia y América. El carácter de la dominación neocolonial contemporánea, la naturaleza y papel de las clases intermediarias, la forma de desarrollo del capitalismo nacional en nuestros países y las trabas que lo entorpecen, la naturaleza y papel de la burguesía nacional, las características del frente único en cuanto a programa y normas de, funcionamiento, la manera como la clase obrera ejerce su papel dirigente a través del frente, la política de alianzas, son algunos temas en los cuales el talento de Mosquera se explayó para extraer de nuestra experiencia revolucionaria novedosas y lúcidas elaboraciones que deja como patrimonio inapreciable.
Su muerte se ha producido por desgracia en una especie de punto de viraje de la situación mundial. Precisamente había empezado a elucidar las características del momento y sus implicaciones favorables para la revolución. Dos cambios fundamentales, entrelazados, le dan su sello al actual periodo. En primer término, el hundimiento del socialimperialismo soviético a finales de los años ochenta y, como consecuencia; el resurgir de la hegemonía norteamericana, en medio de la encarnizada disputa entre las grandes potencias imperialistas por un nuevo reparto del mundo, que ha tenido como enseña la apertura de las economías de los países débiles a fin de poder entrar a su antojo en ellos y exprimir sin contemplación su trabajo y sus recursos. Una auténtica cruzada de recolonización, como la avizoró y bautizó desde el comienzo mismo del proceso Francisco Mosquera.
Asistimos a la etapa «pacífica» de tal confrontación, con el exacerbamiento de las disputas económicas entre los grandes monopolios y los imperios capitalistas, que no tendrá desenlace distinto al estallido de fuertes depresiones o mortíferas guerras, o ambas cosas conjugadas, como en el pasado. A los cabildeos diplomáticos en foros y asambleas habrá de sucederles más tarde o más temprano el tronar de los cañones. No sabemos el cómo y el cuándo y el dónde estallará el conflicto, pero estamos convencidos de que no será otro el rumbo de los acontecimientos mundiales. Qué equivocados están quienes piensan que después de la derrota pasajera que ha sufrido el proletariado ya está echada su suerte. Por más que los ideólogos a sueldo de la burguesía pregonen el entierro del marxismo, el fracaso del socialismo, y la supuesta superioridad del capitalismo como medio para el logro del progreso social, la realidad, que es tozuda, se encargará de ponerlos en su sitio. Las rivalidades entre las metrópolis imperialistas, aunadas a la agudizada miseria del proletariado de aquellas naciones y a la de los miles de millones de seres sojuzgados del mundo neocolonial, harán crujir los cimientos aparentemente sólidos del «nuevo orden internacional», y en las entrañas de la tormenta brotará de nuevo la estela revolucionaria que anuncie que los explotados y oprimidos tendrán una nueva oportunidad sobre la Tierra.
Cuán determinante hubiera sido la presencia de Mosquera en este nuevo escenario, el primero con signos alentadores después de más de tres decenios. Porque viéndolo bien, y aunque parezca paradójico, las razones para el pesimismo o la desmoralización han quedado atrás. Estamos en un punto en el cual, parafraseando la célebre expresión de Marx hace más de un siglo, la revolución no tiene ya nada que perder sino un mundo por ganar. Se dice, y no sin razón, que los grandes combatientes se miden en medio de las dificultades; y a fe que Mosquera dio prueba de su macizo e inquebrantable carácter enfrentado a las peores. Portentoso hubiera sido su aporte en el período que ahora se abre, cuando por primera vez se le brindaba un panorama distinto, lleno de posibilidades. Habremos de navegar ahora sin su compañía y dirección, confiando en que pese a los riesgos innegables que ello conlleva, el Partido no abandonará sus sabias enseñanzas y sabrá comportarse a la altura de las circunstancias.
No podría terminar esta semblanza sin referirme a un rasgo sobresaliente de la personalidad de Francisco Mosquera: su calidad de hombre universal. Siempre pensó, como lo pregonaron también los maestros del proletariado, y no se cansaba de repetirlo, que la clase obrera es la más avanzada de la sociedad. En el doble sentido de que está vinculada a la forma más moderna de producción y de que sus intereses estratégicos encarnan la alternativa más avanzada del desarrollo social. En tal sentido, a la clase obrera es a la única a la que le interesan y le sirven de manera absoluta todos los progresos científicos, tecnológicos y culturales. De allí que un dirigente del proletariado tan calificado como Mosquera no pudiera menos de adentrarse en los más variados dominios del conocimiento, escudriñando desde los fenómenos históricos más lejanos hasta los más recientes, así como múltiples y complejas disciplinas no sólo de las ciencias sociales sino también de las ciencias naturales. Muchos de quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y tratarlo, no podemos olvidar sus concienzudas y eruditas disertaciones sobre los temas científicos más abstrusos, hilvanadas en cualquier situación informal, o esgrimidas en la polémica más encendida de alguna conferencia o reunión formal. No salíamos de la impresión que nos causaba con sus agudas respuestas formuladas a los interrogantes más embrollados, cuando nos sumía en el desconcierto con demoledoras inquietudes y dudas sobre lo que estimábamos como absolutamente cierto y sabido. Fruto, claro está, de una vida dedicada al estudio apasionado y persistente, que le hubiera permitido contestar con orgullo, como Marx, cuando fuera interrogado sobre su frase favorita, citando la famosa expresión de Goethe en su Fausto: «Nada de lo humano me es ajeno».
Colocados hoy en la penosa circunstancia de no contar con su presencia, debemos encarar varias tareas indelegables e ineludibles. Una de ellas, rescatar, ordenar y difundir su magnífica y esclarecedora obra, honda en su contenido y excelsa en su forma literaria, su legado fundamental no sólo para la actual sino para las futuras generaciones de revolucionarios. De cierto modo tenemos el deber para con él y para con la historia de salvaguardar y proyectar una creación portentosa que por el momento histórico no pudo tener la trascendencia que merecía, y proponernos romper esa especie de ley del silencio que la oligarquía le decretó a Mosquera en vida, hasta lograr que sus ideas resuenen victoriosas después de su muerte.
Otra tarea, indisolublemente ligada a la anterior, será la de continuar la misión inconclusa que nos dejó, bajo la guía de su pensamiento, preservando y desarrollando el Partido, fieles a los principios comunistas, y forjando nuevas generaciones de militantes, auténticos continuadores de su causa proletaria. Cuadros que sean como él lo quiso, «con la suficiente sagacidad para no caer nunca en las trampas montadas por el enemigo, y con la entereza para no desertar ni saltar al bando opuesto cuando arrecie el temporal reaccionario; cuadros curtidos en la lucha y armados del marxismo-leninismo, perspicaces en el conocimiento de la cambiante realidad y audaces en la acción, modestos en el servicio infatigable al pueblo y dispuestos a sacrificarlo todo por la revolución». Imbuidos de ese espíritu indoblegable que caracterizó a Mosquera y que de manera magistral estampó en aquella hermosa frase: «El valor es hálito vital en todas las empresas desbrozadoras del progreso humano».
Camaradas y amigos:
El veredicto de la historia sobre los hombres es implacable. Sus raseros trascienden los efímeros éxitos que deparan el poder y la riqueza. Quienes erigen en ellos su fortuna sufrirán el castigo inclemente del olvido. Otra suerte espera a quienes, perseguidos y vilipendiados en vida, sin más riqueza que sus brazos y su mente, armados de entereza y carácter supieron servir a las mayorías vapuleadas hasta morir por ellas y pugnaron sin cesar por el progreso. Ellos vivirán en la memoria colectiva por siempre y tendrán asegurado un sitial de honor en la historia. Francisco Mosquera tendrá la recompensa infinita de vivir eternamente en el corazón y la mente de los trabajadores.
¡Gloria eterna al camarada Francisco Mosquera!