Cumplimos un penoso deber: devolver a la tierra a un entrañable hermano de clase, un camarada conocido y querido por todo el Partido, un esclarecido luchador del pueblo. Al tiempo con la pena, experimentamos una satisfacción y un orgullo inmensos: el haber sido camaradas, el haber compartido causa, luchas y razón de vivir, con un hombre cuyo temple forjó la vida como a golpes de hacha sobre las maderas de esos árboles que pasan erguidos a través de centurias. Desde los lejanos y memorables días de sus inicios como dirigente de los obreros de la palma africana, hasta los recientes de su papel como conductor de las legiones de vendedores ambulantes, su trayectoria describió una línea de trazo firme, admirable, inspiradora.
La resonante huelga de Indupalma de 1971 fue su bautismo de fuego. Cinco largos años, junto con otros compañeros, fue confinado en prisión víctima de una acusación patronal tan infame como falsa. Cuando franqueó las rejas, lejos de haber sido doblegado por el cautiverio, empeñó sus energías en el combate contra la explotación, la opresión nacional y el atraso. En el joven Víctor, el castigo infligido hizo que brotara una voluntad de lucha tan dura o más que el pedernal.
Moirista ya por aquellos días, el Partido le organizó una gira nacional por instrucción de Francisco Mosquera, nuestro jefe de todos los tiempos. Se trataba de que nuestra corriente, y otros sectores del pueblo, conocieran y aprendieran de la ejemplar experiencia de aquel nuevo paladín de los trabajadores. Presidió así innumerables actos en ciudades y poblaciones pequeñas.
Vendría después aquel movimiento vivificante que esparció el MOIR por la geografía patria, que abrió surcos y creó escuela, el de los pies descalzos, como se le conoció entre nosotros. Víctor se apuntó desde el comienzo al nuevo impulso revolucionario. Al lado de numerosos cuadros se fue al campo a desbrozar caminos al trabajo partidario. Junto con su familia, en el sur de Bolívar, fue artífice de primera línea en la construcción de las cooperativas campesinas que proliferaron merced al esfuerzo y dedicación de muchos hombres y mujeres moiristas. Allí personificó la colaboración y alianza con la gente laboriosa del agro que los obreros de vanguardia como él han de efectuar sobre el terreno en aras de la orientación y la organización de la clase más avanzada. Aquel capítulo se cerró abruptamente en la vida de Víctor y del Partido, pues la violencia que por entonces se abatió sobre esas regiones nos obligó a replegarnos mientras pasaba el temporal.
En la capital del país, en medio del tumulto de las luchas callejeras del más numeroso y creciente de los destacamentos de los pobres de Colombia, el de los vendedores ambulantes, se desenvolvió el último tramo de la existencia de nuestro camarada. Las luces de su experiencia, su entusiasmo y constancia, y su compenetración con la línea del Partido, lo convirtieron en un cuadro clave de este frente de masas. Su aporte, tanto en el fortalecimiento de la organización de Sinucom en Bogotá como a escala nacional y en la vinculación a las tareas de la CGTD y del MOIR, debe calificarse justamente como invaluable.
Fue Víctor el más sencillo y terreno de los luchadores populares. Sin embargo, visto en perspectiva, su estampa se nos asemeja a uno de esos intrépidos marinos de leyenda de la antigüedad heroica o del descubrimiento del Nuevo Mundo. Poseyó la tenacidad de los viajeros de largo aliento, sin la cual quienes surcan rutas azarosas están condenados al desfallecimiento y naufragio. La fuerza interior que permitió ayer culminar travesías transoceánicas, hoy resulta imprescindible para perseverar en la máxima hazaña de todos los tiempos: la revolución de los proletarios modernos. Esa fuerza emanaba de Víctor.
El sometió su itinerario vital, el mapa de sus pasiones, la ubicación de su hogar, la suerte de sus hijos y de sus seres queridos, a las exigencias del rumbo que se había fijado. Hasta su último día lo animó la determinación invencible de servir al pueblo, a la nación, a los pobres del mundo. Jamás vaciló, vivió siempre acorde con su pensamiento. En tiempo alguno, epitafio tan luminoso fue más justo ni laurel más merecido en la tumba de un valiente: Se ha marchado un veterano del Partido, uno de los mejores comunistas. Que la estela imperecedera de su ejemplo nos inspire y nos guíe.
¡Hasta siempre, compañero Víctor Parra, como te llamabas en la inolvidable obra » La huelga» de Sebastián Ospina! ¡Hasta siempre, camarada Manyoma, como te decíamos en la Comisión Obrera Nacional del MOIR!
¡Hasta siempre camarada Víctor Moreno!