Del legado de Mosquera: «NO PIERDAN LA MAREA ALTA»

(Apartes del discurso pronunciado en el Salón Fundadores del Hotel Bacatá el 25 de noviembre de 1993 con motivo del lanzamiento de la candidatura al Senado de Jorge Santos, publicado en el libro Resistencia Civil, Bogotá, Editor Tribuna Roja, 1995, bajo el título «Hagamos del debate un cursillo que eduque a las masas).

«Atronadores aplausos se oyeron por doquier ante la actitud moscovita. Los estadistas de las más disímiles naciones miraron complacidos cómo la denominada «guerra fría» había cesado y previeron mil años de benevolencia entre los hombres. Hasta los curitas de parroquia predicaron que, con la llegada del mesías de la perestroika, la humanidad doliente descubrió por fin la senda hacia la paz paradisíaca. Al contrario: Gorbachov terminó prisionero de los agentes de sus aparatos represivos; y, con la fuga de las repúblicas del Pacto de Varsovia que desertaban del rebaño, junto con la desmembración soviética y el ascenso de Boris Yeltsin en Rusia, el flamante presidente perdió el empleo por física sustracción de materia. Los Estados Unidos supieron aprovechar las oportunidades que el azar les brindaba. Respaldaron con furor a ambos mandatarios. A uno cuando estaba detenido por la soldadesca y al otro cuando ésta vacilaba en tomarse el edificio del Soviet Supremo y conducir a los diputados a la cárcel. El apoyo lo condicionaron, por supuesto,’ a una sola pero decisiva petición, que se implantaran los cánones burgueses a lo largo y ancho del territorio ruso, facilitando la entrada de los capitales extranjeros. Y los yanquis ganaron la disputa por el control mundial después de décadas de confrontaciones, mientras que los herederos de los Romanov se resignaban a pasar de superpotencia a ser un mero apéndice del imperialismo norteamericano.

El clima de cierta estabilidad que antes prevalecía a causa del equilibrio entre los dos colosos, empezó a enrarecerse por los avatares de la multipolaridad. Las pugnas comerciales que han mantenido los monopolios de América, Europa y Japón, e incluidos los de la misma Rusia, salieron a flote con todas las repercusiones de una competencia cada día más aguda. El globo en vez de enfriarse se calienta. Washington no ha dudado en recurrir a la fuerza en busca de consolidar la reconquista. En 1983 se atrevió a desalojar de la diminuta isla de Granada, en el Caribe, a las escuadras cubanas, un ensayo remoto. Le seguiría Panamá, en el 98, desde donde atalaya e infiltra a Latinoamérica. Posteriormente Irak y Somalia. Conminó a la disuelta Yugoslavia, a Corea del Norte y a los vecinos de Haití. En consecuencia, las guerras no amainan, se diseminan.

De cualquier modo el fenómeno se traducirá en una extensión sin fronteras del capitalismo. En los más apartados y escondidos parajes se instalarán factorías semejantes entre sí que pondrán en oferta géneros idénticos o parecidos. La inevitable superproducción traerá consigo la estrechez relativa de los mercados, el desempleo, la explosión de los conflictos laborales a una escala jamás conocida. Los problemas de los pueblos continúan siendo los mismos de ayer aunque ahora enfrenten enemigos distintos. Las verdades de Marx y Lenin, lejos de marchitarse, cual lo pregona la burguesía que carece de respuesta para los interrogantes de la actualidad, volverán a ponerse de moda. Parece que el socialismo, al igual de lo acontecido al sistema capitalista, adolecerá de tropiezos y, altibajos durante un interregno prolongado, antes del triunfo definitivo. Y los obreros, con sus batallas revolucionarias, proseguirán tejiendo el hilo ininterrumpido de la evolución histórica.

En consonancia con los vuelcos planetarios, a Colombia, que ha sido desde hace más de una centuria un algorín de los asentistas del Norte, se le redujeron sus posibilidades, sus márgenes, su autonomía de vuelo. En los sesentas los planes de la Casa Blanca para el hemisferio, la Alianza para el Progreso, la desaparecida Alalc, el Pacto Andino, preservaban intactos los artificios del desvalijamiento y. conforme a estos términos exactos, se trataba de una expoliación disimulada, astuta, que nos permitía algún grado de desarrollo, complementario a la sustracción de las riquezas del país. Digamos que los gringos chupaban el néctar con ciertas consideraciones. Pero con la apertura la extorsión se ha tornado descarada, cruda, sin miramiento alguno.

Cuando el Comité Ejecutivo Central del MOIR miraba con detenimiento y antelación la nueva política saqueadora, pronta a instalarse, llegó a varias conclusiones pertinentes. A pesar de que lo ubicaban en los terrenos de la cuestión económica, forzosamente abarca un universo de preparativos y sustentáculos que revuelcan el discurrir de la caduca república. Partiendo de un problema inicial: se necesita alguien que lo enrute y conduzca a buen puerto: un conjunto amplio de funcionarios ilustrados, catedráticos expertos y discípulos maleables que sepan del asunto. La clave estuvo en la incorporación al ajetreo público de la panda de los Andes, una especie de culto de las adoratrices de la especulación. No es raro que el presidente y su consorte provengan de allí; que doña Ana Milena haya montado a Colfuturo en donde, además de correr dinero a porrillo, hacen fila los alumnos mansos y distinguidos que recibieron becas de posgrado en el exterior, o que los periódicos promocionen los estudios de la Academia americana. El duelo económico se decide en la arena ideológica.

A los oficiales de las Fuerzas Armadas también los educan o reeducan allá porque las artes marciales representan otro puntal imprescindible. Hay que domesticarlos y civilizarlos, reorientando incluso las charlas que escuchan, pues muchos de los egresados de esas escuelas dieron mal ejemplo, como el general Pérez Jiménez que se desvió hacia la dictadura, o el general Noriega que amasó una fortuna traficando en cocaína; y los mandos han de comportarse bien, acatar los derechos humanos, ser respetuosos de las declaraciones de la Conferencia Episcopal, no asesinar a quienes protestan o a los que ejercitan el terrorismo, en fin, proporcionar sustento a la majestad de la Ley. Mas todo debe ejecutarse sin desmedro de los operativos encubiertos de las unidades del Pentágono, y a ratos no tan encubiertos. Se conoce de la presencia de contingentes suyos en Perú. Bolivia y otras partes. En el departamento de Amazonas se detectó uno de ellos. Hemos padecido asimismo la interferencia y el bloqueo en nuestro mar Caribe. Y la opinión se ha enterado con alarma de que aviones militares de transporte sobrevuelan, con permiso o sin él, encima de nosotros; y que en más de un lance estuvieron a punto de colusionar con naves repletas de pasajeros. Es decir, que nos hostigan por aire, mar y tierra. La agresión constituye otro elemento adicional de la apertura, ya que, a medida que avanza ésta, la resistencia civil se expande cual reguero de pólvora por el Continente.

Dentro de las adecuaciones legales que han dotado a la gran burguesía de los medios para escoger entre cualquier opción, se destaca la Ley 50 de 1990, con que se cercenan los logros conseguidos por los asalariados en más de tres cuartos de siglo de arduas peleas. En síntesis, el objeto estriba en asegurar, en un santiamén, la disminución de las remuneraciones y la supresión de las normas permisivas del Código Laboral. Otra vez las normas. Sin mano de obra barata no habrá neoliberalismo que funcione. Como la América Latina acusa algún desarrollo y algunos adelantos tecnológicos que conllevan progresos sindicales. Colombia, pletórica de dinamita, secuestros, laboratorios de coca, nunca será atractiva para Wall Street, si no entraba la industria nacional, no arruina a los empresarios agrícolas y no envilece a las masas laboriosas. Sucede igual con las expectativas que generan los jugosos tejemanejes de las entidades estatales, de cuya subasta no se eximen siquiera la Caja Agraria, el Banco Cafetero, Terpel y Ecopetrol, Telecom, el Sena, los Seguros Sociales, la Flota Mercante, las electrificadoras y otras instituciones respecto a las cuales el presidente ha dicho que no son transables. Si el régimen pudiera enajenar los escritorios del Ministerio de Educación, lo haría, como lo efectuaron en el siglo pasado los radicales con el Capitolio, que «sacaron a remate»; y vendieron, «a menos precio el lote destinado por Mosquera para construir el Palacio Presidencial.

(…) Los trabajadores de las tierras de Colón y Magallanes se hermanarán inexorablemente. Lo puso de manifiesto el Tratado de Libre Comercio, que rubricaran Estados Unidos, Canadá y México, y ante el cual los asalariados estadinenses protestaron con fiereza. En presencia de un enemigo común, lenguaje común y lucha común. A medida que el imperialismo alarga sus tentáculos se debilita afuera y adentro. Su derrumbe será inevitable; ayudémoslo a que su desaparición sea rápida. Pese a los obvios apremios la situación es excelente. Yo les aconsejaría que no pierdan la marea alta.