Por Juan Ahumada Farietta
Convocar un Paro Cívico Cafetero Nacional fue una decisión difícil de tomar, sobre todo porque no hay antecedentes de una protesta agraria de esa magnitud en la historia reciente de Colombia y menos en el gremio cafetero. Pero en el recinto de la Asamblea de Risaralda, 500 delegados procedentes de ocho departamentos se pusieron de pie, sin ninguna vacilación, para respaldar la propuesta.
No era para menos. Desde hace un quinquenio, la economía cafetera padece la peor crisis de su historia debido a que los costos de producción se han incrementado con desmesura y a ellos se han sumado las onerosas exigencias que impone el control de la broca. En contraste, el precio interno se ha reducido en términos reales; la calidad del grano se ha deteriorado por la plaga y por la imposibilidad que tienen los cafeteros de mantener adecuadamente los cultivos y renovarlos; y todo esto ha redundado en la disminución drástica de la producción.
El resultado de estas tragedias se resume en que miles de cafeteros se encuentran a punto de perder sus tierras ante la imposibilidad de cancelar las deudas bancarias. En tanto, las autoridades cafeteras, y el gobierno es la principal de ellas, no sólo ignoran la gravedad de la crisis, sino que mantienen las orientaciones neoliberales que la han generado.
El apoyo unánime al movimiento se ha manifestado en la entusiasta labor de preparación. La creación de Comités de Paro avanza, superando las expectativas. En cada municipio, a los dirigentes de Unidad Cafetera se han unido representantes de los transportadores, el comercio, el clero, la dirigencia comunal, el movimiento sindical, los partidos políticos y numerosas personalidades. No hay que olvidar que el cultivo del grano es la principal actividad económica de trescientos municipios.
Según las posibilidades de cada sitio, se tiene previsto que los millares de participantes se concentren en las plazas principales o en las vías cercanas. Pancartas alusivas al pliego cafetero, almuerzos para los campesinos, transporte para las miles de personas, desfiles y marchas, troveros y otras muchas actividades se vienen preparando en forma acelerada.
La solidaridad no se ha hecho esperar. Monseñor José Luis Serna, obispo de Honda-Líbano, autorizó hacer pública su voz de aliento con el paro. El presidente del Senado, Juan Guillermo Ángel, manifestó también su apoyo a las peticiones y a la jornada. Las Asambleas de Antioquia, Tolima y Quindío aprobaron resoluciones de respaldo, y otro tanto hicieron veinte concejos del Viejo Caldas. Numerosos miembros de comités municipales de cafeteros han comunicado que se vincularán. Los comités de Palestina y Santa Rosa de Cabal decidieron sumarse en bloque al movimiento. El Sindicato de Trabajadores de la Caja Agraria y el magisterio de Caldas, Risaralda y Antioquia anunciaron que también pararán el 19 de julio.
Los cafeteros son cada vez más conscientes de que las penas que los abruman tienen como causa de fondo las políticas neoliberales impuestas por Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional. Desde el rompimiento del Pacto Mundial del Café, merced a las intrigas de los Frechette, hasta las medidas anticafeteras que han aplicado los gobiernos de Gaviria y Samper, tales como la revaluación del peso, la privatización de las instituciones cafeteras, el saqueo del Fondo Nacional del Café, la sujeción del precio interno a los vaivenes del mercado internacional y el diluvio de impuestos, son hechos que demuestran a los productores que no pueden confiar sus intereses a gobernantes que, antes que en el futuro de la nación, piensan en los mandatos de Norteamérica y de los monopolios especuladores. El progresivo crecimiento de Unidad Cafetera Nacional, la respuesta masiva de los cultivadores a las convocatorias de la joven organización y la radicalización paulatina de las protestas realizadas, indican que los cafeteros empiezan a decidir por cuenta propia su destino.