Criado en Estados Unidos, el presidente Sánchez se graduó en la Universidad de Chicago. Como ministro de Planeación de Bolivia, y asociado con un economista de Harvard, aplicó a mediados de 1980 una terapia de choque rebajando aranceles, regulaciones y subsidios. En su mira privatizadora ya están compañías estatales claves: transporte aéreo, teléfonos, petróleo, ferrocarriles y la empresa de fundición de estaño.
En este país de siete millones de habitantes, 74% de la entrada de divisas está representada en un par de productos: estaño y gas natural. La miseria en que los monopolios extranjeros la han sumido se confirma en las cifras más crudas del Continente: 95% de la población rural está en la miseria, 46% de niños, subnutridos y la mortalidad infantil en 1985 era de 213 por cada mil nacidos vivos. En las zonas rurales sólo 7% de las viviendas tiene electricidad, apenas 10% cuentan con agua potable y 93% carecen de servicios sanitarios básicos. Junto con Haití tiene el más bajo Producto Nacional Bruto y la menor esperanza de vida, 53 años.
A los mandatarios neoliberales, claro está, otros afanes los desvelan. Entrevistado por una revista norteamericana, el Presidente dijo: «Queremos a la gente participando en la privatización… Queremos a la gente boliviana leyendo a Forbes, no a Karl Marx». Huelgas, marchas, bloqueos, y todas las formas de resistencia civil en marcha, presagian que, a pesar de los cipayescos gustos del Ejecutivo, Marx tendrá millones de ávidos lectores también en los sagrados altiplanos de Bolivia.