“Los colombianos decidirán su propio porvenir sin intervención ajena.”
«La exhortación al acatamiento a la soberanía y autodeterminación de las naciones no es exclusivamente la bandera para enarbolar ante los piratas del capital internacional, sino que debe ser el principio básico del internacionalismo practicado por los países socialistas». («Los colombianos decidirán su porvenir sin intromisión ajena», Tribuna Roja, No. 27, primera quincena de agosto de 1977).
«Por encima de las barreras idiomáticas, del ancestro y costumbres de los pueblos y de las modalidades de lucha según las etapas en que se hallen, los partidos proletarios forman un gigantesco haz de voluntades que les da una nítida superioridad sobre las banderías burguesas que, a pesar de sus eventuales avenimientos e invocar todas el capitalismo, no consiguen suprimir las trápalas y rebatiñas recíprocas, hervidas en la paila del lucro privado.
«De otra parte, en un mundo parcelado sin cura inmediata en múltiples naciones, al proletariado no le queda otra alternativa que darle a su lucha y a sus partidos una expresión nacional. Limitante sólo formal que lo empuja a concluir por países la revolución socialista, sin que ello vaya en desmedro de sus obligaciones internacionales. Así como nos valemos de la faja ecuatorial al demarcar el hemisferio norte del hemisferio sur en la esfera terráquea, el mejor rasero para diferenciar a los partidos autodenominados marxista-leninistas, catalogarlos entre legítimos y apócrifos, es la actitud que mantengan ante el internacionalismo. Cualquier postura o concepción que lesione el proceso de acercamiento y la solidaridad de los trabajadores de las diferentes latitudes desvirtúa su espíritu de clase. A la consigna de la unión internacional de los obreros ha de adosársele necesariamente la de la autodeterminación de los pueblos que estriba en el derecho de cada uno de éstos a decidir independientemente su destino y a proporcionarse el Estado que les plazca sin intervención forastera. Porque la complicidad y la tolerancia otorgada en nombre del comunismo a la opresión nacional, sea cual fuere el móvil o la excusa que se esgrima, la menos torva o la más cínica, obstaculizará grave e ineludiblemente las relaciones fraternas entre el proletariado de la región sojuzgada y el de la república sojuzgadora. No defeccionando en la defensa de los principios de la autodeterminación de los países y pidiendo la picota para quienes los violen, evitamos que las diferencias nacionales sirvan de laberinto en donde se pierdan y pericliten la unidad y la lucha internacionalista de la clase obrera.
«La nación moderna es un producto del capitalismo, del primaveral, el del curso ascendente, cuando blandía el ‘dejar hacer’ y el ‘dejarpasar’, las palabras mágicas con las que rasgaba los enigmas del aislamiento y la dispersión feudales. Quería mercados seguros y armónicos, para lo cuál fue agrupando aquí y allá a millones de personas que mantenían nexos de lengua, territorio, idiosincrasia, economía, etc., en una sola comunidad nacional, regentada por disposiciones uniformes de pesas y medidas, moneda única e impuestos y aranceles aduaneros centralizados. Inspiró y animó los levantamientos independentistas, y tras éste y el resto de emblemas democráticos arremolinó en torno suyo a las muchedumbres.
Pronto el jayán que saltó a la palestra lleno de nobles intenciones y que cándidamente creía que la creación empezaba y terminaba con él, se transmudó en un viejo ávido y avieso que, a la inversa del Fausto de Goethe, estaba condenado, para seguir viviendo, a destejer los pasos y a maldecir las ejecutorias de su juventud. El capitalismo otoñal, o imperialismo, dejó de ser el forjador y el libertador de las naciones, ahora se esmera de gendarme y de corsario colonialista y las multitudes por doquier lo vituperan y le lanzan guijarros. Sin embargo, el capital monopolista destrozó definitivamente el caparazón nacional y con su entramado de negocios por el orbe entero posibilita la interrelación de las comarcas más apartadas, incrementando cada día el mercado mundial: pero todo con base en la opresión de unas naciones sobre otras. El proletariado es fervoroso partidario de aumentar la comunicación entre los pueblos de estrechar sus lazos de amistad, estimular sus intercambios y colaboración en beneficio mutuo: no obstante propende a que este acercamiento se adelante respetando la decisión libre y voluntaria de las naciones, única manera de llevarlo a cabo. Las diferencias y recelos nacionales se desvanecerán a medida que haya un desarrollo económico equilibrado de todos los países, aparejado a un ejercicio pleno de la democracia. El imperialismo se opone ciegamente a ambos requisitos. Sólo el socialismo los hace realidad. La burguesía enfatiza en lo que desune a las masas, el proletariado en lo que las une. Las contiendas de Colombia y de todos los pueblos por su liberación y la salvaguardia de su soberanía constituyen el principal ariete para batir las murallas de la fortaleza imperialista. Nuestro internacionalismo proletario se refleja en la irrestricta solidaridad que les brindamos a estas luchas.
«Al llegar al clímax la hegemonía del imperio estadinense, a raíz de las dos guerras mundiales, especialmente la última, la explotación y dominación internacionales adoptaron la forma de neocolonialismo: bandolerismo de nuevo cuño, disfraz típico y perfeccionado del capital imperialista, cuyo quid radica en barnizar el saqueo de los pueblos con empastes de libertad y soberanía. La metrópoli no recurre a agentes propios para reinar sino a lacayos nativos y mandatarios títeres. Su preponderancia es tal, sobre todo la que le infunde su capacidad financiera colosal, que cualquier modelo de gobierno, desde el militar cuartelario de Argentina, hasta el democrático representativo de Colombia, pasando por el monárquico republicano español, cabe dentro de sus proyectos y se acopla a su pillaje. (…)
“Por eso los comunistas no nos agregamos a cualquier tipo de reivindicación nacional; no coreamos las rogativas reaccionarias para que las masas se contenten con soberanías simuladas, autodeterminaciones restringidas y no intervenciones de mentiras. Bajo el neocolonialismo la más vulgar y prostituida expoliación se pavonea de dama recatada y pudorosa. La dependencia económica sustenta indirecta pero eficazmente la intromisión política de los magnates de las casas matrices, y sin arrancar de cuajo aquélla no se suprime ésta. Enarbolamos y respaldamos los esfuerzos aguerridos de los pueblos de todos los países para asir las riendas de su desarrollo industrial y cultural, al margen de imposiciones extranjeras de cualquier etiqueta, y para edificar sobre estos cimientos el Estado que mejor les convenga. Al actuar así contribuimos a superar los valladares y prevenciones nacionales y a apretar el abrazo sincero y cariñoso de los obreros de todo el mundo, sin distingos de color o apellido”. (“El carácter proletario del Partido y su lucha contra el liberalismo”, Tribuna Roja, No. 33, febrero-marzo de 1979).
«En la historia quienes acariciaron sueños de dominación imperial fracasaron irremisiblemente. Los soviéticos también terminarán siendo aplastados por mucho alboroto que armen y por muy temibles que parezcan». («Por un frente mundial contra el socialimperialismo soviético», Tribuna Roja No. 35, enero de 1980).
«Y los trabajadores de las tierras de Colón y Magallanes se hermanarán inexorablemente. Lo puso de manifiesto el Tratado de Libre Comercio, que rubricaran Estados Unidos, Canadá y México, y ante el cual los asalariados estadinenses protestaron con fiereza. En presencia de un enemigo común, lenguaje común y lucha común. A medida que el imperialismo alarga sus tentáculos se debilita afuera y adentro. Su derrumbe será inevitable». («Hagamos del debate un cursillo que eduque a las masas». Tribuna Roja No. 56, febrero 21 de 1994).
«El imperialismo, que es la máxima internacionalización del capital, burla cuanto dique se le interponga a su despliegue y al entrelazamiento más tupido de las relaciones mercantiles mundiales, lo que lleva a efecto por mecanismos conculcatorios y dividiendo el orbe entre países opresores y oprimidos. Ya anotábamos que el proletariado arranca su labor transformadora de lo legado por el régimen que ha de aniquilar: no combate desde posiciones más atrasadas que las de éste, sino que jala hacia adelante el carro de la historia, sin proponerse metas ilusorias que el devenir económico no autorice aún. Por consiguiente está de acuerdo con el incremento de las reciprocidades comerciales y de todo tipo en la esfera internacional, y propende a la abolición completa de las desavenencias nacionales, de las barreras fronterizas y hasta de las naciones mismas. No obstante, en contraste con los capitalistas, media por que ello se efectúe respetando la autodeterminación y demás derechos inalienables de los pueblos y no pisoteándolos, y en el beneficio material y espiritual de éstos y no del selecto corro de matones que bravuconea a diestra y siniestra por los cinco continentes. La vía más expedita, o la única, para cumplirlo. Como en todo, el capitalismo plantea los problemas, e incluso provee en embrión los medios objetivos, físicos, para su solución, mas en lugar de resolverlos, los agudiza hasta el antagonismo.
«Mientras más se reprima los anhelos libertarios de quienes reclaman relaciones en pie de igualdad entre los habitantes del planeta, menos posibilidades habrá de que se disuelvan las prevenciones, los prejuicios, las tozudas e instintivas manías a enclaustrarse en el solar nativo y a repeler los contactos con el ambiente exterior, característica de las inmensas masas de las zonas discriminadas y estrujadas». (“Su visita es una ayuda grande para nosotros”. Tribuna Roja. N° 50, febrero de 1985, p.16)