Camaradas; señores padres -Francisco Mosquera y Lola Sánchez- y demás familiares de Francisco Mosquera Sánchez; amigos:
En el supremo acto luctuoso que nos congrega para devolver a la tierra a nuestro máximo jefe, el Comité Ejecutivo Central del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR) considero en el día de hoy la designación del camarada Héctor Valencia, en su nombre y en el de todo el Partido, y el de le camarada Marcelo Torres, para pronunciar las postreras palabras de homenaje y fidelidad al pensamiento revolucionario, marxista-leninista, de Francisco Mosquera. El camarada Marcelo Torres, uniéndose al sentimiento unitario de todo el Partido, confía la expresión de dolor que nos embarga y de la resolución de llevar hasta el fin el legado revolucionario del camarada Mosquera, en la vocería única y respaldada por el Comité Ejecutivo Central y por todo el Partido, del camarada Héctor Valencia. En consecuencia doy lectura a tan solemne cometido.
Ha terminado su ciclo vital y su paso por la historia el ser cuyo cerebro alojaba y elaboraba las ideas más avanzadas de la clase obrera y cuyo corazón pulsaba en armonía con el sentir más hondo de nuestro pueblo: Francisco Mosquera, máxima autoridad ideológica y política del MOIR. Esta muerte, que condensa todo el valor que con sabios y combativos actos revolucionarios él le imprimió a su vida, tiene como significado todo el peso de la cordillera andina y representa para nuestra clase, nuestro pueblo y nuestro Partido la más enorme e irreparable pérdida.
El dolor que ello produce, camaradas, contiene una necesaria y afortunada alternativa dialéctica: convertir su concentrado signo negativo en una explosión de energías revolucionarias que lleve a fulminar escorias y desechos históricos, inaugurar nuevos senderos de progreso humano e iluminar las tenebrosas oscuridades que incesantemente y por doquier generan en todos los ámbitos de la vida social las clases reaccionarias.
El camarada Mosquera tuvo la virtud, característica de los grandes hombres, de captar desde sus años juveniles la verdad de la situación social y política. Dos factores incidían negativa y abrumadoramente sobre el destino de nuestro pueblo: el antidemocrático régimen del Frente Nacional instaurado por el imperialismo y la oligarquía, y la funesta precocidad del revisionismo contemporáneo al brotar en nuestro suelo antes de que lo hicieran las flores rojas del marxismo-leninismo. Contra ambos fenómenos abrió combate Pacho, empezando por engrosar las filas de quienes, también jóvenes, y en ansiosa y desprendida búsqueda de nuevas vías revolucionarias, integraban el Movimiento Obrero, Estudiantil y Campesino, MOEC. Su experiencia allí le enseñó pronto que esta agrupación, respondiendo a una base social primordialmente pequeño-burguesa, recurría, con base en formulaciones en las que «la frase desbordaba el contenido», a prácticas en donde lo radical escondía lo vano y los escarceos armados eran meras caricaturas de las altas formas de lucha. Advirtiendo que tales patrones de pensamiento y conducta, más allá de los ánimos, constituían un foco de desviaciones políticas, empuñó las armas de la crítica iniciando la demolición teórica de lo que en Colombia y el resto de América Latina, con Cuba como principal surtidor y bajo las más diversas variantes -casi en su totalidad incubadas en Moscú al amparo ideológico del revisionismo contemporáneo y con el apoyo material y político del social-imperialismo soviético- germinaría con la denominación genérica y no del todo precisa de extrema-izquierda. El título del documento con el que abrió fuego para tal empresa crítica indica su orientación y contenido: Hagamos del MOEC un partido marxista-leninista. Con las categorías esenciales del marxismo exorcizó los demonios pequeños burgueses que atormentaban a un puñado de revolucionarios y marchando a su cabeza procedió a fundar nuestro Partido.
El camarada Mosquera sentó así, en l.965, las primeras bases de lo que durante tres décadas fue su tarea mayor: impulsar la elaboración de una línea política que respondiera a la necesidad que tiene la sociedad colombiana de empezar a «crearse el punto de partida revolucionario, la situación, las condiciones, las relaciones, sin las cuales no adquiere un carácter serio la revolución moderna», como lo expresaba Carlos Marx para todas las sociedades. Para ello asió tres criterios que en nuestra época constituyen el alma del alma de todo proceso revolucionario inscrito en el transcurso histórico de la humanidad.
Primero, asumir primordial y cabalmente la defensa e impulso de las concepciones ideológicas y los intereses políticos propios de la clase obrera. Esa toma de posición, correspondiente a la diferencia antagónica con la burguesía, es el sólido substrato de la estrategia y la táctica del MOIR.
Segundo, dicha posición proletaria involucra íntima y esencialmente la adopción de la teoría originada en la lucha que los obreros han venido desarrollando junto a las masas desde su configuración como clase social y que, sistematizada, se concentra en tres elementos constituyentes: el marxismo, el leninismo y el maoísmo. Esta teoría es la inapreciable y fundamental arma que guía el pensamiento de los moiristas en todos sus combates políticos e ideológicos.
Tercero, con tal posición de clase y tal base teórica, construir un partido que sea la fuerza-núcleo que dirija a las masas hacia el triunfo de la revolución en Colombia.
No existen en el mundo cimientos más sólidos que estos tres criterios sobre los cuales el camarada Mosquera fundó y construyó el MOIR.
El solo enunciado de los principales aspectos de su obra revolucionaria, ya revela la prodigiosa dimensión que posee. Tomando en consideración las condiciones actuales de opresión neocolonialista que sobre nuestra nación ejerce el imperialismo norteamericano, para lo cual se apoya en los vende patria que de manera despótica y antipopular manipulan el aparato estatal, trazó la estrategia para una revolución de nueva democracia. Al desarrollarla, el proletariado -sobre la base de la alianza obrero-campesina y formando un amplio frente único con el resto de clases oprimidas por el imperialismo- se propone la toma del Poder a fin de establecer una república soberana, popular y democrática. Esta revolución de nueva democracia «es el ensayo general final hacia la revolución socialista.» Pero al definir esta estrategia, el camarada Mosquera señaló algo que, quizás hoy más que nunca, deben tener en cuenta el proletariado y su partido: «La aspiración suprema de toda revolución es la toma del Poder. La clase obrera sólo puede llegar a él al frente de una insurrección revolucionaria triunfante. Su partido nunca teje ilusiones al respecto y repudia las fórmulas intermedias del revisionismo de ‘conquistar primero el gobierno y luego el Poder'». Y agregó que el proletariado colombiano no entrará al palacio de gobierno «ungido por el ‘voto universal’ ni en ancas de un golpe cuartelario. Por experiencia propia ha comprendido, y se lo enseña el marxismo, que exclusivamente organizando a la mayoría de los desposeídos y humillados y recurriendo a la forma más elevada de lucha ‘decretará’ algún día su emancipación».
A lo largo del constante trabajo político que impregnó su vida, el camarada Mosquera dilucidó de manera creadora para cada situación y cada batalla los pasos tácticos que deben darse en relación con la estrategia. Hizo un riguroso análisis de la lucha de clases, las mutaciones en la correlación de fuerzas, el estado de ánimo de las masas, los flujos y reflujos de la revolución, la forma de lucha principal y de organización que en cada período esté al mando, las tareas prioritarias y las tareas secundarias, en fin, todo lo que en cada situación política él definía como lo que «toca hacer» y que, situado en la entraña misma de la vida partidaria, sólo a riesgo de liquidarnos admite equivocaciones. Esta gama de principios tácticos constituye un vivo tratado revolucionario cuya observancia es la más segura garantía para el avance del MOIR, la clase obrera y las masas.
En el plano internacional, sumó sus fuerzas y las de su Partido a la lucha contra el imperialismo norteamericano y contra el social-imperialismo soviético. Hizo causa común con el Partido Comunista de China dirigido por Mao Tse-tung en la colosal batalla contra el revisionismo soviético, reviviendo los principios de las decenas de millones de obreros, principios que «la palabrería vacua y adocenada de los falsificadores mantienen inmersos y ocultos». Los hechos terminaron confirmando la validez de su aguda crítica contra el oportunismo de derecha al señalar durante más de veinte años la degeneración que carcomía al régimen de la antigua Unión Soviética y a quienes en otras naciones lo seguían o imitaban grotesca y trágicamente. Aclaró, en contraposición con los diagnósticos y conclusiones de los voceros de la burguesía imperialista, que lo que se derrumbó al perder el proletariado el poder político en los países socialistas -y continuará derrumbándose dondequiera que se repita esta pérdida- no fue el socialismo sino el revisionismo, que lo que fracasó no fue el marxismo sino su no-aplicación. Serán vanos los intentos de debilitar la voluntad de lucha de los pueblos o de hacer tambalear la ideología de la clase obrera trastrocando la verdad de los hechos.
No es de importancia secundaria, ni algo circunscrito sólo a nuestro Partido, el inmenso aporte del camarada Mosquera al estilo de trabajo y a los métodos de organización revolucionarios. Él mismo encarnó, en su contienda contra los peores rasgos que segregan los oportunistas de derecha y de «izquierda», el ejemplo sobre el estilo flexible, amplio, fraternal y solidario que debe regir tanto nuestras relaciones partidarias como las que tenemos con el pueblo. Permanente y categórico fue su rechazo al sectarismo, las actitudes mezquinas, la estrechez de miras y, particularmente, a todo asomo de conductas propias del lumpen en las filas de la revolución. Como eje rector de la organización del Partido formuló el centralismo democrático, ese principio insustituible que también debe tener vigencia en las organizaciones sindicales y de masas, así como en los gobiernos democráticos y socialistas. Sabía, con Mao Tse-tung, que todo aquel que viole este principio socava la unidad del Partido y de las organizaciones populares.
Ante la situación de Colombia en los últimos años, Francisco Mosquera vislumbró primero que todos la naturaleza imperialista de la llamada política de apertura y condenó el siniestro plan de adecuar las instituciones del estado colombiano -«revolcándolas», según la adjetivación vulgar de Gaviria- para su eficaz aplicación. Esta política, que viene arrasando con los derechos y las conquistas más preciados de los trabajadores, que asesta duros golpes a la agricultura y la industria nacionales, que entrega a los monopolios privados estratégicas empresas estatales -política que forzosamente continuará su curso antinacional y antipopular durante el gobierno de Samper próximo a inaugurarse- fue señalada por el camarada Mosquera como una gran ofensiva de recolonización por parte del imperialismo norteamericano. Para denunciar y combatir su objetivo, emitió a nombre del Partido la declaración titulada Defendamos la producción nacional y lanzó la consigna ¡Por la soberanía económica, resistencia civil!, consigna que hoy más que nunca es un llamado a la lucha dirigido a las masas de trabajadores y todos los sectores patrióticos y demócratas de Colombia. Es, de hecho, su última directiva política, y la cumpliremos cabalmente.
Como lo saben todos los moiristas y los amigos de la revolución que de manera directa o indirecta tuvieron relación solidaria con las ideas y los actos de Francisco Mosquera; como lo deberían saber todos los enemigos que se enfrentaron a su concepción materialista del mundo, su firme posición proletaria y su incisivo método dialéctico, y como lo sabrán inexorablemente las masas y sus dirigentes revolucionarios en los futuros procesos de la lucha de clases, este hombre hoy inerte baja a la tierra con el título más alto que sobre ella se puede alcanzar: Francisco Mosquera fue un comunista. En tal calidad, fue un heredero de las ideas de los más insignes jefes del proletariado, Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao Tse-tung. Fue un heredero que dejó herencia: su pensamiento y un partido integrado por centenares de cuadros y militantes que él formó y que hoy asumen la misión histórica de enarbolar la bandera roja de los proletarios y no cejar hasta verla triunfal.
Camarada Francisco Mosquera: ¡Hoy y aquí dicen presente los fogoneros de la revolución que se formaron bajo tu guía y tu ejemplo! Hoy y aquí, juramos llevar hasta el fin la causa de la clase obrera que tu siempre soñaste y grandiosamente impulsaste!
Camarada Francisco Mosquera: ¡Gloria eterna a tu memoria y tu obra!