Capitalismo nacional
«Desde entonces el capitalismo nacional se ha visto en una situación de enorme inferioridad, desplegándose escasamente, a trancas y a mochas, en especial durante los períodos de ciertas dificultades del imperialismo y cuando por ello se hace menos intensa su influencia sobre el país. El paulatino estancamiento de la producción nacional y la ruina progresiva de las grandes masas populares se hallan determinados por esta relación neocolonial de sojuzgamiento externo. Los bienes y la mano de obra de los colombianos no coadyuvan a la prosperidad y al progreso de la nación sino que se encuentran al servicio exclusivo del enriquecimiento de los monopolios extranjeros. He ahí la causa principal y decisiva de la crisis de Colombia: la explotación y opresión del imperialismo norteamericano. Por lo tanto, su única salida real será la revolución de liberación nacional.
«Estados Unidos padece de superproducción, de saturación de sus mercados, de falta de salida para sus mercancías y capitales. La ciencia, la tecnología, la organización administrativa, la proliferación en suma de los medios materiales productivos han llegado a un estadio tal de progreso y perfeccionamiento, que las relaciones de propiedad individual capitalista, expresadas en la gran concentración monopolística, se constituyen en trabas infranqueables para la expansión de dichos medios productivos. Pero el imperialismo resuelve temporalmente su crisis explayándose por el mundo, apoderándose de naciones enteras y compitiendo en esta bárbara conquista con los demás países y grupos imperialistas (…)
«La crisis de Colombia es de atraso, de atrofia de las distintas ramas productoras de bienes industriales y de consumo, de falta de ciencia, de técnica, de incipiencia en suma de los medios materiales productivos. Los valladares para el acrecentamiento de dichos medios productivos son las relaciones neocoloniales de subyugación externa y el régimen de explotación terrateniente». (“Contra el ‘mandato de hambre’ a la carga”. Tribuna Roja N° 18, febrero de 1976).
“Del hecho de que nuestro país, por su estancamiento relativo y el vasallaje externo, subsista una pequeña y mediana producción de tipo empresarial, tanto en la ciudad como en el campo, que urja medidas proteccionistas y ciertas libertades para no asfixiarse ante la extorsión de los estratos monopólicos y parasitarios, y de que los representantes de aquellas formas productivas todavía puedan contribuir económica y políticamente a nuestro desarrollo, no se desprende que a la burguesía y a su sistema no les haya transcurrido, y desde hace rato, su momento histórico. El porvenir ineluctablemente ya no les pertenece. Y allí donde esta clase, o una parte de ella, consiga justificar sus aportes, como en el caso colombiano, su labor, con lo enjundiosa que llegue a ser, estará limitada por sus fatales impedimentos, sus irresoluciones, su innata debilidad, su temor a extinguirse. La gesta emancipadora la fortificará pero le espanta, porque presiente sus riesgos. Al proletariado no es que la revolución le convenga, así de escuetamente, sino que constituye su elemento, su modus vivendi; y entre más honda sea, entre más categóricamente socave el antiguo orden, más realizado se verá, más íntegro será su poder». («La vigencia histórica del marxismo», Tribuna Roja No.45, marzo de 1983).
«Como soplan vientos de ‘abundancia’, el gobierno franquea las aduanas y permite a esta misma burguesía compradora asaltar los mercados internos con los bienes sofisticados de la desarrollada industria capitalista extranjera, colocando al borde del precipicio a las manufacturas criollas. Alfonso López justifica sus medidas con la argucia de que se establecerá una indispensable competencia a los productores nacionales de la ciudad y el campo, y la inundación inflacionaria retornará a los niveles de los años anteriores. Las consecuencias de tales teorías han sido suficientemente debatidas, no tanto por los doctos en estas materias como por la comprobación práctica de las gentes sencillas». («Fin de un período y comienzo de otro», Tribuna Roja, No. 31, febrero de 1978).
«Los trotskistas, con el patrocinio de los mentores del revisionismo latinoamericano, erigieron su arrevesado edificio doctrinario sobre el supuesto de que el progreso de Colombia era posible a pesar de la expoliación imperialista. Tales diletantes hicieron escuela y encontraron sendos y desaforados apologistas entre la intelectualidad seudocientífica. De nuestras filas han sacado uno que otro pupilo. En sus planteamientos no distinguen el capitalismo nacional, joven y endeble todavía, del capitalismo senil de los gigantescos consorcios extranjeros que sobrevive gracias al saqueo de las neocolonias. No sólo no captan contradicción alguna entre intereses tan contrapuestos, sino que el arribo al socialismo no lo conciben como consecuencia del estancamiento de las fuerzas productivas, que es, en definitiva, la razón material del cambio de una forma de sociedad a otra. Ciertamente no existe acicate mayor para la revolución colombiana que la ruina creciente del país».
(«Las elecciones y la crisis», Tribuna Roja No. 39, agosto de 1981).
El imperialismo
«¡Ay de las naciones sojuzgadas que dejan en manos de los colonizadores su propio porvenir! La ‘amistad tradicional’ a los tiburones del capitalismo imperialista se paga con la pérdida de bienes, vida y honra, para usar la antiquísima expresión repetida a menudo por las clases dominantes colombianas. Los problemas ancestrales de Colombia, agudizados al máximo en los campos económico, político y social, tienen como causa primera la explotación y dominación imperialista norteamericana. Un país que no trabaja para el bienestar de sus hijos sino para el enriquecimiento de una potencia extranjera, está condenado a la bancarrota en todos los órdenes.
«El cambio que propicie Estados Unidos, las realidades que pueda admitir, los derechos que se digne reconocer, las responsabilidades que decida asumir, las cosas que proponga conservar y las que acepte sustituir, no son más que las modificaciones requeridas para incrementar el saqueo de sus neocolonias, a tono con las nuevas situaciones que se vayan presentando. El imperialismo, por ejemplo, no reclama ya de las repúblicas que se mueven en su órbita, la entrega tanto de concesiones de explotación, pasadas de moda, como la buena marcha del sistema de asociación, por medio del cual el inversionista extranjero aparentemente comparte por igual los mismos derechos y obligaciones que el capital nacional, mas con el resultado de que se lleva la ganancia fundamental con un mínimo de riesgos económicos y políticos. Estas son expresiones típicas del neocolonialismo, a las que se ajustan maravillosamente fenómenos como el de la integración latinoamericana, para mencionarlo de pasada. El Pacto Andino lo han inspirado y manejado entre bambalinas los consorcios internacionales, aunque los gobiernos de la subregión aparezcan en el tinglado actuando. El fruto de toda aquella pantomima seudonacionalista, hoy reconocido hasta por la misma burguesía colombiana, ha sido el de que las grandes empresas imperialistas puedan invertir en cualquiera de los países del área, dentro de las mayores seguridades y gozar de un mercado ampliado con mínimas trabas arancelarias. Son los cambios que patrocina el imperialismo. Los compromisos del amo norteamericano con sus satélites. La alianza del jinete y el caballo». («Vine, vi, vendí», Tribuna Roja No. 17, noviembre 22 de 1975).
«El imperialismo norteamericano, simultáneamente con otras fuerzas imperialistas de menor envergadura, ha venido apoderándose sin tasa ni medida, de nuestros recursos naturales; expropiando o interviniendo de mil formas a la naciente industria criolla; constriñendo sistemáticamente, con la venta especulativa e indiscriminada de insumos, maquinaria y hasta de excedentes agrícolas estadinenses, a la producción agropecuaria; operando a sus anchas el comercio interior y exterior: manejando la banca y los demás organismos financieros: endeudando a la nación con créditos usurarios, y manipulando arbitrariamente el complejo engranaje del Estado, con lo cual manda, legisla, ejecuta, juzga, hace y deshace.
«En verdad que el imperialismo con su presencia en nuestro país y como repercusión colateral, estimuló el despegue del capitalismo autóctono, y éste ha registrado un cierto ensanchamiento, preferentemente en los períodos de crisis del capital imperialista, como en 1930 y en la Segunda Guerra Mundial, cuando la dominación y explotación extranjeras se atenúan por dichas causas». (MOIR: Unidad v combate. Editor Tribuna Roja. Bogotá, febrero de 1976).
«Las relaciones expoliadoras implantadas por Estados Unidos fueron harto distintas a las que consuetudinariamente rigieron en el mundo y que en la actualidad se hallan casi extinguidas por completo. Se trata del neocolonialismo, como insistimos en denominarlo con la finalidad de distinguirlo. Es el desvalijamiento moderno que no precisa de virreinatos o protectorados de ninguna especie para llevar a feliz término la labor depredadora. Aun cuando eche mano de los cuartelazos, las invasiones y las tomas territoriales, dentro de su inclinación natural a esgrimir escuetamente la represión siempre que sea indispensable, tolera la independencia política, la república y los gobiernos elegidos por sufragio, pues sus ganancias espectaculares y especulativas, inherentes al capitalismo monopólico, estriban antes que nada en la exportación de capitales desde los centros desarrollados a la periferia relegada. Mediante las inversiones directas y los empréstitos los países pudientes despojan a los menesterosos de sus recursos naturales, acaparan sus mercados, inspeccionan y reglamentan sus economías. Los funcionarios, los legisladores, los magistrados caen prisioneros en las redes del soborno, o capitulan ante las desalmadas e ineludibles presiones pecuniarias. Si no que lo desmienta México, cuya fachendosa burocracia posaba de libérrima y patriótica hasta cuando el Fondo Monetario Internacional, con sus inapelables requisitos para la renegociación de la deuda pública, vino a postrarla de hinojos y a dejarla en cueros ante la mirada estupefacta de los miles de millones de moradores del planeta. O que lo atestigüen, para no ir muy lejos, los gerentes de nuestras entidades del ramo que no atinan a explicarle a la desfalcada y confundida opinión colombiana los motivos de las escandalosas alzas en las tarifas de los servicios, hechas por conminación de las agencias prestamistas». («Unámonos contra la amenaza principal». Tribuna Roja No. 47, febrero de 1984).
«Un país que no trabaja para el bienestar de sus hijos sino para el enriquecimiento de una potencia extranjera, está condenado a la bancarrota en todos los órdenes”