Editorial
“ASALTO SOCIAL” DE SAMPER Y EL IMPERIALISMO
Luego de desplegar a lo largo del siglo XX un pandillaje sin fronteras y a rajatabla con miras a conquistar la hegemonía mundial, el imperialismo norteamericano llega a los umbrales del tercer milenio con sus connaturales contradicciones más vivas y potenciadas que nunca. Apuradamente trata de salir de ellas y, como el viejo pistolero que sueña con escapar a su fatal destino recurriendo sin pausa al asalto y al abaleo, cabalga adelante por el mundo en el siniestro plan de una nueva y plena colonización económica. Aunque en esa empresa aparezca con un poder abrumador, por los ingentes medios materiales a su disposición, el asolador armamento que blande, los sucios métodos que utiliza y hasta por la degenerante ideología y cultura que disemina por doquier, su verdadera realidad es la de un poder abrumado.
Los pies de barro del coloso y la índole de papel que tiene el tigre, como describieron respectivamente Lenin y Mao la característica estratégica del imperialismo, es algo que los hechos revelan cada día con mayor fuerza. No otra cosa es la fisonomía que adquiere Estados Unidos cuando se presencian bajones en su productividad y declives del sector manufacturero, la enorme deuda presupuestal, el gran déficit de su balanza cambiaria, la pérdida del valor del dólar frente a otras monedas, la disminución en la calidad de su fuerza de trabajo, la poca inversión industrial y el creciente deterioro de sus niveles de educación, todos rasgos prominentes de su economía que se dan acompañados de la corrupción política, la descomposición social y la decadencia cultural. Para mayores males, a esto se agrega la implacable competencia con las demás potencias económicas. Pero lo que mina su poderío es la resistencia que incesantemente, en las más variadas formas, le oponen los pueblos a su campaña de dominación global.
El creciente predominio del capital financiero, con su ineludible carácter parasitario, hace más vulnerable al imperialismo norteamericano. Si bien tal condición es algo que le es peculiar desde la cuna, los ciclópeos volúmenes alcanzados, fruto del acaparamiento del trabajo y el ahorro sociales no sólo de los Estados Unidos sino de otros países, desarrollados o no, y su concentración sin precedentes, revelan que estamos ante un refinado y decisivo poder tras todos los poderes que extiende su sistema de especulación y de fraude por el planeta para apoderarse de cada vez más grandes montos de las riquezas de las naciones. La redoblada práctica expansionista, que tiene como núcleo y principal beneficiario a semejante bandada de modernos rentistas, precisa de teorías y dogmas que «fundamenten y justifiquen» su parasitismo. Se ha desatado entonces, bajo las más diversas metáforas imperiales -internacionalización, reajuste estructural, globalización, integración, nuevo orden internacional, modernización, apertura e inversión abierta, etc.- una oleada de sofismas económicos que sirven de premisa a los análisis y modelos de desarrollo que brotan proliferantes de las grandes entidades financieras, las instituciones gubernamentales y las agencias de estudios de las universidades, y se difunden a diario en su forma ordinaria por prensa, radio y televisión. La teoría sigue, y aquí encubre la realidad. Exponer y denunciar el real sentido de esas teorizaciones, señalando los intereses económicos que sirven, los de los «grandes linces bursátiles», implica para los trabajadores una tenaz lucha en el terreno ideológico. A ello apuntaba el camarada Mosquera cuando expresaba que «el duelo económico se decide en la arena ideológica».
Parasitismo y recolonización económica
A pesar de que a este capital financiero imperialista se le conoce más por ser herramienta eficaz para la sujeción y expoliación de otras naciones, sus peores rasgos también los ejerce domésticamente. Dedicado principalmente al juego en el mercado mundial de capitales que le proporcione alta rentabilidad y no a la inversión productiva, y enfrentado a la feroz competencia de ultramar, somete a su sistema de especulación la propia producción capitalista interna, presionando al máximo su resorte principal: la explotación de la fuerza de trabajo. Los resultados desnudan la naturaleza del imperialismo y son un contundente mentís a lo que las estadísticas y la propaganda amañadas pregonan sobre las condiciones sociales en los países desarrollados.
Como lo percibe desde hace tiempos el pueblo norteamericano, los analistas que aún conservan independencia en su capacidad de discernimiento reconocen que la sociedad en los Estados Unidos se está polarizando entre un proletariado agobiado y una élite opulenta, la nueva clase de parásitos, ese 0.5% de los norteamericanos en la cúspide que durante la década de los ochenta incrementaron su ganancia de la riqueza y el ingreso de los Estados Unidos. No es de extrañar entonces que en 1993, cuando la economía registra un crecimiento de 3% el ingreso medio de las familias decrece 1%; que en ese mismo año un millón más de personas caiga en la pobreza, la cual suma más de 40 millones (15.1% de la población); que los salarios permanezcan estancados, se produzcan oleadas de despidos masivos, los trabajadores de tiempo completo sean sustituidos por los contratados por tiempo parcial o temporal, y que las compañías recurran al tiempo suplementario para exprimir al máximo la fuerza laboral norteamericana, dejando a los trabajadores demasiado exhaustos como para disfrutar el dinero extra que han ganado. Esta realidad evidente y acusadora es la que no revela «el sentido abstracto de las estadísticas» y la que se trata de ocultar en toda la maraña de índices sobre productividad, empleo, inflación, rentabilidad, etc., que la oligarquía financiera y sus gobiernos difunden desde sus instituciones públicas y privadas a través de sus medios de comunicación: la más intensa explotación de la fuerza de trabajo.
Pero por más que se exprima domésticamente a la población, los monopolios imperialistas no logran sustraerse a una disminución de su tajada de ganancias y salen a buscar allende las fronteras fuerza de trabajo más barata, materias primas a precio regalado y mercados en donde realizar la superproducción de mercancías y servicios. Es en el exterior donde pueden obtener los mayores lucros. Todo este proceso lo preside, insaciable, el capital financiero merced a la posesión, control o manipulación de las grandes corporaciones industriales y de servicios. La concentración de voluminosos capitales le permite que su exportación, esa clave en toda colonización económica, adopte múltiples formas: préstamos bancarios, participaciones directas en empresas y agencias estatales e inversiones en compra de acciones o bonos de empresas y negocios de los diversos países. Para operar sobre las economías nacionales y, por supuesto, para su consiguiente toma, precisa que allí se establezcan mercados de capital (bolsas de valores, inversiones con manejo bancario, empresas comerciales y joint ventures con inversionistas extranjeros, etc.) que sean eficientes y que se liguen «orgánicamente» a los grandes mercados de capital, ese pool de ahorros mundial, hueco negro que succiona la mayor parte de la plusvalía que se le arranca al trabajo humano en todo el planeta.
Para acuñar la recolonización económica se dictamina otro requisito primordial: la implantación de reformas que conduzcan al establecimiento de «instituciones políticas y sociales receptivas» y sistemas legales y de crédito «modernos», a una moneda local estable, a bancos centrales independientes de los gobiernos en el manejo monetario, a índices mínimos de crecimiento económico y a la estabilidad y el orden. Se presentan entonces nuevos ordenamientos constitucionales y legales, nuevas disposiciones económicas, nuevas medidas de orden público y nuevas formas de organización del Estado. El imperialismo vela porque estas reformas faciliten al máximo sus flujos de capital financiero, tanto público como privado, que les rindan alta rentabilidad, pues precisamente de ésta, fruto de la libre exacción de lo que brinda la tierra y producen los hombres en los países pobres, dependen los países ricos para tener en lo económico «tasas de crecimiento ‘razonables’ » y «niveles adecuados de empleo» y, en lo político, no estar “en grandes dificultades” y darles capacidad a los gobiernos «para afrontar sus acuciantes problemas sociales». Es decir, para evitar el fin de su historia de intensa «explotación por un país privilegiado, financieramente rico, de todos los demás», la misma del puñado de países ricos que obtiene «no centenares, sino miles de millones de superganancias», y «vive sobre las espaldas» de centenares y centenares de millones de hombres, «entre luchas intestinas por el reparto de un botín de lo más suntuoso, de lo más pingüe, de lo más fácil», como lo señalara Lenin. La tendencia inevitable de las masas a sacudirse ese yugo determinará el fin de esa historia.
Gaviria: nefasto y mercenario
Es dentro del plan general del nuevo colonialismo, y específicamente dentro del plan particular dispuesto por Estados Unidos para América Latina, consignado en su Iniciativa para las Américas, que sucesivamente Barco, Gaviria y Samper han venido incrustando a nuestra nación. No existe disposición gubernamental de importancia en los últimos años que no haya estado dirigida a adecuar el país a los designios voraces del gran capital. Al respecto, la labor más nefasta corrió por cuenta de César Gaviria. Durante su cuatrienio se dio rienda suelta a lo que constituye una cruzada reaccionaria contra la producción nacional. Entre sus efectos desastrosos hoy presenciamos la disminución del promedio anual de productividad, la caída de las exportaciones, la baja en los niveles corrientes del ahorro y el aumento de la deuda externa. La producción agropecuaria fue arrojada a la más dramática crisis por Gaviria, con enormes daños que se siguen proyectando en el campo colombiano, y la industria nacional, sometida al desgaste de la competencia foránea y el contrabando, fue sumida en una situación igualmente sombría.
Los desmanes de lesa patria cometidos por Gaviria serán más evidentes para un mayor número de colombianos cuando comprendan cómo la farsa, que para ellos es tragedia, de este hombrecillo, pudo birlar sus haberes y burlar sus valores, dejando a Colombia acondicionada para una continuada violación de su soberanía económica por parte del imperialismo. La bohemia provinciana y estrepitosa con que se hizo esa encomienda es un remedo de la bohemia ávida de saqueo propia de la aristocracia financiera, la cual, como lo señalara Marx, «lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en la cumbre de la sociedad burguesa». En relación con los métodos tahurescos que vienen con ese renacer, no puede decirse que Gaviria fuese ambiguo. No sólo se dejaron márgenes en la ley para hacer las trampas que faltaban, en una sofisticada reafirmación de que «hecha la ley, hecha la trampa», sino que con actos de gobierno se hacía primero la trampa y luego la ley, como sucedió con la Constitución de 1991.
Gaviria hizo el trabajo sucio de poner las bases de la apertura. En detrimento de las masas laboriosas reformó códigos y leyes, y en detrimento del país despreció y atentó contra la soberanía nacional. La traición económica de los intereses nacionales la acompañó con traición política. “Célebre por su fama”, sus amos imperialistas lo patrocinaron para que sirviera como cónsul general en la OEA y desde allí, con la calurosa compañía de su expatriada panda de los Andes, coadyuvara en la planeada conquista del continente, como se reafirmó en la Cumbre de Miami realizada en diciembre de 1994. Si a esto se agregan los frecuentes traslados de funcionarios gubernamentales desde y hacia las agencias estatales y financieras al mando de Washington, entre los cuales el del ex ministro de Hacienda Hommes al Banco Mundial es apenas una muestra, aquí lo que se presenta es una directa y continuada socavación de nuestra soberanía en donde abundan los Quisling y los Petain. La denuncia radical de este doblez abominable debe encabezarla sin pausas y sin atenuantes la clase obrera.
Similarmente, a nivel nacional el recorrido de doble vía que hacen los funcionarios entre el gobierno y las empresas privadas se ha convertido en una cínica y corrupta costumbre. Los monopolios reclutan en la burocracia o en las nóminas empresariales elementos de la burguesía y la pequeña burguesía que posean algún aprendizaje y sepan mañas, y los convierten en ejecutivos y asesores de su orden capitalista para que se desenvuelvan alternativamente en cargos privados y públicos. En buena proporción el servicio público es hoy una forma del servicio privado, principalmente en los más altos puestos oficiales. Esta modalidad mercenaria facilita al capital financiero internacional, y en Colombia a los cuatro o cinco grandes grupos, como se revela en su financiamiento de las campañas electorales, poner al Estado y mediante él toda la riqueza y producción nacionales a su entero beneficio. También, ante esta abyección política, frente a la cual los «moralistas» de moda son brujas en cacería menor, el proletariado debe asumir mayores iniciativas de denuncia y condena que, de hecho, constituirán una verdadera educación superior sobre la naturaleza del Estado.
La guía popular y la guía imperialista
Samper se declara entusiasta continuador de la apertura y reclama orgulloso el título de coautor en la instauración de dicha política, dejando así en claro que será un atento y seguro servidor de los mismos intereses servidos por Gaviria, sin que las variantes en el reparto económico y político establezcan ninguna diferencia sustancial. Sabiendo esto, el imperialismo norteamericano puede permitirse que Samper, quien llegó a la presidencia luego de trepar por entre las directivas financieras y la alta burocracia estatal practicando un populismo craso, recurra a juegos de palabras con aquello del capitalismo salvaje y de ponerle rostro humano y corazón a la apertura. No obstante, optó por darle un trato que garantice que estos retozos no se conviertan en juegos nocivos para la aplicación rigurosa de su política. Procedió entonces a hacer explicito que Samper no era un ciudadano libre de toda sospecha respecto al narcotráfico, condición que ha hecho extensiva a todo su gobierno, y, al mejor estilo de los procedimientos judiciales antidemocráticos, le dejó la carga de la prueba al acusado. Durante siete meses hemos visto cómo Samper y su equipo responden bien al tratamiento. Repetidos viajes a Washington -desde el que realizó antes de posesionarse hasta el más reciente desfile de ministros y funcionarios, incluidos los que gozan allá de toda confianza, como el fiscal y el jefe de la policía-, si bien tienen como tema el narcotráfico, en su doble fondo aparecen los dictámenes gringos para un más pleno quebrantamiento de la soberanía nacional, en primer lugar de la económica, pero también e ineludiblemente, de la política y la territorial. No bastan las satisfacciones que en actitud genuflexa dio Samper en su discurso de posesión el 7 de agosto y en su alocución del pasado 7 de febrero, donde se plegó una tras otra a todas las exigencias que se le hacían respecto al tráfico de narcóticos, pues el imperialismo necesita blandir el arma de la «certificación de buena conducta», no tanto y no sólo para que se cumpla su voluntad en la represión del narcotráfico, sino para asegurarse de que el gobierno samperista observe rigurosamente sus decisiones para la apertura y allane el camino a un intervencionismo político y militar mayor del que hoy existe. Para pasar de allí a una intervención militar abierta y masiva sólo restan unos cuantos pasos y no es en vano que se esté hablando ahora de esto respecto a la isla de San Andrés. La clase dirigente colombiana tendrá que responder ante el pueblo, tanto por las concesiones ya hechas al imperialismo como por las tropelías que con base en ellas éste pueda cometer en el futuro contra la nación. Ese mismo pueblo que ya en una de las ocasionales encuestas en donde pudo expresar su posición rechazó la ayuda que en forma de chantaje utiliza el gobierno norteamericano, no ha perdido el arraigo nacional y llegado el momento cavará trincheras. Si a Estados Unidos se le ocurre guiarse por sus experiencias en Panamá y Haití, Colombia se guiará por las experiencias de los pueblos de Corea y Vietnam.
«Salto social», nuevo nombre de la apertura
Para la continuidad de la apertura, Samper hace énfasis en lo social, convirtiendo este término en la marca de fábrica de su política gubernamental. No constituye esto ninguna innovación, pues como consta en los documentos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, este aspecto es parte integral de sus ucases económicos, y Samper, aperturista impenitente, simplemente procede a darles curso. En un pueril intento de establecer una diferencia, lo que establece es una identidad: la invitación al «salto social» hacia la Colombia del próximo siglo es equivalente al «bienvenidos al futuro», la invitación falaz de Gaviria. Con una particularidad: sentadas las bases de la apertura, Samper tiene encomendada la fina tarea de desarrollarla y consolidarla en sus rasgos más funestos. Para ello, presenta el vademécum de planes enmarañados con múltiples promesas, con cifras sospechosamente amañadas y proyecciones ladinamente ajustables, y monta para su puesta en ejecución una pila de rimbombantes agencias burocráticas.
Siguiendo la agenda del nuevo colonialismo, Samper empieza por engrosar al máximo las arcas del gobierno central recurriendo a disposiciones que le permiten hacer una recogida general de los ahorros y los recursos de Colombia. Ya les quitó a los empleados públicos una tajada de sus salarios, al aumentarles sólo 18%. Ahora procederá a la exacción mediante toda suerte de impuestos directos e indirectos. Echará mano de la rentabilidad del producto de la venta total o parcial de empresas estatales como bancos, electrificadoras, minas, Telecom, Ecopetrol, el IFI, el Fondo Nacional del Café y la Corporación Nacional de Turismo; de préstamos que endeudarán más la nación, pues un tercio del presupuesto se financiará con recursos de crédito y de capital. Además, le da cabida al capital nacional e internacional en la realización de obras de infraestructura y en servicios como salud y educación, con lo cual complace a los pulpos financieros y se exime de un costo que corresponde al Estado.
Con parte de lo recaudado se fomentarán las microempresas, esas entidades económicas exprimidas por los monopolios y la banca y exprimidoras de la mano de obra, que están destinadas a ser, con el resto de la economía informal, parte sustancial del plan de recolonización imperial y de la fachada de la generación de empleo que se promete como una panacea. Asignará la mayor parte de los recursos a gastos de funcionamiento, con lo que gozará de discrecionalidad para un reparto económico que acrecentará la burocracia enquistada en el aparato estatal y le facilitará ejercer un clientelismo en gran escala. Luego de asignar buena parte de lo acaparado al pago de la deuda externa, con el resto se daría asistencia a algunas gentes y comunidades con necesidades apremiantes, obras de beneficencia vejatorias de la población en donde el populismo se manifiesta en todo su tétrico esplendor y que, sin ser lo que se conoce como inversión directa, es un componente de la actual política económica.
Escuetamente, el «salto social» es un plan de gastos del gobierno conducente a desarrollar y complementar los ejes principales de la apertura y del cual se dice demagógicamente que busca elevar los niveles económicos y de vida de la sociedad. Es lo que podría denominarse «social-aperturismo», social de palabra y aperturista de hecho. Pretende además prevenir o aplacar las protestas, paros y levantamientos de las masas, pero éstas, en una demostración de lo que en su espíritu alienta, han emprendido acciones de resistencia civil a lo largo del país. Se establece así una tendencia, la patriótica y democrática, que combatirá la tendencia del imperialismo manifiesta hoy en el salto social samperista. Estas luchas se convertirán en una constante de la vida política nacional.
La clase obrera levanta bandera
«No existe neoliberalismo sin mano de obra barata», de ahí que la llave maestra del «salto social» sea el «pacto social». Tan inmemorial como la misma lucha de clases han sido los intentos de los dueños del poder para lograr que los desposeídos, a los que se llama a hacer ostentación de virtuosidad ya sea de esclavos, súbditos o ciudadanos, se sometan voluntariamente a las condiciones de vida y de trabajo que se les imponen, y renuncien así a la resistencia. Contumaces, las clases explotadoras y sus gobiernos, andan siempre en plan de promover y aprovechar entre las «teorías económicas más modernas» que los surtan de argucias para enmascarar el propósito que les es común: obtener más plusvalía, rebajándoles el salario a los trabajadores. Para su «pacto social», Samper adicionó su propio «rebusque» entre los desperdicios arrojados por los teóricos clásicos burgueses y extrajo una basura que tiene la propiedad de ser a la vez antiliberal y neoliberal. En efecto, esos teóricos del liberalismo económico burgués reconocieron irremediablemente hace más de 200 años la contradicción entre el capital y el trabajo y la lucha de clases a ella correspondiente, pero nuestro novedosa mandatario, como si esti fuera un simple y prolongado equívoco, afirma que “capital y trabajo ya no pueden ser vistos como orillas opuestas: son dos ingredientes claves de una misma receta”.
Mas aquí lo que importa no es tanto el sucio origen sino el sucio objetivo, pues con tal argumentación logró pactar con la mitad de los dirigentes nacionales de la CUT, y dos o tres desvencijadas y fletadas organizaciones sindicales, un límite de 18% en el alza salarial, recortando aún más la capacidad adquisitiva de los obreros, sobre quienes hizo recaer la pesada carga de una supuesta lucha contra la inflación. Para este garlito reaccionario se adujo que en México se había realizado un pacto similar, pero la comparación escondía el presupuesto de que allí gobierna hegemónicamente el PRI, en lo que se ha denominado una «dictadura perfecta», y que este partido tiene una central de bolsillo también hegemónica en lo sindical, por lo que el mencionado pacto, y los aún más aberrantes realizados a raíz de la crisis mexicana, son una vulgar confabulación entre compadres contra las masas laboriosas. Si bien la similitud puede extenderse al hecho de que cada vez más los partidos liberal y conservador se identifican y gobiernan como un solo partido al estilo del PRI, es necesario resaltar una diferencia sustancial: en Colombia sólo una parte de la dirigencia sindical se asemeja a la gavilla de vendeobreros del país azteca. Por el contrario, la tendencia predominante en el movimiento obrero está encarnada en los dirigentes que de manera digna y combativa rechazaron sin ambages la firma de «pacto social», como fue el caso de los pertenecientes a la CGTD, con lo que alzaron bandera contra la política samperista.
Los trabajadores deben ser memoriosos respecto a la historia de su lucha de clases. Les cabe entonces señalar que no obstante que los pactos sociales son hoy una receta específica de aplicación universal formulada por el imperialismo, no es extraño, si se tiene que éste es una fase del capitalismo en cuya época vivimos, que los pactos que les proponen hoy tengan la misma naturaleza de lo denunciado en Europa por Marx y Engels hace más de un siglo y por Lenin hace un poco menos. Basta escuchar los criterios vivos con que estos «muertos que les salen por todos los caminos» a la burguesía y al imperialismo, calificaban a quienes se amangualaban con los patrones como «gente a la que se perdona su pertenencia a la clase obrera porque ellos mismos están dispuestos a ahogar esta cualidad suya en el océano del liberalismo». Denunciaban también cómo «las instituciones políticas del capitalismo moderno -prensa, parlamento, sindicatos, congresos, etc.- han creado privilegios y dádivas políticos, correspondientes a los económicos, para los empleados y obreros respetuosos, mansos, reformistas y patrioteros».
Es evidente que en el contenido del «pacto social», máxime en el contexto imperialista en que se produce, viene implicado un problema político de no poca monta para la clase obrera. Lo que señalaba Lenin en su tiempo se ha reproducido hoy y aquí: «Desde el punto de vista económico, ha madurado y se ha consumado el paso de una capa de aristocracia obrera a la burguesía, este desplazamiento en las relaciones entre las clases, encontrará sin gran ‘dificultad’ una u otra forma política». No se puede reducir entonces el asunto de los Obregón y compañía, que firmaron y bendijeron el «pacto social», a una cuestión circunstancial, ni a meras discrepancias organizativas dentro del movimiento sindical. Lo que realmente ocurre es que el imperialismo y la burguesía se han ganado o han comprado a una capa de los directivos sindicales para sacar avante sus intereses financieros y esto constituye un hecho económico que sirve de base al ejercicio desvergonzado de una política burguesa y proimperialista dentro del movimiento obrero. En consecuencia, el proletariado ya no ha de considerar esa capa como un lastre que debe cargar en su marcha sino como un refuerzo adquirido por sus enemigos. Contra ella es necesario librar a fonda una lucha en el terreno económico y sindical, pero principalmente en la arena política e ideológica, la arena donde se decidirá la lid contra lo que ya el pueblo ha bautizado como “asalto social” de Samper.
Como México sí hay muchos
La crisis que atraviesa México es el resultado del fatídico éxito de la política de apertura norteamericana. Todo allí ha estado regido por los apetitos de los dux del capital financiero que anida en Wall Street y la actual situación comprueba una de las enrevesadas condiciones generadas por su voracidad especulativa estrujamiento de la nación dependiente tiene límites traspasados, la sumen en el caos económico, lo cual revierte sobre los modernos patronos trastornando sus finanzas
Luego de ser sometido a una intensa expoliación de su economía, los monopolios financieros decidieron que México debía dársele un estrujón que lo ajustara para nuevas formas de saqueo. Para ello contaron gobernantes como Salinas de Gortari que, en su carácter de enviados que los Estados Unidos preparan en sus universidades, le aplicaron al país con rigor y pomposidad el recetario de disposiciones económicas y políticas del imperio. Efectuaron las privatizaciones de las empresas estatales, fortalecieron el sector privado, acordaron un pacto con sus dirigentes obreros, bajaron aranceles establecieron el mercado de capitales exigido para la más plena integración con su poderoso vecino, ofrecieron los mejores incentivos para la inversión extranjera, impulsaron las microempresas y las maquiladoras, dieron rienda suelta a las importaciones y mejoraron la competitividad de las exportaciones explotando al máximo su fuerza de trababajo, en fin, todo un baile zapateado del capital financiero internacional y doméstico.
El proceso llegó a un punto en el que la economía mejicana dependía por entero del continuo flujo de capitales extranjeros, mientras proseguían desaforadas las importaciones con el consiguiente agotamiento de las reservas en moneda extranjera. Simultáneamente surgieron enconadas luchas intestinas y la oposición brotó en Chiapas. Estos sucesos económicos y políticos perturbaron el sueño dorado que se les cumplía en México a los especuladores financieros: obtener altas rentabilidades, corriendo mínimos riesgos. Excitados, primero dejaron de insuflarle capital y luego retiraron grandes sumas, como quien le saca aire a una pelota.
Tras la operación, México quedó sin con qué pagar ni siquiera los intereses de su voluminosa deuda, el peso se ha devaluado en más de 40%, las tasas de interés se han disparado anunciando una fuerte recesión económica, crece su déficit en la cuenta cambiaria y, con una inflación esperada de más de 20% y un tope salarial “pactado” de 7%, ha arrojado a millones de trabajadores a una pobreza aún más insoportable.
No obstante la actual postración económica, los capitales financieros no cejarán en exprimir a la nación mejicana. Cuestión que se trasluce, en los comentarios de algunos funcionarios y ejecutivos que se pueden resumir así: con los salarios mejicanos más baratos, firmas de Estados Unidos encuentran atractivo trasladar sus empleos al sur; por haberse producido la crisis, ahora se creará más empleo en México y sus productos serán más competitivos; la actual devaluación combatirá el déficit comercia elevar el costo de las importaciones y hacer que los productos mejicanos se coloquen más baratos en mercados mundiales; la devaluación del peso ayuda a atraer compradores extranjeros para las últimas ofertas de privatización, pues los costos laborales mejicanos cayeron en 40%. Corroborando lo anterior, el subsecretario para el Comercio Internacional del Departamento de Comercio de Estados Unidos dio la voz de orden: «La recomendación prioritaria es que se continúe la privatización de las empresas estatales.»
Y Washington no sólo no cejará en su subyugación de México, sino que aprovechará al máximo la crisis para hacerla más férrea y oprobiosa, como se deduce de la; decisiones tomadas por Clinton. Expresando que «esta entre los intereses económicos y estratégicos de los Estados Unidos que México salga adelante», arregló como pudo un paquete de 50.000 millones de dólares para respaldas el pago de las deudas mejicanas y para otorgarlo exigió que México aceptara, además de la pignoración en Nueva York de las rentas provenientes del petróleo -recurso natural inenajenable por pertenecer al pueblo, según el artículo 27 de la Constitución-, sus dictámenes para el manejo de la economía e informarle regularmente al gobierno norteamericano sobre su acatamiento. No es que México esté siendo tratado como el Estado número 51 de la Unión Americana, sino como su neocolonia número uno.
Hoy el pueblo mejicano, y con él todos los pueblos de América Latina, sabe dónde está el detalle: en la aplicación de la política de apertura imperialista. Por lo tanto, no le bastarán los gritos de «abajo el mal gobierno» si no los acompaña con un sonoro «abajo él imperialismo yanqui». Sólo así podrá recoger sus mejores tradiciones revolucionarias e iniciar una resistencia que lo saque de su actual encrucijada. En vez del efecto «tequila» que tanto temen en los centros financieros, esta actitud suscitaría un efecto revolucionario a lo largo y ancho de América Latina.
Algunos economistas, empresarios y políticos burgueses en Colombia, que aceptaban la política del imperialismo cuando éste, como lo expresaba el camarada Mosquera, «chupaba el néctar con cierta delicadeza», y que luego criticaron correctamente aspectos de la chupada grosera que inició sirviéndose de Gaviria, ahora, cuando ésta adquiere bajo Samper mayor avidez, reducen la experiencia que deja México a errores en la aplicación de la apertura, principalmente en el manejo monetario. Esto presupone su aceptación de los lineamientos básicos de esa estrategia de avasallamiento, lo que indica que ya le vendieron el alma al diablo o están en tratos con él. De allí que su «crítica» a las autoridades mejicanas, y aquí a la gente de Gaviria, no rebase una mezquina y mediocre condescendencia con el imperialismo, condescendencia que Samper traduce en hechos de gobierno. Para los trabajadores, por su parte, lo que México enseña es que la crítica a la apertura, y la consecuente resistencia contra ella tienen que ser integrales y radicales. Igual carácter debe revestir la oposición a quien la aplica, el gobierno de Samper.
La extensión y agudización que ha adquirido la lucha de clases en todo el mundo indica que en el paso de un siglo a otro los pueblos vivirán los «tiempos interesantes a los que se refería Mao Tsetung. Consciente de esto, e MOIR asirá firmemente las posiciones políticas y lo principios ideológicos de clase que dejó establecidos su desaparecido líder, el camarada Francisco Mosquera, pues sabe que sólo con base en ellos podrá conservar su rumbo revolucionario y realizar avances en la tarea de «entrelaza las querellas de los gremios productivos, de los sindicatos obreros, de las masas campesinas, de las comunidades indígenas, de las agrupaciones de intelectuales, estudiantes y artistas, sin excluir el clero consecuente ni los estamentos patrióticos de las Fuerzas Armadas, de manera que, gracia a la unión, los pleitos desarticulados converjan en un gran pleito nacional», según su perdurable orientación, para que así se desate la tormenta tropical con la que se debe responder a la granizada del imperialismo norteamericano.
Nuestro papel y destino histórico están señalados. Precavidos contra “timidez a destiempo” y contra la “extemporánea temeridad” daremos todos los pasos tácticos a fin de cumplir a cabalidad con la lucha revolucionaria de resistencia a la política instaurada por el imperialismo y el gobierno de Ernesto Samper Pizano.