ALZAS EN LAS TARIFAS, DETONANTE DE LA IRA POPULAR

(Los días 16, 17 y 18 de septiembre, el pueblo de Facatativá puso a tambalear la engañifa oficial de la estratificación)

Por Fernando Chavéz y Vladimir Castañeda
A las diez de la mañana del primer día, cuando se avistaron las jaulas de la fuerza disponible, una mujer de unos 30 años, con seis meses de embarazo, se hizo al micrófono, miró al firmamento y con voz clara del alma, gritó: «¡Aquí estamos!». De la barricada brotó atronadadora la respuesta: «¡Y aquí nos quedamos!». Así era el ánimo de los facatativeños, quienes, ante las agobiantes alzas de la luz y el agua, recordaron que veinte años atrás, en la década de los setenta, derrotaron medidas similares mediante la protesta y el paro cívico.

El comité de paro, en secreto, acordó la hora cero para las 4 de la madrugada del lunes 16 de septiembre. El estallido de cientos de voladores y el ulular de las sirenas darían la señal.

Con llantas, piedras, palos y canecas, los activistas cerraron las aún desiertas vías de acceso y se lanzaron a corear las primeras consignas. El pueblo se fue sumando poco a poco a la protesta. Miles de mujeres de las floras, que ateridas de frío esperaban en las esquinas los desvencijados vehículos que las conducirían a sus sitios de trabajo, al oír las arengas de los dirigentes empezaron a expresar entre murmullos su inconformidad ante las alzas. El murmullo se convirtió en clamor; pronto ocuparon las calzadas, y la jornada, iniciada por sólo unas decenas de activistas, se tornó multitudinaria. El entusiasmo se transmitía de Cartagenita a Brasilia, de los Llanitos a Berlín, del parque principal a Santa Marta. Ya a las siete de la mañana, en cada uno de estos sitios las amas de casa repartían tinto a los manifestantes. El comercio no abrió. No hubo transporte. Grupos de agitadores recorrían las calles.

Antes del mediodía, el comité de paro exigió del gobierno nacional. Desde el Ministerio del Interior se les contestó con una negativa rotunda, sermoneando, como de costumbre, que no se dialogaría bajo presión. El alcalde pidió entonces que la gente levantara las barricadas como condición para sentarse a negociar. El emplazamiento oficial, lejos de apaciguar los ánimos, los caldeó aún más. La firmeza dio sus frutos, pues ya en la noche, el gobierno local se vio obligado a pactar el siguiente compromiso: Faca tendrá como máximo tres estratos, salvo contadas excepciones. Se deroga el decreto que eleva las tarifas del agua. Las partes convinieron un plazo de tres días para que la electrificadora de Cundinamarca echara atrás el alza, al cabo de los cuales, y de no cumplirse, el paro se reiniciaría.

Pero la población, consciente de la fortaleza del movimiento, e intuyendo que el gobierno utilizaría el plazo para quebrantar su voluntad de lucha, se opusó al acuerdo, y exigió rotundamente que el paro continuara. La reprimenda popular fue aceptada por los dirigentes, quienes se pusieron de nuevo al frente.

El gobierno, temeroso de que la protesta se extendiera a las poblaciones vecinas, que comenzaban a soliviantarse, ordenó suspender allí la entrega de facturas y reprimir en Faca el movimiento. En la mañana del martes 17, en el barrio Cartagenita, ubicado en las afueras sobre la carretera que conduce a Bogotá, la policía arremetió con tanquetas, lanzó gases lacrimógenos dentro de las viviendas y destrozó los ventanales de la escuela, el colegio y el puesto de salud. La paciencia del pueblo se agotó, y con piedras y palos hizo frente a la agresión. Todo el barrio se solidarizó. Las amas de casa colocaron en cada puerta un balde de agua y los ancianos repartían sal para contrarrestar el efecto asfixiante del gas.
Hubo varios heridos, pero la vía logró mantenerse cerrada. La comisión negociadora, que las masas decidieron ampliar con un delegado elegido en cada barricada, se reunió de nuevo con el alcalde, en presencia de monseñor Gabriel Romero, obispo de la diócesis, reclamándole al gobierno que enviara una delegación facultada para resolver el problema de las tarifas de energía. La respuesta samperista fue desplazar en helicópteros a cientos de efectivos de la Policía Militar.
A las cuatro de la tarde la tropa volvió a atacar a Cartagenita, iniciando un arduo enfrentamiento que se prolongó hasta el amanecer del miércoles. Centenares de personas que esperaban la respuesta gubernamental, enteradas de los hechos del barrio periférico, se agolparon a protestar frente a la alcaldía. Un nutrido grupo de conductores de tractomulas expresó su solidaridad con el movimiento, desplazando sus vehículos hasta el centro, para exigir inmediata solución.

El alcalde, desatento a las previsibles consecuencias, decretó el toque de queda, provocación que los pobladores respondieron arremetiendo contra el palacio municipal. Como si el aviso hubiera sido a somatén, miles de se volcaron a las calles para atacar lo que consideraban los símbolos de sus angustias: el CAI central, los bancos, un gran supermercado. Frente a la alcaldía, que terminó envuelta en llamas, cayó abatido por un proyectil Jaime Lara Vásquez, un joven y sencillo obrero de la construcción.

En Cartagenita, la beligerancia del pueblo obligó al envío de más efectivos policiales. Desde el centro, unos mil manifestantes marcharon hacia allí. Por el camino se sumaron habitantes de San Cristóbal, San Carlos, Las Mercedes, Girardot y Paraíso. La carretera fue atestada con árboles, enormes piedras, vallas publicitarias, chatarra y llantas encendidas. Este refuerzo permitió prolongar la pelea hasta la madrugada, cuando de varios camiones descargaron tropa para sofocarla. Perspicazmente, ante el peligro de enfrentarse en la oscuridad con una fuerza muy superior, la comunidad se replegó. En los otros tapones la gente se preparaba para repeler el inminente desalojo. Al amanecer del 18, en Brasilia, los uniformados intentaron agresivamente despejar la vía. Acataban la orden del ministro Serpa de reprimir el paro, tal como se procedió contra los campesinos del sur del país.

La gente respondió reforzando el bloqueo. Acudieron habitantes del resto del municipio para mantener paralizada la troncal de occidente y la pedrea se extendió. Con esporádicas interrupciones, los enfrentamientos se prolongaron a lo largo del día. En la noche, los manifestantes prendieron fuego al edificio de la Empresa de Energía.

Facatativá puso a tambalear la engañifa oficial de la estratificación. Los facatativeños de todas las clases testificaron que el pueblo no resiste más los desmanes de la apertura. Sus rostros reflejaban la ira contenida tras años de opresión, de hambre, de felonías. La entusiasta solidaridad de los colombianos demostró que nadie cree la falacia de que el descontento obedecía a la acción de agitadores aislados. La osadía y la inteligencia de las masas debe notificar a los escépticos que el túnel sí tiene una salida.