El 14 de marzo de 1983 los marxista-leninistas y los obreros avanzados del mundo conmemoran, con profundo respeto, el primer centenario del fallecimiento del fundador del socialismo científico, Carlos Marx. La exaltación de su memoria, repetida en esta ocasión por millones de personas en todos los países de la Tierra, confirma el vaticinio que ante su tumba hiciera su gran amigo y camarada, Federico Engels: “Su nombre y su obra vivirán a través de los siglos”.
Hace cien años, en efecto, “Marx dormía dulcemente para siempre en un sillón”, según las palabras de Bladimir Ilich Lenin. Pero a pesar del tiempo, sus ideas mantienen validez y han hallado continuadores que conquistaron victorias históricas imperecederas.
Como su obra, su vida está llena de lecciones proletarias de las cuales cada día pueden aprender los revolucionarios, y el marxismo, desarrollado al calor de la lucha por el mismo y por Engels, Lenin, Stalin y Mao Tsetung, es la ideología de la clase obrera, la expresión teórica de sus intereses la ciencia de la transformación de la sociedad.
Los primeros años
Carlos Marx nació el 5 de mayo de 1818 en la ciudad alemana de Tréveris, en la Prusia renana; fue el tercero entre los siete hijos de la familia del abogado Heinrich Marx, un hombre relativamente acomodado y progresista que había recibido la influencia de la Revolución Francesa de finales del siglo XVIII, cuando Renania perteneció a Francia como consecuencia de las guerras napoleónicas y fueron abolidas allí muchas de las cargas feudales.
Tras ser reincorporada a Prusia, en 1814, la región experimentó sensibles retrocesos políticos y económicos, la gente sufrió un acelerado desempleo y vio crecer el descontento a la par con la influencia de las corrientes políticas francesas que proclamaban el socialismo en sus formas utópicas y pequeño burguesas.
En Tréveris acudió Marx al colegio y, a los 17 años, con ocasión del final de sus estudios básicos, redacto un trabajo titulado “Reflexiones de un joven al elegir profesión”, en el cual consignó su deseo de poner su vida”al servicio de la humanidad”. Acto seguido se matriculo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Bonn, y un año después se traslado a la de Berlín, donde obtuvo su doctorado en jurisprudencia en 1841.
Durante su vida universitaria, Marx se interesó de manera especial en la filosofía y la historia. Desde entonces su rigor y su dedicación se hicieron patentes y pronto descolló entre los jóvenes “hegelianos de izquierda”, los cuales, sobre todo bajo la influencia de Ludwing Feuerbachm propugnaban una revisión crítica de la filosofía clásica alemana y se proponían extraer conclusiones radicales de los escritos de Hegel. En su tesis de grado Marx defendió la lucha que, contra los perjuicios religiosos y en pro del materialismo, había esbozado el filósofo antiguo Epicuro. Sus ideas se enmarcaban aún en lo que describió en una carta a su padre como “mi actitud y mi desarrollo anterior, puramente idealista”.
De la filosofía a la política
Tan pronto como terminó sus estudios universitarios, Marx intentó hacerse profesor en Bonn, pero pronto captó que la política reaccionaria del Estado prusiano cerraba las puertas de la cátedra a cualquier tipo de pensamiento crítico. Sin embargo, los acontecimientos históricos del momento no dejaban margen para la inactividad. En abril de 1842, de nuevo en Renania, Marx se vinculó a la “Gaceta del Rin”, periódico fundado meses atrás por la inquieta burguesía de la ciudad de Colonia, en octubre fue nombrado como su jefe de redacción, y lo convirtió en el más importante vocero de la democracia revolucionaria. En el curso de su infatigable trabajo periodístico, Marx tomó contacto con la vida y la lucha de las masas populares de Alemania y conoció el movimiento obrero de diversos países. Poco a poco, se empapó de las ideas socialistas que por esos días circulaban en Europa.
El gobierno de Prusia, atemorizado por las orientaciones del periódico y por la influencia que acumulaba, lo sometió a la censura hasta el punto de prohibirle la publicaciones de una aviso de la traducción de la “Divina Comedia” de Dante, “porque con las cosas divinas no debe hacerse comedia”, y terminó por ordenar su cierre en enero de 1843. Marx decidió entonces abandonar su patria, y con varios amigos y colaboradores concertó la fundación de una nueva publicación que asimilara las corrientes del socialismo francés y las propagara entre los trabajadores alemanes. Al mismo tiempo, se dedicó con ardor a la economía, pues consideraba que su conocimiento le era imprescindible para estimular la unidad en la acción política entre los intelectuales revolucionarios y las masas obreras.
Antes de su partida, Marx contrajo matrimonio con Jenny von Westphalen, amiga suya desde la infancia, y en su compañía viajó a París. En Francia escribió una penetrante “Critica de la ‘Filosofia del Derecho’ de Hegel”, a través de la cual superó los planteamientos meramente antirreligiosos de Feuerbach y de todo el “hegelianismo de izquierda”, que, aunque materialista en la interpretación de la naturaleza, seguía siendo idealista en cuanto a los fenómenos históricos, sociales y políticos. Poco después señalaría:”los filósofos no ha hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
En Paris, Marx alternó sus investigaciones con una diligente brega política. Frecuentaba los suburbios obreros y trabó amistad con dirigentes de los trabajadores, en particular con los de la llamada Liga de los Justos, aunque también con líderes como Luis Blanc, Pedro José Proudhon y Miguel Bakunin. Tras la superación de numerosos escollos, finalmente en enero de 1844 aparecieron los “Anales Franco-Alemanes”, bajo la dirección suya y de Arnoldo Ruge, y con la colaboración del poeta Heinrich Heine; empero, las dificultades para la circulación en Alemania y las discrepancias entre sus directores no permitieron que hubiera una segunda entrega.
Ya en este órgano de expresión, a los 26 años, Marx se revelaba como el revolucionario que propone “someter todo lo existente a una critica implacable”, llegar a la raíz de las cosas y hacer que la teoría llegue a las masas para que éstas se la apropien, conviertan “el arma de arma de la critica” en “la critica de las armas” y así estén en capacidad de “derribar todos los sistemas en los que el hombre es humillado, esclavizado, abandonado y despreciado”.
Construyendo el partido obrero
En septiembre de 1844 Marx se encontró en París con Federico Engels, quien a partir de la mutua identificación ideológica que los ligó desde entonces, fue su más entrañable compañero de combate. Juntos, Marx y Engels, arremetieron contra las teorías socialistas pequeño burguesas que primaban entre los grupos revolucionarios parisinos y contra la filosofía alemana. Tras exhaustivos estudios, armados a la par de contundentes razones y de una ironía demoledora, refutaron el idealismo hegeliano en “La sagrada familia” y “La ideología alemana”. Posteriormente, Marx hizo lo propio con las doctrinas liberales de la “Filosofía de la miseria” de Proudhon, en su “miseria de la filosofía”.
En 1845, molesto por la creciente influencia de Marx entre el proletariado, el gobierno de Prusia gestiono ante el de Francia su expulsión. Se trasladó entonces a Bruselas, desde donde continuó su lid. Entre tanto nacieron sus dos primeras hijas, Jenny y Laura, y su hijo Edgar, quien solo viviría ocho años. A mediados de 1847, la Liga de los Justos celebró un congreso al cual fueron invitados Marx y Engels; con su guía, la organización tomó el nombre de Liga de los Comunistas, y cambio el viejo lema de la hermandad del género humano por el de “Proletarios de todos los países, uníos”. El segundo congreso de la Liga, realizado en noviembre, les encomendó la redacción del “Manifiesto del Partido Comunista”, que vio la luz en Londres en 1848. Este programa genial expone claramente la concepción proletaria del mundo, su definición del materialismo, la dialéctica, la lucha de clases, la misión histórica de la clase obrera, el papel de vanguardia de su partido y su actitud internacionalista.
Días antes de aparecer el “manifiesto” estalló en Francia la revolución democrático-burguesa de febrero del 48 y Marx fue detenido y deportado a Bélgica. Regresó a París, reorganizó allí el Comité Central de la Liga, del cual fue elegido presidente, y paso luego a Alemania. Tras establecerse en Colonia, fundó la “Nueva Gaceta del Rin”, que publicó entre junio de 1848 y mayo de a849.
Desde sus páginas, Marx y Engels orientaron la actividad de las masas, no sólo alemanas sino también de otros países. Analizaron certera y profundamente los borrascos acontecimientos, casi diarios, de las revoluciones europeas, y defendieron los combatientes de ciudades y pueblos de Francia, Austria, Italia, Hungría, Bohemia y Polonia. Viajaban de un lugar a otro, organizando a los obreros y a los demócratas; impartían consignas, desenmascaraban a los oportunistas y acrecían la influencia de su tribuna periodística.
Al triunfar la contrarrevolución, la “Nueva Gaceta del Rin”, fue clausurada y sus redactores sometidos a dos juicios, en los cuales Marx no compareció como acusado sino como acusador. Aunque absuelto en ambos, fue expulsado otra vez de Alemania, y un mes más tarde de Francia también.
Ya había nacido su hijo Guido, muerto pocos meses después, cuando Marx se trasladó a Londres, donde residiría el resto de su vida. Al confrontarse con la realidad de las batallas sus tesis se fortalecieron. La historia de aquellos años de la “primavera de los pueblos” había revelado con especial fuerza su genialidad, energía, voluntad, abnegación y valor proletarios. Con todo, aún le esperaban logros más sorprendentes.
Tiempos de miseria
La década siguiente fue para Marx tan penosa como para todos los emigrantes que arrojó a playas extrañas la derrota de 1849. Llego a Londres sin un centavo, sin trabajo ni posibilidad de hallarlo y con escasos conocidos, la mayoría artesanos y obreros, que en nada podían ayudarle. De no haber sido por la solicita y desinteresada ayuda de Engels, quien se traslado a Manchester y laboró durante años en la administración de una fábrica de su padre, la miseria lo habría aplastado. Su familia padeció varios desahucios y pasó semanas enteras de hambre, pan y papas. En las cartas que se cruzó con Engels puede seguirse su lidia cotidiana con las deudas a las caseras, al panadera, al lechero, al verdulero, al carnicero y a los prestamistas, a los cuales empeñaba su abrigo y, cuando era necesario, los de su esposa y sus hijos. Sólo tres de estos sobrevivieron; Jenny, Laura y Eleanor. En Londres murieron Edgar y Francisca, está última victima de la pulmonía, antes de cumplir un año.
A todo ello hay que sumar la avalancha reaccionaria que se abatió sobre Europa y apuntó sus baterías contra Marx y la Liga de los Comunistas. No hubo calumnia, por mezquina y absurda que fuera, que no se les lanzara, tanto desde las posiciones del absolutismo como desde las del oportunismo. La disolución de la Liga sobrevino a fines de 1852, pero nada conmovía la tenacidad de Carlos Marx, ni impedía el perfeccionamiento de sus teorías, el análisis de las recientes experiencias y el conocimiento cada vez más amplio de los avances de la humanidad y de la cultura de todas las épocas. Ni siquiera perdí su chispeante sentido del humor.
A menudo se halla, leyendo la dialéctica colección de escritos que conformaban sus cartas a Engels, frases como ésta, a propósito del aislamiento en el cual se encontraban. “Ahora hemos acabado con el sistema de las mutuas concesiones, de las semiverdades admitidas por aquellos de las buenas maneras, y con nuestra obligación de compartir el ridículo publico en el partido con todos esos asnos”.
En dos brillantes análisis de los eventos de 1848 a 1850, “las luchas de clases en Francia” y “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, Marx sacó las enseñanzas de los errores y consecuencias del aventurismo, del papel de los campesinos en la revolución bajo la dirección de la clase obrera y de la inevitabilidad de que la lucha de clases conduzca a la dictadura del proletariado la cual constituye una etapa de tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases, el comunismo.
Al mismo tiempo Marx redactó incontables artículos para el “New York Daily Tribune”, influyentes diario norteamericano desde cuyas paginas analizó los acontecimientos europeos y procesos como los de Estados Unidos, China y Rusia, fustigando sin tregua al gobierno prusiano, al pelele Luis Bonaparte y a toda la gama de desviaciones derechistas e “izquierdistas” de las sectas enquistadas en el movimiento obrero. Colaboró también con publicaciones de los trabajadores ingleses, con la “nueva Gaceta del Oder” y con otros periódicos europeos. Pero su labor fundamental se concentró en la ciencia económica que, junto con los principios filosóficos, desbrozados desde 1844, y con la estrategia y la táctica del proletariado, definidas en sus rasgos esenciales entre ese año y 1871, constituye una de las partes integrantes del marxismo.
“El Capital”
A pesar de las estrecheces del exilio, Marx aprovechó cabalmente las condiciones de Inglaterra, a la sazón en país más desarrollado del orbe, para desentrañar las leyes que rigen el capitalismo. Trabajaba todos los días desde las nueve de la mañana hasta la siete de la tarde en la Biblioteca del Museo Británico, donde consultó lo inimaginable en materia de economía política, así como de historia de la técnica, química agrícola, geología, matemáticas y otras ciencias. Además del constante respaldo material de Engels, contó con el apoyo y la solidaridad entusiasta de su familia, dentro de la cual, debido al profundo color negro de su pelo, lo llamaban con cariño El Moro. Pudo, de esta forma, cumplir consecuentemente, incluso en los artículos ocasionales, con su propia consigna de que “el escritor, por cierto, debe tener la posibilidad de ganarse la vida para poder existir y escribir, pero en modo alguno debe existir para ganarse la vida”.
Como el desenvolvimiento del acontecer europeo y la acelerada crisis económica lo llevaron a la certera predicción de que pronto de desencadenaría un nuevo auge de los movimientos democrático-burgueses y de la liberación nacional, Marx se afanó por ahondar su análisis de la sociedad capitalista. En 1859 apareció la “contribución a la crítica de la economía política” y quedaron esbozados los lineamientos básicos para su profundización.
En ellos resumió los principales aspectos que desarrollaría más tarde en su obra cumbre, “El Capital”. Partiendo de que el modo como los hombres se entrelazan y se dividen para producir los bienes indispensables al mantenimiento de su vida proporciona la base sobre que se levanta el resto de las relaciones sociales, comprendidas las instituciones, la política, las ideas, etc, Marx elaboró su concepción materialista de la historia. Averiguó asimismo las causas del tránsito e una sociedad a otra, llamando la atención sobre el hecho de que, cuando aquellas relaciones entraban el desarrollo de las fuerzas productivas, advienen las revoluciones que garantizan el progreso del género humanos.
Evolución que arrancando de las formas primitivas del producción y pasando por el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo, ineluctablemente desembocará en el régimen capitalista, antesala de la desaparición de las clases y con ella de la “prehistoria de la humanidad”.
Sin embargo la monumental tarea de culminar la formulación de sus tesis le demandó muchos más esfuerzos y sólo en 1867, aparecería el primer volumen de “El Capital”. Cuando lo concluyó a las dos de la madrugada del 16 de agosto, lo primero que hizo Marx fue comunicárselo a Engels, “Así pues, le escribió, el tomo ya esta listo. Ello ha sido posible única y exclusivamente gracias a ti. De no haber sido por tu abnegada ayuda, no hubiera podido preparar tan enorme trabajo para los tres tomos. Te abrazo y te saludo lleno de gratitud, querido y fiel amigo”. Con razón señalaba Lenin que el proletariado podía sentir el orgullo de que su ciencia hubiera sido creada “por dos sabios y luchadores cuyas relaciones superan las más emocionantes leyendas antiguas sobre la amistad entre los hombres”.
En “El Capital” se describe las leyes del movimiento de la sociedad burguesa, se estudia su historia, se prevé su decadencia y se prueba su carácter pasajero y limitado. Allí Marx puso al desnudo las contradicciones internas de aquel sistema y el inexorable curso de su agudización. Reveló como el capitalismo crea las condiciones materiales para la victoria del proletariado, que requiere de la “expropiación de los expoliadores”. Al poner de manifiesto el mecanismo de la explotación de los asalariados, Marx descubrió cómo la plusvalía se origina en la diferencia entre el costo de la fuerza de trabajo obrero y el valor superior que produce su jornada de trabajo, excedente que va a parar al bolsillo del capitalista. Con ello revolucionó toda la economía política anterior.
En este tomo inicial, Marx trató el proceso de la producción del capital. En el segundo y el tercero, que Engels redactó sobre los miles de páginas dejadas en borrador por Marx, en una tarea que le tomó once años, se examinan, respectivamente, el proceso de su circulación y el de la producción capitalista en su conjunto.
“Viva la Internacional”
Una de las razones por la cual Marx no pudo rematar personalmente su magna obra critica, fue la atención que prestó al aglutinamiento de los obreros, en un periodo que constituyó la cumbre de su actividad política partidaria. El 28 de septiembre de 1864, como coronación de múltiples empeños organizativos fue fundada en Londres, durante un mitin celebrado en St. Martín’s Halls, la Asociación Internacional de los Trabajadores, la Primera Internacional. En su Consejo General había representantes de los obreros ingleses, franceses, italianos y alemanes. Pronto aparecerían seccionales suyas en los demás países europeos y en los Estados Unidos.
Marx, escribió el primer “Manifiesto” de la Internacional y gran cantidad de sus acuerdos, declaraciones y llamamientos. Se esforzó desde su dirección en la paciente labor de educar a los obreros, demostrándoles la inconsistencia y debilidades del reformismo, el sectarismo y el dogmatismo, y en inculcarles los principios científicos y la táctica revolucionaria. Tuvo que enfrentarse con numerosas y arraigadas tendencias oportunistas, en particular con las que encabezaron Proudhon, Lasalle y el anarquista Bakunin, y debió luchar también con las concepciones liberales predominantes en Inglaterra, a cuyos obreros llamó a la solidaridad con la causa de la liberación de Irlanda, sentenciando algo que la historia se ha encargado de demostrar en múltiples ocasiones: “Un pueblo que esclaviza a otro, forja sus propias cadenas”.
Fue Marx, cuando estalló la conflagración franco-prusiana de 1870, quien redactó el primer llamamiento de la Internacional a los obreros de ambos países. Caracterizando el conflicto como una guerra dinástica, predijo el derrumbe de Bonaparte y acogió con beneplácito la actitud internacionalista asumida por los proletarios de lado, y lado. En una segunda proclama, después de la capitulación del ejército francés en Sedán y de la reinstauración de la república en Francia, señaló que los alemanes habían convertido la rapiña en su objetivo, y a la vez advirtió a los obreros franceses que no se sublevaran sin haberse preparado. Pero al enterarse del estallido de la revolución obrera el 18 de marzo de 1871 en París, exhortó a la Internacional para que todos los trabajadores a apoyaran. Saludó emocionado la gesta del “asalto al cielo”, como llamó a la Comuna de Paris. No obstante la derrota, debida a errores que él también analizó, dio, en “La guerra civil en Francia”, brillante y profundo ensayó, un nuevo paso de trascendencia extraordinaria en el desarrollo de la teoría de la dictadura del proletariado, al precisar que un Estado del tipo del que creó la Comuna era “la forma política descubierta, al fin, para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo”. En aquel momento en que alcanzo a entrever la materialización de sus ideales, simbolizada en la bandera roja que ondeo sobre el Hotel de Ville, exclamó: “El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo gloriosos de una nueva sociedad”. Toda una centuria transcurrida desde entonces ha corroborado aquella aseveración.
Las tareas finales
Tras la caída de la Comuna y los triunfos del nacionalismo burgués, los bakuninistas pretendieron escindir la Internacional, y Marx y Engels lograron que su Consejo General fuera trasladado a Nueva York, previendo para el futuro una nueva etapa que demandaría de los obreros la construcción de agrupaciones auténticamente socialistas y de masas que realizaran una larga tarea de preparación de la revolución, basados en la experiencia universal del proletariado y tomando en cuenta las condiciones especiales de cada nación. En consecuencia, aportaron valiosos elementos al desarrollo del Partido Socialdemócrata Alemán, concretados en su “critica del programa de Gotha”. De igual manera redactaron textos de importancia para los combatientes de Francia, Inglaterra, Rusia y Estados Unidos.
Enfatizaron en este periodo su faena intelectual, en particular los estudios materia de los tomos II y III de “El Capital”. Sin embargo, la intensa labor en la Internacional y sus concienzudas y fatigosas investigaciones minaron al cabo la salud de Carlos Marx. Tuvo que someterse a varias curas y soportar dolorosas enfermedades que prácticamente no le permitían dormir. Además, la pleuritis y la bronquitis que de años atrás lo atormentaban, se hicieron más acentuadas. El 2 de diciembre de 1881 su esposa falleció, en enero de 1883 murió su hijo mayor. Gravemente enfermo estos golpes hicieron decaer sus fuerzas hasta cuando por última vez se sentó en su sillón el 14 de marzo de 1883. “A las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días”.
Al pie de su tumba, su “querido y fiel amigo” pronuncio un discurso fúnebre. Con la última palada de tierra de ese 17 de marzo en el cementerio de Highgate de Londres, se abrió una era en la historia de la humanidad. Lo que comenzó con un puñado de visionarios hoy son una causa tangible y extendida sobre la faz del mundo, un año después de que Engels le escribiera a Joseph Becker: “Ustedes y yo somos casi los últimos sobrevivientes de la vieja guardia de 1848. Pues bien, ¡seguiremos en la lucha! Las balas silban, nuestros amigos caen en torno nuestro, pero ésta no es la primera vez que lo hemos visto. Y sí una bala nos pega a alguno de nosotros, puyes que venga; sólo pido que pegue limpia y derechamente, sin postrarnos en la larga agonía”.