El 2 de abril, cuando iban transcurridos 31 días de cese, el presidente del Sindicato de Fabricato, Hernando Montoya, a espaldas de las bases, suscribió con la empresa la nueva convención colectiva. La componenda fue ultimada en secreto y con la intervención directa de la ministra Maristella Sanín de Aldana, por lo que sólo algunos días más tarde vino a quedar en claro que los voceros sindicales habían refrendado el contra pliego patronal. El 5 de abril, fecha en que los obreros debían reanudar labores, se presentaron frente a las oficinas del sindicato, en Bello, los primeros conatos de protesta.
Millares de operarios se tomaron también las calles aledañas a la factoría, que fueron pronto militarizadas. Montoya, que en ese instante se encontraba en la empresa haciendo el inventario con inspectores de la oficina del Trabajo, tuvo que salir escoltado en un campero del ejército, ante la amenazante actitud de los proletarios y en medio de una ensordecedora rechifla.
El tramposo convenio no registró ni un solo peso de aumento frente a la fórmula inicial de la compañía, ni acogió el pedido de retroactividad hecho por los trabajadores. Posteriormente, en declaraciones al periódico El Mundo, de Medellín, el esquirol adujo que “con la huelga nadie ganó porque no se consiguió nada, pero tampoco se perdió nada”.
Sin embargo, los sistemas de ingeniería Standard impuestos por la empresa borran de un plumazo los incrementos salariales, y, más aún, mutilan los pactados en 1980. Hay un punto de los firmados que deja a los patronos las manos libres para pagar al trabajador el sueldo básico en los traslados o cambios de oficio, cuando hasta ahora debía garantizar en tales casos el salario promedio de las últimas 24 semanas.
He ahí el aspecto fundamental del contrapliego puesto en vigor con la complicidad de la sumisa camarilla de Hernando Montoya, pues el estancamiento de la industria textil ha llevado al Grupo Colombia, dueño de Fabricato, a proyectar un vuelco total en las líneas de producción, que traerá consigo radicales alteraciones en los oficios de los 6.800 asalariados. Se piensa, por ejemplo, según lo dijo el presidente de la compañía, Diego Aristizábal, conformar “empresas de tamaño medio, menos sometidas a las presiones de los costos”; especializar a las filiales Texmeralda, Pantex y Riotex; manufacturar la novedosa tela geotécnica, destinada a servir de base para la pavimentación de carreteras, y fabricar empaques de polipropileno para el mercado interno.
Con su esperada actitud, la rosca vende-obrera puso fin alevosamente al primer cese de actividades en la historia de Fabricato. Mientras los agentes patronales continúen a la cabeza de los sindicatos, hasta las batallas gremiales tendrán pocas posibilidades de triunfo, correspondiéndoles a los sectores independientes la imperiosa tarea de depurar y rescatar las huestes del movimiento obrero.
Impacto negativo
Lo acaecido en Fabricato y su filial Pantex golpeó de manera directa al resto de los doce mil huelguistas de Vicuña, Tejicóndor, Pepalfa, Hilandería Nacional. A la burguesía textilera que actualmente se halla acorralada por la extorsión del capital financiero, la competencia de la industria extranjera imperialista y la política antinacional del gobierno, y que tiene sus depósitos y almacenes repletos de géneros por ausencia de compradores, no podía menos que caerle como anillo al dedo un paro no remunerado de la producción, máxime se la contratación colectiva, gracias al sucio servicio del esquirolaje, antes que un progreso significa un estancamiento y hasta en ciertos aspectos un retroceso para las conquistas de los trabajadores. Por eso el sindicalismo colombiano requiere rectificaciones de 180 grados, tanto en su estructura como en su orientación, para lograr derrotar los ardides de la clase capitalista. Con una unidad momentánea, cual la presenciada en el pasado conflicto de Medellín, que puede ser deshecha en un santiamén con la rúbrica de un líder amamantado por la empresa, el proletariado no será capaz de trazar una táctica acertada y oportuna que aproveche las dificultades de la minoría expoliadora o que se abstenga de salir a la contienda cuando las ventajas no se hallen de su parte. Las expresiones de combatividad de las bases por espontáneas que sean, reciben siempre el aplauso de los revolucionarios. Pero no basta la rebeldía para obtener una victoria, así como de todos los fracasos también se cosechan ganancias aleccionadoras. Crear organizaciones sindicales fuertes y libres de la influencia ideológica y política de la reacción, mediante una labor constante y prolongada, sigue siendo una de las principales experiencias de la clase obrera. Esto volvió a evidenciarse en la pelea de los textileros antioqueños.
En Vicuña
La causa del diferendo en Vicuña, factoría controlada asimismo por el Grupo Colombia, es también la existencia de un contrapliego patronal, uno de cuyos puntos pretende suprimir los incentivos colectivos para de nuevo introducir los individuales. “Desde 1972 explicó Jesús Hernández, presidente del sindicato y vicepresidente de Acción Sindical Antioqueña, ASA, las cargas de trabajo han sido fijadas por mutuo acuerdo entre sindicato y empresa, distribuidas a nivel de secciones y no por trabajador. Lo que en síntesis se busca eliminar en el contrapliego es la injerencia de la organización obrera”. Los 900 proletarios se lanzaron al cese el 2 de marzo y se reintegraron el 28 de abril, después que el gobierno convocó el tribunal de arbitramento obligatorio.
El Ministerio de Trabajo citó ese mismo día el Tribunal de Arbitramento para la huelga de Tejicóndor, donde se hallaban en paro desde el 9 de marzo 2.500 operarios en las fábricas de Medellín y Barbosa, mientras que en Pepalfa y sus filiales se adoptó la nueva convención colectiva que cobija a 1.050 asalariados.
Una industria sin salida
Carlos Upegui, presidente de Coltejer, se quejaba hace unos días, en reportaje al diario El Colombiano de un ostensible “desánimo frente a la sociedad anónima”, perjudicada por los “altos costos financieros”. Manifestaba además que las telas colombianas “no son competitivas en el exterior” y denunciaba que “no hay políticas efectivas del gobierno”.
Dijo también, al presentar en marzo el balance a la asamblea de accionistas que “esperábamos exportar 60 millones de dólares y sólo exportamos 39 millones, 7 millones menos que el año pasado”, y señaló el creciente proteccionismo de los países industrializados. Comparando los 590 millones de utilidades obtenidos en 1981 con los 288 millones del año anterior, el presidente de Coltejer anotó que tales ganancias derivan “fundamentalmente de la realización de activos y de las utilidades logradas en la operación de otras compañías filiales del Grupo Coltejer”. Fabricato a su turno, registró en 1981 “pérdidas operacionales por 102 millones de pesos”.
Las compañías antioqueñas han emprendido una febril y cada vez más costosa importación de maquinaria con miras a poder competir ventajosamente en los mercados internacionales. Coltejer ha invertido por ejemplo, en los últimos cuatro años, la suma de 8.656 millones de pesos en modernización de equipos, lo que no es necesariamente un síntoma de bonanza, si se tiene en cuenta que ese dinero, en buen porcentaje se adeuda a la banca de los Estados Unidos.
Consecuencia inevitable de la renovación técnica es el masivo licenciamiento de personal. En los cinco años precedentes han sido lanzados a la calle más de diez millones de obreros del ramo, no sólo por la creciente automatización de las empresas mayores, sino también por quiebra de otras muchas y por persecución sindical. Ello ahondará más la crisis social en la ya descompuesta capital antioqueña, donde la industria textil, particularmente concentrada, representa el 34.4 por ciento de la actividad económica.
En el caso específico de Vicuña, la sustitución de los telares crompton, ingleses, por los más sofisticados saurer, franceses, está dando un resultado de un incremento del 40 por ciento en la producción, con una tercera parte menos del personal. Empero, la maquinaria saurer, reputada a principios del pasado decenio entre las más avanzadas del mundo, no es la que lleva hoy la delantera, por lo que en últimas Vicuña se quedará de todas formas rezagada con respecto al nivel de la tecnología mundial, con el agravante de que el mercado interno ofrece posibilidades menguadas. Algo parecido ocurre con las demás empresas. A todo lo anterior se unen, de una parte, la libre importación de telas y el contrabando, fomentados por el gobierno, y de la otra, el abordaje del capital especulativo que ha entrado a aprovecharse de las dificultades económicas para hacerse al control de las compañías.
Semejante desbarajuste constituyó un factor adverso que gravitó sin duda sobre el destino de las recientes huelgas. Sin embargo, la crisis de los textiles y de los demás renglones de la producción nacional ha de revolverse, no a costa de la penuria de los trabajadores, tal cual pretenden hacerlo la burguesía y la alta burocracia sino mediante la supresión de las causas reales que la precipitan, es decir, el crédito usurero, la entrega del mercado colombiano y los monopolios extranjeros y las medidas antipatrióticas y retardatarias del gobierno. Los obreros son la fuerza más avanzada y revolucionaria de la sociedad, no se resignarán a pagar los trastos rotos en pro del enriquecimiento de una gavilla de parásitos.
Como lo señala Jesús Hernández, “masas cada vez mayores de proletarios experimentarán en carne propia la encrucijada de la industria textil bajo la dependencia del imperialismo, y día a día se crearán las condiciones para abrir las compuertas de la revolución, la única salida que le resta al país es la que hará posible, al final, el progreso y la utilización plena de los recursos humanos y materiales”.