BRASIL, EL PAÍS MÁS ENDEUDADO DEL MUNDO

El “milagro” brasileño se redujo en realidad a un periodo de siete años de desarrollo económico sostenido que, entre 1967 y 1974, favoreció principalmente a los consorcios extranjeros y a un puñado de capitalista criollos, a costa de la penuria y el sufrimiento de la gran mayoría de la población. Los acontecimientos posteriores demostraron que el experimento desarrollista fracasó en toda la línea y que la profunda crisis económica y social del Brasil ha sido y continúa siendo el resultado directo de sus relaciones neocoloniales con los Estados Unidos, que lo mantiene subyugado e impiden su desenvolvimiento autónomo. Desde entonces, con el pretexto de disminuir la inflación, evitar las quiebras industriales, reducir los permanente déficists de la balanza de pagos y “reajustar la economía”, se le ha vuelto imponiendo a la nación una serie de correctivos que a la postre no ha resulto ninguno de estros traumas sino que, por el contrario, los ha agravado.

La inversión extranjero, con el pago de las jugosas utilidades y regalías que ella implica, ha sido un desangre permanente del país. En 1978 el 99% de la industria automotriz estaba en manos del capital foráneo, y la participación de éste en la rama farmacéutica era del 84%, en la de bebidas embotelladas y tabaco del 76% y en la textil del 68%. Tres monopolios imperialista controlaban en 1981 y el 81% de las diez mayores industrias de productos de caucho, siete el de equipo eléctrico y materiales de comunicación y dos el 93.7% de las diez más grandes compañías tabacaleras. Un estudio reciente del Centro de Tecnología Mineral de Río de Janeiro dice que de los cincuenta grupos financieros que controlan el 70% de la producción minera, aproximadamente la mitad pertenece a corporaciones foráneas.

Los drásticos recortes en el gasto público, la restricción del crédito, la congelación de salarios y, en fin, todas las diferentes modalidades y variantes de la política económica aplicadas desde mediados del pasado decenio hasta el presente, no han logrado revertir la tendencia al estancamiento. En los nueve primeros meses de 1981 la producción industrial en el área de Sao Paulo (que comprende las cuatro quintas partes del total nacional) cayo en un 11.3% en comparación con el mismo período de 1980. Si bien es cierto que en 1981 la producción agrícola se incrementó en 6.8%, los sectores fabril, minero y de la construcción tuvieron índices negativos, de manera que el incremento general de la economía fue de menos 1.9%. Según datos oficiales, el desempleo en Río de Janeiro durante los primeros siete meses del mismo año se elevó de 6.5% a 9.1%, y sólo en las ensambladoras de automóviles fueron despedidos 140.000 trabajadores de la Volkswagen, la General Motors, la Mercedes Benz y la Fiat, entre otras. En los últimos tres años inflación llegó a cifras que giraron alrededor del 100%. En 1982 la balanza de pagos arrojo un déficit de 14.500 millones de dólares y la expansión de la economía fue igual a cero.
El desmoronamiento de la moneda ha sido incontrolable; en 1981 se devaluó treinta y siete veces, en el año siguiente treinta y nueve y el 5 de enero de 1983 el Banco Central anunció la primera mini-devaluación del año. Estas pérdidas continuas del valor del cruzeiro hacen relativamente más gravosos los pagos de los ingentes préstamos contraídos en dólares y de la importación indispensable de maquinaria, insumos y otros productos básicos.

También ha contribuido a la avería económica la constante depreciación de las exportaciones. Un caso ilustrativo es el de la carne, cuyo volumen vendido en 1982 aumentó en un 79% y, sin embargo, el ingreso por dicho concepto disminuyó en un 24%. A este se le ha añadido la superproducción misma de los países imperialistas y el insuficiente mercado de las naciones del Tercer Mundo.

De un lado, la tendencia deficitaria de la balanza comercial acicateada por los altos costos de las importaciones, especialmente del petrolero, y los subsidios a la exportaciones y la merma de estas, y del otro, los desequilibrios presupuéstales, la remesa de las utilidades, las regalías de la inversión extranjera y el giro por amortizaciones de intereses vencidos de los empréstitos, han dado origen a un progresivo abultamiento de la deuda que, en la última década, pasa de 9.500 millones de dólares a 87.000 millones. El servicio de ésta le implicó al Brasil, el país más hipotecad del mundo un desembolso el año pasado de cerca de 16.900millones de dólares que correspondían al 80% de las divisas obtenidas por sus importaciones. Para 1983 la proporción puede llegar al 117%. He ahí, pues, el cuadro resumido de la caótica situación de este gigante postrado.