Los grupos y personas abajo firmantes, seriamente alarmados por el rumbo de los recientes sucesos de Polonia, creemos nuestro deber formular la siguiente Declaración:
El grueso de los obreros polacos emprendió desde hace un año y medio su organización independiente del control gubernamental – el Sindicato Solidaridad -, destinada a exigir los derechos reivindicativos y políticos de sus afiliados. Siguiendo su ejemplo, otros sectores del pueblo, como los campesinos, maestros y estudiantes, construyeron sendos gremios con la misma finalidad.
Desde un comienzo, la mayoría de la dirección del partido dominante y del gobierno de aquel país miró con singular desafecto el alarde autonomista de los recién surgidos sindicatos e intentó estigmatizarlos y destruirlos. Si al fin de cuentas se vio obligada a negociar con ellos, no fue sino por la evidencia abrumadora del respaldo masivo de que gozan.
Dos factores que no constituyen un secreto para nadie sirven de trasfondo al auge de las reclamaciones obreras: el primero, que Polonia forma parte de la órbita de la Unión Soviética, cuyas prácticas y prédicas acerca de la “soberanía limitada” de los otros miembros de la “comunidad socialista”, socavan la entidad misma de Polonia como nación. El segundo, que la actual crisis económica que sacude a las amplias capas sociales del país, es la mayor desde el final de la II Guerra Mundial, después de haber sido Polonia ocupada por el nazismo.
En estas condiciones, los requerimientos de los trabajadores no podían sino desembocar en el clamor unánime por la independencia y soberanía nacionales y por la democracia, como metas sin cuyo advenimiento no se podrán conquistar los demás derechos ni el bienestar de Polonia. Esto le bastó al Kremlin para calificar el movimiento con los peores epítetos y exigir reiteradamente a los perplejos mandatarios polacos la toma de medidas, del corte que fueran, para aplacar las demandas populares. Pero la Unión Soviética no hace mucho realizó maniobras militares e intimidación en la frontera polaca que revivieron el espectro de la Checoslovaquia de 1968 y del Afganistán de 1979.
Debido a que los corajudos sindicatos, despreciando el chantaje de la invasión soviética, no rebajaron el tenor de sus peticiones de pan, libertad y democracia, el grupo dirigente polaco, después de efectuar los cambios internos pertinentes, decidió decretar, el sábado 12 de diciembre, el “estado de guerra” en todo el país y dictar disposiciones draconianas que contemplan desde la suspensión de toda garantía ciudadana, hasta el fusilamiento de quienes se atrevan a entrar en paro.
Acto seguido, y en medio de un clima de terror propiciado por la militarización entera del Estado, procedió a detener a miles de personas, sin que hasta el momento se sepa del paradero y la suerte de los máximos dirigentes de Solidaridad. A juzgar por las últimas informaciones de prensa que, como es de suponer, se hallan casi totalmente controladas por las agencias oficiales de Moscú y Varsovia, los trabajadores resisten fieramente la andanada con los precarios medios a su alcance, o corren el peligro de la intervención armada directa de la Unión Soviética, que conserva de vieja data dos de sus divisiones estacionadas en suelo polaco.
Tal situación ha despertado una severa repulsa mundial, a la que sumamos nuestra voz de colombianos convencidos de que el respeto a la autodeterminación e independencia de las naciones es norma básica de las relaciones internacionales y de la paz mundial. De antemano rechazamos la intromisión soviética y expresamos nuestro apoyo al pueblo polaco para que resuelva sus problemas y moldee su destino sin injerencias extranjeras.