Después de haber agitado durante cuatro años consecutivos la consigna del “segundo paro cívico nacional”, el Partido Comunista y sus correveidiles en el movimiento obrero terminaron realizando una comedia, a marchas forzadas, el pasado 21 de octubre.
Por abrumadora mayoría los asalariados de las principales ciudades del país se negaron a escuchar los cantos de sirena del revisionismo y asistieron a sus puestos de trabajo al igual que todos días. Aunque se presentaron esporádicos problemas de transporte en ciertos sitios, las fábricas funcionaron sin mayores traumatismos y lo mismo sucedió con los colegios y universidades, con el comercio y con las oficinas públicas.
Las centrales patronales UTC, CTC y CGT acabaron por plegarse todas a la posición del gobierno, como era de esperarse, y la casi totalidad de los sindicatos afiliados a la CSTC se abstuvo de tomar parte en la aventura, como también estaba previsto. En algunos barrios periféricos de Medellín y Barraquilla se dieron peleas y disturbios aislados, sin conexión entre sí, en los que murieron una niña y un estudiante, incidentes que el Comité Coordinador del paro calificó de “hechos en ningún caso propiciados por quienes participaron en la protesta”, según aviso publicado en El Espectador del 31 de octubre.
Con excepción de la franja mamerta y pro-mamerta, que salió a decir por la prensa: ¡“Le cumplimos al pueblo”!, para todo mundo fue evidente que las masas populares voltearon la espalda a las consignas, a las proclamas y a los “héroes” de la jornada, a quienes habían visto una semana antes, durante una “reunión cumbre” en el Palacio de Nariño, ofreciendo su respaldo al “sistema jurídico-político y a las instituciones que lo sustentan”.
Parodia en tres actos
La versión anual número 4 del segundo paro cívico nacional, comenzó a gestarse a principios de 1981, durante un encuentro de dirigentes obreros de Zipaquirá, pero sólo vino a tomar cuerpo varios meses después, los días 28, 29 y 30 de agosto, cuando se reunió en Bogotá el denominado Primer Foro Nacional Sindical. Este acto fue convocado por la CTC, la CSTC y dos organismos de bolsillo (el CNSU y CNSP), patrocinados por el Partido Comunista para dividir las fuerzas del sindicalismo independiente y embaucar a sus sectores más vacilantes y arribistas, y en sus sesiones finales se cocinó un documento que llamaba a realizar el paro en la segunda semana de octubre.
Los objetivos del movimiento aprobados por el Foro se limitaron a repetir la vieja cantinela conciliadora que poco convence y conmueve ya a los trabajadores. Los reformistas le proponen al gobierno la paz política y el entendimiento social a cambio de que éste levante el estado de sitio y derogue el Estatuto de Seguridad impuestos por el régimen para mantener el control dentro de la creciente crisis del país; pero los derechos democráticos sólo los podrá obtener el pueblo colombiano en una dura y prolongada batalla, y su conquista ha de ser base para agudizar el aislamiento de la minoría explotadora y no para devolverle la tranquilidad perdida. En editoriales y pomposos llamamientos públicos, la alta jerarquía del revisionismo criollo ha venido pidiendo la comprensión de los mandatarios de turno para pactar la concordia entre el oficialismo y la oposición, Ramón Márquez Iguarán, de la CTC, y Pastor Pérez, máximo vocero de la CSTC, declararon poco después del Foro Nacional Sindical que querían “hacerle un llamado al gobierno y colaborar con él en la búsqueda de soluciones concretas y, en momento alguno, incitar a la caída y al rompimiento de las instituciones”. El esquirol que lleva las riendas de la CTC, Manuel Felipe Hurtado, durante un homenaje ofrecido por la Confederación Colombiana de Consumidores al Presidente de la República, manifestó que este podía contar con él como “uno de sus mejores amigos aliados en la lucha por preservar el orden y la democracia”. Finalmente, el enlace de la trama tuvo lugar en una “cumbre de concertación” el 10 de octubre de 1981, algunos días antes del paro, cuando los organizadores del mismo, al lado de los gremios económicos, la banca y las otras dos centrales patronales, otorgaron su respaldo a las maniobras publicitarias del Ejecutivo y, de paso, al “sistema jurídico-político” que las sustenta.
Embelesados con las promesas de paz, diálogo y mejoramiento social emanadas de la “cumbre”, los cabecillas de la CTC arriaron las banderas de falsa rebeldía con que habían tratado de engañar a los trabajadores, al tiempo que la CSTC, con el apoyo de sus pupilos de vieja y nueva data, se vio obligada a continuar la farsa hasta la escena final. El paro evidenció, entre otras cosas, la bancarrota del Consejo Nacional Sindical y su política de entrega y de conciliación; la práctica demostró fehacientemente que no existían condiciones favorables para realizarlo, y sus miras estuvieron lejos de interpretar los intereses, los anhelos y requerimientos de la clase obrera.
Epílogo de la comedia
Desde el inicio de 1981, los destacamentos más avanzados del sindicalismo independiente señalaron que tras los aspavientos del paro se agazapaba la traición, y sus representantes en las juntas directivas de los sindicatos denunciaron el oportunismo de quienes sólo pretenden aprovecharse de las aspiraciones unitarias del proletariado con el objeto de ponerlo en manos de sus enemigos. En repetidas ocasiones sostuvieron públicamente que la correlación de fuerzas, el reflujo temporal en que se encuentran las masas, la división del movimiento obrero y otros factores adversos no permitían adelantar una lucha de envergadura nacional con probabilidades de éxito y por haber tenido la entereza de manifestar estos criterios, corroborados después por los hechos, numerosos compañeros fueron combatidos en las asambleas y al MOIR se le acusó con los más diversos epítetos calumniosos.
Sin embargo, si por algún motivo van a pasar a la historia los sucesos del 21 de octubre, ciertamente será porque los promotores de la jornada que tanto posaron de radicales ni siquiera supieron ser consecuentes con sus propias consignas y resoluciones. En Bogotá no hubo paro en ninguno de los sindicatos afiliados a la CSTC, y en el único frente donde se suspendieron parcialmente las actividades – el magisterio -, no pocos profesores del Partido Comunista madrugaron a dictar sus clases “imbuidos del más encomiable espíritu cívico”, como se comprobó en el caso de la Universidad Distrital y de muchos otros planteles educativos. En Medellín dejó de participar en la aventura la gran mayoría de las organizaciones gremiales pertenecientes a la CSTC, y en Bucaramanga, Barranquilla, Cúcuta, Cali y Cartagena no se presentaron ceses laborales en ninguna fábrica.
Vale la pena destacar el ejemplo de la Unión Sindical Obrera (USO), en Barrancabermeja, donde el revisionismo se valió de toda suerte de trapacerías antidemocráticas para lograr que una atemorizada y sorprendida asamblea aprobara el paro llegando hasta el extremo de falsificar un boletín de la empresa (“Temas y Noticias”), en el que se daba a entender que los patronos no tomarían represalias contra quienes secundaran ese salto al vacío. El resultado fue que el 21 de octubre, entraron a laborar más de tres cuartas partes de los obreros, encabezados, claro está, por los dirigentes sindicales del Partido Comunista. Al día siguiente Ecopetrol despidió a 11 trabajadores; 550 fueron sancionados, y 700 llamados a descargos.
La táctica mamerta, por otro lado, consistió en comprometer a gemelas tendencias del oportunismo para que éstas “hicieran el gasto y luego pagaran los platos rotos”, como lo expresó gráficamente una chapola de los petroleros de Barranca. Los despidos se concentraron fundamentalmente en Fecode, Fenaltrase y otras agremiaciones no afiliadas a ninguna de las centrales existentes. Había tan pocas condiciones para realizar el movimiento que en Cali se conocieron casos de funcionarios de la CSTC que, con el objeto de evitar sanciones, sacaron permisos para el día del paro, y en Bogotá se llegó hasta el punto que el sector mayoritario de la Junta Directiva del Sindicato del Banco Popular, después de haberle hecho esforzada propaganda al cese en numerosos boletines y reuniones, dejó una constancia ante la empresa, el mismo 21 de octubre, en la que afirma muy astutamente que “no ha dado a conocer a los trabajadores ni ha firmado comunicado alguno en donde se apoye el impulso y la realización del mencionado paro”.
En resumen, y según declaración del propio Comité Coordinador del evento, publicada por la prensa el primero de noviembre de 1981, “el segundo paro cívico nacional tuvo un carácter más cívico que laboral”. ¡Valiente lógica! Semejante confesión de boca significa que en un país como Colombia, en donde la desocupación abierta y disfrazada afecta a millones de personas, el 21 dejaron de asistir al trabajo sólo los que no tienen empleo.
El paro, pues, por su dirección, sus objetivos y las circunstancias en que pretendió llevarlo a cabo, no fue más que un simple simulacro. El proletariado, no obstante, sabrá extraer de él las enseñanzas pertinentes, y una de ellas será la que el MOIR, en noviembre de 1981, expuso en Tribuna Roja: “Que los futuros sepultureros del sistema oligárquico descubran la importancia de guiarse sin claudicaciones por una estrategia revolucionaria, y la conveniencia de aplicar una táctica flexible que les permita avanzar en el zigzagueante sendero de la lucha”.