En 1970 apareció en la cartelera de un colegio de secundario de La Dorada un periódico mural que se llamaba “El credo revolucionario”. Algunos de los elementos, azuzados por las directivas del establecimiento, trataron de arrancarlo y lo hubieran logrado de no interponérseles espontáneamente un muchacho que nada tenía que ver con la publicación y que había interrumpido varias veces sus estudios por penurias económicas. Se trataba de Oscar Restrepo Hurtado, quien desde aquel día sería reconocido como un revolucionario. Por entonces, según cuentan los estudiantes de la época, Oscar no pertenecía a ninguna organización política pero lo destacaba su preocupación por los problemas del pueblo. “Se indignaba ante la miseria, el hambre y la falta de escuelas”, relata uno de sus condiscípulos. Esa indignación perduró en su mente y en su espíritu hasta cuando el pasado 18 de mayo, su cuerpo sin vida apareció tirado en una zanja en la región de Puerto Triunfo, con señales de haber sido salvajemente torturado.
El MOIR nació luchando
“En La Dorada el MOIR nació luchando”, recuerda uno de nuestros primeros militantes de la localidad. Ello ocurrió en 1971 en medio de un valeroso paro cívico realizado por la población para rechazar arbitrarias alzas en las tarifas de los servicios públicos. Eran los días de auge del movimiento estudiantil de aquel año, y fue un grupo de adolescentes el que tomó en sus manos la bandera de los intereses populares, con base en los postulados programáticos de nuestro Partido. Entre ellos estaba Oscar, quien durante esas jornadas se destacó como dirigente, no obstante su juventud, ganándose el aprecio de las masas y el odio de los agentes de la oligarquía. Pocos meses después ya había sido detenido en dos oportunidades y era perseguido y hostigado por la policía y los cuerpos secretos gubernamentales. Pero eso no lo amilanó. Por el contrario, junto con otros cinco camaradas, se propuso continuar la labor partidaria.
Al iniciarse 1972 nuestro Comité Ejecutivo Central tomó la decisión de concurrir a las elecciones. Como en muchos otros lugares del país, en La Dorada el MOIR solamente contaba con un puñado de militantes, en su gran mayoría inexpertos, carentes de los mínimos recursos materiales, pero llenos de fervor y resueltos a llevar adelante la tarea, por difícil que ella pareciese. Valiéndose del montaje de breves obras de teatro recorrieron los barrios del puerto y algunos municipios vecinos. Venciendo todo tipo de obstáculos diseñaron e imprimieron ellos mismos los afiches, los pegaron, dirigieron pequeños mítines, repartieron volantes y culminaron las tareas de la contienda electoral. Obtuvieron a la postre 39 votos, de los que Oscar comentó que provenían “de las 39 personas más avanzadas de La Dorada”, y lograron dar a conocer su mensaje entre los desposeídos, lo cual los animó a continuar en la brega.
Durante el año siguiente, al interrelacionar los esfuerzos dispersos en la zona del Magdalena Medio y crear un comité regional, la organización del Partido se fortaleció considerablemente. Oscar fue encargado de coordinar las actividades de la Juventud Patriótica y puso en ello todo su empeño. Además del trabajo político, laboraba para su subsistencia y también para la de algunos de sus camaradas. Su familia provenía de Mistrató, Risaralda, donde él había nacido el 3 de agosto de 1947, pero se trasladó a La Dorada poco después. Desde la infancia aprendió allí diversos oficios y los practicaba cuando era menester. En 1973, junto con varios compañeros, Oscar vivía en una casa que les fue preciso restaurar para hacerla habitable. Se recuerda con admiración cómo reparó el agujereado techo de zinc, pintó las paredes y apuntaló las vigas de aquella vivienda. Trabajaba como ebanista, salía a pescar en ocasiones y efectuaba con esmero otras faenas, siempre y cuando se lo permitieran sus responsabilidades partidarias.
Cierto día debió salir hacia Fundación, en el departamento del Magdalena, porque uno de sus hermanos, que vivía allí, cayó abatido por el ejército en el curso de un movimiento cívico en el cual no estaba participando activamente. Tal crimen aumentó su odio contra el despótico régimen liberal-conservador y fortaleció su decisión de crear una patria nueva, que esté al servicio del pueblo en lugar de favorecer a los amos extranjeros de una minoría privilegiada.
Fundirse con el proletariado
A finales de 1973, Oscar Restrepo encabezó una protesta estudiantil y promovió la solidaridad con una huelga del magisterio. Construyó un núcleo de agitación y propaganda del MOIR, que desarrolló una importante labor cultural y echó las bases del grupo de activistas para la campaña electoral de 1974. En ella, aplicando las orientaciones de la política de unidad y combate, el Partido obtuvo una curul ene el Concejo de La Dorada, en alianza con otras fuerzas.
Para sus camaradas era ostensible el avance ideológico de Oscar. Recuerdan que “siempre fue muy sencillo, íntegro y activo; estudiaba el marxismo con disciplina, pero no para posar de teórico sino para resolver los problemas de la lucha de clases, y a cada acto le imprimía entereza y vida”. Como para el Partido ha sido imperioso vincular cuadros al movimiento obrero, Oscar Restrepo buscó con entusiasmo ser enganchado en los Ferrocarriles Nacionales hasta que lo consiguió. Se inició de “estampero” en el campamento de La Miel, entre La Dorada y Puerto Triunfo.
Tal labor es la más dura en los ferrocarriles. Consiste en pasar el día a lo largo de la carrilera, clavando y asegurando los rieles con un almádana que pesa entre 10 y 15 libras, bajo el sofocante calor de la ribera. “El que ‘tira estampa’, es el peor remunerado pero también el más combativo”, asevera Alcides Blanco Miranda, compañero de Oscar en la vía férrea y en la lucha sindical, y quien recuerda que este se compenetró muy pronto con los demás ferroviarios. “Llamaba la atención porque era infatigable en el trabajo, porque quería saber todos los detalles de las pasadas peleas del sindicato y porque siempre mostró un gran compañerismo”, agrega. Al cabo de unos cuantos meses Oscar fue elegido secretario de la subdirectiva de la estación de México, División Centrales. Ya había conformado células del Partido entre los obreros y también entre los pescadores. En efecto, al terminar la jornada y las reuniones partidarias a Oscar le quedaban alientos para ayudar a los trabajadores del río, especialmente en el “tiempo vidrio”, como se designa el período de escasez de pesca.
Emilio Troncoso, hoy presidente de la Unión Sindical de Pescadores del Río Magdalena y sus afluentes; Usprimag, se contaba entre el grupo precursor de la organización gremial y narra cómo nuestro camarada apoyó a los ribereños que los terratenientes pretendían desalojar de sus humildes rancheríos. Así se granjeó el aprecio de cientos de moradores de aquellos bravos parajes del Río Grande de la Magdalena.
La huelga de 1975
En 1975, después de un largo periodo de reflujo del proletariado ferroviario, la División Centrales, cuyas sub-directivas se habían renovado, inició un movimiento en demanda de mejores condiciones de trabajo y a la vez de rechazo a las camarillas que detentaban la dirección nacional del sindicato. La estación de México participó en el paro que finalmente se decretó; sin embargo, había un maquinista en desacuerdo con la protesta, al cual los ingenieros le dieron la orden de transportar un convoy hasta la estación de Grecia, cercana a Puerto Berrio. Cuando se iba a mover la máquina Oscar Restrepo y Guillermo Donato aparecieron al frente de un grupo de esposas e hijos de los huelguistas, y se tendieron con ellos sobre los rieles. A eso de la una de la mañana la empresa llamó a la policía que, a culatazos, los desalojó de la vía y retuvo a los dos dirigentes. El maquinista, después de presenciar el valor y decisión de los camaradas, se negó a cumplir la orden.
Casi de inmediato los obreros del campamento de La Miel se enteraron de la detención de Oscar. Entonces, con barricadas, le impidieron el paso “al tren de lujo” que había logrado llegar allí con pasajeros, y le notificaron al alcalde de La Dorada que solo lo dejarían pasar cuando los presos recobraran la libertad.
Las autoridades no tuvieron otra alternativa que ceder, mas aprovecharon la primera oportunidad para expulsar a los trabajadores, entre ellos Oscar y otros directivos sindicales. En esos días el partido había iniciado una política de extensión, vinculando compañeros a los sectores rurales y pequeñas poblaciones, y reforzando los organismos en lugares donde no estaban aún desarrollándose. Oscar fue enviado durante unos meses a Girardot; luego se le encomendó estructurar al MOIR en la localidad de Puerto Triunfo, Antioquia, población ubicada entre Puerto Boyacá y La Dorada.
Todo por servir a las masas
Nuestro camarada acometió la empresa en aquel poblado con el ahínco que lo caracterizaba, aprovechando al máximo cada ocasión para servir al pueblo, en cuyo corazón quedó imborrablemente presente. Desde un comienzo entabló amistad con los campesinos de San Luis y San miguel, comprendidos Santiago Berrio, Las Mercedes, Doradal, Florida, Alta Vista, Manzanares, Tierradentro, El Silencio, Río Claro, y la Danta. Caminaba infatigablemente por esa extensa región, no obstante que una afección en el fémur le causaba algunos dolores, pero que jamás logró impedirle cumplir una tarea; por esas veredas sembró con su ejemplo la semilla de la revolución.
En la actualidad la zona de Puerto Triunfo está militarizada y en ella pululan agentes secretos que se han propuesto intimidar a la población. Las gentes temen hasta por su nombre pero hablan de Oscar Restrepo, a ratos con los ojos llenos de lágrimas. Don Lucho, doña Juana, María, Juan, campesinos, gentes humildes y laboriosas, todos lo rememoran con inmenso afecto; “era como una hermano”, suelen decir. En cada sitio por donde uno pasa encuentra el recuerdo material de Oscar; arreglos de viviendas, árboles que ayudó a sembrar, ladrillos que fabricó. Yo acá no conocí a nadie que solo trabajara para la comida, el resto de tiempo lo dedicaba a colaborarles a los pobres, comenta un anciano, como nosotros recogía limón en la cosecha; cargaba zinc, gravilla o reunía para algún enfermo o necesitado.
Tal dedicación permitió que en 1978, Oscar formara parte del primer Concejo de Puerto Triunfo, y que fuera elegido para el periodo de 1980–1982. Carlos Londoño, de la Anapo Revolucionaria y concejal también del Frente por la Unidad del Pueblo, dice que “además de la inteligencia, admiraba su posición inquebrantable de batallar por los intereses de las masas. Exigió insistentemente, por ejemplo, un acueducto para el Puerto, ya que a las casas llega un agua contaminada que corta hasta el jabón”.
En 1979, el camarada sacrificado respaldó con firmeza una invasión campesina en Santiago Berrio y fue encarcelado por dos meses. Era su detención numero 20. Desde la cárcel de Medellín le escribió a un compañero, manifestándole mayor preocupación por las necesidades de los campesinos con él recluidos que por sí mismo. Y comentaba textualmente: “En ningún momento se me ha bajado la moral para seguir trasegando esa empinada cuesta que estamos comprometidos a remontar: la causa del socialismo (…). Estos son apenas pellizcos que nos da la reacción, pues los golpes demoledores vendrán luego”.
En esa localidad relatan que Oscar “se dio a conocer como amigo del obrero” desde cuando, recién llegado, conformó una junta cívica para rescatar los terrenos de la escuela, que habían sido arbitrariamente ocupados por la compañía constructora “Socorro”, de capital extranjero, terrenos que finalmente retornaron a la población.
Durante los primeros meses de este año, el camarada Restrepo continuó con su labor revolucionaria: “Pasó un par de semanas fabricando adobes que vendió para poder ir a la celebración de los doscientos años de los Comuneros”, cuenta una vecina de la modesta pieza donde habitaba. Posteriormente, el 1 de mayo, propuso en el concejo una resolución exaltando la fecha internacional de la clase obrera. Dieciocho días más tarde aparecería vilmente asesinado y sólo reconocible por su ropa, relata su esposa, Ana Nora Ochoa, que lo recuerda con entrañable cariño y a quien su existencia y muerte heroicas le renuevan su decisión revolucionaria.
El martirio de Oscar Restrepo enardeció y llenó de dolor al MOIR y a sus amigos ferroviarios, campesinos y pescadores. Al entierro acudieron los pobladores de Puerto Triunfo en forma masiva. Hasta las monjas se hicieron presentes, junto con delegaciones de toda la región. En cada lugar de Colombia se llevaron a cabo actos exaltando la memoria de quien fuera, según las emocionadas palabras de uno de sus camaradas, “un compañero del mañana, y al mismo tiempo de hoy, para el cual el pueblo y el Partido se convirtieron en su razón de ser y cuya vida es la mejor herencia de nosotros los moiristas”.