Extractos del discurso del dirigente del MOIR, Gustavo Quesada
En 1781 estalla la insurrección. Sacudido por una fuerza telúrica, el Virreinato se estremece, derrumbando las ideas que habían servido de sustento a tres siglos de dominación, explotación y vasallaje. Como un turbión la multitud se lanza a la calle y a manotazos aleja a los fantasmas que la han mantenido prisionera, inclinada la serviz ante la férula del amo.
Primero fue contra los estancos, alcabalas y Armada de Barlovento. Luego contra los diezmos, y así una tras otra se fueron sumando las reivindicaciones. A medida que la rebelión se extendía, aparecieron nuevos argumentos a favor del conflicto.
El 16 de abril un pregón incendiario habla de independencia y pugna por que se grite ¡Viva el Socorro y muera el mal gobierno! En la misma fecha se forma El Común, en el cual las masas depositaran la jefatura del alzamiento. En mayo, al compás de los pasos campesinos que se enrumban a Santa Fe, el Común recoge a la indiada, levanta la bandera de la propiedad de los resguardados, la abolición de los tributos de indios y la devolución de las minas de sal de Zipaquirá, Tausa y Nemocón.
Es una marcha inmensa, alegre, fiera. Con la rudeza de quienes han templado sus músculos sembrando el tabaco en los despeñaderos, con la alegría de quienes saben que son una fuerza inatajable.
Hoy la marcha ha venido al Socorro. Convocados por los comités cívicos populares “Comuneros 81”, por el Comité Nacional Comunero “El Común”, que aguerridamente viene levantando la bandera de las reivindicaciones populares frente a Emposan, venimos a decirle a todo el pueblo de Colombia, asfixiado ahora por el yugo imperialista y amenazado por el revisionismo soviético, que la bandera carmesí, símbolo y emblema de Galán, no ha sido arriada.
Lo primero por decir es que la gran desgracia de los movimientos populares en Colombia, consiste en que el heroísmo lo han puesto las masas del Común, y la felonía, la traición y la capitulación quienes se han fingido sus capitanes. Capitulo Berbeo, cercenando una revolución recién nacida y entregando a la vindicta española la cabeza de sus aguerridos paladines. Renegó Bolívar de la república luego de las guerras de independencia, dejando sin recoger la semilla democrática sembrada con la sangre de miles de labriegos en los campos de batalla. Pactaron los radicales con la reacción terrateniente luego de 1863, convirtiendo en humo el fuego de una lucha que amenazó con extirpar de nuestro suelo el feudalismo. Uribe Uribe y Benjamín Herrera arriaron la bandera de una revolución, cuando era necesario que tremolara más alto, ante la arremetida del imperialismo norteamericano contra nuestra patria.
Y en este siglo hemos visto cómo algunos, usurpando el nombre de la clase obrera, no han pasado de ser aduladores del régimen de turno, los mejores defensores de la democracia oligárquica y del estado de los opresores. No otra cosa ha sido el Partido Comunista, que de tal no tiene más que el nombre. El berbeismo ha hecho carrera en Colombia y hoy se hacen foros para defender la legalidad de los opresores, se plantean capitulaciones, pactos sociales, “aperturas democráticas” y nuevos “modelos de desarrollo”, cuando no reuniones en Panamá. Los Berbeos de hoy claman por mejorar las cargas sin tocar el Estado, propugnan miserables reformas a nombre de la Constitución y las leyes de la oligarquía, hacen demagogia con un paro cívico para reclamar puestos en el Consejo Nacional de Salarios.
Lo segundo es recoger la experiencia más clara del movimiento comunero; sólo un estado mayor de la revolución, instruido con la teoría revolucionaria, experto en la política, con una estrategia firme, templado en muchas batallas, puede conducir el movimiento a la victoria. Los comuneros carecieron de una jefatura con estas virtudes. Sus más preclaros exponentes, con Galán a la cabeza, llenos de coraje y convencidos de la justeza de su combate contra la opresión y el oportunismo sacrificaron sus vidas sin poder asir la presea de la victoria, por carecer precisamente de una dirección sabia y experta en los zigzagueantes senderos de la lucha.
Lo tercero es reiterar que desde hace mucho tiempo la historia es universal. Los comuneros no escaparon a esta ley. La revolución se precipitó por la crisis mundial que daba nacimiento al capitalismo. Algunos capitanes procuran vincular su lucha a la corriente revolucionaria de su época pero no pudieron lograrlo.
Primero por carecer de una visión de conjunto del acontecer internacional del siglo XVIII, de un punto de vista que les permitieses interpretarlos acertadamente, y segundo por no haberse desarrollado la insurrección, la cual fue asesinada en su propia cuna. Hoy la lección la tenemos aprendida, la revolución es nacional por su forma pero internacional por su contenido.
A dos siglos de distancia, en otras condiciones y bajo diferentes premisas históricas e ideológicas, el pueblo colombiano y las fuerzas revolucionarias se preparan meticulosamente para promover la segunda y definitiva independencia nacional. De los forjadores del común, de los combatientes que no arriaron la bandera de los centenares de hombres y mujeres que persistieron en la causa, queda la imagen de Galán, símbolo de la rebeldía de nuestro pueblo, de la posición antagónica e irreconciliable con el enemigo.