Declaración de Francisco Mosquera, a El Espectador del 13 de julio pasado, con ocasión del cincuentenario del Partido Comunista Revolucionario.
¿Cuál partido comunista de Colombia? Cuando Marx y Engels adoptaron a mediados del siglo XIX la denominación de comunistas, buscaban para las fuerzas avanzadas del proletariado una divisa que les ayudara a diferenciarse de los partidos burgueses y de las varias tendencias del socialismo utópico en boga. Pero como el hábito no hace al monje, el fenómeno de que en nuestro país haya existido durante media centuria una agrupación con dicho calificativo, no quiere decir que hubiésemos contado por ese tiempo con la organización política de la clase obrera. Todo lo contrario. Si algo explica el embotamiento de importantes sectores del proletariado colombiano, el desgano por una teoría científica de la revolución, los palos de ciego en la táctica y la proclividad a las posiciones oligárquicas, ello obedece a la labor oportunista llevada a cabo entre trabajadores de la ciudad y el campo por la colectividad que hoy arriba a sus cincuenta otoños. Probablemente uno que otro ideólogo del sistema exprese en la fecha su reconocimiento a la persistencia del Partido Comunista. Mas los obreros conscientes, si se ocupan del asunto, han de reflexionar sobre la urgencia de seguir construyendo una vanguardia revolucionaria, el genuino partido del trabajo, cuya génesis se haya en los incontables núcleos de luchadores proletarios esparcidos ya en todos los frentes de masas. Han de comenzar por reafirmar el marxismo–leninismo y combatir el revisionismo. Y la historia del Partido Comunista, ¿servirá de algo? Claro que sí, de maestro negativo. Nos enseña cómo no se hace la revolución.
En los días de su aparición, en la década del treinta, los autollamados comunistas colombianos pelecharon a la sombra del régimen liberal, al que encubrieron en sus iniquidades y engaños contra el pueblo. Durante la época de la violencia propugnaron rabiosamente el desarme del movimiento guerrillero. Al término de la Segunda Guerra Mundial se inclinaron por las tesis del revisionista estadinense Earl R. Browder, que pregonaba la conciliación con el imperialismo vencedor: el norteamericano. A la instauración del Frente Nacional contribuyeron sufragando por Alberto Lleras, a quien ya habían una vez apoyado para la presidencia con sus votos, en el Congreso de 1945. Desde finales de los años cincuentas renegaron de Stalin y del marxismo, y apoyaron a Kruschov. A raíz del triunfo electoral de Allende en Chile especularon febrilmente acerca de lo maravilloso de la revolución por conducto de las urnas. Han coqueteado en diversos momentos con el foquismo, el terrorismo y el trotskismo. En la actualidad actúan de agentes de la expansión soviética. Aplaudieron la ocupación de Angola por tropas cubanas subvencionadas por el Kremlin, la cual completó cinco años. Igualmente han secundado los demás crímenes de la política colonialista del socialimperialismo en Etiopía, Viet Nam, Kampuchea, Lao, etc. Ni siquiera la invasión a Afganistán los ha llevado a recapacitar sobre la incompatibilidad absoluta entre el marxismo–leninismo y la opresión de unas naciones por otras, mucho más cuando ésta la efectúa una república que se precia de socialista. Su internacionalismo no pasa pues de ser vulgar chovinismo pro soviético. Y en la política doméstica son ahora los principales instigadores de la contracorriente reformista que pretende el apuntalamiento de la democracia burguesa, o sea de la dictadura oligárquica reinante, por medios democráticos, y cuya máxima ambición estriba en llegar a un gran “pacto social”, una especie de contrato rousseauniano entre explotadores y explotados, en un país como Colombia, sometido por el imperialismo norteamericano y en las postrimerías del siglo XX. Sin duda los desbrozadores del camino proletario de la revolución colombiana tienen mucho que aprender, por ejemplo negativo, de esta versión criolla revisada del marxismo, de los insucesos de este partido liberal chiquito.